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Medio Oriente

11 de septiembre de 2002

Al atacar a Irak, EE.UU. incitará a una nueva ola de ataques terroristas

Sequen el pantano y se acabarán los mosquitos

Noam Chomsky
The Guardian 9 de septiembre de 2002
Traducido para
Rebelión por Germán Leyens

El 11 septiembre conmocionó a numerosos estadounidenses llevándolos a comprender que harían mejor en prestar más atención a lo que el gobierno de EE.UU. hace en el mundo y a cómo se perciben sus acciones. Se han abierto numerosos temas a la discusión que no estaban anteriormente en la agenda. Tanto mejor.
También es de la más elemental cordura, si esperamos que se reduzca la probabilidad de futuras atrocidades. Puede ser reconfortante pretender que nuestros enemigos "odian nuestras libertades," como dice el Presidente Bush, pero es poco prudente ignorar el mundo real, que nos trae lecciones diferentes.
El presidente no es el primero que pregunta: "¿Por qué nos odian?" En una discusión de su equipo hace 44 años, el Presidente Einsehower describió "la campaña de odio en contra nuestra [en el mundo árabe], no de los gobiernos sino de los pueblos". Su Consejo Nacional de Seguridad señaló los motivos básicos: EE.UU. apoya a gobiernos corruptos y opresivos y "se opone al progreso político o económico" por su interés en el control de los recursos petrolíferos de la región.
Estudios posteriores al 11 de septiembre en el mundo árabe revelan que las mismas razones valen en la actualidad, combinadas con el resentimiento por políticas específicas. Sorprendentemente, es el caso incluso en sectores privilegiados, orientados hacia Occidente, en la región.
Para citar sólo un ejemplo reciente: En la edición del 1 de agosto de la Far Eastern Economic Review, el especialista regional internacionalmente reconocido Ahmed Rashid escribe que en Pakistán "existe creciente enojo ante el apoyo que EE.UU. da al régimen militar [de Musharraf] para que postergue la promesa de democracia".
Actualmente no nos hacemos ningún favor si queremos creer que "nos odian" y "odian nuestras libertades". Al contrario, se trata de actitudes de gente a la que le gustan los estadounidenses y que admiran muchas cosas en EE.UU., incluyendo sus libertades. Lo que odian son las políticas oficiales que les niegan las libertades a las que ellos también aspiran.
Por tales razones, cuando Osama bin Laden se puso a despotricar después del 11 de septiembre –por ejemplo sobre el apoyo de EE.UU. a regímenes corruptos y brutales, o sobre la "invasión" de EE.UU. en Arabia Saudí –obtiene una cierta resonancia, incluso entre los que lo desprecian y temen. Del resentimiento, la cólera y la frustración, las bandas terroristas esperan conseguir apoyo y reclutas.
Debiéramos también concienciarnos de que gran parte del mundo considera que Washington es un régimen terrorista. En los últimos años, EE.UU. ha emprendido o respaldado acciones en Colombia, Nicaragua, Panamá, Sudán y Turquía, para sólo nombrar unas pocas, que caen bajo las definiciones oficiales de "terrorismo" de EE.UU. – es decir, cuando los estadounidenses aplican ese término a sus enemigos.
En la más sobria publicación del establishment, Foreign Affairs, Samuel Huntington escribió en 1999: "Mientras EE.UU. denuncia regularmente a varios países como 'estados canallas,' desde el punto de vista de numerosos países se está convirtiendo en la superpotencia canalla... la mayor amenaza exterior a sus sociedades."
Semejantes percepciones no son modificadas porque, el 11 de septiembre un país occidental sufrió, por primera vez, en su propio suelo un horrendo ataque terrorista, del tipo que es demasiado familiar a las víctimas del poder de Occidente. El ataque va mucho más allá de lo que se llama a veces el "terror al por menor" del IRA, el FLN o las Brigadas Rojas.
