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Medio Oriente

17 de octubre del 2002

David y Goliat en el siglo XXI

Aurelio Suárez Montoya
MOIR

Un joven pastor hebreo, según el relato bíblico, mató al gigante filisteo Goliat en el año 1000 a.n.e. de una pedrada en la frente. Esa leyenda se refiere a una de las múltiples refriegas que los hebreos, un pueblo originalmente nómada que hizo parte de la migración de los semitas, tuvo con otros grupos tribales en busca de un asentamiento nuevo, luego de haber abandonado el lugar primitivo que, al parecer, se ubicaba en las fronteras de Mesopotamia. Un conglomerado mayoritario se desplazó hacia Palestina, que ya estaba ocupada por comunidades agrícolas, y otros grupos viajaron a Egipto. Su trashumancia, luego del éxodo de Egipto, los llevó a construir una deidad que les mantenía protección constante y una relación especial: Yahvé. Ella, a la vez, los "seleccionó" para hacer la difusión de su Ley, les dio un carácter de pueblo "escogido". Durante un tiempo las doce tribus, después de que Josué se tomara a la ciudad cananita de Jericó y luego de repetidas disensiones conjuradas por los denominados Jueces, como Samuel, estuvieron unificadas bajo el reinado de Saúl, David y Salomón; a esa época se remonta el establecimiento de Jerusalén. La unidad tribal se destruyó pronto y aparecieron divisiones internas, como la de Israel y Judá, al final los hebreos terminaron con su poder político erosionado, sometidos a los grandes imperios antiguos, hasta que el romano destruyó su reino, unidos sólo por una reformulación de sus concepciones tradicionales rescatadas por los Profetas. Hoy esperan el Mesías que los conduzca a la victoria sobre la base de la fidelidad a su alianza con Yahvé.
De ese relato, fiel al Antiguo Testamento, sale la primera gran discusión en torno al conflicto del Medio Oriente: ¿Es el Estado judío, impuesto y creado como tal, desde las migraciones sionistas promovidas desde 1.882, cuando en esa región, bajo el Imperio Otomano, sólo había un judío por cada 30 árabes, y como todo el mundo sabe hasta después de la Segunda Guerra Mundial, una expresión de una nación que históricamente, en su verdadera acepción, no parece caberle a un conglomerado humano que más está conexo por razones religiosas que por otras? ¿Corresponde su condición a las que a una nación le caben estrictamente al tenor de la sociedad moderna, como su lenguaje, sus nexos e intereses comunes, su disposición de medios, energías y recursos propios y que, de ellos, deriva su autonomía e independencia? Cuando se retoma la historia de las doce tribus y se añade el modo como surgió su versión moderna, quedan serias dudas sobre si el Estado judío contemporáneo interpreta una verdadera nacionalidad, el requisito principal. Con relación a su creación en 1.947 debe saberse que, en la zona, de posesión británica entregada a la ONU, había 1'269.000 árabes y 608.000 judíos, estos últimos llegados en los últimos 30 años. La partición del territorio de la Palestina en dos estados definida por la ONU en 1.947 nunca se cristalizó, jamás se pudo fundar el estado palestino. Un millón de árabes fueron desalojados y arrinconados, hoy el Estado de Israel ha anexado a sus 14.000 kilómetros otros 65.000 más. Para ello ha librado tres guerras, en 1956, en 1967 y en 1973 y ha enfrentado dos Intifadas (sublevaciones sociales de palestinos) en los cuales ha matado miles, bombardeado a la población civil e inerme, destruido casas y centros de actividad económica, sedes de gobierno local, incluido el cuartel de mando de la autoridad en Ramalah y ha causado verdaderas masacres como el genocidio de Jenin. Y, si bien Israel ha sufrido en su población civil ataques terroristas injustificados, desde su creación, en su iniciativa de expansión ha desatendido 246 resoluciones de la ONU que reivindican el Estado Palestino y exigen el retiro de las zonas ocupadas de Jerusalén, Cisjordania y la franja de Gaza, donde ha implantado asentamientos judíos por lo que llaman Ley de Retorno, la que los asimila a "su nación".
Israel no está solo. Es desde 1.948, cuando Estados Unidos lo reconoció como república el principal destino de la ayuda norteamericana externa. Los 14.000 dólares de ingreso por habitante al año no son fruto de un crecimiento autóctono, mucho tienen que ver con los 5.000 millones de dólares anuales que recibe del Tío Sam. Estos son entregados así: 1.800 en forma de "ayuda" militar, 1.200 como ayuda económica y 2.000 como bonos federales garantizados. Además las donaciones voluntarias privadas superan otros 1.500 millones. Israel reconoce su dependencia económica y ha pedido reducirla paulatinamente. La contrapartida a la generosidad gringa es convertirse en el primer promotor de sus intereses en esa zona clave del mundo como enclave de información y apoyo y un centro de desarrollo de la investigación en industrias militares. Ha fabricado, entre otros, mísiles y aviones de combate. Entre 1.949 y 2.000 los recursos norteamericanos a Israel se acercan a 90.000 millones de dólares, un monto que supera toda la ayuda entregada en ese lapso a todos los países del África Subsahariana, América Latina y el Caribe juntos.
Publicado en La Tarde, Pereira octubre 8 de 2002