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Medio Oriente

16 de septiembre del 2002

Sudáfrica: Las formas populares de resistencia


Verónica Gago / Diego Sztulwark

Se llama operación Khanyisa. Y significa "prender" o "conectar". Es una práctica masiva que se realiza cotidianamente en Sudáfrica y que consiste en reconectarse a los servicios básicos que son suspendidos por falta de pago.

Atraído por ésta y algunas otras semejanzas, vino a Argentina el politólogo italiano Franco Barchiesi, profesor en la Universidad de Witwatersrand, Johannesburgo, donde investiga el movimiento de resistencia sudafricano a las privatizaciones y su relación con las promesas incumplidas del gobierno de Nelson Mandela, el primer caso de "liberación nacional" que tuvo lugar en tiempos de globalización. Barchiesi tiene 34 años, es editor del periódico de izquierda Debate, militó activamente en los centros sociales italianos y actualmente participa en varias iniciativas antineoliberales de Sudáfrica.
"Las elecciones de abril de 1994, con la victoria del Congreso Nacional Africano (cna) y el ascenso de Nelson Mandela como presidente, marcaron el inicio de la transición desde el apartheid a un régimen de democracia representativa formal. Este hecho fue de gran significado para los debates sobre el destino del Estado-nación en épocas de globalización porque, de hecho, la diferencia con las experiencias de liberación pasadas es que ellas establecían una conexión entre los programas anticoloniales y la aspiración a vías de desarrollo no capitalistas. La victoria del cna con el 62 por ciento de los votos -que llegó al 67 por ciento en las elecciones de 1999- reflejó una voluntad popular masiva a favor de un programa que logre combinar un discurso nacional con la promesa de un rol "desarrollista" del Estado para nivelar las grandes desigualdades sociales", señala Barchiesi.
-¿Cuál fue el desenlace de esa aspiración?
-Hoy, ocho años después, el mito político del Estado pos apartheid está en una profunda crisis y muchos de sus presupuestos y compromisos parecen haber sido abandonados o reconfigurados de una manera muy distinta, muchas veces contradictoria. Actualmente, un tercio de la población rural y un cuarto de la urbana no tiene acceso a servicios básicos como educación, agua y electricidad. Como consecuencia, hay un estado de "rebelión endémica" y son frecuentes las revueltas violentas en las comunas rurales y urbanas contra el gobierno del cna. En estos lugares, el gobierno "alquila" a la policía y a la seguridad privada para cortar las conexiones de los servicios a quienes ya no pueden pagarlos. El Estado vuelve a ser sentido por los excluidos como una fuerza de ocupación.
-A partir de esta "desilusión", ¿cómo se piensa al Estado-nación?
-La crisis del Estado no puede leerse como una simple "declinación" del Estado-nación sudafricano para enfrentar las fuerzas globales o simplemente como la reducción de la capacidad estatal de intervención. La crisis del Estado-nación sudafricano afecta la habilidad del Estado para conectar la soberanía a una visión inclusiva y expansiva de la ciudadanía; y además marca la relación entre el proceso global y las subjetividades contestatarias locales, lo cual está redefiniendo la soberanía estatal hacia la reproducción, la gestión y represión de la exclusión social.
-¿Qué significa hoy, entonces, soberanía?
-Varios autores se han ocupado de marcar el elemento de continuidad entre el Estado colonial y el Estado poscolonial: se trata del intento de construir un mercado de trabajo que permita extender la relación salarial a la totalidad de la población en un contexto en que este proyecto encuentra una fuerte resistencia y oposición fundamentalmente en las diferentes formas de deserción del trabajo. El Estado poscolonial trató de definir un nivel de inclusión pero sólo lo logró para una pequeña minoría de los trabajadores, para las burocracias públicas, el ejército y distintos canales clientelistas. Entonces, creo que es central ver la reconfiguración de la conexión entre trabajo y ciudadanía en una situación en que determinadas dinámicas de subjetividad han sido durante mucho tiempo no capitalistas o precapitalistas e impiden la extensión del trabajo asalariado como figura de la inclusión social. En un segundo nivel hay que ver las maneras en que estas dinámicas impactan sobre la ciudadanía estatal y, en particular, mi hipótesis es que como consecuencia de estas contradicciones internas al trabajo asalariado y los movimientos sociales, la relación entre soberanía y ciudadanía que ha sido fundante en el capitalismo del siglo xx está cambiando: ya no está basada sobre la extensión de la inclusión social, sino sobre la gestión de la exclusión social.
-¿Cuáles son los fenómenos de resistencia en este contexto?
