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Latinoamérica


22 de marzo del 2002

Las Izquierdas y el pueblo que lucha
Años de desencuentro

Marcos Mendoza

Diciembre de 2001, marca un salto cualitativo en la superación del repliegue popular que, con avances y retrocesos, caracteriza los años posteriores a la derrota política y militar infligida al pueblo en los 70. Pero, también muestra los limites subjetivos del campo popular, y en particular de las izquierdas, quienes presas de viejas desviaciones y actuales indefiniciones es poco lo que han logrado revertir de las rémoras instaladas en la conciencia social, como consecuencias de la derrota y el coincidente proceso de hegemonización por parte del capital financiero y la cultura neoliberal.
En esos aciagos días de diciembre, la bronca acumulada estalló y la avanzada del pueblo irrumpió en el escenario político. Cientos de asociaciones de variado carácter, muchas de reciente conformación, fueron surgiendo territorialmente e incorporando a tientas demandas políticas rescatadas de su memoria de lucha. En la mayoría de los casos, estos encuentros de personas con y sin militancia, se desarrollan al margen de las organizaciones sindicales, sectoriales o barriales existentes y en tensión con las estructuras políticas de la izquierda que desde agrupaciones preconcebidas y discursos enlatados se disputan el movimiento, haciendo peligrar su futuro.
No casualmente, en el fragor del ascenso de las luchas aflora el conflicto visceral que le ha impedido a la izquierda organizada, a pesar de contar con los instrumentos teóricos y la experiencia revolucionaria mundial, plasmar un proyecto unitario y creíble hacia el socialismo, que emerja desde el seno del pueblo movilizado.
Nuevamente, la resolución de las contradicciones entre los partidos de izquierda y de estos con los luchadores plantea un inexcusable desafío a los revolucionarios, que pone en el centro del debate y la acción política la necesidad de elaborar, desde una dinámica teórica-práctica, síntesis superadoras entre lo general y lo particular, lo transitorio y lo permanente, la clase obrera y el pueblo, la reforma y la revolución.
La perspectiva alentadora que brinda la situación actual, es un marco apropiado para repensar autocriticamente los criterios que priman en función de la acumulación de fuerzas, los cuales frecuentemente, pese a que se teoriza lo contrario, ponen el acento en lo cuantitativo y transitorio, relegando los aspectos cualitativos y largoplacistas de la construcción del "poder popular contra hegemónico", que debe fundarse en políticas perseverantes, aplicadas desde lo mas dinámico del movimiento, generando espacios que pueden o no asentarse geográficamente, pero necesariamente deben expresar una nueva cultura o contracultura con formas adecuadas a los diferentes niveles de la confrontación que practica el campo popular, desde lo mas avanzado a lo mas atrasado.
Desde esta concepción, es evidente que el activo popular objetivamente ganó experiencia, fue incorporando a cientos de hombres y mujeres de los diversos estratos sociales castigados y excluidos por el modelo económico y se fue convirtiendo desde la necesidad en protagonista activo de la resistencia, con momentos relevantes en el enfrentamiento contra los gobiernos y sus fuerzas represivas, marcando durante todos estos años un camino de lucha por delante de los partidos, aunque no al margen de los militantes de la izquierda.
Formas múltiples de resistencia activa, algunas novedosas como "el piquete"y "el aguante"surgieron y se multiplicaron durante los 90, abriendo el campo a los grupos piqueteros y las asambleas barriales que evolucionaron hasta la actualidad. En ese marco, la digna lucha de los jubilados, la intransigencia de las Madres de Plaza de Mayo y los escraches revitalizaron permanentemente la memoria y dieron respaldo moral a la avanzada popular, que con sus experiencias desbordantes de vitalidad y creatividad, se desplegó preferentemente en el territorio, relegando a un segundo lugar la lucha estudiantil y por sobre todo la sindical.
