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Latinoamérica

6 de marzo del 2002

Justificación teórica de la propuesta de cesión de soberanía
Un plan de "rescate"

Rudi Dornbusch y Ricardo Caballero
Bitácora
Argentina espera una nueva asistencia del FMI que contribuya a resolver sus mil problemas económicos, políticos y sociales. Por supuesto, todos saben que esa no es la solución. La verdad es que la Argentina ha quebrado. Ha quebrado económica, política y socialmente. Las instituciones no funcionan, el gobierno no es respetable, su cohesión social ha colapsado. Con rupturas de esta naturaleza no es sorprendente que se prefiera la reconstrucción a la vía rápida de apoyo financiero. Argentina se parece a las economías europeas del inicio de los 20´, un país cuyos asuntos no se resolverán en un año para volver a levantarse como Corea, México o Brasil.
Es el momento de ser radicales. Cualquier programa plausible de reconstrucción deberá ser diseñado sobre tres pilares:
El reconocimiento que será el esfuerzo de una década, no de unos pocos años. La producción económica argentina, sus créditos e instituciones han sido destrozados. Llevará un buen tiempo reconstruir el capital moral y físico de los argentinos.
Dado que la política está sobrecargada debe ceder transitoriamente su soberanía en el manejo de los asuntos financieros. La tranquilidad financiera es la cabeza de playa desde dónde deben ser encarados las soluciones a los problemas del déficit fiscal, el ahorro y la inversión.
El mundo entero debe proveer ayuda financiera a la Argentina. Empero esta debe efectivizarse sólo cuando Argentina acepte una reforma radical, el control y la supervisión internacional del gasto, la emisión y de la administración de impuestos. Cualquier crédito externo debe ser encarado como puente entre las necesidades fiscales inmediatas y el inicio de un ciclo, en uno o dos años, en el cual las reformas radicales creen un sistema financiero sustentable.
Actualmente, la Argentina está quebrada y adormecida. Si el curso de los hechos continua como hasta ahora, la emisión de dinero lejos de resolver los problemas pendientes del caos financiero y del sector publico destruiría aun mas las bases de la reconstrucción. Una batalla por la distribución has sido abierta entre los trabajadores y los ricos, entre quienes han quedado atrapados en el corralito y quiénes lograron llevar su dinero a Miami, entre las provincias y Buenos Aires; entre los sindicatos y los empresarios; entre los acreedores extranjeros y una nación empeñada en sacarse de arriba obligaciones y en un vano intento por mantener alguna impresión de normalidad. La Argentina está siendo canalizada en esas disputas. El dinero del FMI sin una profunda intervención en crear un cambio de las reglas de juego no serviría para prevenir la autodestrucción.
Argentina deberá reconocer humildemente que sin una masiva ayuda e intervención externa no podrá salir del desastre. ¿Qué clase de ayuda externa? Se deberá ir un poco más lejos del financiamiento. En el corazón de la crisis argentina hay un problema de falta de confianza como sociedad y en el futuro de la economía. Ningún grupo desea ceder a otro el poder para resolver las quejas y arreglar el país. Alguien debe empuñar el poder con fuerza. Una dictadura no es deseable. Pero mientras todos piensen –a menudo con acierto- que todos son corruptos ningún pacto social podrá ser acordado. Sin dicho pacto social la canibalización del capital social y económico proseguirá día a día.
Argentina debe ceder ya mismo buena parte del control de su sistema monetario, fiscal, de regulación y gestión soberana de sus activos por un período extenso. Digamos cinco años. Esto no carece de antecedentes. Al término de la segunda guerra mundial, Austria enunció dramáticamente sus necesidades a la Liga de las Naciones la que reconoció los problemas de disfunción social. Con la aprobación parlamentaria se nominó un Comisionado General residente y responsable ante la Liga de las Naciones para gestionar el uso de la ayuda financiera. El Comisionado autorizaba cada Ley que supusiera gasto, supervisaba al Banco Central y monitoreaba las reformas.
