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Medio Oriente

6 de abril del 2002

Irak: cómo las grandes potencias se autodestruyen

Immanuel Wallerstein
En geopolítica, George W. Bush es un incompetente. Ha permitido que una camarilla de halcones lo induzca a tomar una posición, invadir Irak, de la cual no puede desafanarse, y que no tendrá más que consecuencias negativas para todos, pero en primer lugar para Estados Unidos. Terminará pagando un costo político muy alto, quizá fatal. Acelerará la disminución del poder de Estados Unidos en el mundo y contribuirá dramáticamente a la destrucción del Estado de Israel, si sigue dando luz verde a los que se adhieren a la línea dura en ese país. Por supuesto, en este mundo habrá muchas personas que se contenten con tales escenarios. El problema es que en el proceso la guerra de Bush destruirá muchas vidas en lo inmediato, provocará en el mundo árabe-musulmán una tormenta de magnitudes insospechables hasta ahora, y tal vez desencadenará el uso de armas nucleares, cuya ilegitimidad será difícil probar una vez que se utilicen. ¿Cómo llegamos a este callejón sin salida?
En estos momentos, la cuestión ya no es si se va a atacar a Irak o no, se trata más bien de decidir qué tan pronto se llevará a cabo la agresión. ¿Por qué? Si uno pregunta a los voceros del gobierno estadunidense, la razón es que Bagdad ha estado desafiando las resoluciones de Naciones Unidas y representa un peligro inminente para el mundo en general y para Estados Unidos en lo particular. El argumento para una eventual acción militar es tan simplista que difícilmente se puede tomar en serio.
En los últimos 50 años se cuentan por montones las violaciones a resoluciones de Naciones Unidas y otros acuerdos internacionales. No necesito recordar a nadie que Estados Unidos se negó a aceptar la decisión de la Corte Internacional que lo condenaba por lo ocurrido en Nicaragua. Y el presidente Bush ya dejó muy claro que ignorará todo tratado que considere peligroso para los intereses de su país. Por supuesto, Israel ha contravenido las resoluciones de Naciones Unidas durante más de 30 años, y lo sigue haciendo en el preciso instante en que escribo este comentario. El historial de otros países también deja mucho que desear en ese aspecto.
Así que, efectivamente, Saddam Hussein ha infringido resoluciones explícitas. ¿Qué otra novedad? ¿Saddam Hussein es una amenaza inminente para alguien? En agosto de 1990, Irak invadió Kuwait. Esa acción específica al menos representó una amenaza. La respuesta fue la llamada guerra del golfo Pérsico, mediante la cual los estadunidenses sacaron a los iraquíes de Kuwait y ahí decidieron terminar su cometido. Hussein permaneció en el poder y la Organización de Naciones Unidas aprobó una serie de resoluciones que exigían a Bagdad abandonar su arsenal de armas nucleares, químicas y bacteriológicas, y envió equipos de inspección para verificar su cumplimiento. El organismo mundial también impuso embargos a los iraquíes. Como sabemos, más de 10 años después la situación de facto ha cambiado, y el sistema de límites aplicado se ha visto debilitado considerablemente, aunque no del todo.
El 28 de marzo de 2002, Irak y Kuwait firmaron un acuerdo por el que Bagdad se compromete a respetar la soberanía de ese país. El ministro kuwaití de Relaciones Exteriores, Sabah al-Ahmad al-Sabah, afirmó que estaban "cien por ciento satisfechos". Al preguntarle si su gobierno concuerda con todas y cada una de las cláusulas del convenio, Al-Sabah replicó: "yo mismo las redacté". Sin embargo, los estadunidenses se mostraron escépticos. Washington no va a ser disuadido simplemente porque ellos "se sienten satisfechos". ¿Quién es Kuwait para que tome cartas en el asunto?
