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Medio Oriente

3 de diciembre del 2002

Los Estados árabes y la Intifada: una carrera hacia atrás

Nassar Ibrahim y Mayed Nassar
Comité de Solidaridad con la Causa Arabe

"A pesar del excepcional potencial de energía del mundo árabe, la mayor parte del pueblo árabe sufre la pobreza, el desempleo, la opresión, la ausencia de democracia, pobres sistemas de seguridad social e inadecuadas visiones de desarrollo por parte de sus dirigentes. Más aún, esas sociedades sufren la desunión política. Los intereses nacionales y las decisiones nacionales pan-árabes están controladas por las compañías multinacionales y por el capital exterior que promueve una cultura consumista opuesta a los principios de progreso pan-árabes".
"La gente rica se comporta superficial, estúpida y pretenciosamente. La corrupción está extendida y se niegan los derechos de los sectores marginados de la sociedad, en particular los pobres, las mujeres y las minorías. Existe una cantidad enorme de violencia que toma diversas formas, como largas y crueles guerras civiles y movimientos de terror que echan a perder la vida de los ciudadanos y la de los visitantes extranjeros".
(Muhammad Sayyed Said, Asesor del Comité Árabe para los DDHH)
El mundo árabe parece ser una excepción a los cambios democráticos que tienen lugar en todas partes del mundo. Es una región donde reinan la opresión y el absolutismo. Los derechos humanos se violan extensamente y a diferentes niveles. La ley está ausente y la riqueza está injustamente repartida y de modo mucho más visible que en cualquier otra parte del mundo.
El viejo general Sharon
La gente aún recuerda el día en que el viejo general Sharon llegó al poder tras derrotar al joven general Barak en las últimas elecciones israelíes. La victoria de Sharon fue un rayo que golpeó a la dirección palestina y a los regímenes árabes. La reacción inicial fue de sorpresa, desesperación y depresión. La mayor parte de la gente predijo que la zona alcanzaría mayores cotas de violencia. Los gritos de protesta de todos aquellos que buscaban aislar a Sharon y proteger el proceso de paz se escucharon en todos los rincones del mundo árabe.
Desde la Administración de EEUU llegó una opinión distinta que hacia de la democracia israelí un modelo para el salvaje mundo árabe a pesar de las inhumanas políticas del Estado judío y de más 35 años de ocupación militar ilegal. EEUU protegió inmediatamente a Sharon y dedicó todos sus esfuerzos a fortalecer su relación con el viejo general. Parecía que EEUU estaba dispuesto a sacrificar el proceso de paz en un intento de legitimar su sesgo pro-israelí a pesar de que Sharon estaba conduciendo a la región a una confrontación aún más profunda.
Se dijo que los dirigentes más extremos y crueles son aquellos capaces de tomar decisiones históricas. Se señaló que Menahem Begin, del Likud, fue quien alcanzó un acuerdo de paz con Egipto. Sharon, se decía, era ahora el jefe de gobierno y no el mismo adolescente Sharon que condujo la oposición. "Darle una oportunidad", imploró Washington. Los regímenes árabes y la Autoridad Palestina (AP) aceptaron la visión de EEUU, en primer lugar porque no tenían otra elección y, en segundo, porque no tenían una propia visión independiente.
Mal presagio
En lugar de que su gobierno de derecha corriera el riesgo del aislamiento, Sharon comenzó a rodear las capitales árabes y a dictar condiciones. En unos pocos meses las armas de sus tanques estaban apuntando al dormitorio de Arafat confinándolo en su destruido recinto y aislándolo completamente del mundo exterior.
Sharon declaró una guerra total contra el pueblo palestino y contra sus estructuras políticas, económicas y culturales sin que nadie desafiase oponérsele o condenar sus actos. Esta situación fue posible una vez que Bush anunció que "Israel tiene el derecho a defenderse". Sharon se convirtió en el "hombre de paz" en tanto se declaraba que el movimiento de resistencia del pueblo palestino era una organización terrorista ilegal. Arafat, no Sharon, se convirtió en proscrito.
Aunque la primera reacción de los regímenes árabes fue hacer un llamamiento a la solidaridad con la resistencia palestina, los cambios de poder en Oriente Medio supusieron una seria prueba para los regímenes árabes que condujo a una desafortunada -pero no sorprendente- revelación de que los regímenes eran más impotentes y estaban más paralizados que nunca anteriormente, tanto interna como internacionalmente. Como consecuencia, la primera posición de los Estados árabes dio paso a otra que abruptamente adoptó la visión de EEUU de ponerse al lado de Israel con poca o ninguna distinción.