Pero, si bien el activo popular ha resistido activamente la ofensiva depredadora, el hecho de estar cruzado de contradicciones ideológicas y políticas y determinado por necesidades acuciantes que soslayan la reflexión a futuro, ha impedido que en el seno de estas experiencias dispersas, se logre concebir una estrategia de poder que vincule la solución de las causas de la miseria y la explotación con la ruptura radical del sistema capitalista.
Las mas de las veces las luchas se han agotado en negociaciones y reclamos asistencialistas, que una y otra vez resurgen sin perspectiva superadora, salvo algunos casos ejemplares que resisten encapsulados como el de Gral. Mosconi.
Este limite en el desarrollo del factor subjetivo, manifiesta la orfandad de conducción revolucionaria en el campo popular, convirtiéndose en el principal escollo que impide que la actual ebullición social y crisis de los de arriba se desarrolle a la brevedad hacia formas políticas insurreccionales que preanuncien un cambio de manos del poder a favor del pueblo. Hoy por hoy hay fuertes indicios de que la bronca y/o decepción de las mas amplias masas sea canalizada nuevamente por el reformismo o alguna otra variante reaccionaria, quitándole consenso a la avanzada popular.
No obstante, de ser así, lo deseable es que por lo menos de esta oleada de luchas se logre consolidar el activo militante que emergió en los últimos meses, que ante la falta de alternativa ya empieza a mostrar síntomas de decaimiento.
El rol de La Izquierda Revolucionaria
Las izquierdas tradicionales, en sus variantes comunista, trotskista, maoísta, nacional y popular o mixturas varias, deben asumir su responsabilidad en el retraso del factor subjetivo y la descomposición orgánica de sus propias fuerzas que sufren los derrapes ideológicos y políticos de los cuadros dirigentes.
Desde el retiro de la dictadura a la fecha, los partidos se movieron con escasos reflejos, relamiendo sus heridas o escarbando las de sus compañeros estratégicos, descompasados del movimiento real de las masas y embrollados en diagnósticos y análisis al margen de la realidad que indujeron a sobre valorar o subvalorar el accionar espontáneo de las masas, lo que se tradujo en divagues insurrecciónales o seguidísimo electoralista. Algunos grupos de la izquierda entraron en una vorágine de enfrentamiento permanente con las fuerzas represivas, pero sin política ni respaldo del activo social, mientras la mayoría fueron absorbidos por la dinámica electoralista impuesta por el bloque dominante; estimulados por cierto crecimiento en las urnas, que en verdad nunca expresó una búsqueda de alternativa por parte del electorado sino una variante del voto castigo dentro del juego de la democracia participativa.
Vale recordar que la "referencialidad electoral" de la izquierda variopinta, tuvo picos importantes de crecimiento en los 80 y los 90, e incluso logró bancas en concejos y legislaturas, pero no se expreso en espacios de poder popular o en una tendencia hacia una nueva subjetividad que dispute la cosmovisión neoliberal impregnada en el sentido común.
Lo expuesto no implica despreciar el momento electoral, ya que sería autista desconocer el debate que cruza a la sociedad en los comicios. Lo principal es redefinir la acción de los revolucionarios en un escenario determinado por la iniciativa del enemigo, donde la táctica mas adecuada no es dar batalla de igual a igual, sino golpear en los flancos débiles. Hay que terminar con el discurso esquizofrénico de la izquierda que cuestiona el parlamentarismo burgués pero propone candidatos a sus instituciones. Los revolucionarios deben socavar las bases del sistema desde una posición alternativa ya que desde adentro corren el riesgo que se les caiga encima. En todo caso, el actual autogenerado desprestigio de la llamada democracia representativa, habilita las mentes para el discurso de ruptura. La consigna que gana las calles es, "que se vayan todos", lo cual exige que no se dude: Los que ocupan bancas deben renunciar y apuntalar los embriones de democracia directa.
Desde los que luchan, debe refundarse la izquierda revolucionaria. Al calor del conflicto se fraguará la vanguardia política del pueblo. Con acciones justas, se ganará el consenso de los sectores mas atrasados del pueblo para dar marco a la acción de los revolucionarios. En confrontación con el capitalismo y sus lacayos surgirá la identidad revolucionaria que guiará al pueblo a la victoria. Es un camino largo y en muchos tramos se deberá transitarse en silencio, con perseverancia, ayudando a madurar la conciencia del entorno social en que el militante se mueve.