Como ya he señalado en otros comentarios, los de línea dura en Washington suponen que sólo el uso de la fuerza, una fuerza muy significativa, podrá restablecer la hegemonía estadunidense en el sistema-mundo. Sin duda, esto contribuye a su supremacía. Así fue cómo, en 1945, Estados Unidos adquirió estatus de potencia hegemónica. Pero usar esa fuerza cuando las condiciones de dicha superioridad han aminorado es un signo de agotamiento, más que de fortaleza, y debilita al que la utiliza. Es evidente que, en el momento en que nos encontramos, nadie apoya una invasión estadunidense a Irak: ningún país árabe, ni Turquía, ni Irán ni Pakistán; tampoco las naciones europeas. La notable excepción es Gran Bretaña o, mejor dicho, Tony Blair. Pero incluso él afronta dos problemas en casa: hay un descontento creciente en el Partido Laborista; más importante aún, el cotidiano The Observer del 17 de marzo reporta que "los líderes militares de Gran Bretaña advirtieron seriamente al primer ministro que cualquier guerra contra Irak está destinada al fracaso, provocará la pérdida de vidas y el beneficio político será magro". Realmente dudo que los líderes militares en Estados Unidos no opinen lo mismo, aunque probablemente son más recelosos en plantearlo en forma clara y directa al presidente.
Keneth Pollack, la persona encargada del tema de Irak en el Consejo de Seguridad Nacional durante el gobierno de Clinton, dice que para la operación se requerirán cerca de 300 mil soldados estadunidenses, presumiblemente los que se encuentran en las bases de Arabia Saudita o de Kuwait; otros más se necesitarán para defender a la población kurda en el norte de Irak, los cuales provendrían de Turquía o usarían el espacio aéreo de esa nación.
Aparentemente Estados Unidos se apoya en la política de intimidar a sus "aliados" para que se unan a su aventura. Luego de la ocupación de Ramallah por Sharon, la esperanza de disponer de las bases sauditas (o kuwaitíes) parece más remota que nunca.
Claramente Turquía no quiere defender a los kurdos de Irak, ya que ello tendría como principal consecuencia fortalecer el movimiento de éstos en su país, contra el cual ha concentrado todos sus esfuerzos. Por lo que respecta a Israel, Sharon parece estar dispuesto a reocupar Cisjordania y Gaza y destruir a la Autoridad Nacional Palestina tan rápido como sea posible. Y Bush lo apoya 99 por ciento.
Si lo anterior es correcto, entonces habrá una invasión que será difícil de ganar, si no es que imposible; la pérdida de muchas vidas (sobre todo, vidas de estadunidenses) y, eventualmente, un semirretiro de las tropas de Estados Unidos. Un segundo Vietnam. ¿Es que nadie en el gobierno de Bush es capaz de percatarse de esto? Unos cuantos, pero no se les toma en cuenta. ¿Por qué? Porque Bush afronta un dilema que él mismo se impuso. Si no invade Irak se autoderribará, como Lyndon Johnson; o se verá humillado, como Richard Nixon. Y el fracaso de Estados Unidos dará a los europeos el valor de pertenecer a ese continente y no ser trasatlánticos. Entonces, ¿por qué hacerlo? Porque Bush prometió al pueblo estadunidense "emprender una guerra contra el terrorismo", en la que "seguramente venceremos". Hasta ahora, lo único que ha logrado es la caída del régimen talibán. No ha capturado a Osama Bin Laden. Pakistán se tambalea. Arabia Saudita marca su distancia. Si no invade Irak quedará como un tonto ante lo que más le importa: ante los ojos de los votantes estadunidenses. Y esto es lo que le dicen, en tono decidido, sus consejeros. El rating increíblemente alto de Bush es el de un "presidente en guerra". En el minuto en que se muestre como un mandatario de tiempos de paz estará en graves problemas, ante todo debido al fracaso de las promesas que hizo en momentos de guerra.
Así pues, no tiene opción. Estados Unidos invadirá Irak. Y todos tendremos que vivir las consecuencias.
Traducción: Marta Tawil