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Medio Oriente

26 de septiembre del 2002

La victoria de Arafat

José Steinsleger
La Jornada

Acorralado en sus oficinas del bombardeado cuartel de Ramallah, en el que Israel izó su bandera, sin agua, sin gas, sin luz, sin alimentos, Yasser Arafat ya nada tiene que perder. De un momento a otro, Ariel Sharon puede asesinarlo, el sueño y obsesión de toda su vida.
Uri Avnery y Gush Shalom, dos periodistas judíos de creíble y conocida trayectoria pacifista, acaban de escribir en un documento difundido el 24 del corriente: "Todos los que conocen a Sharon saben que nunca renuncia a su objetivo. Cuando no lo logra al primer intento, trata una y otra vez, y otra más. No claudica nunca, jamás".
Uri Avnery es un intelectual que ha pronosticado con mucha precisión la realidad de su país. En diciembre de 1985 declaró a Rinascita de Italia: "...el conjunto del espectro político (de Israel) se desplaza a posiciones cada vez más conservadoras. El partido laborista está hoy más a la derecha que la derecha tradicional, y la derecha tradicional (Likud) es cada vez más fascista..."
"El asesinato de Arafat -señalan Avnery y Shalom- representa el asesinato de todas las perspectivas de paz. Es un crimen contra el pueblo israelí. Nos condenará a la guerra durante décadas, tal vez generaciones futuras, tal vez para siempre. El derrumbe moral, social y económico que sufrimos ahora por doquier en Israel llevará al país a caer aún más bajo y a que muchos emigren."
Si Yasser Arafat fuese asesinado por las tropas de Sharon, algo más amerita subrayarse del texto: "La dirección del pueblo palestino no pasará a manos de los 'moderados', que serán considerados como colaboradores y cómplices del asesinato, sino a manos de los extremistas, fanáticos, sedientos de venganza". Léase: el asesinato de Arafat marcará el principio del fin de Israel.
Agregan: "Sus errores (los de Arafat) serán olvidados. Generaciones futuras de palestinos lo considerarán un modelo a seguir. Cientos de millones de árabes y musulmanes, de Marruecos a Indonesia, compararán a sus propios dirigentes con el difunto Arafat, y la comparación será fatal..."
¿Cuánto tiempo puede un país soportar una situación de guerra sostenida y de represión masiva dentro de un pequeño territorio? Hasta hoy Tel Aviv lo ha logrado gracias al apoyo incondicional de Estados Unidos. Cosa que podría dar un giro importante si los intereses de Washington, con la mira puesta en los yacimientos petroleros del Cáucaso, deciden el abandono progresivo de un gobierno militarista- teocrático y convencido de que su misión consiste en ser "...padre de una multitud de naciones", tal como en el Génesis le dice el Señor a Abraham.
Mesianismo que, como sabemos, es privativo de Estados Unidos. Sin embargo, no hay necesidad de calificar al gobierno de Israel con adjetivos o analogías que luego se prestan a confusión. Su "razón de Estado" habla por sí sola: "presión física moderada" (sic) sobre los detenidos durante los interrogatorios; jueces como Aaron Barak, que declaran que "en ciertos casos" violar los derechos humanos es obligatorio; murallas electrificadas entre Israel y el norte de Cisjordania; expulsión a la franja de Gaza de los parientes de presuntos terroristas con algún grado de implicación en los atentados; demolición de las viviendas con excavadoras militares de la empresa estadunidense Caterpillar, que han arrasado inmuebles en Rafá, Tulkarem y Hebrón.
Así como los cristianos auténticos sienten indignación ante la opción por los ricos del Vaticano, y los islámicos se sienten inquietos por la proliferación de organizaciones que los asocian con la barbarie y el terror, todos los judíos deberían sentir vergüenza por la voluntad genocida del gobierno de Israel. De la Alemania nazi a la Sudáfrica del apartheid, de Guatemala a Palestina, buena parte de ellos han repudiado la especulación económica hollywodesca que el capital sionista ha hecho con el sufrimiento de todos los holocaustos.
Los judíos conscientes temen que la fuerza que Israel aplica en el feroz y metódico holocausto palestino acabe revirtiéndose sobre sí misma. En el aspecto moral, inclusive. En septiembre de 1982, por ejemplo, cuando el Ejército del Sur de Líbano apoyado por Ariel Sharon ejecutó las matanzas de civiles en los campos de refugiados de Sabra y Chatila, los soldados judíos que regresaban del frente hablaban del olor de los cadáveres de niños y mujeres en las calles y en las casas. Los sobrevivientes del genocidio en Alemania les preguntaban con acuciosidad: "Es un olor diferente, ¿no?"
Ariel Sharon está dispuesto a llevar, hasta las últimas consecuencias, aquellas palabras terribles que Golda Meir (1898-1978), ex primera ministra de Israel, ofreció al periódico Sunday Times el 15 de junio de 1969: "No existe el pueblo palestino... ellos no existen".
Por eso, ante la fotografía en la que Arafat aparece (y parece) totalmente abatido en sus oficinas, convendría también recordar algo que dijo Marx: "El destino de los pueblos obedece a leyes que nosotros no percibimos con claridad". Un destino en el que David siempre termina venciendo a Goliat.