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Latinoamérica

4 de marzo del 2002

Postales de la nueva Argentina, o Cocinando sin recetas

Claudia Korol
1
P
ostales de la nueva Argentina, rompecabezas para armar. Un tiempo que termina y otro que se inaugura, embarazado de futuro y acalambrado por los gestos del pasado, de lo que no quiere renunciar, de lo que empuja hacia atrás.
Postales de la nueva Argentina. Entre ruidos de cacerolas que repican: que se vayan todos, que no quede ni uno solo. Entre cortes de rutas que cierran espacios para el retorno a la comodidad.
2
Se cumplieron dos meses desde las jornadas en que todo fue fuego, sangre y rebelión. Pasaron los días, cambiaron los presidentes, los ministros, el valor del dólar, los planes económicos. No cambia el hambre. La bronca continúa. Un país nuevo va naciendo desde el fondo de nuestra destruida identidad, de nuestra golpeada memoria.
¿Qué cuerpo va constituyendo a la nueva Argentina?
La nueva Argentina tiene una mirada desconfiada del poder.
Tiene un gesto esperanzado en las fuerzas propias del pueblo.
Los ojos de la nueva Argentina, miran y se miran, buscando re-conocerse, constituirse, desaprendiendo y aprendiendo de la propia historia.
La piel de la nueva Argentina está endurecida por la intemperie. Nació en la lucha de calles. Nació en los cortes de ruta. Nació en las plazas. Nació sin cobijo ni seguridades.
Las manos de la nueva Argentina, están modeladas por siglos de trabajar, de producir, de crear. Son manos que no quieren acostumbrarse a la ausencia de trabajo. Son manos que no quieren mendigar. Son manos que eligen tomar lo que es propio, si es necesario, antes que lastimarse con la limosna que las condena al ancho y ajeno territorio de la exclusión.
Los pies de la nueva Argentina caminan sobre la tierra, dejando huellas. No son pasos sin rumbo, aunque no sepan a ciencia cierta cuál es el rumbo, y descrean de las ciencias ciertas.
Las entrañas de la nueva Argentina, gritantes de hambre, desesperadas de sed, tienen la memoria de otros partos, de anteriores nacimientos, de antiguos fuegos.
El corazón de la nueva Argentina late una nueva urgencia de ser. El corazón de la nueva Argentina trae las sangres de todos los hombres y las mujeres que entregaron sus vidas para que la justicia siga latiendo en nuestras venas.
¿Cuál es la conciencia de la nueva Argentina? Esto se preguntan quienes al mirarse al espejo, se desconocen. Quienes desconfían del signo rebelde. La conciencia de la nueva Argentina, se está forjando rápidamente, como en una fragua. Se hace de experiencias antiguas y recientes, de ideas olvidadas, de palabras que nombran actos recién nacidos, y otras que renombran viejos combates. Es una conciencia que crece cada día, abierta a aprender, y a recordar, lo que la cultura neoliberal obligaba a desconocer y a olvidar.
La pasión de la nueva Argentina, está hecha de todo amor, de toda rebelión. Es una pasión anunciadora. Es una pasión que empuja, nos empuja, a reconstruir laboriosamente la esperanza.
3
¿Por quién doblan las campanas? Se preguntaba un escritor barbudo en el siglo pasado.
¿Por quién suenan las cacerolas? Me preguntó un barbudo intelectual de este siglo.
Por nosotros, pensé, pero no respondí, porque la charla ya había seguido otros rumbos.
En la fiesta familiar, donde los médicos se vuelven economistas, las amas de casa sociólogas, los piqueteros periodistas, y los periodistas se pasan recetas de cocina; todos opinaban sobre la mala calidad de las cacerolas de este tiempo. Cada uno había perdido una o más, en los fragores de nuestra rebeldía. Abolladas algunas. Abandonadas en las corridas otras.
Deformadas por los golpes, las cacerolas demostraron que no habían sido pensadas para estas batallas, sino para el privado ámbito de la cocina. Instrumentos de la intimidad, no resistieron en muchos casos el recién descubierto rol de tambores de guerra.
¿Por quién suenan los tambores? Insistió una vez más el barbudo intelectual de este siglo, empeñado en descifrar no la materialidad, sino la espiritualidad de las cacerolas. ¿Por los ahorros retenidos? ¿Por el corralito? ¿Por el 1 a 1? ¿Por la pesificación de todo-todo? ¿Por la dolarización de todo-todo?
Nos miramos sorprendidos. Ninguno de los allí presentes teníamos un peso en el Banco. No podíamos salir de ese corralito, sencillamente, porque jamás habíamos entrado. Ninguno tenía deudas, más que con el almacenero de la esquina. Ninguno tenía dólares. Nuestras cacerolas gritaban otros gritos.
Algunas ollas salieron a gritar por las calles, ante el absurdo de un decreto que ordenaba el estado de sitio. Otras salieron cuando vieron a unas madres golpeadas en la Plaza de Mayo. Otras repicaron con furia, al ver las imágenes de nuestra gente asaltando los supermercados, reclamando comida para sobrevivir. Otras salieron para que se vayan todos, todos, los que nos robaron todo, todo. Otras salieron para que se acabe la impunidad, para que se termine con la suprema injusticia. Otras salieron porque sintieron, más que comprendieron, que era el momento para salir. Otras golpearon porque sí. Otras para matar el silencio. Otras para vivir la memoria.
Claro que al salir, supieron de otros golpes. Las cacerolas se encontraron en la calle con otras muchas que comenzaron a sonar por un reclamo individual. Por un crédito. Por un plazo fijo. Por el temor a perder los ahorros de toda la vida.