La pregunta es, ¿tenían los regímenes árabes alguna alternativa viable más que la retirada y el colapso ante la alianza de EEUU e Israel?
Dejando a un lado las simplistas -aunque persuasivas- teorías de la conspiración que atribuyen la pobre actuación de los regímenes árabes a factores "exteriores", debemos analizar sus estructuras económicas, políticas y de clase las cuales ejercen una influencia enorme en sus políticas exterior e interior. En estos términos, nos gustaría mantener que un sistema político que no adopta una política interna de respeto a los intereses individuales y nacionales de su pueblo y que no trabaja para incrementar los acuerdos democráticos y un sistema de seguridad social sólido y firme, difícilmente adoptará una política exterior que proteja los intereses nacionales de amenazas externas.
Durante años, la causa palestina ha sido siempre importante para el conjunto de la región y por ello ha sido fuente de una gran preocupación para los regímenes árabes. Por otro lado, la causa palestina tiene tal respaldo del público en general que cualquier aproximación que no tenga en cuenta los derechos nacionales palestinos se encontrará en confrontación permanente con las masas árabes. Por otro lado, la causa palestina ha sido siempre una razón para movilizar a las masa árabes contra los propios regímenes.
Principios de resistencia
En este marco, el movimiento de resistencia palestina -la Intifada- se ha convertido en una expresión de la conciencia palestina y árabe; se ha convertido en el modelo con el que se comparan todos los movimientos en términos de influencia sobre la conciencia colectiva de las masas árabes.
El movimiento de resistencia palestina alcanzó horizontes de leyenda y se hizo -unto con el modelo [de la resistencia] libanesa- na cuestión a comparar. Contenía el potencial para transformar la lucha de liberación nacional en una lucha de liberación social y política contra aquellos regímenes árabes que confiscan los derechos económicos y políticos del pueblo árabe. El pueblo palestino demostró con su firmeza, sacrificio y resistencia que a pesar de estar aplastada por ejércitos extranjeros y economías externas, y a pesar de sufrir un desequilibrio de poder, perseveró en su movimiento de resistencia y se aferró firmemente a sus derechos. Ello se manifiesta en claro contraste con los discursos oficiales de los regímenes árabes que se han referido a la inutilidad del movimiento de resistencia frente a la alianza de EEUU e Israel.
La mayor parte de los regímenes árabes reconocieron muy pronto los peligros de que se extendiera el carácter revolucionario de la Intifada; un carácter que amenaza con no detenerse en los límites del ejército de ocupación. Sus lecciones y sus valores políticos y humanos trascienden fronteras y amenazan con liberar un gran potencial enérgico de recursos humanos, poder económico, reservas naturales y liberación de la cultura y de los valores del mundo árabe.
Debido a su débil actuación y a su asociación política y económica con los países imperialistas, los regímenes árabes se han transformado en regímenes sumisos que, a cambio, han sometido a la sociedad árabe durante la última década, haciéndola retroceder y privándola de una visión política, social y económica para crear un futuro de esperanza. Al mismo tiempo, las actividades de resistencia contra esas dinámicas se están estableciendo en cada país del mundo árabe como un proceso natural para mejorar las condiciones individuales y sociales.
A pesar del excepcional potencial de energía del mundo árabe, la mayor parte del pueblo árabe sufre la pobreza, el desempleo, la opresión, la ausencia de democracia, pobres sistemas de seguridad social e inadecuadas visiones de desarrollo por parte de sus dirigentes. Más aún, esas sociedades sufren la desunión política. Los intereses nacionales y las decisiones nacionales pan-árabes están controladas por las compañías multinacionales y por el capital exterior que promueve una cultura consumista opuesta a los principios de progreso pan-árabes.
Trazando el mapa de Oriente Medio
A la vista de este panorama general, ¿cómo debemos interpretar las posiciones y los comportamientos de los regímenes árabes, y a qué dirección apuntan los vectores de sus movimientos? Resulta imperativo destacar que mientras nosotros utilizamos el término "regímenes árabes", es necesario distinguir entre cada régimen individualmente y evitar tratarlos como si fueran iguales.
Los regímenes nacionalistas árabes de Siria, Iraq y Líbano reivindican todavía una política de resistencia independientemente de las presiones exteriores. Tienen, en varios grados, interno y exterior, visiones políticas y económicas que no coinciden necesariamente con las de EEUU.
