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Medio Oriente

27 de diciembre del 2002

Desunión y faccionalismo entre los árabes

Edward W. Said
La Jornada

La mayor parte de los hallazgos del muy citado Reporte del Desarrollo Humano en los Países Arabes, del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) 2002, muestra como sustrato la extraordinaria falta de coordinación entre los países árabes. Es muy irónico que en este informe y otros varios documentos se hable de los árabes como grupo, pese a que rara vez funcionan de esa manera, excepto en lo negativo. Puesto así, es correcto que el reporte diga que no hay democracia entre los árabes, que las mujeres son consistentemente una mayoría oprimida y que la ciencia y la tecnología en todos los estados árabes están rezagadas con respecto al resto del mundo. Es cierto que hay poca cooperación estratégica entre ellos y que virtualmente no existe ninguna en la esfera económica. En cuanto a aspectos más específicos (como la política hacia Israel, Estados Unidos o Palestina) y pese a que comparten la pena de que les torcieron el brazo y la desgracia de no saber qué hacer, uno siente que mantienen la determinación, surgida del miedo, de no ofender a Estados Unidos para nada, de no entrar en guerra ni plantear una paz verdadera con Israel, de no pensar siquiera en un frente común árabe - incluso en asuntos que afectan el futuro o la seguridad globales de los árabes. Pero eso sí, cuando se trata de la perpetuación de cada uno de sus regímenes, las clases árabes dominantes están unidas en su propósito y en sus habilidades de sobrevivencia.
Tal dejadez, tal inercia e impotencia son, estoy convencido, una afrenta para todos los árabes. Es por eso que muchos egipcios, sirios, jordanos, marroquíes y otros han tomado las calles en apoyo al pueblo palestino, que vive la pesadilla de una ocupación israelí, mientras los liderazgos árabes miran para arriba y básicamente no hacen nada. Las manifestaciones en las calles no son únicamente en apoyo a los palestinos: son protestas contra los efectos inmovilizantes de la desunión árabe. Signo aún más elocuente de este desencanto común es la frecuente y desconsoladora escena, transmitida por televisión, de una mujer palestina que, mientras recorre las ruinas de su casa demolida por los bulldozers israelíes, grita al mundo: "¡ya arab!, ¡ya arab!" (¡ay los árabes!; ¡ay, los árabes!). No hay testimonio más elocuente de la traición que sufre el pueblo árabe a manos de sus dirigentes que esa impugnación, que parece decir: "¿por qué los árabes nunca hacen nada por ayudarnos?" Pese a tener dinero y petróleo a raudales, sólo muestran el silencio de piedra de un espectador inmóvil.
Aun a escala individual, la desunión y el faccionalismo siguen baldando un esfuerzo nacional tras otro. Tomemos el caso más triste de todos, el del pueblo palestino. Recuerdo que en los días de Beirut y Ammán, me preguntaba por qué era necesario que existieran entre ocho y 12 facciones palestinas, peleadas una contra la otra por cuestiones académicas de ideología y organización, mientras Israel y las milicias locales nos desangraban hasta secarnos. Hagamos memoria de los días libaneses que terminaron en Sabra y Shatila de manera terrible. Qué ganaron el Frente Popular, Fatah y el Frente Democrático -por mencionar sólo tres facciones- peleándose entre ellas; qué ganaron los líderes de Fatah al proclamar innecesariamente esas provocativas consignas como aquella de "el camino a Tel Aviv pasa por Jounieh", mientras Israel se aliaba con las milicias derechistas libanesas y destruía, para sus propios fines, la presencia palestina. Y qué ganó Yasser Arafat con su táctica de crear facciones, subgrupos y fuerzas de seguridad que guerrearon entre ellos durante el proceso de Oslo, dejando a su gente desprotegida y poco preparada para enfrentar la destrucción de la infraestructura y la reocupación del Area A a manos de los israelíes.
Siempre lo mismo: faccionalismo, desunión y ausencia de un propósito común y, al final, la gente ordinaria paga en sufrimiento, sangre y destrucción interminables.
Incluso en el nivel de la estructura social es casi un lugar común que los árabes como grupo se peleen más entre ellos y en cambio no impulsen un propósito en común. Es que somos individualistas, se dice a modo de justificación, y se ignora el que al final dicha desunión y desorganización interna dañan nuestra real existencia como pueblo.
