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Latinoamérica

UN PAIS GIGANTESCO CON LA MISERIA EN SUS ENTRAÑAS

La silenciosa tragedia de los campesinos brasileños
Nadie duda que pocos países en el planeta tienen el potencial económico del Brasil. Su espectacular desarrollo y modernización en algunos campos de la industria y de la agroindustria han colocado a su economía entre las ocho más importantes del mundo.
Una sociedad con una singular composición étnica ha creado a lo largo de los siglos un rico, variado y originalísimo acerbo cultural, al punto que en algunos ámbitos académicos no se duda en emplear la expresión "civilización brasileña" para dar cuenta de la significativa creación de una impronta propia donde han germinado y se han enriquecido mutuamente el legado indoamericano, el africano y el portugués.
El peso de esta nación en el concierto latinoamericano ha sido también muy fuerte y allá por los años sesenta en los círculos de poder norteamericanos se decía y repetía, "donde va Brasil va toda América Latina".
Y así pareció serlo, sobre todo a partir de abril de 1964, con la instauración en aquel país de una dictadura militar que pronto tendría imitadores en Argentina, Bolivia, Chile y, con sólo un poco de retraso, en Uruguay.
A diferencia de otros países de la región, el desarrollo dependiente brasileño no parece haber liquidado completamente la incidencia de una empresariado con base nacional, con ciertos intereses "nacionales", fracción influyente que ha llevado en los últimos años a acentuar algunas divergencias con los EEUU y su peso hegemónico.
Forcejeos sobre aranceles y subsidios, sobre patentes y propiedad intelectual en los que el empresariado brasileño ha puesto ciertas barreras y formulado reparos al impetuoso poder del capital norteamericano.
Actitudes de ese tipo han llevado más de una vez, en estos últimos años, al gobierno del señor Fernando Henrique Cardoso a protagonizar pasos en materia política y diplomática que no son del agrado de los Estados Unidos. No hace mucho, y de manera sorpresiva, Cardoso se reunió en el Norte de su país con dos de los líderes latinoamericanos que más fastidian a Washington: el presidente de Venezuela, Hugo Chávez, y el doctor Fidel Castro.
También es conocida la aversión del empresariado y el gobierno brasileño a las propuestas norteamericanas de libre comercio contenidas en el ALCA.
En medio de este cuadro, en contraste con lo que podría ser una actitud de defensa de la soberanía y de rechazo a la hegemonía estadounidense, la situación social de Brasil presenta rasgos que lo sitúan en los niveles más altos de la desigualdad social y en los más bajos de integración, bienestar y progreso.
Brasil no es uno de los países más pobres de la tierra. Sí uno de los países con mayor desigualdad en la distribución de la renta. Esta desigualdad, lejos de haber disminuido en los años recientes como resultado del desarrollo económico, no ha hecho más que crecer y sus pobres, en el campo y en la periferia de las ciudades, se encuentran entre los más pobres del mundo.
En las últimas semanas se ha difundido una serie de informaciones impactantes acerca de la situación del campesinado en distintas regiones del Brasil. Se ha informado de algunas ocupaciones de tierras, como las pertenecientes a la persona del señor presidente Cardoso, en la localidad de Buritis, en Minas Gerais, que aparecen como un fuerte aldabonazo de advertencia.
Menos conocidas son, en cambio, las ocurrencias casi cotidianas que sacuden a las organizaciones sindicales y sociales de los trabajadores rurales y de los campesinos sin tierra.
En estos días, una misión de Naciones Unidas integrada entre otros por el conocido ensayista y sociólogo Jean Ziegler realizó una visita al Brasil y denunció la situación de pobreza del coloso latinoamericano: según el ensayista suizo, más de cincuenta millones de brasileños viven por debajo de la línea de pobreza.
Denunció asimismo que Brasil vive una verdadera guerra social. Cada año, dijo, son asesinadas 40.000 personas una parte considerable de las cuales son campesinos o militantes sociales que luchan por la tierra o por otras demandas sociales.
Según las conclusiones de la misión, el drama rural tiende a agravarse y sólo tendría posibilidades de solución con una auténtica reforma agraria que termine con la pobreza y las injusticias en el campo brasileño