Los denominados "regímenes moderados", incluyendo a Jordania, Egipto y Arabia Saudí, se consideran aliados de EEUU y, con la excepción de Arabia Saudí, han firmado tratados con Israel. Tal y como está el equilibrio de poderes en la actualidad, el resto de los países árabes tiene muy limitada influencia en la formación de políticas pan-árabes, bien porque están geográficamente distanciados o por atender a sus problemas internos -como es el caso de Argelia, Túnez, Libia, Sudán y Yemen.
Hay dos corrientes que marcan la política del mundo árabe: el eje de Siria y Líbano que encuentra apoyo en Iraq, Libia, Sudán y Argelia, y el eje de Egipto, Jordania y Arabia Saudí que encuentra apoyo en Marruecos, Kuwait, y en el resto de los Estados árabes del Golfo. Existen, por supuesto, muchas contradicciones, anomalías, desacuerdos y competiciones entre los miembros del primer eje. La disputa sirio-iraquí, por ejemplo, no se ha resuelto todavía a pesar de la distensión y el acercamiento entre ambos Estados. Líbano sigue intentando minimizar la influencia y presencia de Siria.
Hay una clara competición entre Arabia Saudí (que se considera la cuna del Islam y que tiene unas relaciones fuertes con EEUU) y Egipto, que es un vértice del pensamiento árabe, con recursos y potencial humano, historia y cultura. Jordania detenta una posición intermedia pero tiene su importancia a pesar de su renuncia a los vínculos políticos y administrativos con Cisjordania -tal y como determinó el rey Husein en 1988- en virtud del hecho de que mas de la mitad de la población de Jordania es de origen palestino y de que Jordania tiene la frontera más larga con Israel.
Aunque Egipto y Jordania han firmado tratados de paz con Israel, ambos tienen problemas similares para hacer aceptar tales tratados de paz a sus pueblos. En ambos países, la oposición popular a los tratados es fuerte. La importancia del denominado eje "moderado"se evidencia significativamente en la inclusión en este eje de la AP, que igualmente sigue lo que se percibe como una línea política "pragmática" en relación a EEUU e Israel.
El mínimo común denominador
Las relaciones entre los países árabes se regulan de acuerdo al grado de incongruencias o a la cantidad de intereses que se solapan en un momento dado. Sin embargo, diferencias aparte, los siguientes rasgos distintivos son comunes a todos:
- Las relaciones de todos esos regímenes con sus sociedades está basada en la opresión. Los regímenes ven en el movimiento político de sus pueblos una amenaza a sus propias legitimidades y a sus privilegios.
- Esos regímenes llegaron al poder mediante golpes militares, por designación hereditaria o por elecciones increíblemente amañadas (por ejemplo, ganando el 99% de los votos).
- La mayoría de los regímenes manejan el problema palestino de manera que sirva a sus propios intereses y poco más. Brevemente: usan el problema palestino para legitimar su propio poder.
- La mayoría de los regímenes son hostiles a los cambios democráticos, sean de naturaleza política, social o cultural. Consideran que la democracia es una amenaza para su estabilidad y la utilizan solo como un método para cimentar su propio poder, no para dar rienda suelta a las capacidades y potencialidades de sus pueblos.
- La posición y la práctica cotidiana de los regímenes árabes en relación con el movimiento de resistencia palestina -la Intifada- revela constantemente niveles reducidos de entusiasmo y apoyo. La razón de esta frustrante realidad puede trazarse en las siguientes fases de la Intifada.
1. Desde el comienzo de la Intifada el 28 de septiembre de 2000 hasta la caída de Barak en febrero de 2001
La mayoría de los regímenes árabes consideraron la Intifada como una respuesta espontánea de los palestinos a la provocativa visita de Sharon a la explanada de Al-Haram al-Sharif. Al principio pensaron que la Intifada sería un fenómeno transitorio o limitado que se agotaría por si mismo. Vieron en la Intifada un intento de mejorar las condiciones de los Acuerdos de Oslo dentro de su propio contexto, pero nunca como un esfuerzo para crear una alternativa a Oslo.
Igualmente, los regímenes árabes tomaron la Intifada como una herramienta útil para mejorar su propia imagen interna. Ello se hizo evidente en muchas manifestaciones políticas en las que se saludaba a la Intifada como la realización de un derecho legítimo del pueblo palestino a resistir a la ocupación. Además, utilizaron la Intifada como un medio de agitación contra muchas políticas opresivas de Israel.
