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Medio Oriente

18 de marzo del 2002

Iraq: prohibido sangrar

Santiago Alba Rico

Vuelvo de Iraq con la impresión de haberme asomado a un pueblo quizás adoctrinado, pero en cualquier caso altamente politizado. Si las consignas eran prestadas, el entusiasmo, el coraje, la dignidad, eran suyos. Las consignas, por lo demás -aparte las adhesiones edípicas al Caudillo, monótonamente repetidas en todo el mundo árabe-, apuntaban muy rectamente al blanco. La paradoja del régimen de Sadam, inspirado en el programa ba'az -socialista y panarabista- y organizado publicitariamente en torno a una agresión exterior incuestionable y criminal, es que no puede someter al pueblo iraquí sin enseñarle algunas cartas. No puede manipularlo sin politizarlo. Sadam Hussein no engaña a su pueblo con televisión-basura y cantinelas neoliberales; lo engaña, por así decirlo, con verdades como puños. Su propaganda vehicula muchos quilates de realidad.
Todos los días el matón del barrio entraba en la casa de Mecencio y le asestaba una cuchillada. "Puedes morirte", le advertía, "pero que no te vea sangrar. No soporto la sangre. Y además, si sangras, ¿no van a pensar los vecinos que te estoy matando?".
Todas los días, el pobre Mecencio, mientras el matón le acuchillaba, se concentraba y se concentraba. Pero no había nada que hacer: sangraba. "Lo haces a propósito", se enfurecía el matón, "alguien te está mal aconsejando. Confiesa, ¿quién te está obligando a sangrar?".
Digámoslo muy rápidamente: a Iraq no sólo se le impide comer, respirar, leer, vacunarse; a Iraq, además, se le prohíbe sangrar.
Al día siguiente de mi regreso de Bagdad, leo un artículo de Thomas Nagy de septiembre de 2001[1] y lo que he visto sobre el terreno se ordena en mi cabeza en un vasto, magistral, mosaico de destrucción. Se trata sólo -por desgracia- de un botón en una mercería. A partir de documentos desclasificados de la Agencia de Inteligencia Defensiva (AID), fechados en 1991, el periodista de The Progressive demuestra el propósito estadounidense, premeditado hasta el último detalle, de utilizar el embargo para privar a la población iraquí de agua potable. Los daños producidos a las potabilizadoras y las conducciones hidráulicas por los bombardeos, unidos a la prohibición de importar cloro y piezas de repuesto, llevará -dice el documento- a la "degradación total" del sistema de suministro en menos de seis meses. No se puede leer sin un estremecimiento la fría enumeración de las consecuencias de esta maquinación contra la población iraquí: "El resultado será que la mayoría de la población sufrirá la escasez de agua pura para beber; esto puede llevar a que el índice de enfermedades aumente, por no hablar del riesgo de epidemias", "a menos que se purifique el agua con cloro, habrá epidemias de enfermedades como el cólera, la hepatitis o el tifus", "las plantas de procesamiento de alimentos, las eléctricas y, en especial, las farmacéuticas, necesitan agua extremadamente pura libre de contaminantes biológicos", "Iraq sufrirá cada vez más cortes de suministro de agua pura debido a la falta de productos químicos y filtros de desalinización. La incidencia de enfermedades, incluyendo epidemias, aumentará, a menos que la población tenga la precaución de hervir el agua", "las enfermedades que tienen más posibilidades de aparecer durante los próximos 60 a 90 días son las siguientes: diarrea (en especial en niños); enfermedades respiratorias agudas (catarros y gripe); tifus y hepatitis A (en especial en niños); sarampión, difteria y pertusis (en especial en niños); meningitis, incluida meningococal (especialmente en niños); cólera (posible, aunque menos probable)". Por lo demás, a fin de que el Pentágono se adelante a estas artimañas, la AID alerta -en un tono cínicamente acusatorio- de la posibilidad de que "Iraq trate de burlar las sanciones de NNUU para importar estos productos vitales (cloro, filtros, tuberías)" o "intente convencer a NNUU o a países individuales de eximir del embargo, por razones humanitarias, los productos para el tratamiento de aguas". Estos documentos, que pueden consultarse en la página web del Pentágono, permanecen inéditos; con excepción del escocés Sunday Herald y el Orlando Sentinel, ningún periódico consideró suficientemente relevante la denuncia de Nagy como para recogerla en sus páginas.
