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Medio Oriente

17 de julio del 2002

El ejército israelí encierra bajo llave el mar en Rafah

Amira Hass
Ha'aretz
Traducido para Rebelión por L.B.

Los puestos y vehículos del ejército israelí bloquean el tránsito de los palestinos a lo largo de la costa de Gaza desde Rafah hasta Dir al-Balah. Aquellos que disponen de un permiso especial viajan ocasionalmente para ver a sus familiares de la ciudad de Gaza y para ir a nadar al mar. Pero con el paro aumentando exponencialmente y con Rafah virtualmente cerrada, poca gente puede permitirse pagar los 14 shekels [490 pts., N.d.T.] que cuesta el billete de autobús.
Es difícil calcular el número de parados de Rafah. De hecho, es más fácil contar el número de los que tienen empleo.
Una amarillenta cortina de arena y calor separa a Rafah del resto del mundo. El puñado de visitantes que llegan a esta desventurada y olvidada ciudad sureña tienen que atravesar esa cortina. Partículas de arena se arremolinan formando una niebla irritante y la luz del sol abrasa. La gente deambula de un lado para otro por callejones de arena entre las mezquitas y las casas, o bien se sienta para descansar del sofocante calor. La neblina de arena y el calor abrasador hacen imposible distinguir quién se mueve y quién está sentado, vivo o en estado catatónico.
Sólo los niños se agitan, como hacen en todas partes. Algunos juegan al fútbol en un campo cercano al mercado abierto, indiferentes al calor. Algunos practican el inglés entablando una conversación con algún visitante angloparlante, y unos pocos corren hacia la tienda del barrio para comprar bebidas. Algunos le piden al visitante un shekel y un adulto local les increpa diciéndoles que tendrían que avergonzarse de pedir dinero, mientras que otro adulto mueve la cabeza y murmura algo acerca de su miserable condición.
Pero cuando los muchachos tratan de hacer volar una cometa en un viento que no sopla del mar, ya no se comportan como niños. Las cometas se hacen volar en espacios abiertos, no entre bloques de hormigón que impiden el paso de la brisa. En Rafah no existen los espacios abiertos. El mar ha sido amurallado.
Toda la línea costera entre Rafah y Dir al-Balah ha sido clausurada para los palestinos. Los puestos del ejército israelí, erizados de rifles que apuntan desde las garitas y miradores, y los jeeps o vehículos militares más grandes que ocasionalmente recorren la carretera de arriba abajo, garantizan que nadie irá más allá de las fronteras claramente delimitadas. El mar, un lugar natural para escapar del calor asfixiante y un espacio idílico para el esparcimiento de los niños durante las vacaciones de verano, se ha transformado en un lugar inaccesible visitado solamente en sueños.
No se puede llegar hasta el mar aunque sólo esté a 10 minutos a pie o a 2 minutos en coche. Los que tienen autorización para desplazarse evocan en su fuero interno el aspecto que tiene mientras permanecen en las colas cuando viajan a la ciudad de Gaza. Pero estos son solamente una minoría de afortunados vecinos de Rafah; poca gente dispone de los 14 shekels necesarios para el viaje de ida y vuelta.
En los últimos meses, cuando el ejército israelí ha intensificado su política de "cerco" y aislamiento de la franja de Gaza y ha bloqueado el movimiento entre las zonas del norte y del sur durante horas o días, el mar que baña la costa de Gaza se ha transformado en un puro recuerdo.
Rafah y Kahn Yunis figuran habitualmente en los estudios palestinos como las dos ciudades palestinas más depauperadas. La indigencia y la miseria han aumentado en los últimos meses. Los índices del paro de Rafah, que durante mucho tiempo han sido los más altos de los territorios ocupados, se han disparado. No hay industria. ¿El paro es del 60% o del 70%? ¿Hay que incluir a los agricultores en esas cifras de paro? En los invernaderos locales se cultivan pepinos y flores, pero no se recogen, y el mercado local está saturado de productos agrícolas que no se comercializan ni en Cisjordania ni en Israel. Los agricultores de Rafah echan cuentas y concluyen que es malgastar la gasolina cargar productos en un camión que será retenido durante tres días en una barrera israelí en Gush Katif.