No hay nada más desalentador que las disputas que corroen a las organizaciones de árabes expatriados, especialmente en sitios como Estados Unidos y Europa, donde las comunidades árabes, relativamente pequeñas, están encerradas en un ambiente hostil por militantes que se les oponen y que pararán cuando desacrediten la lucha árabe. Y no obstante, en vez de tratar de unirse y trabajar unidas, estas comunidades se desgarran en luchas ideológicas y totalmente innecesarias, sin relevancia inmediata, sin pertinencia alguna, a juzgar por el entorno.
Hace unos días, me sorprendió un programa de comentarios transmitido por la televisora al- Jazeera. Dos participantes y un moderador innecesariamente provocador discutieron con vehemencia en torno al activismo árabe-estadunidense durante la crisis actual. Un tal señor Dalbah, identificado vagamente como "analista político" en Washington (sin filiación o conexión institucional aparentes) usó todo su tiempo en desacreditar a un grupo nacional árabe- estadunidense serio, el Comité Arabe-Estadunidense Anti-Discriminación (ADC, por sus siglas en inglés), al que acusó de ineficacia y a sus líderes de egoísmo, oportunismo y corrupción personal. El otro caballero, cuyo nombre no se me quedó, admitió que llevaba pocos años en Estados Unidos y no sabía mucho lo que ocurría, pero no obstante argumentó que tenía mejores ideas que los otros líderes comunitarios. Aunque sólo pude ver la primera y la última parte del programa, me desilusionó e incluso me agravió esta discusión. ¿Cuál es el punto?, me pregunté. De qué sirve hacer pedazos a una organización que ha estado haciendo su mejor esfuerzo en un país donde los árabes llevan la desventaja, en número y organización, si se les compara con las muchas organizaciones sionistas, mucho más grandes y mejor financiadas, y donde la sociedad y sus medios son tan hostiles a los árabes, al Islam y a sus causas más amplias. De nada, por supuesto, pero en este caso, la discusión era ejemplo de este pernicioso faccionalismo por el cual, casi con regularidad pavloviana, los árabes intentan dañar e impedir que nos unamos en pos de un propósito común. Porque si en tierra árabe hay escasa justificación para una conducta así, afuera seguramente hay menos, pues los árabes, en lo individual y en comunidad, son señalados y amenazados como extranjeros indeseables y terroristas.
El programa de al-Jazeera fue ofensivo debido a estas imprecisiones gratuitas y al daño personal que le ocasionaron a la desaparecida Hala Salam Maksoud, quien literalmente dio su vida a la causa de la ADC, y a su presidente, el doctor Ziad Asli, médico muy reconocido que voluntariamente renunció a la práctica de la medicina por impulsar la organización sin retribución alguna. Dalbah se la pasó insinuando que ambos activistas estaban motivados por razones monetarias personales y que todo lo que hacía la ADC lo hacía mal. Aparte de la escandalosa mendacidad de tales alegatos, el chismorreo pasmado y malicioso de Dalbah -no es más que eso- daña colectivamente la causa árabe y acicatea la rabia y el faccionalismo. Es más, debo recalcar que en un ambiente político tan extremadamente hostil a la causa árabe, como el de Estados Unidos, la ADC ha logrado mucho, en Washington y a escala nacional, en lo referente a rebatir las acusaciones contra los árabes en los medios, en proteger a muchos individuos de la persecución gubernamental a partir del 11 de septiembre y en mantener involucrados y participativos a muchos árabe-estadunidenses en el debate nacional. Es debido a este éxito - obtenido por la organización bajo la presidencia de Asli- que el faccionalismo ha comenzado a infectar a algunos empleados que de pronto se embarcaron en una campaña de desprestigio personal, embozada con argumentos ideológicos. Por supuesto que todo mundo tiene derecho a criticar, pero por qué cuando hay tales amenazas en Estados Unidos nos desbaratamos y debilitamos así, cuando es evidente que la única beneficiaria es la plataforma pro israelí. Primero que nada, organizaciones como ADC son estadunidenses y no pueden funcionar como militantes en luchas que recuerdan a las de Fakahani a mediados de los años 70.