A lo largo de los últimos diez años las previsiones de la AID se han ido cumpliendo trágica y rigurosamente. EEUU ha sido en todo momento consciente de los daños que en éste y en otros terrenos (uranio empobrecido, prohibición de importar aparatos de radioterapia, laparoscopias, escáner, piezas para la reparación de pozos petrolíferos o de centrales eléctricas, por citar sólo algunos ejemplos) iba a provocar en la población civil iraquí con su política de bombardeos y sanciones. Lo que el documento expone a la luz del día, para los que aún razonan en bizantino, es que las sucesivas Administraciones estadounidenses no han permanecido indiferentes a las consecuencias de su intervención: esas consecuencias eran el objetivo de su intervención. O sin ambages: que el gobierno de los EEUU se ha alegrado, como cualquiera que consigue lo que se propone, de haber matado, en la última década, a un millón seiscientos mil iraquíes (la mitad de ellos niños). "Valía la pena", contestó Madeleine Albright, como se recordará, preguntada en 1996 por las víctimas civiles del embargo -frotándose las gordezuelas manitas de regocijo bajo el globo de la barriga. También la mayor parte de los estadounidenses, esos estadounidenses que votan a sus gobiernos y apoyan el linchamiento de Afganistán; esos estadounidenses que han aportado medio dólar para la asistencia a los refugiados afganos mientras donan 300 millones para el zoo de Kabul; esos estadounidenses que se escandalizaron, después del 11 de septiembre, ante la alegría manipulada de un puñado de palestinos, también víctimas suyas y que no habían hecho, al contrario que ellos, otra cosa que alegrarse; también la mayor parte de los estadounidenses se alegra. "Vale la pena que hayan aumentado en un 460% los casos de cáncer en Basora; vale la pena que Ali Hamed muera de neuroplastoma; vale la pena que Zainab y Mustafa no tengan piernas; nuestra gasolina sigue siendo muy barata, nuestras multinacionales siguen siendo las primeras del mundo, nuestros supermercados revientan de chucherías".
Pero, para hacer honor a la verdad, hay que reconocer que el Pentágono no sólo se alegra de los efectos letales de su agresión a Iraq; también, en otro sentido, le preocupan. Después de exponer, como hemos visto, la relación directa e inducida entre la intervención estadounidense y la degradación de las condiciones sanitarias de la población, el documento de la AID advierte: "es posible que el gobierno iraquí culpe a EEUU de los problemas de salud pública ocasionados por el conflicto militar". Y también: "el gobierno iraquí podría utilizar como propaganda el aumento de las enfermedades endémicas". ¡Que Sadam Hussein no diga que hemos hecho lo que nosotros admitimos haber hecho!
