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Medio Oriente

Velando armas

José Vidal-Beneyto

En eso estamos. Porque ¿quién puede ignorar hoy que la suerte está echada, que la resolución 1.441 del Consejo de Seguridad y el trabajo de los inspectores en busca de armas de destrucción masiva son pura fifa y que la invasión de Irak sólo depende ya de que Estados Unidos termine de completar su dispositivo militar en la zona? Los cerca de 70.000 marinos y soldados, los más de 250 aviones de combate, los cuatro portaaviones y el importante contingente de buques de guerra, no cubren, todavía, como ha puesto de relieve el ensayo-simulacro Internal Look, las necesidades de una operación bélica de las características de la que quiere ejecutarse en el vasto territorio iraquí. Pero los estrategas del Departamento de Defensa confían en que, a finales de enero, todo estará preparado para una campaña breve y triunfal: cero muertos americanos y destrucción total –recursos técnicos y sobre todo humanos—de las fuerzas de Sadam Husein. De la contundencia de esa victoria dependerá el éxito de toda la estrategia norteamericana del petróleo, pieza clave de su política económica en los próximos 20 años. Pues, según el Informe del National Energy Policy Development Group de mayo de 2001, actualizado por el International Energy Outllook del Departamento norteamericano de Energía correspondiente al año 2002, casi el 70% del volumen total del consumo tendrá que provenir de la importación, lo que equivale a decir que el nivel de dependencia exterior de EE.UU. en materia de petróleo es superior a los dos tercios de sus necesidades.
Para satisfacerlas deberán privilegiarse, según el informe, cuatro zonas de producción: Oriente Próximo, el mar Caspio, África subsahariana y Colombia/Venezuela/México en América Latina. Pero esas cuatro áreas tienen en común los limitados medios financieros de que disponen para aumentar su capacidad extractiva y, sobre todo, su gran inestabilidad política y un sentimiento general de hostilidad hacia Estados Unidos. Todo ello empuja a una intervención norteamericana permanente que garantice el orden en esos países, asegure el funcionamiento de sus industrias petrolíferas bajo control de EE.UU y confirme la persistencia y regularidad en el suministro. Esta convergencia y confusión entre exigencias y objetivos económicos petrolíferos y militares, brillantemente descritos por el profesor Michael Klare en su libro "Resource Wars: the new landscape of global conflict" (Metropolitan Books, 2001) y resumidas en su artículo "
Las verdaderas razones de Bush" del pasado noviembre, da cuenta de la extrema militarización de la política y de la economía norteamericanas, de la obsesión por su superioridad tecnológica y su invulnerabilidad bélica, la amalgama de guerra convencional y de acciones ilegales y clandestinas, y el trazado múltiple y preciso de sus intervenciones militares últimas –Afganistán y el Cáucaso, Irak y el golfo Pérsico, Colombia y Venezuela—prueban que la "guerra total e indefinida" no es una figura retórica, sino la condición imprescindible para que guerra y petróleo cumplan su destino común en el marco de una política exterior que los hace indisociables.
A la luz de esta doctrina, se entiende la arrogancia de una actitud de otro modo incomprensible. Pues ¿a qué viene el hostigamiento constante de la Administración de Bush frente al Tribunal Penal Internacional, sino a su convicción de que debe situarse por encima de cualesquiera leyes y tribunales que no sean los suyos con el fin de asegurar la benevolencia, cuando no la impunidad, de las fuerzas norteamericanas, ahora y en el futuro, en todos los escenarios bélicos y sean cuales fueren los excesos que se les imputen? Este mismo imperativo de "aquí sólo mando yo y para los míos" es el que explica el empecinamiento contra el protocolo de Kioto, así como la imposibilidad de acabar con el contrabando de tabaco en Europa, organizado por los grandes fabricantes de EE.UU., en particular JReynolds, gracias a la connivencia de su Gobierno y a pesar de todas las denuncias de la Unión Europea. Sólo una movilización popular por la paz y la decencia en todos los países del mundo y una acción coordinada de los intelectuales contra la guerra y la corrupción podrán abrir vías a la esperanza.

* El País