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Medio Oriente

7 de abril del 2002

Continúa la matanza de inocentes en Levante

Robert Fisk
The Independent
Acababa de cruzar el puente norte de Israel, sobre el río Jordán, para hacer una breve visita a Ammán, cuando el conductor del automóvil en que iba viró a la derecha, junto a un grupo de soldados, y tomó por una vereda que corría al lado de un canal. "Tenemos que evitar el primer pueblo", dijo sin agregar mayor comentario. Unos minutos después me di cuenta por qué.
Sobre el camino principal se elevaban columnas de humo de unas llantas a las que habían prendido fuego, y multitud de jóvenes jordanos detenían automóviles. "Lanzan piedras a los extranjeros y buscan israelíes", me dijo el conductor. Y era cierto. Durante dos horas vi mucho humo negro elevarse sobre Ammán mientras más y más manifestantes expresaban a gritos su odio a Estados Unidos e Israel.
Y eso que esta es, recuerdo, la amigable y pro occidental Jordania, cuyo rey conmueve hasta las lágrimas al Parlamento británico, cuyo tratado de paz con Israel se ha elogiado -en forma absurda, por supuesto- como el inicio de una bonanza económica, una nueva libertad y seguridad para una nación cuya población está formada por palestinos en más de 50 por ciento.
En todo el mundo árabe, los dictadores locales reprimen la rabia del pueblo. En Jordania puede uno incluso encontrar personas que no sólo preguntan por qué el fallecido rey Hussein firmó un tratado de paz con Israel, sino algo más: qué se propone su hijo, el rey Abdullah. No es extraño que los dirigentes árabes hayan dicho el mes pasado al vicepresidente estadunidense Dick Cheney que debe olvidarse de la épica cinematográfica que Estados Unidos está anunciando para Irak y concentrarse en la guerra israelí-palestina. Días valiosos se perdieron mientras Cheney recorría la región en un intento desesperado de buscar apoyo árabe y mundial para un ataque a Irak. Y, como tan a menudo ocurre en estos días, por increíble que parezca, los árabes tenían la razón en tanto los estadunidenses fantaseaban con su "eje del mal".
Resistencia imprevista
Tal vez el único hombre que tiene tiempo ahora para tratar de entender la lógica de este conflicto abrumador sea el líder palestino que está preso en su derruido cuartel en Ramallah. La única característica que Yasser Arafat tiene en común con el primer ministro israelí Ariel Sharon -aparte de la edad avanzada y la decrepitud- es su perpetua negativa a planear con anticipación. Lo que dice, hace y propone lo decide sólo en el momento en que se ve obligado a actuar. Esto obedece en parte a su antiguo adiestramiento guerrillero: si uno no sabe lo que va a hacer mañana, es seguro que el enemigo tampoco. En contraste, el ejército israelí alardea de sus ataques mucho antes de que ocurran, con lo cual los palestinos -y, por supuesto, los periodistas- están preparados para cuando los llevan a cabo.
Lo que el mundo ha atestiguado hasta ahora -y los palestinos se percataron de ello desde el principio- es que los israelíes enfrentan una resistencia que nunca esperaron. Los "pocos días" que necesitaban para "arrancar el terror de raíz" tendrán ahora que extenderse, según funcionarios israelíes, a un mes. El presidente George W. Bush concedió a Sharon unos cuantos días para terminar su campaña contra los palestinos -el aplazamiento de la misión "urgente" del secretario de Estado a Medio Oriente- y todo el mundo sabe ahora que los estadunidenses dan por sentado que Israel ponga fin a su asalto para cuando Powell llegue a la región, en el curso de esta semana.
Así, la lógica militar es simple. Este fin de semana, el ejército israelí tiene que aplastar a los palestinos al punto de la sumisión. Sin embargo, de algún modo las fuerzas palestinas han logrado sostenerse y siguen peleando. Si tienen éxito, y los israelíes se repliegan sin haber conseguido someterlas, Sharon habrá sufrido una amarga humillación. Si los israelíes no se retiran ante la exigencia de Powell, aparecerá la primera fisura seria en la alianza Sharon-Bush. Y en ese caso, Arafat ganará una vez más.
