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Latinoamérica

4 de marzo del 2002

Cuba y los derechos humanos: Una doble moral

Miguel Ángel Ferrari
Programa Hipótesis. LT8 Radio Rosario

El pasado miércoles por la noche, un grupo de ciudadanos cubanos penetró con un ómnibus de transporte urbano en el predio de la embajada de México en La Habana. Aparentemente su propósito consistía en llegar a los Estados Unidos a través de suelo mexicano.
Para quienes vivimos en América latina, que en Cuba haya personas que deseen radicarse en otros países, no debería provocar ninguna sorpresa. Las dificultades económicas reinantes en la isla, aunque de un origen diametralmente opuesto al resto de la región, induce a ciertas personas --como ocurre a diario en los demás países-- a la emigración.
Que en Cuba haya personas que se oponen al gobierno, tampoco debería constituirse en una novedad. En los restantes países eso es moneda corriente. Aunque es bueno destacar que los luchadores políticos y sociales que se oponen a las políticas neoliberales, prefieren permanecer en su tierra y continuar la lucha. Además, ninguna ley estadounidense les brinda a esos luchadores --a diferencia de los disidentes cubanos-- ninguna prerrogativa para radicarse en los Estados Unidos. Es más, en el marco de la perversa teoría del bien y el mal, Washington los puede considerar, como en el caso de Colombia, terroristas.
Lo que realmente resultaría novedoso, sería que en Cuba la policía matara a la gente en la calle como lo hicieron las policías Federal y provinciales --en diciembre-- en la Argentina, para citar sólo un ejemplo entre los millares de asesinatos políticos y sociales registrados en nuestro continente durante los últimos treinta años. También resultaría alarmante si en Cuba se registraran desapariciones de personas o casos de tortura.
Resultaría sorprendente, porque desde la caída de la dictadura de Batista nunca se produjeron asesinatos políticos de opositores a la Revolución Cubana, torturas o desapariciones de ciudadanos, como una forma de represión. Muy lejos está la sociedad cubana de aceptar prácticas aberrantes como ésas. Además --imagínese el oyente-- de ocurrir esas prácticas, cuál sería el tono de las críticas de los anticastristas y del propio gobierno de Washington.
Resulta curioso comparar lo inadmisible que resultaría una represión de esa naturaleza en Cuba y lo "normal" que resulta en los demás países de Latinoamérica.
En los últimos tiempos, por ejemplo, el actual ministro de Relaciones Exteriores de la Argentina, Carlos Ruckauf, ha estado manifestando su voluntad y la voluntad del gobierno del presidente Eduardo Duhalde, de condenar a Cuba ante la Comisión de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, que se reune anualmente en Ginebra, Suiza.
Por esos mismos días, el Banco de Torturas que funciona en la Defensoría de Casación Penal de la provincia de Buenos Aires --de la que fue gobernador el canciller Ruckauf hasta hace dos meses-- constató, según el diario argentino La Capital del miércoles 13 de febrero de 2002, 994 casos de torturas en unidades penitenciarias y comisarías, en los dos años que lleva desde su creación.
Es evidente que si el canciller argentino no considerara "normal" esta práctica aberrante en su propio país, no se hubiera atrevido a adoptar con tanta ligereza la recomendación de Washington en el sentido de sumar el voto argentino a la condena a Cuba, precisamente por violaciones a los derechos humanos.
Volviendo a la embajada de México en La Habana (que ya fue desalojada pacíficamente a pedido del gobierno mexicano), digamos que esta acción fue inducida por la emisora estadounidense, denominada Radio Martí, que difundió --de un modo distorsionado-- las palabras no muy claras del secretario de Relaciones Exteriores de México, Jorge Castañeda.
El ex intelectual de izquierda, devenido centroderechista, manifestó en Miami que la embajada de México en La Habana estaba abierta para todos los cubanos. Radio Martí difundió esta información durante ochos veces en un día, con la clara intencion de promover un movimiento de personas hacia esa sede diplomática. Propósito que logró. Finalmente el presidente Vicente Fox --que es un derechista, pero no un sumiso por vocación-- desoyó al vocero del Departamento de Estado norteamericano, Richard Boucher, que lo inducía a darle asilo a los ocupantes de la embajada y solicitó al gobierno cubano --como dijimos-- el desalojo pacífico de los intrusos. La mayoría de los cuales acreditan frondosos prontuarios por delitos comunes, no políticos, como robo con violencia física o tráfico de drogas.
A los gobernantes de los Estados Unidos y a sus seguidores --como el canciller argentino Ruckauf-- les cabe perfectamente aquella frase del filósofo y matemático inglés Bertrand Russell que decía "la humanidad tiene una moral doble: una, que predica y no practica; y otra, que practica pero no predica".