Todos los que hemos participado en la delegación de la Campaña Estatal por el Levantamiento de las Sanciones a Iraq que acaba de regresar de Iraq (organizada por el Comité de Solidaridad con la Causa Árabe, a cuya infatigable labor quiero rendir homenaje desde aquí), todos hemos verificado a ojo desnudo los efectos de los que habla la AID; los hemos visto en una Basora semiborrada por las aguas estancadas, drenada en vano, día y noche, por toneladas de arena; e incluso en los grifos del antiguo Sheraton, de los que mana un líquido turbio y balbuciente. Hemos visto también -sí- la propaganda de la dictadura iraquí. Los iraquíes - no se nos escapa- nunca se atreverían a sentir hambre ni a perder un ojo ni a desarrollar un neuroplastoma, ni siquiera a sangrar, sin la autorización manipuladora del régimen de Bagdad. Es sabido que durante la operación Zorro del Desierto (diciembre de 1998), que ocasionó decenas de víctimas civiles, los iraquíes alcanzados por los misiles esperaban para sangrar a que Sadam Hussein se lo ordenase. "Sangrad cuando os disparen", ordenaba y entonces los Iraqíes se ponían a sangrar. "Adelgazad si no coméis lo suficiente", les adoctrina desde la televisión y sólo entonces los iraquíes pierden peso. "Llorad cuando mueran vuestros hijos", conmina a las madres con su gesto más severo y sólo entonces las madres iraquíes se ponen a llorar. Las calles de Bagdad y Basora, junto a las grandes esquelas de tela, negras y amarillas, que anuncian los muertos del día; las paredes de las escuelas y los hospitales; los muros de las casas exhiben las mismas monótonas consignas: "Sangrad cuando os disparen", "adelgazad si no coméis", "llorad si os duele". Propaganda. Los ciudadanos iraquíes son adoctrinados desde pequeños, en las escuelas, a través de los cuadros del partido y de los medios de comunicación, para sobresaltarse ante el zumbido de los aviones, para sentir frío si les falta un abrigo, para sangrar - sí- cuando una bomba les arranca el brazo. Tengo la convicción de que si no fuesen permanentemente aleccionados, instruidos, manipulados, no sentirían nada cuando les pinchan, ni se les ulceraría la piel cuando les queman, ni dejarían de respirar después de muertos. En el Hospital Pediátrico de Bagdad acaricié a Hamid (6 años) la cara -cubierta de tumores- y Hamid se quejó disciplinadamente; y su madre, a su lado, en un marcial automatismo, puso inmediatamente la mano en la de su hijo y me miró con la humedad aprendida más triste de la tierra. Y siempre tuve la impresión -lo confieso- de que, al paso de la delegación, todos los niños se fingían delgados. Si EEUU hiciese lo que ha hecho, lo que sigue haciendo, y Sadam Hussein no fuese un dictador, los huérfanos de Iraq -es evidente- estarían contentísimos, los enfermos de leucemia agonizarían cantando el himno americano y todos bailarían al paso de los aviones que vienen a bombardear sus casas; si EEUU hubiese destruido el sistema de abastecimiento de agua y de suministro eléctrico y la red de alcantarillado y 3.200 escuelas, si impidiese equipar los hospitales y reparar los tractores, si matase de hambre a los niños e hiciese abortar a las mujeres, pero Sadam Hussein creyese en los principios democráticos, entonces el millón y medio de muertos de la última década llenaría sin duda de alegría a sus familias como llena de alegría a los estadounidenses.
No es Sadam Hussein quien obliga a sangrar a los iraquíes; son EEUU e Inglaterra, junto con sus cómplices europeos, los medios de comunicación y la opinión pública en general, los que les prohíben sangrar después de herirlos. Queremos que se mueran de espaldas y en cuclillas. Queremos que se mueran sin que se note. Y nosotros, es verdad, apenas lo notamos. Para ello hemos ensamblado un tinglado prodigioso de silencio y medias palabras; con el silencio silenciamos su suplicio y nuestro crimen; con las medias palabras apalabramos la monstruosidad de Sadam Hussein de tal manera que toda reacción nos parezca proporcionada a su monstruosidad, incluido el asesinato de 750.000 niños. Contra Sadam Hussein, los defensores de la Moral y del Derecho podemos hacer de nazis sin conmovernos.