Las izquierdas deben ponerse a la altura del desafío o desaparecer. La necesaria síntesis ideológica de las vertientes revolucionarias debe producirse, rompiendo con el dogmatismo y los estereotipos. Sus cuadros deben ganar por peso propio el rol dirigente ante el activismo popular, poniendo por delante la entrega personal y las ideas y no las estructuras que necesariamente deben flexibilizarse y fusionarse. Toda la militancia debe actuar en las bases con humildad, ser pueblo, participando democráticamente en sus organizaciones para encarnar en la conciencia que bulle la teoría y la practica del socialismo revolucionario, recreando los paradigmas de una nueva utopía libertaria superadora de las experiencias fracasadas de gran parte del socialismo real.
Hay que crear consenso y desarrollar las bases sociales de sustentación del proyecto revolucionario, y ese camino no pasa por recitar el marxismo o repetir hasta el cansancio términos extraños al lenguaje popular, y menos aún por imponer dirigentes o formas organizativas en las cuales deban encajar el movimiento popular, por el contrario, hay que proteger y potenciar ideológicamente lo que surge del activo social.
La profusión de formas instrumentales propuestas apriorísticamente desde los partidos, determinadas por el egocentrismo institucional y la rigidez de las identidades - tanto para los movimientos de masas como para el escenario nacional - no hacen mas que mostrar la impotencia política de las izquierdas, que terminan encajonando el desarrollo de lo que surge desde la lucha.
En síntesis, una estrategia de poder requiere un trabajo tenaz y extendido en el tiempo, a lo largo y ancho del país, aplicando las formas de lucha que correspondan, pero sin idealizar al sujeto social. Impulsando y practicando la democracia directa en las organizaciones de variado tipo que surjan del activo popular; potenciando el desarrollo de formas solidarias y creativas de supervivencia que permitan sostenerse económicamente en el largo camino hacia el socialismo; reconstituyendo el tejido social y alimentando con un nuevo imaginario la conciencia social embotada de neoliberalismo. La vanguardia de la revolución debe crecer desde el pie.
Evaluación del desarrollo de la subjetividad
En el actual contexto, surcado de luchas y malestar social, con los de arriba complicados en lograr la llamada gobernabilidad, lo que a muchos tienta a definir la situación, erróneamente, como de prerrevolucionaria, se debe precisar el escalón actual de la lucha popular para interpretar la perspectiva del movimiento y preservar lo nuevo que esta surgiendo; se debe caracterizar la realidad social, sin voluntarismo, con sus mas y sus menos, siendo rigurosos con respecto a la evaluación de la subjetividad del movimiento popular y de la izquierda, tanto en lo que respecta a los individuos como a las organizaciones, analizando dialécticamente el proceso de redefinición del sujeto social fuertemente determinado por la descomposición del movimiento obrero.
Etapa 83/89
A fines de la Dictadura el movimiento popular emerge golpeado y sin perspectiva revolucionaria, reclamando elecciones y la recuperación de la democracia, sucumbiendo casi mecánicamente a la hegemonía política de la socialdemocracia, quien con su discurso gatopardista eclipsó cualquier cuestionamiento de fondo al modelo neoliberal que con algunas pinceladas de keynesianismo continuó aplicándose en el marco de una democracia controlada por el capital financiero. La dictadura no se fue derrotada, solamente cambio de forma y caminó sobre las desviaciones, el oportunismo, ineficiencia y soberbia de la mayoría de los partidos de izquierda.