¿Hay que incluir a los conductores de taxis y camiones en la lista de parados? Se suelen computar como conductores, pero nunca se desplazan por la carretera debido a los controles, o bien se limitan a realizar un solo viaje de ida y vuelta a la ciudad de Gaza, en lugar de los siete u ocho viajes que acostumbraban hacer en tiempos normales.
¿Y es representativa la historia de Manal, una arquitecto que durante meses fue incapaz de desplazarse desde Rafah hasta las oficinas de su empresa en la ciudad de Gaza, pero que se las arregló para enviar sus bocetos a sus compañeros a través del correo electrónico? Numerosas instalaciones laborales que fueron prometidas a los residentes locales pero que, o bien nunca fueron construidas o bien fueron construidas y después cerradas, no pueden ser reemplazadas por Internet.
¿Y qué pasa con los jóvenes adultos, con los muchachos de 18 años que acaban de terminar sus estudios secundarios y para quienes la palabra "trabajo" (en el sentido de contribución a los ingresos de la familia), por no hablar de la palabra "educación superior", son sólo términos del diccionario? Esta juventud no está registrada aún en las listas del paro.
LA BASURA SE ACUMULA
La poca gente que gana un salario en esta ciudad de 100.000 personas se reduce a algunos centenares de trabajadores de la esfera pública palestina. Pero no reciben su salarios a tiempo. En Rafah, los residentes se refieren cínicamente a esas demoras en el pago de los salarios diciendo que la mayor reforma instituida hasta el momento por la Autoridad Palestina ha sido la de inventar los meses de 60 días. Los retrasos en el pago de salarios a funcionarios públicos y policías provocan una reacción en cadena de pagos demorados -las deudas a la tienda del barrio o al ayuntamiento no se pagan a tiempo.
Estos retrasos en el pago de los salarios y la consiguiente incapacidad de los residentes para pagar las facturas del agua y la electricidad han dejado su impronta en las calles de Rafah. La basura se apila en el exterior y alcanza niveles que no se habían visto en la ciudad desde principios de los años 90, cuando Israel controlaba directamente la ciudad. No hay fondos para contratar un número adecuado de trabajadores públicos de sanidad. Más aún, simplemente no existe la voluntad de mostrar respeto por el espacio público, que se ha convertido en un escenario de desesperación, falta de esperanza y muerte.
El Centro Palestino de Derechos Humanos ha recopilado cifras que muestran que entre el 29 de septiembre del 2000 y el 24 de junio del 2002 450 palestinos fueron muertos en la franja de Gaza. Cerca de un cuarto de esas personas --112 personas-- murieron en Rafah; esta cifra referida a Rafah incluye a treinta niños. Comparando las estadísticas palestinas de mortandad con los índices globales de mortandad de la población se constata que Rafah y Nablus son las dos localidades más empapadas en sangre de los territorios ocupados. En Nablus, durante la ocupación del ejército israelí del pasado mes de abril, docenas de personas fueron muertas en sólo unos pocos días. En Rafah las cifras de muertos revelan un patrón de mortandad más gradual, es decir, un goteo de muertes individuales, lo que sin embargo no es óbice para que el 24 de junio 6 vecinos de Rafah fueran muertos de un solo golpe.