El terrorismo del 11 de septiembre provocó una dura condena en todo el mundo y una ola de simpatía para las inocentes víctimas. Pero con reservas.
Una encuesta Gallup internacional a fines de septiembre descubrió poco apoyo para un "ataque militar" de EE.UU. en Afganistán. En América Latina, la región con más experiencias en intervenciones de EE.UU., el apoyo varió entre un 2% en México y un 16% por Panamá.
La actual "campaña de odio" en el mundo árabe es, desde luego, alimentada también por las políticas de EE.UU., hacia Israel-Palestina e Irak. EE.UU. ha dado un apoyo crucial a la dura ocupación militar por Israel, que ahora está en su 35º año.
Una manera como EE.UU. podría disminuir las tensiones entre israelíes y palestinos sería dejando de negarse a unirse al consenso, que existe desde hace tiempo en el ámbito internacional, que llama a reconocer el derecho de todos los estados en la región a vivir en paz y seguridad, incluyendo un estado palestino en los territorios actualmente ocupados (tal vez con ajustes fronterizos menores y mutuos.)
En Irak, una década de duras sanciones debidas a la presión de EE.UU. ha fortalecido a Sadam Hussein mientras conducía a la muerte de cientos de miles de iraquíes –tal vez más gente "de la que ha sido asesinada por las llamadas armas de destrucción masiva a través de la historia", escribieron los analistas militares John y Karl Mueller en Foreign Affairs en 1999.
Las actuales justificaciones de Washington para atacar Irak tienen mucho menos credibilidad que cuando el Presidente Bush padre daba la bienvenida a Sadam como aliado y socio comercial después de que éste cometió sus peores brutalidades - como en Halabja, donde Irak atacó a los kurdos con gas tóxico en 1988. En esa época, el asesino Sadam era más peligroso de lo que es hoy en día.
En cuanto a un ataque de EE.UU. contra Irak, nadie, ni siquiera Donald Rumsfeld, puede estimar de manera realista los posibles costos y consecuencias. Los extremistas islamistas radicales esperan con toda seguridad que un ataque contra Irak costará la vida de mucha gente y destruirá gran parte del país, suministrando reclutas para acciones terroristas.
Presumiblemente también les es bienvenida la "doctrina Bush" que proclama el derecho al ataque contra potenciales amenazas, que son virtualmente ilimitadas. El presidente ha anunciado: "Es imposible decir cuántas guerras van a ser necesarias para asegurar la libertad en la patria." Es cierto.
Las amenazas están por todas partes, incluso dentro del país. La receta para una guerra sin fin presenta un peligro mucho mayor para los estadounidenses que el que causan los que son considerados como enemigos, por razones que las organizaciones terroristas comprenden muy bien.
Hace veinte años, el antiguo jefe de la inteligencia militar israelí, Yehoshaphat Harkabi, que también es un destacado arabista, dijo algo que mantiene su validez. "Ofrecer una solución honorable a los palestinos, respetando su derecho a la autodeterminación: ésa es la solución al problema del terrorismo. Cuando desaparezca el pantano, no habrá más mosquitos."
En esa época, Israel gozaba de una virtual inmunidad contra represalias dentro de los territorios ocupados, la que duró hasta hace muy poco. Pero la advertencia de Harkabi era acertada, y la lección es más generalmente aplicable.
Bastante antes del 11 de septiembre se consideraba que con la tecnología moderna, los ricos y poderosos perderán su cuasi monopolio de los medios de violencia y pueden contar con que sufrirán atrocidades en su propio suelo.
Si insistimos en crear más pantanos, habrá más mosquitos, con una horrenda capacidad de destrucción.
Si dedicamos nuestros recursos a secar los pantanos, a encarar las raíces de las "campañas de odio", podemos no sólo reducir las amenazas que enfrentamos sino vivir según los ideales que profesamos y que no están fuera de alcance si nos decidimos a tomarlos en serio.