La masiva y violenta reacción de Barak al estallido de la Intifada produjo en esos regímenes la esperanza de un rápido final del levantamiento. Sin embargo, la capacidad del pueblo palestino y de su movimiento político de absorber los golpes israelíes, su disposición para hacer aún mayores sacrificios y la claridad de sus metas políticas de libertad e independencia comenzaron a preocupar a los regímenes árabes, especialmente cuando el movimiento masivo de los pueblos árabes comenzó a formar parte del extenso mecanismo de apoyo al pueblo palestino.
Los regímenes árabes, especialmente los moderados, mostraron claramente su consternación y comenzaron a presionar a la dirección palestina para que detuviera la Intifada y aceptase las condiciones que EEUU e Israel exigieron en las propuestas políticas y de seguridad durante la cumbre de Camp David y, posteriormente, de Taba.
Arafat rechazó la "generosa oferta de Barak" e inmediatamente comenzó a sufrir la presión no solo de EEUU sino también de varios dirigentes árabes. Arafat se mantuvo firme e insistió en los derechos nacionales del pueblo palestino para reivindicar la retirada de los soldados israelíes a las fronteras del 4 de junio [de 1962], el derecho al retorno [de los refugiados palestinos], el desmantelamiento de los asentamientos y Jerusalén. El presidente Clinton amenazó a Arafat muy abiertamente, "si no firmas, Israel lanzará la guerra contra ti con el apoyo de EEUU".
Las preocupaciones de los regímenes árabes comenzaron a aumentar según se hacía evidente que la situación amenazaba a extenderse sin control. El movimiento de resistencia crecía fuertemente. Por otro lado, Barak, que se estaba preparando para una guerra total, actuaba bajo dos influencias: primera, su convicción de que podría para al movimiento de resistencia palestina mediante el uso contundente de la fuerza; segundo, ante la creciente presión de la oposición del Likud y de Sharon.
En marzo de 2001, en la Cumbre Árabe celebrada en Amán se alcanzó un acuerdo sobre los siguientes puntos: glorificar la Intifada y su heroísmo; condenar la política israelí y sus acciones; aprobar un plan de apoyo al pueblo palestino; formar un comité de seguimiento de los incidentes en Palestina.
Las resoluciones de la Cumbre árabe se aprobaron a pesar de las contradicciones entre los dos ejes del mundo árabe: el eje nacionalista -Siria, Iraq y Líbano- que hizo un llamamiento al boicot cotra Israel, a la condena de la posición de apoyo de EEUU a Israel y al incondicional respaldo a la Intifada. El eje moderado -Jordania, Egipto- enfatizó su apoyo a la Intifada y a la condena de la ocupación israelí pero insistió en solicitar a EEUU que interviniera más activamente para frenar la violencia en la región. Rechazaron la idea del boicot a Israel y consideraron que sus establecidas relaciones con este Estado proporcionarían la posibilidad de influir positivamente sobre Israel.
En aquella conferencia, Arabia Saudí diferenció su posición por su criticismo hacia EEUU y por garantizar su apoyo financiero al pueblo palestino. Con ello, Arabia Saudí intentaba asegurarse un papel de liderazgo basado en su poder económico, en su influencia sobre el Consejo de Cooperación del Golfo y en sus viejas relaciones con EEUU.
Merece la pena destacar que la Cumbre árabe normalmente se reúne para discutir cuestiones pan-árabes. No obstante, las reuniones de altos dirigentes árabes, ya sean a nivel de ministros de Asuntos Exteriores o de los respectivos de la Liga Árabe, están sometidas a las rivalidades [existentes] entre los diferentes países. Por esta razón, sus decisiones son normalmente vagas y no comprometen [a sus miembros], con la posible excepción de la Cumbre mantenida por primera vez en 1964, bajo el liderazgo de Gamal Abdel Naser.
Poco antes de la Cumbre árabe, Barak perdió las elecciones israelíes el 6 de febrero de 2001 y Sharon llegó al poder.
2. De la llegada al poder de Sharon en marzo de 2001 al 11 de septiembre de 2001
Barak fracasó en aplastar la Intifada al igual que fracasó en las elecciones israelíes. Sharon llegó al poder como el rey de Israel, el salvador. No fue elegido porque tuviera una visión global para la paz o un plan maestro singular para resolver el conflicto de Oriente Medio. Fue elegido porque prometió al público israelí la seguridad absoluta. Era un general con una historia sangrienta. Era el héroe de la guerra de 1973 con Egipto y el comandante que dio una lección al pueblo palestino en Gaza desde 1970 hasta 1973. Su posibilidad de ganar las elecciones no disminuía por su pasado como artífice de la invasión de Líbano y Beirut y de las masacres de Sabra y Chatila.