-Mientras crece el abstencionismo electoral y decae la participación política entendida en términos clásicos, emergen nuevos fenómenos: la ocupación de casas y de tierras, las reconexiones ilegales al agua y la electricidad por parte de aquellos que fueron excluidos de esos servicios por no pagarlos y toda una cantidad de redes informales como, por ejemplo, la de los médicos que se ocupan de los enfermos de sida -la principal epidemia sudafricana- más allá de los mínimos recursos que el Estado les otorga. Estos movimientos están formando una nueva textura y una nueva narrativa de la resistencia. En síntesis: se puede decir que a la vez que evidencian un fuerte rechazo a la totalidad del sistema político sudafricano, incluyendo las formas vanguardistas de izquierda, soportan niveles crecientes de represión estatal, avalada por el gobierno y por los sindicatos que los califican de "reaccionarios", "oportunistas" y "contrarrevolucionarios".
-¿Cuál es la relación con los movimientos de resistencia argentinos?
-Me parece que los movimientos sociales que se han desarrollado en Sudáfrica y Argentina en los años recientes cuestionan la definición convencional de movimiento antineoliberal: es decir, no se basan en la mera resistencia a la implementación de políticas económicas conservadoras. Este concepto se volvió demasiado limitado en relación con lo que es, según mi punto de vista, el aspecto más innovador de estos movimientos: la elaboración que hacen de la crisis del trabajo asalariado como un mecanismo de integración social y, sobre todo, su rechazo a la relación salarial como el fundamento ontológico de la confrontación.
Lejos de constituir una mera reacción al "desempleo", estos movimientos están profundamente comprometidos en prácticas de producción, intercambio y sociabilidad que demandan una decodificación radical de la vida. El predominio de formas no monetarias de producción en ambos casos es un signo de la potencialidad de estos procesos. Estas dinámicas se expresan en los dos países de manera muy diferente. Pareciera que en el caso argentino existe una prioridad en la definición de una capacidad de conflicto para reclamar recursos al Estado para utilizarlos luego en formas autogestivas. Este reclamo, a su vez, se expresa en formas muy diversas: desde opciones de naturaleza "asistencialista" hasta dinámicas basadas en una experimentación alternativa de la constitución de lo social. En cambio, en el caso sudafricano, la demanda de un cambio radical de vida es expresado por medio de referencias a los fundamentos socialistas y de liberación nacional del actual régimen político, aunque esto sigue jugando más como una interpelación simbólica que como un descreimiento del sistema político, tal como sucede en Argentina.
Sin embargo, en ambos casos, la primera coincidencia de estos procesos es el fin de la imagen del trabajador asalariado como el actor crucial de la liberación y la apertura a verdaderas políticas de la multitud. Esto expresa formas que directamente tocan la sensibilidad política de la comunidad. En segundo lugar, ambos movimientos cuestionan radicalmente las formas de la representación política a través de las cuales el Estado ha integrado históricamente a las fuerzas antisistema. Sin embargo, nuevamente, esta contestación asume formas diferentes. En Argentina, el desarrollo de formas de contrapoder -nutridas por las prácticas insurreccionales recientes- y el rechazo del sistema político están más firmemente instalados en la "agenda" que en Sudáfrica. En Sudáfrica, la crítica a la representación política está aumentando, tomando la forma de un conflicto dentro de los movimientos sociales mismos entre, por un lado, un liderazgo largamente ligado a la idea del "partido de los trabajadores" y, por el otro, las bases que rechazan tal opción por considerarla una restricción para el movimiento que debe su desarrollo a la diversidad de experiencias de lucha y a la prioridad dada a las formas de vida por sobre las formas de organización.
-Entonces, ¿cómo aparece hoy la relación entre los movimientos sociales y la tradición de liberación nacional?
-Los movimientos de liberación tenían una relación muy compleja con el ideal de nación. Los movimientos sociales han mantenido un terreno común con las elites de los movimientos de liberación: la reivindicación del derecho y el acceso igualitario a ingresos y recursos. Pero, en otro sentido, hay una resistencia, un rechazo a las implicaciones productivistas que esta imagen de derechos de la nación supone. Es una contradicción: este intento de valorizar el terreno de los derechos y rechazar su implicación productivista que, insisto, en el Estado poscolonial ha sido traducida en el intento de crear un mercado capitalista de trabajo que fue en parte incompleto y resistido.
En el imaginario de algunas de estas luchas el elemento central es una ambigüedad respecto del rol del Estado: el Estado es visto como capturado por fuerzas neoliberales y en pleno proceso de privatizaciones y, a la vez, como el único actor social que es capaz de oponerse a esta dinámica. Pero también hay intentos de ir más allá de esta oposición sobre el rol del Estado y valorizar las dinámicas de exclusión del trabajo asalariado como una dinámica productiva de nuevos sentidos y de nuevos imaginarios sociales que se traducen principalmente en definir el Estado como una contraparte pero no como un actor de delegación de las luchas.