Pero las cacerolas aprendieron, abolladas por los golpes, que la práctica todo lo transforma. Que nadie es la misma persona, después de que su tambor, sonó junto al del hermano o de la hermana. Que nadie es la misma persona, cuando su angustia dejó, aunque sea por un momento, de ser la angustia individual, para sentirse protesta social. Que nadie golpea hoy las cacerolas como el primer día.
Las cacerolas descubrieron, en estas jornadas, que antes que ellas sonaran, otros muchos y otras muchas salieron, sin cacerolas, a cortar las rutas, a cortar los puentes, a reclamar por todos. Las cacerolas tardaron en salir. Muchas veces tardaron en comprender. Pero puestas en la calle, no quieren regresar al mundo privado. Las cacerolas buscan encontrarse en las calles, recuperadas por sus ruidos, con los piqueteros y las piqueteras. Buscan preparar un nuevo guiso popular. Las cacerolas, le digo al barbudo, suenan por nosotros.
4
Pasaron dos meses desde la rebelión en la que los argentinos y las argentinas, dejamos de ser gente, "gente linda", "querida gente", para sentirnos nuevamente pueblo. Pasaron dos meses desde el momento en que nos sentimos y fuimos, nuevamente, protagonistas.
Pero sorprendentemente, nuestra rebeldía, sanadora, legítima, ofende, asusta, intranquiliza.
A quienes estaban acostumbrados a la escéptica inteligencia, a la crítica desesperanzada, que significa entre otras cosas, no comprometerse más que hasta ahí, esta forma nueva de existencia que nos involucra, que nos conmueve, les molesta. Juzgan entonces la debilidad del movimiento, analizan su espontaneidad, exhiben sus límites. Con el corolario debido: "no vale la pena jugarse en ésta."
A quienes estaban acostumbrados a una manera de resultar progresistas, de la boca para afuera, este ejercicio casi cotidiano de marchas, movilizaciones, asambleas populares, que requiere de todos nuestros cuerpos, los inquieta.
A quienes desde su puesto de jueces universales, descreen del pueblo, de nuestra lucha, de nuestras búsquedas, intuiciones, sentimientos; a quienes optaron por enterrar la categoría de lo popular, a quienes desprecian la rebelión plebeya porque apuestan a la tranquila y reglamentada acción institucional, esta movida los ofende.
Nos critican por lo que nos falta y por lo que nos sobra. Por lo que decimos y por lo que callamos.
La nueva institucionalidad, que nace en las asambleas populares de los barrios, en las asambleas de los piqueteros; estas formas de democracia directa, sin representaciones, ofende a los que durante mucho tiempo se dijeron nuestros representantes. ¿De qué van a vivir, si la democracia popular naciente no quiere que la representen?
Los comunicadores del sistema, trabajan para ocultar esta nueva presencia. Otros pretenden que su institucionalización, la regrese al corralito de los representantes.
Los comunicadores progres aspiran en muchos casos a sustituir con sus voces, las voces verdaderas de los nuevos movimientos populares -otra manera de representarlos- y se inquietan cuando reciben la misma respuesta: "somos una nueva presencia en la sociedad, que tiene voz propia; no hablen por nosotros. Si de progresismo en comunicación se trata, creen espacios para que se oiga nuestra palabra verdadera."
La rebelión más que echar a un presidente, quitó a todos los que tenían alguna comodidad, esa tranquilidad del derecho adquirido sobre los otros. Restó poder a los poderosos. Los inquietó. Ahora estamos creando, con mucho esfuerzo, las bases para un nuevo poder. No se trata del asalto a la Casa Rosada, ni a la Corte Suprema de Justicia, ni al Parlamento. Se trata de la creación, desde abajo, de nuevas relaciones políticas entre nosotros y nosotras, de una nueva manera de resolver los problemas, de ejercer nuestras demandas, de buscar alternativas a nuestras necesidades.
Las asambleas populares, las asambleas piqueteras, no son en sí mismas el espacio que representa a todo el movimiento popular. Pero son un espacio en construcción, en búsqueda, de nuevas formas y contenidos del protagonismo.
Más allá de todo escepticismo, más acá de toda comodidad, son los espacios en el que crece la intranquilidad de los poderosos.
5
Miro a Martina, mi hija de cinco años, intentando escribir sus primeras palabras. Deletrea separando una letra de la otra, para luego buscar unirlas comprender nuevamente su significado. P-a-t-r-i-a. L-i-b-e-r-t-a-d
Algunas veces, al lograr reunir a todas las letras, pierde el sentido de la palabra. Otras veces le cuesta separar una palabra de la otra. Son esfuerzos autodidactas, que hace y rehace con constancia infantil.
Así vamos haciendo –pienso yo- nuestra historia. Las asambleas populares deletrean palabras conocidas, las desarman, y al reunirlas tratan de volver a interpretarlas. Patria. Justicia. Dignidad. Libertad. Autonomía.
Las asambleas populares buscan la materialidad que traducen las palabras. Encuentran distancias entre lo que se nombra y lo que se es, entre lo que se dice, y lo que se hace.
En sus esfuerzos autodidactas, las asambleas populares conjugan frases nuevas, escriben una nueva historia.
Sobrevuela cada lección, un espíritu libertario. Cuando se descubre un nuevo sentido, la fiesta de la rebelión vibra con una alegría, casi infantil.