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Medio Oriente

3 de abril del 2002

La tentación judía de la inocencia

Iosu Perales

Quienes hemos visitado Cisjordania recientemente hemos podido comprobar los métodos del Estado de Israel para someter al pueblo palestino. Su represión es mucho más que física; tiene un fuerte contenido de humillación, de venganza dirigida a golpear la dignidad, las emociones y el mundo espiritual palestino. Hemos visto en Hebrón como los soldados saqueaban tiendas, arrojaban las mercaderías al centro de la calle y le daban fuego. Hemos visto amontonamientos de piedras junto a las carreteras que se dirigen al desierto de Judea, allí donde hacía sólo días había aldeas y pueblos hasta que llegaron los bulldozers de los ocupantes. Hemos visto como los soldados israelíes arrancan los nombres de los pueblos palestinos, como para borrarlos del mapa y decir "ya no existen". Hemos visto en Jerusalén como se impide a los palestinos y árabes en general el acceso a la mezquita Al-Aqsa, el tercer lugar sagrado para el Islam (tras la Meca y Medina). Hemos visto en pleno corazón de la ciudad vieja de Jerusalén la casa –desafiante- que Ariel Sharon tomó como suya para afirmar arbitrariamente la judaización sobre la ciudad que fue siempre multicultural y multireligiosa. Hemos visto y padecido los innumerables controles militares que te interrogan, te registran, te atemorizan, siempre con las armas apuntándote.
Hemos visto ciudades palestinas cercadas por tanques en primera fila y por los asentamientos de colonos judíos que dominan las alturas circundantes. Jericó rodeada por ocho asentamientos que vigilan a una población cautiva en pleno desierto. Hebrón, cuyo centro está tomado por 400 colonos con el apoyo de tanques israelíes, mientras 120.000 palestinos son castigados a no entrar en el corazón de la que es su ciudad. Gaza, franja cercada por alambradas eléctricas y altos muros, donde 6.000 colonos y 12.000 soldados dominan el 40% de su territorio, mientras millón y medio de palestinos viven hacinados en el otro 60%.
Hemos visto lo suficiente como para afirmar que el Estado de Israel utiliza métodos que los nazis desplegaron contra los judíos. Pero callamos para no herir susceptibilidades, para no parecer exagerados. Pero los hechos son los hechos. Las marcas que los soldados israelíes pintan en los brazos de los palestinos en estos días de razzias han conmocionado al mundo.
Pero sin marcas, ya los métodos de represión eran y son claramente filonazis. ¿Cómo si no calificar las redadas indiscriminadas en campos de refugiados, en las calles, para una vez detenidos durante 96 horas sin asistencia judicial decidir quiénes son culpables y quienes poner en libertad? ¿Cómo calificar las destrucciones de casas, dejando a familias sin hogar, bajo la acusación o sospecha de que algún miembro forma parte de un grupo de resistencia? Aspirando al estatuto de víctima eterna el sionismo culpa al contrario incluso de sus propios estragos. La invocación de los males sufridos por el pueblo judío constituye la base de un discurso que pretende un pasaporte de inmunidad perpetua con el fin de ejercer una violencia despiadada, llamada defensiva, sobre sus enemigos palestinos a quienes considera "simplemente árabes que tienen su lugar natural en Jordania". La cuestión es tan grave como sencilla: ¿con qué razones puede el ocupante israelí ofenderse ante la resistencia del ocupado y pretender aparecer como víctima? Es absolutamente inaceptable que mientras en Consejo de Ministros se vote a mano alzada la comisión de asesinatos contra dirigentes palestinos, elevando la decisión a categoría de legítima represalia, se demonize la violencia palestina. Curiosamente el terrorismo es considerado arma de los débiles palestinos porque los fuertes israelíes controlan el sistema doctrinario y su terror no cuenta como terror.
El victimismo israelí sólo habla consigo mismo para decir: "Tenemos razón, porque estamos solos en una región enemiga". "Puesto que padecemos tanto los embates del terrorismo palestino somos nosotros los únicos que podemos dictar lo que es justo; nada nos puede ser negado". La previa deshumanización del enemigo permite programar cómo eliminarlo con toda la buena conciencia del mundo. Posición que alcanza la máxima degeneración del que se declara inocente: "Decido, porque me conviene, que siendo como somos los perseguidos de la historia tenemos derecho a matar desde la inocencia". La inocencia se vuelve aquí un ejercicio cínico, violento, ilegítimo, oportunista.
Pero detrás del victimismo hay en realidad un proyecto sionista que utilizando la historia y lo religioso como instrumentos, viene justificando la ilegal ocupación de territorios palestinos. Son tres los fundamentos: a) los judíos son un pueblo: mucho más que una comunidad religiosa (cuestión nacional); b) el antisemitismo y la persecución es un peligro latente para el pueblo judío; y c) Palestina (Eretz Israel) fue y sigue siendo la tierra del pueblo judío. Israel no es pues el país de los israelitas sino de los judíos. Esto quiere decir que a Israel pertenecen todas las personas judías, independientemente del país en que vivan. Un judío que vive en Buenos Aires tiene más derechos que la población árabe que se quedó viviendo en Israel tras la proclamación de este Estado. De esta lógica se deriva la negativa israelí a reconocer el derecho de regresar a su tierra a los millones de palestinos de la diáspora. En las escuelas y en el ejército se enseña la máxima de redimir a Israel, invocando el Antiguo Testamento: esto es se alimenta la confiscación de tierras, la conquista.
Con la locura israelí venimos conviviendo sin que ninguna potencia haga nada serio para hacer que cumpla la resolución 242 de Naciones Unidas que le obliga a volver a sus fronteras de 1967. Estados Unidos su gran valedor, su protector en el Consejo de Seguridad, parece desear en las últimas horas un arreglo del conflicto sobre la base de reconocer un Estado palestino –probablemente asimétrico y limitado en atribuciones-. Puede que su posición sea sincera o una simple estratagema para iniciar con mayor comodidad el bombardeo de Irak.. Esperemos que sea lo primero. Pero, un Estado palestino, soberano y viable deberá reunir algunas condiciones básicas: Un territorio continuado en Cisjordania con las fronteras de 1967; la retirada de buena parte de los asentamientos de colonos judíos; capitalidad palestina en Jerusalén Este; soberanía en política exterior y derecho a tener su ejército; una solución satisfactoria al problema de los derechos de los refugiados; viabilidad en infraestructuras y control sobre el agua; fronteras seguras para ambos estados.

Iosu Perales es miembro de Hirugarren Mundua ta Bakea, ONGD que trabaja en Palestina.