Entretanto, el ejército de Tel Aviv vuelve a demostrar -como en Líbano- que no es la fuerza de "elite" de que tanto se habla. Es imposible pasar por alto los muy difundidos informes de saqueos de hogares en Ramallah (y no es la menor razón el hecho de que eso fue precisamente lo que hicieron los soldados de Israel en Líbano en 1983), en tanto que Avi Shalaim, ese valiente académico israelí, ha acusado a Israel de ejecuciones extrajudiciales en Ramallah.
Observar a los israelíes en esa ciudad y en Belén la semana pasada fue una experiencia perturbadora. Eran indisciplinados y disparaban como milicianos; el grado de control de fuego (o más bien de falta de él) ejercido por el soldado israelí promedio era casi el mismo que el del gatillero palestino. Tres veces observé tanques israelíes atorarse tan sin remedio en estrechos callejones, que sus tripulantes tuvieron que salir de la cabina bajo el fuego, saltar a un lado del camino y guiar a señas a los conductores para que pudieran dar marcha atrás.
Y, por supuesto, siguen muriendo inocentes. El campanero de Belén, la doctora de Jenín, la chica de 14 años muerta por fuego de tanques en Tubas, la madre e hijo asesinados por balas israelíes y dejados 30 horas en el suelo de su casa en Belén junto a sus deudos sobrevivientes. Los periodistas y los pacifistas occidentales desarmados que se cruzan en el camino del ejército israelí son baleados o volados con granadas. Sería bueno saber qué piensan de eso las almas gentiles para quienes la protesta pacífica, al estilo Gandhi, es la forma de poner fin a la ocupación israelí.
¿Y qué hace el gobierno de Tel Aviv cuando las balas y granadas no silencian a los periodistas? Bueno, la semana pasada amenazó con emprender acciones judiciales contra las cadenas estadunidenses CNN y NBC por no salir de las "zonas militares cerradas" en la franja occidental. No importa que la ley de Israel carezca de legitimidad en las zonas palestinas que ese país ocupa: el mundo acepta aún los acuerdos de Oslo aunque Sharon los destruya, y la CNN y la NBC mansamente se guardaron de hacer comentarios. ¿Qué ocurrió, se pregunta uno, con ese gran principio de los periodistas estadunidenses de oponerse a tolerar la censura?
Pero hay otra cuestión que el mundo ha olvidado con rapidez a raíz de la invasión israelí. Si Tel Aviv fracasa en lo militar -como sin duda ocurrirá-, ¿cómo se podrá detener entonces a los fanáticos bombarderos suicidas? Cierto, ha habido una pausa después de las matanzas israelíes del mes pasado. Pero incluso si los suicidas han sido sacados temporalmente de equilibrio por la ofensiva israelí, Tel Aviv ha creado mucho más "mártires" potenciales para la causa palestina en el baño de sangre de la semana pasada.
Los invasores se niegan aún a aceptar la llegada de una fuerza extranjera de protección -el sueño de todo palestino-, pero ha llegado el momento de considerar el envío de tropas de la OTAN y Estados Unidos para proteger tanto a israelíes como a palestinos. No se hablará de un protectorado extranjero, pero en eso se convertirá Israel/Palestina, una versión actualizada de aquel viejo e inútil mandato británico.
Mientras tanto, podemos estar seguros de que Washington seguirá armando hasta los dientes a los israelíes. Hace poco menos de dos semanas, por ejemplo, los estadunidenses sacaron de la línea de producción el primer helicóptero Black Hawk S-70A-55 de transporte de tropas que será vendido a Tel Aviv. Israel ha comprado 24 de esos nuevos aparatos con un costo de 211 millones de dólares, la mayor parte de los cuales, por supuesto, será pagada por Estados Unidos. El libro de navegación del primero de los nuevos Black Hawks fue entregado al ministro israelí de Defensa nada menos que por Alexander Haig, el ex secretario de Estado que dio al entonces primer ministro Menahem Begin la luz verde para invadir Líbano en 1982.
De manera que pronto veremos en los cielos del Medio Oriente, sobre las ciudades de la franja occidental, una nueva generación del Black Hawk. Curioso que nadie haya sabido antes una sola palabra al respecto.
Traducción para La Jornada: Jorge Anaya
© The Independent