En la decadencia del AlfonCinismo, habida cuenta que las promesas de bienestar no se cumplen (con democracia se come, se educa y se cura), se produce un cambio de eje en las exigencias populares hacia lo económico, particularmente en los sectores obreros hegemonizados por las burocracias sindicales y entre los pobladores marginales y crecientes desocupados de la reconversión capitalista. Pese el carácter economicista e incluso partidista (fogoneadas por lo peor del peronismo)de la mayoría de las protestas, huelgas y movilizaciones que golpearon al gobierno radical, las luchas de este periodo fueron avances en la recuperación del activo popular hacia la resistencia activa, una experiencia concreta y necesaria de la gente en las calles, que en muchos casos mostró alto grado de confrontación, con ataques a supermercados y cortes de ruta, menos masivos que en la actualidad y con los sectores medios al margen pero con similares carencias estratégicas, lo que facilito que esa potencialidad fuera absorbida y domesticada por la variante mas perversa del peronismo: El Menemismo y su declamada "Revolución productiva".
Etapa 89/99
En la etapa Menemista, se asienta el proceso iniciado a mediado de los 70 de reconversión capitalista con liderazgo del sector financiero, definida por el trafico de capitales, la desembozada apertura al voraz mercado exterior, la dilapidación del patrimonio nacional y el desguace de las empresas del estado, dejando en manos de los pulpos multinacionales asociados en muchos casos con empresarios vernáculos, el manejo de áreas estratégicas como las telecomunicaciones, la generación y distribución de energía, la explotación petrolera, los ferrocarriles, etc.
La brutal concentración de la riqueza en este periodo tuvo como contracara un desmesurado crecimiento de la desocupación con su correlato de pobreza, marginación y desarticulación de la clase obrera. Sin embargo en los primeros años, salvo puntuales excepciones, las luchas aflojaron. Por un lado, los recursos monetarios (gastos reservados) surgidos del escandaloso vaciamiento del país permitió comprar la voluntad de cientos de dirigentes sociales y burócratas sindicales, pero además, la profusa propaganda sobre un ilusorio ingreso a las bondades del llamado primer mundo con promesas de servicios eficientes y la posibilidad de adquisición de artículos suntuarios importados, convertibilidad mediante, relajó la conciencia social y contactó fuertemente con la idiosincrasia cipaya de vastos sectores, en particular el omnipresente y funcional sector medio, que se endeudó a rajatabla y miró para otro lado.
No obstante, la llama de la resistencia no se extinguió. Los jubilados miércoles tras miércoles golpearon la credibilidad del gobierno y el sistema parlamentario, las Madres de Plaza de Mayo se mantuvieron inclaudicables y los hijos de los desaparecidos, escrache tras escrache, actualizaron la memoria. Desde el ámbito sindical, particularmente los ferroviarios y los trabajadores ligados a la administración del estado y los docentes dieron pelea en gran parte del país, pero limitados por un contexto social confuso y de represión creciente, con las CGT´s desinflando el conflicto y conducidos mayoritariamente por dirigentes propensos al reformismo y la conciliación como los De Gennaro y Cía. (CTA), o valerosos pero vacilantes como el caso del líder de la CCC, el jujeño Perro Santillán, que penduló entre la insurrección y el seguidismo a Moyano y la CTA.
En este marco de fuerte esterilidad del movimiento sindical, con la clase obrera imposibilitada de actuar en sus ámbitos naturales, fue ganando la escena un sujeto social de características contradictorias, compuesto de trabajadores expulsados del mercado laboral-en gran parte ex empleados de los estados clientelistas provinciales o de las empresas privatizadas-, rodeados de pobres de la ciudad y el campo y hasta pequeños comerciantes fundidos, organizados territorialmente y practicando "el piquete", que se expresó con cortes de rutas y fuertes enfrentamientos con las fuerzas represivas que costó varios mártires. El piquete le dio identidad a este movimiento creciente caracterizado por, los lazos de solidaridad entre sus miembros, la participación de todo el núcleo familiar con alta presencia combativa de la mujer, la organización de la autodefensa y la implementación en los casos mas avanzados de practicas de autogestión para el sostenimiento económico, basado en la distribución con criterios igualitarios de los insumos conseguidos y los planes trabajar.