Regresar de Iraq
Confieso que no puedo evitar una fibrilación de enfado cada vez que en estos días hablo de aguas residuales y niños muertos y mi interlocutor menciona, casi inevitablemente, como en un reflejo pauloviano, el nombre de Sadam. También algunas voces aisladas dentro de la delegación (por lo demás honradísimas) expresaron durante el viaje, con fina sensibilidad moral, su temor a estar siendo manipulados o utilizados por el régimen iraquí. En este punto me mostraré tajante: el solo hecho de convocar el nombre de Sadam mientras se describe el horror deliberadamente infligido por EEUU a la población civil de Iraq justifica los 110.000 bombardeos, las 300 toneladas de residuos radioactivos, la malnutrición infantil, las malformaciones congénitas, la destrucción -en fin- de la totalidad de un pueblo. A cambio me resignaré a aceptar - oigo ya la objeción- que la denuncia de la política exterior norteamericana y de los crímenes imperialistas justifica los atentados contra las Torres Gemelas. Con una diferencia: si me hubiesen preguntado, si me hubiesen dado a elegir, yo jamás hubiese votado a favor de la pesadilla del 11 de septiembre; y en cambio, a ésos que justifican el embargo y sus atroces consecuencias, de algún modo se les ha preguntado y han votado que sí.
Hay que ser muy ingenuo o muy malo para pensar que la autodeterminación del pueblo iraquí depende principalmente del derrocamiento de Sadam Hussein. ¿Bastará su desaparición para que haya democracia en Iraq? ¿En qué mundo? ¿Será EEUU quien le otorguen y garanticen las libertades? ¿Ha sido ése el principio que ha guiado, en los últimos cien años, su política exterior? Sabemos y olvidamos todo el tiempo, como esos animales que comen y evacuan sin interrupción. En 1980 el ejército iraquí agredió a su vecino Irán con apoyo, financiación y armamento estadounidense. Hasta noviembre de 1989, primero con Reagan y después con Bush padre, Sadam recibió "agentes patógenos mortales" -cianuro y gas nervioso, entre otros- del centro del ejército para investigación bacteriológica de Fort Detrick. Después de la matanza de kurdos en Halabja en 1988, que el gobierno norteamericano silenció (rechazando incluso la imposición de sanciones exigida por el Comité de Relaciones Exteriores del Senado), el Departamento de Estado negó las revelaciones hechas por Charles Glass, corresponsal de ABC TV, acerca del emplazamiento de uno de los programas de armas biológicas de Sadam; emplazamiento que la propia administración Bush denunciaría años después, al término de la Guerra del Golfo, cuando "nuestro hombre" pasó a convertirse en un "asesino de masas". El propio Bush, todavía en diciembre de 1989, autorizó nuevos préstamos a su amigo Sadam a fin de "aumentar las exportaciones de EEUU" y estar así "en mejor posición para hablar de derechos humanos". Las quejas de la oposición en el exilio invitan a pensar que, hasta el 11 de septiembre, EEUU ha seguido apoyando pasivamente al régimen de Sadam Hussein -al mismo tiempo que asesinaba a su población-, bien porque no ha encontrado todavía un clon con otro nombre para sustituirlo, bien porque le interesa mantenerlo ahí como alibí para seguir debilitando a una gran potencia de la zona, llave -junto a Irán y Arabia Saudí- del acceso a las mayores reservas petrolíferas del planeta.