Yasser Raizak, de 29 años, era conocido como un activista de Az a-Din al-Kassam, el ala militar de Hamas. Dos meses antes del 24 de junio resultó herido cuando preparaba un artefacto explosivo. El 24 de junio viajó al hospital A-Najar Rafah en compañía de dos hermanos, Bassam, de 32 años, y Yusef, de 24. También iba en el coche Amir Kufa, otro miembro de la rama militar de Hamás al que el ejército israelí había perseguido unos meses antes en su barrio de Tel a-Sultan. El conductor del taxi era Sami Omar, de 29 años. A las siete de la mañana, un helicóptero del ejército israelí disparó dos misiles contra el taxi; en ese momento el vehículo se hallaba a 500 m. del hospital y circulaba por una carretera flanqueada por unos cuantos edificios de viviendas a un lado y por olivares al otro. Los cinco hombres murieron en el acto.
Otro taxi viajaba detrás del vehículo alcanzado. Durante unos minutos su conmocionado conductor no pudo moverse ni pronunciar palabra. Mirando por el espejo retrovisor pudo ver al joven pasajero --o, más precisamente, al cuerpo decapitado del pasajero-- que había estado transportando. Este pasajero muerto era Midhat Jurani, de 17 años. Otros tres peatones resultaron heridos por los misiles de helicóptero militar israelí. Uno de ellos, A'aishe Halil, tiene once años.
Tres días más tarde, los restos calcinados del primer taxi cuyos pasajeros habían perecido pulverizados permanecían aún a un lado de la carretera. Un cráter en la destartalada carretera marcaba el lugar donde el misil fulminó el automóvil. Los vecinos del lugar todavía hablan de pedazos de carne que encuentran alrededor de los árboles y en las ventanas, de una mano que alguien encontró, y de niños que por la noche tienen miedo de dormir.
Cuando se les pregunta qué piensan acerca de similares escenas de horror que se producen en Netanya o Jerusalén a causa de los ataques terroristas suicidas, los habitantes de Rafah responden que se trata de una cuestión de "ojo por ojo y diente por diente". Alguien responde a la pregunta con otra pregunta: "¿Qué se supone que debe hacer la parte más débil?", inquiere. Otro comenta que en Israel todo el mundo es soldado. Un habitante declara que él se opone a los ataques terroristas suicidas, pero que se pregunta si los israelíes piensan en los niños palestinos muertos.
El ejército israelí informa de forma diaria acerca de granadas arrojadas contra bases militares o minas detonadas al paso de jeeps del ejército israelí. En Rafah, los palestinos informan diariamente acerca de soldados israelíes que disparan a cualquiera que trate de acercarse, incluso a aquellos que viven en la ciudad.
Los constantes altercados han llevado a muchos a abandonar las casas situadas en las áreas fronterizas. Estos residentes han engrosado el contingente de cientos de personas cuyas casas han sido destruidas durante los últimos dos años por los bulldozers del ejército israelí.
Desde la destrucción de 59 casas en enero en Rafah, otras 20 casas han sido destruidas. Aunque docenas de residentes quedaron sin hogar a causa de esta segunda oleada de demoliciones, las veinte casas destruidas no levantaron el mismo escándalo que se escuchó el mes de enero.
El ejército israelí informa regularmente del descubrimiento por parte de sus soldados de túneles y operaciones de contrabando de armas. Los residentes de Rafah no niegan la existencia de los túneles, pero alegan que la mayoría de ellos fueron cegados hace mucho tiempo por los egipcios.
Guardando un sitio en la fila
En el "Bloque 0" de Rafah las casas que permanecen en pie aparecen dañadas y perforadas por impactos de bala. Los niños se pasean por los callejones; los adultos les conminan a que se den prisa y les advierten: "Tened cuidado, los judíos podrían dispararos". Algunas mujeres están sentadas en el exterior de sus casas y lamentan la suerte de sus hijos en paro, algunos de los cuales han jurado morir como mártires. De vez en cuando un flujo de aguas fecales emerge formando un charco en la arena. Los bulldozers del ejército israelí destruyeron las tuberías de saneamiento que se habían instalado unos pocos años antes con la ayuda de donativos europeos. De los charcos que se forman emana un pestilente hedor.
Es una suerte, dice alguien, que se haya quedado tan poca gente por aquí.
