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Medio Oriente

12 de agosto del 2002

Sharon ignora la vida de civiles palestinos o israelías en su estrategia de colonización

Michel Warchawski
Rouge. Jerusalén

El que no quede ya gran cosa que destruir, que las instituciones civiles y militares de la Autoridad palestinas hayan sido reducidas a la nada, que la población palestina entera esté encerrada en más de una cincuentena de zonas completamente aisladas unas de otras, y que en ciertos lugares el hambre comience a añadirse a la ausencia de cuidados médicos y a reales peligros de epidemias, nada de esto es satisfactorio para Ariel Sharon, para quien hay que continuar matando y destruyendo hasta que los Palestinos capitulen y acepten renunciar a su voluntad de independencia en los territorios ocupados en junio de 1967.
Un momento muy apropiado
La última masacre ha tenido lugar la semana pasada en Gaza cuando un avión de caza lanzó, en plena ciudad, una bomba de 1000 kilos con el objetivo de asesinar al dirigente islamista Salah Chéhadé: trece civiles murieron, entre ellos numerosos niños. Error de apreciación, fallo en las informaciones militares, momento elegido inapropiado, afirman los ministros laboristas que muestran así cual es su papel en este gobierno enteramente dominado por la extrema derecha.
Pero el momento elegido, precisamente, no era en absoluto inapropiado: por intermedio de Gran Bretaña y de Arabia Saudí, estaba a punto de firmarse un acuerdo de alto el fuego por el conjunto de los grupos armados palestinos, incluido Hamas. El periodista israelí Alex Xhifman ha dado a conocer sus grandes líneas y el jefe de la diplomacia europea en el Próximo Oriente ha confirmado su existencia. Para Sharon y su entorno, había, a cualquier precio, que impedir la eventualidad de un alto el fuego palestino que habría hecho difícil la prosecución de las operaciones de represión en los territorios ocupados. Como lo había hecho ya con el asesinato de Raed Carmi hace seis meses, Sharon tomó la decisión de asesinar un dirigente central de la resistencia para provocar nuevos atentados y poder así justificar a los ojos de George W. Bush y de su propia opinión pública nuevas medidas militaro- represivas en los territorios ocupados.
Esto muestra hasta qué punto la vida de los civiles, sean palestinos o israelíes, importa poco para el carnicero de Kibya, Sabra y Chatila, frente a su despiadada estrategia de colonización en un Gran Israel definitivamente unificado. Muestra también cuan hipócrita es la política europea que denuncia "la violencia de las dos partes" e iguala a Sharon y Arafat: cada vez que las organizaciones palestinas deciden renunciar al uso, claramente legítimo, de la resistencia armada contra una ocupación bárbara, la violencia del ocupante, que nunca se detiene, les provoca a retomar las armas.
Deslegitimación En cuanto a Yasser Arafat, está totalmente marginado en un combate en el que el arma de la desesperación que son las operaciones suicidas contra civiles parece ser la única respuesta disponible contra el terrorismo de estado de una de las mayores potencias militares del mundo. Hay en el personaje, que los palestinos continúan percibiendo como su dirigente nacional, a la vez tragedia y patetismo: tras haber, hace cuatro decenios, puesto en pie al pueblo palestino y unificado su lucha de liberación nacional en un movimiento unificado e internacionalmente reconocido, Yasser Arafat tomó, casi solo, la opción de la reconciliación, lo que le valió por otra parte el premio Nóbel de la Paz. El proceso de paz, él mismo extremadamente problemático y sembrado de emboscadas, está liquidado por la derecha israelí vuelta al poder tras el asesinato de Rabin, pero el dirigente palestino se obstina en buscar la reconciliación. A pesar de las repetidas declaraciones de los dirigentes israelitas sobre la caducidad del proceso de paz, a pesar de la destrucción de la autoridad palestina, a pesar de una política de represión y de terror que ha provocado la muerte de cerca de 2000 civiles palestinos, Yasser Arafat continúa viendo en la paz con Israel un objetivo estratégico y en el proceso de Oslo un mecanismo que hay que resucitar.
No es el premio Nóbel de la paz lo que se merece, sino el de Justo de las naciones, la consagración que da el estado de Israel a los hombres y mujeres que, con riesgo de su vida, salvaron a los judíos durante el terror nazi.
A guisa de recompensa, Yasser Arafat ha sido incluido en la lista de los "wanted" de Bush, al lado de Bin Laden y de Sadam Hussein. Architerrorista que solo ha salvado la vida porque los dirigentes árabes, asustados por las eventuales consecuencias de un asesinato del dirigente palestino, se comprometieron a neutralizarle. Sharon está dispuesto a darles una oportunidad...
La deslegitimación del dirigente palestino hace estragos, incluso en el movimiento de solidaridad con Palestina, en el seno del cual las críticas legítimas de una gestión autoritaria, corrupta e ineficaz, hacen a veces olvidar que esta deslegitimación intenta de hecho absolver los crímenes de guerra de Sharon o, por lo menos, moderar su responsabilidad. Decir hoy que "Sharon y Arafat son responsables", o "son necesarias reformas estructurales en la gestión palestina para poder retomar el proceso de paz" es caer en la trampa de la equidistancia y reforzar la opacidad conscientemente mantenida sobre las causas de la crisis en Palestina.
No se engañan los palestinos, que unánimemente hacen frente común con su dirigente, y no dejan de repetir a quien quiera oírles:"Ciertamente, queremos poner fin a la corrupción y al autoritarismo, ciertamente, queremos una reforma de las instituciones, si, queremos elecciones y una nueva dirección, pero lo haremos democráticamente y sin la intervención de maestros en democracia como Bush y Sharon".
Falsas simetrías
Ciertos intelectuales franceses nos dicen que hay que moderar las críticas contra el criminal de guerra Sharon porque ha sido elegido democráticamente por el pueblo israelí. Por lo que respecta a Yasser Arafat, éste ha sido plebiscitado por su pueblo, en elecciones cuyo carácter democrático ha sido saludado por el conjunto de la comunidad internacional. La diferencia es que Yasser Arafat fue elegido por su pueblo sobre la base de un programa de paz, mientras que Sharon no había nunca ocultado sus objetivos guerreros y colonizadores. Y esto también hay que tomarlo en consideración cuando se intentan crear falsas simetrías entre ocupantes y ocupados para hacer compartir a estos últimos una parte de la responsabilidad de la inaudita violencia que sufren desde hace veinte años.