¿Es la dictadura la preocupación central de EEUU en Iraq? ¿Lo era cuando derribó el gobierno democrático de Arbenz en Guatemala para que los militares pudieran degollar a los campesinos del Quiché? ¿Cuando intervino en Irán contra Mussadaq para restablecer la tiranía del Shah? ¿Cuando asesinó al presidente electo Salvador Allende para que Pinochet "desapareciese" a tres mil chilenos? Sólo el listín telefónico es más largo que el de los dictadores apoyados por EEUU: Duvalier, Marcos, Suharto, Hassan II, Fahd, Videla, Trujillo, Mobutu, Reza Pehlevi, Sabah, y un etcétera tan extenso y tan surtido como sus instrumentos de tortura. ¿He sido utilizado por el régimen iraquí? Personalmente he tenido la sensación, por el contrario, de ser yo el que estaba utilizando al régimen iraquí -muy modestamente, eso sí- contra el imperialismo y contra el régimen iraquí mismo. Se me ocurren muchas formas de dependencia y opresión al margen del capitalismo imperialista, pero no se me ocurre ninguna de liberación en su seno; la condición mínima (aún si no suficiente) de toda autodeterminación para Iraq, como para el resto del planeta, pasa por la derrota de la agresión armada y económica de las potencias capitalistas. Nada tiene, pues, de paradójica en este mundo perro la siguiente afirmación: los que "apoyamos" a Sadam -según la moralina mediática- contra el imperialismo norteamericano estamos luchando contra la dictadura iraquí y a favor de las libertades mucho más que los que combaten a Sadam para poner (o para que finalmente pongan) un dictador amigo en su lugar.
Vuelvo de Iraq con la impresión de haberme asomado a un pueblo quizás adoctrinado, pero en cualquier caso altamente politizado. Si las consignas eran prestadas, el entusiasmo, el coraje, la dignidad, eran suyos. Las consignas, por lo demás -aparte las adhesiones edípicas al Caudillo, monótonamente repetidas en todo el mundo árabe-, apuntaban muy rectamente al blanco. La paradoja del régimen de Sadam, inspirado en el programa ba'az -socialista y panarabista- y organizado publicitariamente en torno a una agresión exterior incuestionable y criminal, es que no puede someter al pueblo iraquí sin enseñarle algunas cartas. No puede manipularlo sin politizarlo. Sadam Hussein no engaña a su pueblo con televisión-basura y cantinelas neoliberales; lo engaña, por así decirlo, con verdades como puños. Su propaganda vehicula muchos quilates de realidad. Tengo aquí, delante de los ojos, por ejemplo, la última edición del manual de Historia -cuatro papeles mal grapados- usado en las escuelas de bachillerato en Iraq y el último capítulo ("¿Por qué a pesar de sus enormes riquezas el mundo árabe permanece subdesarrollado e infraindustrializado?") se aparta muy poco de lo que yo mismo contaría - contaré- a mis hijos dentro de unos años. Ojalá hubiese menos "libertad" en nuestros países y nuestros niños estudiasen alguna cosa seria. En todo caso, el régimen de Sadam está armando políticamente a su pueblo, sin saberlo, para que, cuando termine el terror USA, los iraquíes no soporten sino la libertad.
En Bagdad se me acercan uno, dos, diez niños con la victoria en la punta de los dedos. Uno de ellos se llama Bakri, tiene nueve años y vive en el barrio de Al-Amiriya, donde en 1991 dos misiles estadounidenses derritieron en cuatro minutos -literalmente- a cuatrocientas dieciséis mujeres y niños que se creían protegidos en un refugio. "¿Qué quieres ser de mayor?", le pregunto. Bakri me mira en un chispazo. "Quiero crecer lo más rápidamente posible para combatir a los americanos".
EEUU hace bien en matarlos tan pronto, ya lo vemos. Ejecuciones aleatorias preventivas. El documento de la AID anticipaba fielmente los efectos deseados: todos los meses el embargo mata a cinco mil terroristas menores de cinco años.
Bakri, por su parte, hace bien en darse tanta prisa; tiene que hacerse mayor antes de que lo maten. Tiene que hacerse mayor en días contados.
* Santiago Alba, filósofo y ensayista, es autor de Dejar de pensar y Volver a pensar. Recibió el Premio Anagrama de Ensayo 1995 por su obra Las reglas del caos. Ediciones Orates y Virus publicaron en 1992 sus guiones televisivos de "Los electroduendes" (1984-1988) bajo el título ¡Viva el mal!, ¡Viva el capital!
Notas
1. Publicado en The Progressive y, en traducción al castellano, en CSCAweb.