La elección de Sharon no fue solo un reto para la Intifada sino [que creó] una situación delicada para los amigos de Israel. Ello constituiría después una seria prueba para los regímenes árabes sobre su credibilidad ante el pueblo árabe. La repugnante imagen de Sharon en el mundo árabe ayudó a los regímenes árabes a elevar el tono de su retórica política -incluida la reclamación de aislar a Sharon si ello fuese necesario.
Al principio, los discursos de los dirigentes árabes eran agresivos. No obstante, confiaban en que el general electo acabaría con la Intifada en cien días como había prometido. Hicieron sus cálculos en dos direcciones: si Sharon tenía éxito en acabar con la Intifada, sería bueno para ellos; e, igualmente, si la Intifada triunfaba y hacía caer a Sharon, también les beneficiaría.
Pero las expectativas de los regímenes árabes se diluyeron ante la firmeza del pueblo palestino y ante la eficacia de su movimiento de resistencia, por el aumento de las pérdidas en el lado israelí -tanto en términos humanos como económicos- y por el incremento de las medidas opresoras del ejército israelí.
El dilema de los regímenes árabes se complicó más cuando el movimiento de resistencia palestino consiguió establecer un cierto aunque delicado equilibrio con las fuerzas de ocupación. Como la confusión de los regímenes no parecía resolverse, insistieron en reclamar a EEUU que interviniera más activamente. El juego se había hecho demasiado peligroso para su gusto. Siguieron apoyando la Intifada pero solo en sus discursos. El primer signo de la desviación tomó la forma de dirigir su apoyo financiero no hacia la AP sino a las ONG nacionales e internacionales. De repente, su apoyo adquirió un carácter más humanitario para evitar, de hecho, el apoyo político a la autoridad palestina.
Durante este periodo se hizo evidente que Sharon era incapaz de acabar con la Intifada. La opinión pública israelí comenzó a preguntarse a dónde les estaba conduciendo [Sharon]. Él contestó con una agenda que superponía el poder a las negociaciones o al compromiso. Sus discursos se fueron haciendo más radicales que antes y procedió a aplicar la política gubernamental de asesinatos hasta alcanzar su más alto apogeo.
La guerra abierta y global de Sharon contra los palestinos fue respondida con los cada vez más suavizados discursos de los líderes árabes. Ello culminó cuando el ministro de Asuntos Exteriores de Qatar, Hamad Ben Yasim, declaró que los árabes deberían "rogar" a EEUU para que acabase la agresión israelí contra el pueblo palestino.
3. Del 11 de septiembre de 2001 hasta la Cumbre árabe de Beirut, de marzo de 2002
EEUU declaró una guerra total contra el terrorismo. Comenzó por reorganizar su agenda y sus prioridades. Disfrazando sus acciones tras los sucesos del 11 de septiembre, EEUU empezó a pasar las cuentas a aquellos Estados contra los que tenía resentimientos porque no aceptaban su política.
Sharon se subió a la ola de EEUU para pasar las cuentas de Israel al pueblo palestino. Hasta ese momento, Sharon había recibido fuertes ataques no solo de la comunidad internacional sino también de la comunidad israelí por no haber sido capaz de acabar con la Intifada como había prometido. Desatendió la economía y el deterioro de todos los sectores de la sociedad israelí, especialmente el sector del turismo. Sharon no pudo dominar la Intifada con los medios que había utilizado hasta entonces. Los sucesos del 11 de septiembre le proporcionaron la oportunidad de maximizar el uso de la fuerza. Intensificó la presión militar, política y económica para aplastar al movimiento de resistencia palestino. Con el apoyo de EEUU declaró que su guerra contra el pueblo palestino formaba aparte de la campaña internacional "contra el terrorismo". Equiparó a Arafat con Bin Laden y comparó al movimiento de resistencia palestino con los Taliban.
A la vista de la nueva fórmula de Washington -"los que no están con nosotros están contra nosotros"- y del respaldo a la opresión israelí -"Israel se está defendiendo"-, emergieron mayores contradicciones entre los regímenes árabes y la dirección palestina y la resistencia. La posición árabe oficial perdió capacidad de maniobra y en consecuencia comenzó a reajustarse, especialmente cuando la alianza de EEUU e Israel no dejó espacio para las objeciones o las críticas. Washington empezó a exigir declaraciones políticas muy claras y consecuentes con su propia visión.
