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Medio Oriente

18 de mayo del 2002

La crisis de los judíos estadunidenses

Edward W. Said
La Jornada

Hace pocas semanas, más o menos en los momentos en que ocurría el sitio de Jenin, se llevó a cabo en Washington una vociferante manifestación pro israelí. Todos los oradores eran prominentes figuras públicas, incluidos varios senadores, los líderes de las principales organizaciones judías y otras celebridades. Cada una de estas personas expresó sin reservas su solidaridad hacia cualquier cosa que hiciera Israel.
En representación del gobierno estuvo Paul Wolfowitz, el número dos en el Departamento de Defensa, un halcón de extrema derecha que desde septiembre ha estado insistiendo en "terminar" con países como Irak. En su discurso, hizo lo que todo el resto -celebró a Israel y le expresó su apoyo total e incondicional- pero sorpresivamente se refirió, de pasada, a "los sufrimientos de los palestinos". Debido a esta frase, lo abuchearon tan fuerte y tanto tiempo que le fue imposible continuar su alocución y abandonó el estrado en una suerte de desgracia.
La moraleja de este incidente es que el respaldo público de los judíos estadunidenses hacia Israel simplemente no tolera nada que insinúe la existencia de un pueblo palestino real, excepto en el contexto del terrorismo, la violencia, la maldad y el fanatismo. Es más, esta renuencia a ver, ya no se diga a escuchar nada relacionado con la existencia del "otro lado", excede con mucho el fanatismo antiárabe que pudiera hallarse entre israelíes, quienes por supuesto están en primera línea en la lucha en Palestina.
Si juzgáramos a partir de la manifestación contra la guerra que reunió a 60 mil personas en Tel Aviv, del número creciente de reservistas que se niegan a hacer su servicio militar en los territorios ocupados, de la protesta sostenida de algunos intelectuales y grupos (admitimos que sólo unos cuantos), o de algunas encuestas que muestran que la mayoría de los israelíes desean retirarse a cambio de una paz con los palestinos, existe, por lo menos, una dinámica de actividad política entre los judíos israelíes. No ocurre así en Estados Unidos.
Hace 15 días, la revista semanal New York -que cuenta con una circulación de cerca de un millón de copias- publicó un portafolio titulado "La crisis de los judíos estadunidenses", cuyo meollo era que "en Nueva York, como en Israel, de lo que se trata es de sobrevivir". No intento resumir los puntos principales de este extraño alegato, pero dibujaba una situación de tal angustia "por aquello que es lo más preciado en mi vida: el Estado de Israel", como dijera uno de los prominentes neoyorquinos citados en la revista, que estaría uno tentado a pensar que la existencia de la más próspera y poderosa minoría en Estados Unidos está realmente amenazada. Otro de los citados llegó a sugerir que los judíos estadunidenses estaban al borde de un segundo holocausto. Ciertamente, como dijo uno de los autores de los textos del portafolio, la mayoría de los judíos estadunidenses apoya con entusiasmo lo que Israel hizo en la Franja Occidental; uno de ellos, por ejemplo, dijo que su hijo estaba en el ejército is-raelí y que de hecho estaba "armado, es peligroso y matará a tantos palestinos como pueda".
Sentirse bien acomodado en Estados Unidos puede conducir a una culpa que juega un papel importante en esta clase de pensamiento engañoso, pero éste es más el producto de un extraordinario autoaislamiento en la fantasía y los mitos surgidos de la educación y de un nacionalismo irreflexivo, único en el mundo.
Desde el estallido de la intifada hace casi dos años, los medios estadunidenses y las principales organizaciones judías han emprendido toda suerte de ataques contra la educación islámica en el mundo árabe, en Paquistán e incluso en Estados Unidos. Han acusado a las autoridades islámicas y a la Autoridad Nacional Palestina de Yasser Arafat de inculcarle a los jóvenes un odio hacia Estados Unidos e Israel, las virtudes de los bombazos suicidas y una desmedida admiración por la Jihad. Sin embargo, poco se dice de lo que se inculca a los judíos estadunidenses en torno al conflicto en Palestina: que esta tierra les fue otorgada a los judíos por Dios, que estaba vacía, que fue liberada de los británicos, que los nativos huyeron porque sus dirigentes les dijeron que se fueran, y que, en efecto, los palestinos no existen salvo recientemente, como terroristas; que todos los árabes son antisemitas y pretenden asesinar a los judíos.