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Argentina debería aceptar el desafío de hacerlo. Una oficina de experientes banqueros centrales debería tomar el control de la política monetaria argentina. Esta solución aportaría mucha reputación y credibilidad de una caja de conversión sin tener que apelar a los costos de la adopción de una política monetaria hecha a la medida de otro país –estos es, de la dolarización. NR. Los nuevos pesos no deberían ser impresos en suelo argentino.
Otro agente extranjero es necesario para la verificación de la política fiscal y la firma de los cheques de la Nación a las provincias. Gran parte del problema fiscal tiene que ver con el complejo diseño y la aplicación de un pacto fiscal de forma de compartir responsabilidades.
La evasión de impuestos y la corrupción –y la aceptación gubernamental de estos asuntos- deben ser suprimidos de forma radical. La micro gestión extranjera no es factible pero si lo son los mecanismos acordados de incentivos y el compartir las experiencias. Argentina no es el primer país que tiene problemas de recaudación tributaria. Hay soluciones disponibles y deben ser impuestas. Incluyendo a las provincias en el esfuerzo con un piso mínimo de coparticipación del 30% aproximadamente, pero con fuertes incentivos para la recaudación local de los impuestos como parte de las respuestas. La proporcionalidad en la coparticipación no es suficiente. Quizás debería darse a las provincias, más de un peso por cada peso de recaudación acordada por encima de cierto umbral. Además, dadas las ventajas que una estructura impositiva simple tiene para fiscalizarla, aquí no hay espacio para elaborar un nuevo código tributario complejo. Deben simplificarse, tasas uniformes, uniformes y uniformes.
La economía argentina se ha venido precipitando; es necesario un inmediato incremento de la producción de la mano de la largo tiempo postergada inversión y la erradicación de la corrupción como una manera de vivir. El mecanismo de incentivo en el nuevo código tributario debería contribuir a controlar la corrupción a nivel provincial. Los trabajadores deberían comenzar a tener propiedad de acciones de las empresas realizando acuerdos para compartir ganancias. Además de la contribución a la flexibilización laboral, ello agregaría un segmento adicional de fiscalización y ayudaría a mejorar el monitoreo de la evasión fiscal del sistema.
Una masiva campaña de privatización de puertos, aduanas, y otras medidas claves para la productividad deberían ser adoptados ahora. Las medidas de desregulación de los sectores de distribución y de comercio mayorista son esenciales. Otros agentes externos experientes deberían controlar estos procesos de modo de asegurarse que ellos acaben bien para que luego puedan ser compartidos por todos los argentinos.
En el acuerdo con un plan claro y radical, Argentina ofrecería un nueva apariencia tranquilizadora y entusiasmante. Habría una razonable posibilidad de lograr el éxito. En la medida que el comité de conducción monetaria seria externo se podía acelerar el paso a un nuevo plan de convertibilidad temporal , mañana mismo, digamos a dos pesos por dólar, aunque más no sea porque es el siguiente número simple más cercano al uno a uno. Desarticulado el "corralito" y dejando que el Fondo Monetario y otras instituciones financieras internacionales decidan cual será la nueva ayuda financiera y cómo se controlará, a cuáles bancos asistir y a cuales no. Es su dinero después de todo. El capital extranjero cambiaria su pensamiento rápidamente; habría esperanza nuevamente. Pero para llegar allí es necesario dejar claro que no hay escapatoria de la reforma radical, de la reforma invasiva.
Rudi Dornbusch es Licenciado en Ciencias Políticas de la Universidad de Génova. Y Ph.D (Economics), de la Universidad de Chicago. Ricardo Caballero es Economista y profesor de la Universidad de Harvard
Traducción: Bitácora sobre la versión de la página de Dornbusch: www.mit.edu/rudi. Nota publicada en el suplemento Bitácora de Uruguay.