Al mismo tiempo, la relativamente fácil victoria de EEUU en Afganistán aumentó su apetito de influencia en Oriente Medio. Guiados por los intereses comunes de EEUU e Israel y por las medidas opresoras del general israelí bajo el lema de "la lucha contra el terrorismo internacional", Washington presionó para que se acatara su voluntad -y la de Israel- en Oriente Medio. Sin embargo, este empeño chocó con dos grandes obstáculos: primero, el movimiento de resistencia palestino resultó inquebrantable y se intensificó; segundo, Iraq rechazó con firmeza las exigencias de EEUU.
Al igual que la causa palestina representa una causa moral e histórica para el pueblo árabe, representa también un modelo para mejorar su propia situación. Este hecho ha forzado a EEUU a poner fin al problema palestino cuanto antes, sacándole de su silencio inicial. Para Washington resultaba difícil, si no imposible, concluir su tarea en Iraq sin arreglar antes el problema palestino.
A la vista de esto, la política de EEUU definió cuatro estrategias principales:
- Dar rienda suelta a Sharon y su maquinaria militar contra el pueblo palestino bajo el lema "Israel tiene derecho a defenderse".
- Aislar a Arafat señalando la falta de confianza en él y describiéndole como incapaz e inútil para controlar el "terrorismo palestino".
- Exigir a los países del "eje moderado" ­Egipto, Jordania y Arabia Saudí- que declarasen abiertamente su voluntad de trabajar para poner fin a la Intifada y rechazar el "terrorismo palestino".
- Presionar a los países del "Eje del Mal" ­Siria y Líbano- mediante la amenazada de la guerra y designándolos como países del "Eje del Mal", además de declarar abiertamente la necesidad de derrocar al régimen de Sadam Husein en Iraq.
La presión de los pueblos árabes creció tanto como la contra-presión de Washington, lo que situó a los regímenes árabes entre la espada y la pared, una situación que se ajustó a través de las resoluciones de la Cumbre Árabe de Beirut, en marzo de 2002. En ese marco, los regímenes de eje moderado y aquellos del eje nacional, aceptaron la iniciativa saudí que se había hecho pública de ante mano en diversos periódicos internacionales. Este incidente particular, enojó a varios dirigentes árabes y ciertamente pudo contribuir al boicot de Mubarak [Egipto] y del rey Abdala [Jordania] que declararon que su ausencia era un acto de solidaridad con Arafat, a quien Israel había prohibido salir del país [para acudir a la Cumbre de Beirut].
Arabia Saudí sabía bien que Aman y El Cairo apoyarían la iniciativa no solo porque EEUU y Europa la habían aprobado sino porque también lo había hecho la dirección palestina. Ello explica porqué Arabia Saudí estuvo más preocupado por convencer a Damasco y a Beirut.
De camino a una reunión con Colin Powell, el príncipe saudí viajó desde Damasco hasta Marruecos sin detenerse en El Cairo ni en Aman. En general, la aceptación de la iniciativa saudí fue un intento de los regímenes árabes de postrarse ante EEUU. Trataban de hacerse visibles como si tuvieran algo con lo que contribuir. Arafat, a quien Israel había prohibido asistir a la Cumbre de Beirut, estuvo de acuerdo con la iniciativa saudí que reclama la aplicación de la fórmula de "paz por territorios" y la normalización de las relaciones entre Israel y los países árabes. El problema de los refugiados se pospondría para futuras negociaciones.
4. De la invasión israelí de las ciudades palestinas el 28 de marzo de 2002 al discurso del presidente Bush el 24 de junio de 2002
La invasión -reocupación- de las ciudades y aldeas palestinas por el ejército israelí, y la destrucción masiva que ha dejado tras de sí evidenciaron la respuesta militar y política a las resoluciones adoptadas a la Cumbre Árabe de Beirut que fueron ampliamente consideradas como una estrategia para la paz. La invasión fue una bofetada en la cara de todos los regímenes árabes.
Al igual que Sharon quería dar una lección a Arafat y acabar con el movimiento de resistencia palestino forzando la rendición de ambos, también quería mandar un mensaje a los dirigentes árabes. En esencia decía que el horizonte de la iniciativa saudí era todavía demasiado alta y que, a cambio, tendrían que hacer concesiones interminables. No hay que decir que la iniciativa fue rechazada de hecho por Israel cuando EEUU aligeró por un momento su perpetua justificación de Israel y aceptó una reunión con el príncipe saudí para discutir la iniciativa. Para cuando los dos dirigentes se reunieron, la iniciativa ya estaba muerta y desde entonces los regímenes árabes no han vuelto a pronunciar una palabra para defenderla.
