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Latinoamérica

OPONER EL HUMANISMO AL CAPITALISMO SALVAJE

Colombia : Votar por el que menos daño haga ?

Por Iván Nicholls*

Confieso que la situación mundial y nacional ha sobrepasado mi conciencia de mi capacidad de comprensión. En otras palabras, me he dado cuenta de que los parámetros que tenía para medir lo que ocurre me son insuficientes. Durante los tres años y medio que he publicado esta columna, me dediqué fundamentalmente a repetir en una y otra forma, con uno u otro telón de fondo, la necesidad de respetar y de rescatar unos valores morales que considero fundamentales para la evolución del ser humano y de la sociedad. Lo hice como un comentarista de los hechos sociales y políticos de mi país, Colombia.
Desde el famoso 11 de septiembre todo parece haber cambiado, o tal vez nada ha cambiado, pero los acontecimientos y la política de los Estados Unidos han servido para mostrarnos, para revelarnos y para imponernos una realidad más dura y dañina de la que estábamos dispuestos a aceptar antes de esa fecha.
Antes no estaba del todo ciego y me daba cuenta del materialismo y del consumismo absurdo de los americanos, y también me daba cuenta de que esos patrones de vida arrastraban a la América Latina, especialmente a los grupos de más alto nivel económico, a unos esquemas de vida totalmente divorciados de las necesidades de su entorno. El ejemplo más dramático y evidente de esta tragedia es Argentina, llevada al matadero por sus políticos venales, por sus empresarios egoístas y corruptos y por sus economistas sumisos al FMI y demás organismos estadounidenses-pseudointernacionales. Pero la política belicista imperialista del presidente Bush, electo para dirigir el planeta sin conocer más allá de Texas, supera el surrealismo colombiano.
Los resultados casi inmediatos de sus actuaciones en Israel superan a una escala universal la ineptitud de nuestro presidente, quien al fin de cuentas creyó que adivinando lo que le iban a ordenar los americanos estaba en una senda segura y correcta. Los resultados se vislumbran catastróficos a nivel nacional e internacional. Nuestros treinta mil muertos anuales pueden ser "peanuts" comparados con lo que puede pasar en Europa y en el Oriente Medio si continúan las equivocaciones bélicas y se acrecienta el espiral de odio y de venganza.
Siento que he sufrido un cambio de conciencia que no alcanzo a explicarme porque quizá no tengo los conocimientos suficientes para entenderlo, pero me doy cuenta de que los acontecimientos de nuestro entorno inmediato, Colombia, ya no los puedo aislar y me siento más divorciado que nunca de esa cualidad o defecto tan colombiano que nos hace obstinarnos por luchar por nuestro pedazo de queso, ciegos a lo que ocurre a nuestro alrededor. Envidio un poco a nuestros periodistas que en alguna forma parecen engolosinados con nuestro quehacer político diario y producen todos los días simpáticas crónicas sobre los bigotes de Serpa y la barriga de Pacho Santos. A mí me pasa todo lo contrario, porque a medida que se complica más el mundo, más me tengo que esforzar por interesarme en las minucias de nuestra vida política nacional. Puede también ocurrir que ante la debacle nacional tenga la necesidad de recurrir al escapismo. Pero no, parece más bien que el caos nacional lo veía venir desde hace mucho tiempo y que lo entendía como la consecuencia lógica de la falta de grandeza, del egoísmo y corrupción de nuestros dirigentes, especialmente de los de los últimos cincuenta años, mientras que tenía esperanzas de que las potencias occidentales mantuviesen un rumbo más humanista. En ese entorno creía que el desbarajuste colombiano era hasta conveniente porque podía haber un renacer en un entorno internacional propicio.
Ahora se me impone el hecho de una polarización planetaria entre la técnica y la supereficiencia empeñada en un consumismo inútil, bélico, destructivo y un humanismo débil que es la única esperanza de un mundo mejor. Esa polarización va tomando forma y espero que América Latina opte en un futuro cercano por una Europa que está al borde obligatorio de convertirse en un contrapeso a los excesos americanos. Lo contrario sería un mundo de pesadilla de la ciencia ficción.
En ese gaseoso mundo de mis ensoñaciones y de mis malos sueños me pregunto qué pensar y que opinar de nuestra política nacional entre la corrupción, el desempleo, el terrorismo y la pequeñez de nuestros dirigentes. A la luz de las contradicciones mundiales los veo más chiquitos que nunca, más incapaces que nunca de pensar en una forma original o distinta, más sumisos que nunca a la voz de un amo que los desprecia. ¿Qué tipo de independencia podemos esperar de unos candidatos que durante toda su vida política fueron incapaces de rebelarse o de disentir de sus señores de siempre? Es difícil pensar que nuestros candidatos puedan en la madurez de su existencia romper con ese pasado que pacientemente construyeron para llegar a la cúspide bajo el auspicio de aquellos personajes. Hay un grupo de independientes que al menos han mostrado con su vida que creían en algo diferente. No han disfrutado del poder y no se sabe qué harían con él, pero no se han vendido al poder ni han callado para ascender. Tienen ese mérito.
¿Qué podrá ser, pues, lo menos peor para Colombia, asumiendo que lo más probable es que Uribe gane las elecciones? ¿Votar por él para que gane en la primera vuelta y llegue a la Presidencia con un mandato absoluto de guerra en un mundo sumido en la guerra por la primera potencia, o votar por el señor Serpa, quien ha sido capaz de decir y de hacer cualquier cosa por un mandato en el cual nadie puede saber si tiene algo por hacer, o votar por unos independientes que probablemente no van a llegar ahora al poder, pero que en alguna forma representan unas ideas y un comportamiento más acorde con la única línea de pensamiento que se asemeja a un ser humano equilibrado y con la única promesa de un mundo digno de vivirse? ¿Qué podrá ser lo menos peor para este pobre país sin rumbo y sin paz? Es difícil saberlo y cualquier cosa que uno haga será incapaz de resolver nuestros problemas en el futuro inmediato, porque el dolor y el sufrimiento aumentarán en los próximos años. Queda la esperanza de que votar en conciencia servirá para afirmarnos individualmente en nuestras convicciones más profundas y para alentar no sólo en Colombia sino en el mundo un futuro más digno de vivirse que aquel por el cual lucharon y luchan la Alemania nazi, el Imperio del Japón, la Rusia postalinista, el Israel de Sharon o los Estados Unidos de Bush.