Los empleados del ayuntamiento han intentado en varias ocasiones reparar las tuberías de saneamiento a lo largo de la frontera, pero los soldados judíos les han disparado cada vez que lo han intentado. Finalmente, a finales de junio, miembros de un grupo solidario de defensores de derechos humanos procedentes de Italia y Francia, en compañía de compañeros palestinos, consiguió abrirse paso hasta la rejilla del alcantarillado (llevando en alto carteles escritos en inglés) y formaron un escudo humano mientras que los trabajadores municipales reparaban las tuberías dañadas.
En junio, activistas pro derechos humanos se manifestaron también entre la barrera que el ejército judío tiene instalada a la entrada de Dir al-Balah y la barrera situada en el cruce de Gush Katif. Este tramo de carretera es un amasijo de portones de hierro, bloques de cemento, rifles que acechan desde los puestos militares y una larga hilera de coches palestinos. Los conductores palestinos tienen que esperar a ambos lados de la carretera mientras que el coche de un colono judío o una patrulla del ejército israelí pasa libremente entre ellos. A menudo, ni siquiera se requiere ese motivo para retener a cientos de automóviles y camiones palestinos en la única ruta que les queda a los palestinos que necesitan viajar entre las zonas norte y sur de la ciudad de Gaza.
Los trabajadores extranjeros pro derechos humanos marcharon por la carretera portando pancartas escritas en inglés. Cuando los palestinos trataron de esquivar las barreras dando un rodeo a pie los soldados israelíes dispararon tiros de advertencia al aire. Los activistas humanitarios se acercaron a los soldados y les preguntaron por qué estaban reteniendo el tráfico palestino. Un soldado respondió: si se echan para atrás podremos reabrir la barrera. Los activistas retrocedieron y al cabo las puertas del checkpoint se abrieron.
En la ciudad de Gaza y en Rafah los residentes inquieren a diario por el estado de las barreras militares en ese tramo que va de Dir al-Balah hasta Gush Katif.
Docenas de niños corren por entre los automóviles detenidos. Las nuevas órdenes estipulan que al menos tres personas deben viajar en cada coche. Los niños se ofrecen a los conductores que no satisfacen ese requisito para acompañarles a cambio de una propina. Kioskos improvisados han surgido a lo largo de la carretera y ofrecen café y té a los conductores y pasajeros cuyos automóviles permanecen retenidos durante horas, incluso días. Los conductores de camiones llegan al comenzar la tarde y aguardan hasta que el puesto de control abre a las 3 de la madrugada, o a las 4, o incluso a las 7 de la madrugada.
Nadie anuncia cuándo el tramo de carretera será abierto al tráfico. Las barreras israelíes pueden abrir a las 11 de la mañana, o pueden no abrir. Algunas veces se abren por segunda vez en el día a las 4 de la tarde y permanecen abiertos durante 30 minutos o 2 horas. Durante meses, la gente abandonaba los taxis y montaba en camiones aparcados para la noche enfrente de los controles. Permaneciendo en los alrededores y montando en los camiones esos pasajeros se "ahorraban" la estancia en la línea de espera. Estos desventurados viajeros incluían a profesores universitarios de la ciudad de Gaza, a contratistas y a estudiantes.
Los residentes locales cuentan la siguiente historia: un camión que transportaba 10 vacas con destino al matadero quedó atascado en la carretera al lado de otro camión en el que se apretujaban docenas de personas. Uno de los camiones procedía del sur de la ciudad de Gaza y el otro se dirigía al norte desde Han Yunis. Cuando finalmente se concedió autorización para que los vehículos se movieran, el atasco de tráfico hizo que los dos camiones siguieran inmovilizados. Ninguno de los dos conductores quería ceder su sitio en la caravana y pasar el control israelí después del otro. "Qué diferencia hay entre tú y yo?", le preguntó a su colega el conductor que transportaba las vacas al matadero. "Somos más que vosotros", respondió un pasajero del otro camión.
15 de julio del 2002