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La idea de derrota en la izquierda latinoamericana
Marcos Roitman Rosenmann
Existe una sensación de frustración y derrota que impregna casi
todos los análisis de la izquierda política e intelectual del
continente. La crisis de la Unión Soviética y la caída
del muro de Berlín han sido losas difíciles de soslayar a la hora
de pensar el socialismo y la democracia. Dichos acontecimientos generaron una
sensación de desánimo tras quitar el velo que ocultaba en los
países del Este prácticas contrarias a los principios más
elementales de la doctrina democrática, socialista y comunista. Los regímenes
políticos liderados por los partidos comunistas dejaron una estela de
corrupción e inmoralidad nada favorable a la defensa de los ideales igualitarios
contenidos en el pensamiento marxista. No debe extrañar que algunos intelectuales
desertaran, atacaran y abdicaran del marxismo (proceso en marcha desde los años
setenta). Tampoco que otros se reconvirtieran al orden establecido y desde allí
iniciaran un nuevo viaje. Pero ha habido quienes, sin claudicar, asumieron la
idea de fracaso y derrota como un principio desde el cual analizar la realidad
emergente tras la desintegración del bloque comunista y del nuevo proceso
de internacionalización. De manera mecánica se proyectaron hacia
América Latina experiencias históricas y políticas, que
nada o poco tenían que ver con la realidad de nuestra América.
La concepción de orfandad teórica y de proyecto político
ganó espacio y comenzó a ser postulada por un conjunto importante
de científicos-sociales y políticos de izquierda durante la década
de los años noventa del siglo xx, proyectándose hasta hoy en día.
La noción de triunfo del capitalismo y la ideología de la globalización
han sido factores coadyuvantes en desatar una imagen de desastre total, provocando
una desbandada en el pensamiento crítico. Los primeros en verse afectados
han sido los partidos comunistas. Algunos cambiando de nombre, otros inmolándose
o pidiendo su disolución. Y a continuación les han seguido teóricos
y militantes de izquierdas sin filiación procomunista. Por este camino,
se abdica de la lucha por el poder político y de apropiarse de la realidad
para su transformación democrática. Comienza un proceso de autismo
político, cuyo resultado más espectacular es la falta de argumentos
y de opciones sobre los cuales levantar proyectos de alternativa política
al neoliberalismo. El sentimiento de culpa se adueña de esta izquierda,
cuyo rasgo más destacado ha sido imponer la idea de fracaso y derrota
como punto de partida para cualquier tipo de discusión. En esta perspectiva
destaca el uso indiscriminado del concepto de crisis: crisis de las izquierdas,
teórica, de ideas, de proyectos, del marxismo, de las ciencias sociales,
etcétera. Nunca crisis de científico-sociales abatidos y sin capacidad
de respuesta a los acontecimientos. Curiosamente se soslaya esta peculiaridad
y se abstraen las experiencias y proyectos democráticos alternativos
que han surgido en América Latina durante los años 90 del siglo
xx, como el EZLN en México o el PT en Brasil, por ejemplo. Se tira el
niño con el agua sucia adentro. Se prefiere construir una visión
pragmática acompañada de un sentimiento de culpa, postergando
la responsabilidad de abordar y dar una respuesta crítica a los procesos
de renovación del capitalismo, más allá de denunciar su
dinámica excluyente. En esta perspectiva, el diagnóstico, la construcción
de proyectos alternativos se aleja del horizonte histórico.
El sentimiento de culpa se ha convertido en un estado de ánimo que paraliza
y frustra. Todo se impregna de esta visión lineal utilizada para explicar
el porqué de las crisis de los proyectos democráticos y socialistas
existentes en América Latina y en el mundo occidental. Hay que combatir
dicha dinámica. Es necesario revertir el proceso y volver a interpretar
las experiencias de cambio democrático en América Latina desde
otra perspectiva.
Es falso que los proyectos políticos articulados durante el siglo xx
en América Latina hayan sido un fracaso. Los golpes de Estado y las tiranías
fueron respuesta a un proceso de cambio y reformas que ilusionaron y fortalecieron
la experiencia política y de poder de la izquierda y los gobiernos reformadores
desde Guatemala en 1954, pasando por República Dominicana, Brasil, Bolivia,
Uruguay, Chile, Nicaragua o Haití, en los noventa. Las propuestas dieron
cohesión social. Crearon ciudadanía y politizaron a la sociedad.
Los golpes de Estado desarticularon dichos proyectos, pero no por ello invalidan
las demandas y los objetivos de cambio democrático. La Unidad Popular
en Chile levantó un programa y un proyecto válidos. Las 40 medidas
básicas del gobierno siguen teniendo vigencia política. ¿Por qué
abandonarlas? Hoy el EZLN hace lo mismo en México y el PT en Brasil.
¿Cómo que no hay proyectos? ¿Cómo que no hay alternativas?
El pensamiento crítico y alternativo siempre ha nadado a contracorriente.
Sin embargo, hoy vivimos un proceso de involución política en
el que se pretende hacer desaparecer cualquier opción alternativa que
tienda a revertir el derrotero. Pero ello es totalmente diferente a que no existan
alternativas. Callarlas o amordazarlas, ridiculizando y haciendo mofa de quienes
se plantean opciones democráticas de organización social, luchando
contra la explotación, la destrucción del planeta o la esclavitud
infantil, está dentro de su dinámica. Forma parte de su estrategia.
La izquierda teórica y política no debe caer en el juego de pensar
el mundo desde la lógica impuesta por la ideología de la globalización
y reconstrucción mundial del capitalismo. Es obligado conocerla, pero
no conlleva asumir sus postulados como principio de explicación. Permite,
en todo caso, dotar a la izquierda de las herramientas y conocimientos para
elaborar con precisión las líneas maestras de proyectos alternativos.
Romper con este sentimiento de culpa es una tarea prioritaria para abrir las
puertas a una concepción transformadora que huya del pragmatismo y la
idea de fracaso o derrota. El Foro de Porto Alegre es parte del camino.
La Jornada