El respaldo de EEUU a Israel y a su opción militar y la crueldad de la invasión causó grandes pérdidas a los palestinos que afectaron a las ciudades, a las cosechas y las viviendas palestinas. Ello reveló la última fase de impotencia de los regímenes árabes y reactivó la resistencia palestina. Los acontecimientos movilizaron por un momento a los pueblos árabes conduciendo a una explosión en las calles árabes desde Marruecos hasta el Golfo Arábigo- Pérsico. Ello reveló de nuevo el profundo foso que separa a los pueblos árabes de sus gobiernos.
Los regímenes árabes se encontraron sumergidos en un lodazal. Las protestas árabes se entendieron como la expresión política y social de un discurso multifacético en tres dimensiones:
La primera dimensión expresó la profunda frustración y desesperación de los pueblos árabes como consecuencia de su difícil realidad económica y política.
La segunda dimensión fue una expresión de solidaridad con el pueblo palestino, el rechazo de la política de EEUU, la condena del sesgo pro-israelí de Washington. Los pueblos árabes reafirmaron que la causa palestina sigue estando en el vértice del nacionalismo panárabe.
La tercera dimensión halló su expresión en la condena de la impotencia de los regímenes árabes y del consenso del rechazo general de los pueblos árabes hacia la declaración de Beirut.
La fusión dialéctica de estas tres dimensiones originó una cuarta dimensión. El movimiento de los pueblos árabes siguió expresando su solidaridad con el pueblo palestino, rechazando la política de EEUU y condenando la impotencia de los regímenes árabes oficiales, y este proceso comenzó a transformarse de movimiento de rabia hacia cuestiones externas a movimiento en el que emerge la conciencia de las cuestiones internas. La continuación de este movimiento pondría en peligro realmente los intereses de los regímenes árabes.
Esta transformación en el movimiento de la calle árabe comenzó a reflejarse a nivel social. Asimismo, comenzó a reflejar una conciencia colectiva que maduraba con la práctica. En su núcleo se encontraba la necesidad de estar firmemente al lado del pueblo palestino y de proteger los intereses nacionales árabes, y esos objetivos no eran posibles sin [que se produjeran] cambios radicales en la sociedad árabe a nivel político, social y económico.
El movimiento de la calle árabe ya no era una expresión espontánea de la solidaridad con el pueblo palestino y por ello, los regímenes árabes nunca más volvieron a mirar a este movimiento en términos tan simplistas. El movimiento comenzó por unir a todos los sectores de la sociedad reclamando un cambio radical que reestructurase y reconstruyese la vida política, económica y social en todo el mundo árabe y en cada uno de sus Estados miembros.
Este peligro inminente tenía que acabar lo más pronto posible y antes de que adquiriese mayor poder político. Para ello, los regímenes árabes comenzaron a presionar a Arafat cada vez con más intensidad para que pusiera un fin a la Intifada y tomara fuertes medidas contra los activistas. Sus posiciones empezaron a hacerse eco de las de Washington y Tel Aviv.
No obstante, las razones y las metas de Washington no eran las mismas que aquellas de los regímenes árabes. Los regímenes árabes deseaban una iniciativa política que acabara con el levantamiento de los pueblos árabes. EEUU tenía en mente una solución más global: fomentar entre los dirigentes árabes la competencia entre ellos para ver cuál era capaz de complacer más a EEUU. Washington quería dar a Sharon suficiente tiempo para acabar con la infraestructura del movimiento de resistencia como primer paso hacia una solución global basada en las condiciones israelíes y estadounidenses.
La Administración Bush era bien consciente de los peligros del movimiento de la calle árabe porque transmitía la abierta hostilidad contra EEUU. Sin embargo, la Administración Bush utilizó al mismo movimiento como medio de presión ante los regímenes árabes y consiguió mayores concesiones de éstos. El precio que han tenido que pagar a Washington ha sido guardar silencio mientras el movimiento de resistencia palestino estaba siendo machacado brutalmente y aceptar la guerra que viene contra Iraq.
El objetivo global de la política de EEUU ha sido conducir a la AP y a los regímenes árabes a un punto en el que solo pudieran aceptar las condiciones estadounidenses e israelíes para la resolución del conflicto de Oriente Medio. Washington podría entonces reordenar la región a su medida.