Tal vez la razón principal del faccionalismo árabe, a todo nivel de nuestras sociedades, en nuestra tierra y afuera, yace en la marcada ausencia de ideales y modelos. Desde la muerte de Gamal Abdel Nasser (no importa si pensamos que algunas de sus políticas eran un desbarajuste) no existe figura alguna que fascine la imaginación de los árabes o que muestre un camino en la lucha de liberación popular. Ahí está el desastre de la OLP, que de sus días de gloria se redujo a la figura de un viejo sin rasurar, sentado ante una mesa desvencijada, recluido en la mitad de una casa en Ramallah, que trata de sobrevivir a toda costa, se venda o no, diga o no cosas estúpidas, con o sin sentido. (Hace unas semanas los medios lo citaron diciendo que aceptará el plan de Clinton de 2000: el único problema es que estamos en 2002 y Clinton ya no es presidente.) Hace años que Arafat no representa a su pueblo, ni su causa o sufrimientos, y como ningún otro de sus colegas árabes, pende ya como fruta demasiado madura, sin propósito ni posición alguna. Siendo esto así, el mundo árabe de hoy no cuenta con un centro moral fuerte. El análisis convincente y la discusión racional han dado paso a la gritería fanática; la acción concertada en pos de la liberación está reducida a los ataques suicidas, y la idea (si no la práctica) de la integridad y la honestidad como modelo a seguir, simplemente ya desapareció. Es tan corrupta la atmósfera que rezuma del mundo árabe, que uno ya no sabe por qué alguna gente triunfa mientras otros son encarcelados.
Consideren como ejemplo terrible la suerte del sociólogo egipcio Saadedine Ibrahim. Declarado inocente por una corte civil hace unos meses, se le volvió a juzgar, se le declaró culpable, y una corte de seguridad estatal le impuso una sentencia injustificada y cruel por los mismos "crímenes" por los que fue liberado antes. ¿Cuál es la justificación moral para jugar con la reputación, la carrera y la vida de una persona? Unos meses atrás era un asesor reputado por el gobierno y en los comités de varios institutos y proyectos árabes. Hoy es considerado criminal condenado. ¿A qué intereses, en virtud de cuál unidad nacional, estrategia coherente o imperativo moral, es que sufre este castigo gratuito? Más faccionalismo, más desintegración, mayor sentido de abandono y miedo: ¡qué sensación más invasiva de justicia frustrada!
Hace tanto tiempo que los dirigentes privaron a los árabes de un sentido de participación y ciudadanía que la mayoría de nosotros ha perdido incluso la capacidad de entender lo que significa tener compromiso personal con una causa más vasta que nosotros.
La lucha palestina es un milagro colectivo, pienso, puesto que en ella el pueblo ha soportado una crueldad sin mengua por parte de Israel y no obstante no se ha rendido. ¿Por qué entonces no se clarifican estas lecciones de resistencia por la vida y se posibilita que las emulemos (en vez de pensar únicamente en formas suicidas y nihilistas)? Este es el problema real, la ausencia de un liderazgo que, en el mundo árabe y en otras partes, se conecte con su pueblo, no mediante discursos que expresan sólo menosprecio impersonal, casi desdeñoso hacia la gente en su calidad de ciudadanos, sino en la práctica y la dedicación compartida y el ejemplo personal.
Incapaces de mover a Estados Unidos de su posición de respaldo ilegal hacia los crímenes de Israel, los líderes árabes simplemente lanzan propuesta tras propuesta de "paz" (siempre es la misma), y son ignorados burlonamente por Tel Aviv y Washington. Bush y Rumsfeld, su sicópata secuaz, siguen esparciendo rumores de su inminente invasión contra Irak para lograr "un cambio de régimen", y hasta ahora los árabes no han expresado su inconmovible rechazo contra esta nueva locura estadunidense. Y cuando individuos y organizaciones como la ADC hacen algo en favor de una causa son tiroteados por picapleitos que no tienen nada más que hacer sino provocar y destruir.
Ha llegado el momento de pensarnos como pueblo con historia y fines comunes y no como colección de delincuentes cobardes. Pero eso depende de cada quien. No basta con sentarnos a culpar a "los árabes", pues, después de todo, nosotros somos árabes.
© Edward W. Said
Traducción: Ramón Vera Herrera