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Medio Oriente

11 de septiembre del 2002

Irak: Reincidencia

Angel Guerra Cabrera
La Jornada
En un artículo anterior comparé la pasividad actual de muchos gobiernos ante la amenaza de agresión estadunidense a Irak con actitudes semejantes frente a los belicistas de entonces en los años anteriores al inicio de la Segunda Guerra Mundial. La historia muestra cómo la permisividad ante el expansionismo japonés, alemán e italiano por parte de las otras potencias de la época facilitaron el estallido de la gran conflagración. Fue una cadena de concesiones la que alimentó la arrogancia de los agresores: desde la neutralidad de Inglaterra, Francia y Estados Unidos mientras Hitler y Mussolini despedazaban a la España republicana, pasando por su inacción ante la invasión de Manchuria por Japón y de Abisinia por Italia. Igual conducta luego ante la ruptura por Alemania de los acuerdos de Versalles y su anexión de Austria, hasta el acuerdo soviético-alemán y la firma del pacto de Munich, en el que tocó a Londres una gran responsabilidad. De nuevo Albión, o al menos el primer ministro, Tony Blair, ahora en la función de cheer leader y de "aliado especial" de la campaña bélica ilimitada iniciada en Afganistán, como lo confirman sus declaraciones recientes. Blair, como ya había hecho vísperas de la arremetida contra Kabul, fue en auxilio de George W. Bush, cuyo plan de atacar a Irak se ha visto sometido a críticas de importantes sectores de la elite del poder estadunidense, de varios de sus aliados europeos y de una mayoría de gobiernos árabes y musulmanes.
Con el anuncio de que hará circular un dossier que demuestra "sin ninguna duda" la intención de Saddam Hussein de "desarrollar las capacidades químicas, biológicas y nucleares de Irak", el líder británico rompió el silencio en que se refugió tras ver sometido en casa su entusiasmo bélico a una andanada de objeciones. Recitando el guión de Condoleezza Rice expresó que "no hacer nada (contra Irak) sería irresponsable" y haciendo eco al matonismo de Bush añadió que "el régimen empieza a funcionar de una forma totalmente diferente o tiene que cambiar"; en otras palabras:
o Bagdag se somete a cuantas condiciones se le ocurran a Washington o debe resignarse a sufrir las consecuencias. Prestigiosos diarios británicos hicieron mofa en su oportunidad de las pruebas de Blair sobre la supuesta vinculación del evanescente Bin Laden y del régimen talibán con los atentados del 11 de septiembre, excusa para llevar a cabo la matanza indiscriminada de afganos apoyándose en una colección de recortes de periódicos editada por el Foreign Office, que hizo decir hasta al jefe de la diplomacia estadunidense Colin Powell que con ellos no se podía "hacer un caso". No es gratuito que tantos ingleses consultados por encuestadores califiquen al inquilino del número 10 de Downing Street de "perro faldero" de George W. Bush.
Las declaraciones de Blair vienen a quebrar la esperanza de que los gobiernos europeos puedan llegar a una actitud común basada al menos en la oposición a toda acción contra Irak no aprobada previamente por el Consejo de Seguridad de la ONU, que parecía perfilarse en días anteriores cuando a la resuelta postura contra el plan estadunidense de guerra mantenida en solitario por el jefe del gobierno alemán, Gerhard Shroeder, se sumó la asumida por el presidente francés Jaques Chirac ante una plenaria de embajadores galos. Lo que está en juego no es poco y ello explica las reticencias, aunque generalmente discretas, de numerosos gobiernos frente al desenfrenado belicismo del grupo que se adueñó del poder en Washington después del fraude electoral en Florida. No es que Saddam Hussein goce de mayores simpatías entre ellos, sino que se dan cuenta de las consecuencias de la ilegítima y loca aventura en marcha. En el caso de los árabes y musulmanes, verse en la disyuntiva, si se suman a ella, de enfrentar la rebeldía de su opinión pública frente a la agresión a un pueblo hermano de quien se ostenta como el principal sostén de Ariel Sharon en el exterminio de los palestinos; si se le oponen, de perder el apoyo político y militar de Washington, del que depende la mayoría. En general -aunque no preocupe a Blair, y al parecer tampoco a Aznar, a Berlusconi ni a Putin- muchos comprenden que tras la agresión a Irak las soberanías nacionales quedarían a expensas únicamente de lo que decida Washington. Mientras, en América Latina sólo la voz disonante de La Habana recuerda la del México de Lázaro Cárdenas ante los primeros amagos del fascismo.
guca@laneta.apc.org