5. Del discurso de Bush del 24 de junio al presente
La zona de Oriente Medio está siendo testigo de un incremento dramático de las actividades de guerra, invasiones, reinvasiones así como del aumento del activismo de la resistencia palestina. Israel reaccionó invadiendo a gran escala, cercando muchas ciudades y aldeas palestinas, extendiendo el toque de queda e intensificando los daños económicos. Se había preparado el clima para que EEUU presentase su visión de la paz sin ninguna oposición seria por parte árabe. Los regímenes árabes eran conscientes de que no tenían otra alternativa que aceptar la visión de EEUU a pesar de la debilidad y la inconsistencia del discurso de Bush, que se concentró en lo siguiente:
- Aislar a Arafat y cambiar la dirección palestina.
- Reestructurar las fuerzas de seguridad palestinas bajo la supervisión de la CIA, Egipto y Jordania.
- Redibujar la sociedad palestina y sus fuerzas políticas.
- Controlar y supervisar la economía de la AP.
Según el señor Bush, la solución del conflicto de Oriente Medio no era tan urgente. La fórmula de "tierra a cambio de paz" podría esperar tres años más y la iniciativa árabe de la Cumbre de Beirut podía pudrirse en el foso más profundo. La lección para los monarcas y dirigentes árabes era la siguiente: si tiene que haber una solución en el horizonte, solo podrá ser una solución estadounidense -incluso aunque la iniciativa saudí no contradiga necesariamente los designios más básicos de EEUU para la resolución del conflicto de Oriente Medio.
Todas las condiciones del discurso de Bush iban contra el alivio gradual de las medidas de presión y la opresión del gobierno israelí. Bush retiró su demanda de que el gobierno israelí debería retirarse inmediatamente de las ciudades palestinas. No importa que Sharon la hubiese rechazado. En lo que se refiere a la solución final, esta cuestión podría resolverse de algún modo cuando las partes negociadoras abordasen las cuestiones como Jerusalén, fronteras, refugiados y asentamientos.
Los regímenes árabes, tal y como están estructurados en la actualidad y dependientes de EEUU tuvieron que aceptar la iniciativa estadounidense. También aceptaron la terminología de EEUU en relación al terrorismo. Incluso el aliado tradicional de EEUU, Arabia Saudí, estaba recibiendo ahora amenazas de Washington por su supuesto cobijo a terroristas. La actual sumisión de Arabia Saudí parece ser insuficiente. Se pide a Arabia Saudí que tenga más cuidado con sus iniciativas, que no se pronuncie tan vigorosamente en las relaciones con otros regímenes árabes. Los regímenes árabes han aceptado la reestructuración de la sociedad palestina en los niveles social, económico y político que nunca habrían aceptado para sus propios países. Pero para EEUU e Israel, esa no es la cuestión.
Para concluir, además, ¿porqué no deberían aceptar los regímenes árabes que se transformara a la AP en una copia de si mismos?
Una vez aquí, cuatro puntos caracterizan ahora el futuro de la política de EEUU en Oriente Medio:
- El cambio del gobierno en Palestina, Iraq e Irán.
- El mantenimiento de la guerra a largo plazo contra el "terrorismo internacional".
- Acabar con las armas de destrucción masiva.
- Cambiar el rostro de las sociedades de Oriente Medio (democratización).
Haciendo frente a estos objetivos -que están en su mayor parte dirigidos contra nosotros- no podemos evitar reconocer la posición permanentemente débil de los dirigentes árabes, cuyos horizontes políticos están en declive crónico. Lo que comenzó siendo su apoyo total al movimiento de resistencia palestina acabó, tras las cumbres de Aman y de Beirut, en una absoluta renuncia ante las exigencias de EEUU e Israel. Cualquier error o tumulto podría costar la cabeza de cualquier dirigente árabe.
Sin embargo, la vida es más rica que los campos de petróleo de Arabia Saudí y de Kuwait, y los resultados desde el punto de vista de la Historia difieren de los resultados derivados de los juicios inmediatos. Lo que sigue siendo cierto es que mientras esta realidad contradiga los intereses de la vasta mayoría de la gente, el pueblo luchará hasta el último aliento para cambiarla.
* Majed Nassar es subdirector de los 'Health Work Committees' (Palestina)
Nassar Ibrahim es miembro del 'Alternative Information Center' (Israel).
11 de noviembre de 2002
Traducción: Loles Oliván, CSCAweb