Santiago del Estero en el 93, mostró el brote espontáneo de esta nueva forma de acción política, que incluyó ataques a edificios públicos por parte de cientos de trabajadores estatales cesanteados. Su modelo fue seguido en incontables focos que continuamente crecieron y decrecieron en el resto del país, desde Jujuy a Tierra del fuego.
El surgimiento del Frepaso, con evidente apoyo de la CTA (De Gennaro-Maffei), desde un discurso que ubicaba a la corrupción Menemista y no al Sistema Capitalista como causa de las penurias populares, ganó el consenso de gran parte de la sociedad, en particular los sectores medios, que creyeron que en las urnas estaba la solución, marcando otro fracaso de las izquierdas, que no supieron o no pudieron desmantelar la falsa contradicción que el reformismo chachista en ALIANZA con el engendro Radical (Carrió incluida) plantó en la sociedad.
Etapa 99/2001
El bautismo del gobierno de la Alianza, con la represión desembozada del Aguante Correntino, mostró sin anestesia, a sus votantes bien intencionado, el verdadero plan de gobierno de De La Rua: mas de lo mismo que el Menemismo pero además mas represión.
Rápidamente, pese a los esfuerzos del chachismo, los individuos honestos que habían votado a la Alianza, comenzaron a distanciarse. Por el lado sindical, De Gennaro y sus seguidores dieron por terminado el noviazgo con el gobierno y retomaron el discurso desarrollista que los caracteriza, mientras Moyano con un discurso duro y varias huelgas se largó a liderar la oposición a De La Rua.
Pero fue el movimiento piquetero el que ocupo el centro de la escena en todo el país, con acciones importantes en Salta ( Gral. Mosconi y Tartagal ) que mostró el surgimiento de dirigentes de nuevo tipo como Pepino Fernández entre otros. También en el conurbano bonaerense, en particular en la Matanza, el malestar en las barriadas fue creciendo, pero paradójicamente, el conflicto siguió mayoritariamente canalizado por la siempre pendulante CCC (de la insurrección a la negociación y viceversa) junto a la conciliadora FTV -CTA. Los partidos de izquierda siguieron el conflicto tratando de insertar sus agrupaciones, pero sin lograr una política de construcción junto a la gente de las barriadas, lo cual le impidió detectar con tiempo lo que se venia y jugar un papel de mayor envergadura política e ideológica.
Etapa 2001/2002
Desde mediados del 2001, fue creciendo la bronca en todos los niveles. Los representantes del capital financiero, dejaron de confiar en la capacidad del gobierno para conducir la rapiña y dieron piedra libre para que la oposición, principalmente los Peronistas, le quitaran sustentabilidad a De La Rua. En diciembre el famoso corralito empujó a los sectores medios capitalinos y sus cacerolas a la calle y los pobres buscaron en los supermercados el alimento negado por el sistema.
El 19 y 20 de diciembre, lo mejor del pueblo junto a fachos seineldinistas, barras bravas y patotas de los sindicatos se enfrentaron a la represión por obvios diferentes motivos. La mayoría de las victimas son de lo mejor del pueblo. No estuvo ni la CCC, ni la CTA, pero tampoco la izquierda organizada, aunque sí, muchos de sus militantes.
De La Rua cayó, el modelo de explotación sobrevivió y se reprodujo en los gobiernos sucedáneos. El pueblo una vez mas puso el cuerpo para que el rédito se lo lleven los de arriba. Pero fue bueno, porque la escuela de la lucha es incomparable, aunque a veces parezca decaer vuelve a resurgir buscando el futuro. El activo popular instintivamente desciende, se desprende de sus lastres, junta fuerza y vuelve a ascender. Si además se organiza, reflexiona sobre la experiencia y le da contenido estratégico a sus planteos, comienza a convertirse en vanguardia, y en cada oleada llegará mas alto. Por eso, los revolucionarios no deben replegarse cuando todo parece que se aquieta, es el mejor momento para impulsar el debate en las asambleas, piquetes u otras instancias organizativas que crea el activo popular, sin soberbia ni paternalismo y sin apurar los tiempos, porque esta construcción deberá ser a fuego lento.
(marcosmendoza@ubbi.com.ar)