En ningún resquicio de esta incitación al odio cabe la realidad de que el pueblo palestino exista, y siendo más precisos no se tiende conexión alguna entre la animosidad o la enemistad palestinas hacia Israel y lo que Israel le ha hecho a los palestinos desde 1948. Es como si no contara para nada toda la historia de desposesión, la destrucción de una sociedad, los 35 años de ocupación de las Franjas Occidental y de Gaza, por no hablar de las matanzas, los bombardeos, las expulsiones, las expropiaciones de tierra, las humillaciones, el estado de sitio, los años de castigo y asesinatos colectivos, ocurridos por décadas. ¿Por qué? Porque Israel es la víctima de la rabia, la hostilidad y el antisemitismo gratuito de los palestinos. La mayoría de los simpatizantes estadunidenses de Israel no ve a Israel como el autor real de acciones específicas perpetradas en nombre del pueblo judío por el Estado judío, y no establece la conexión entre estas acciones y los sentimientos de rabia y venganza de los palestinos.
En el fondo, el problema es que los palestinos no existen como seres humanos, es decir, como seres humanos con historia, tradiciones, sociedad, sufrimientos y ambiciones como los demás pueblos. Habría que indagar más en torno a por qué piensan así casi todos (sin duda no todos) los judíos simpatizantes de Israel en Estados Unidos. Todo se remonta a saber que sí había un pueblo indígena en Palestina -todos los líderes sionistas lo sabían y hablaban de él- pero nunca se admitirá el hecho si es uno que pueda evitar la colonización. De aquí que la práctica sionista colectiva sea negar el hecho o mentir acerca de éste produciendo una contrarrealidad, especialmente en Estados Unidos, donde las realidades no están disponibles para ser verificadas. Por décadas se ha decretado que, para los niños en edad escolar, no había palestinos cuando arribaron los pioneros sionistas, por lo que esos pobladores variados que arrojan piedras y luchan contra la ocupación son tan sólo grupos de terroristas que merecen la muerte.
En resumen, los palestinos no merecen nada que semeje una narrativa o actualización colectivas, y deben transmutar y disolverse en imágenes esencialmente negativas. Esto es totalmente el producto de una educación distorsionada, diseminada entre millones de jóvenes que crecen sin conciencia alguna de que se deshumanizó a los palestinos en aras de propósitos político-ideológicos, en especial el de mantener un amplio respaldo hacia Israel.
Lo sorprendente es que en esta distorsión no pese para nada la noción de la coexistencia entre pueblos. Aunque los judíos estadunidenses anhelan ser reconocidos como judíos y estadunidenses en Estados Unidos, son totalmente reticentes a otorgar un estatus semejante a los árabes o a los palestinos, siendo que Israel los ha tenido oprimidos desde el principio.
Sólo después de vivir en Estados Unidos por años, puede uno hacer conciencia de la profundidad de un problema que trasciende, con mucho, la política ordinaria. La supresión intelectual de los palestinos, llevada a cabo por la educación sionista, ha producido un sentido de la realidad irreflexivo y peligrosamente sesgado por el cual todo lo que haga Israel lo hace como víctima.
Según los varios artículos que he citado, los judíos estadunidenses en crisis sufren, por extensión, lo mismo que casi todos los judíos israelíes de extrema derecha: que corren peligro y que su sobrevivencia está en riesgo. Esto no tiene nada que ver con la realidad, pero sí con un estado alucinatorio que desecha la historia y los hechos mediante un narcisismo supremo y nada pensante. Un alegato reciente en defensa de lo dicho por Wolfowitz en su discurso evitó hacer referencia a los palestinos de los que él hablaba, pero defendió la política del presidente Bush en Medio Oriente.
Se trata de una deshumanización a vasta escala, y la recrudecen, tengo que decirlo, los bombazos suicidas que desfiguran y restan sustento a la lucha palestina.
Todos los movimientos de liberación en la historia han afirmado que su lucha es por la vida, no por la muerte. ¿Por qué tendría que ser la excepción nuestra lucha? Mientras más pronto eduquemos a nuestros enemigos sionistas y les mostremos que nuestra resistencia ofrece coexistencia y paz, menos probable será que puedan matarnos a voluntad, o que se refieran a nosotros únicamente como terroristas. No estoy diciendo que Sharon y Netanyahu puedan cambiar. Digo que hay una base social palestina, sí, palestina, y otras más israelíes y estadunidenses a las que debemos recordarles -con estrategia y táctica- que la fuerza de las armas y los tanques y las bombas humanas no son la solución. Producirán únicamente más engaño y distorsión, de ambos lados.
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera