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Latinoamérica

29 de enero del 2002

Sobre clases, taras y cacerolas (I)

Guillermo Almeyra
La Jornada

U
n amigo utiliza conceptos antiguos y vagos para dolerse de la heterogeneidad de la "clase media" latinoamericana y de la superficialidad de los análisis políticos así como de la fugacidad de las opiniones de la misma. A mi juicio comete un error de método y de análisis y no repara en la experiencia histórica.

En primer lugar, ni hay "magma" ni hay "masas" ni hay "clases" (por lo menos en la versión vieja del concepto, que atribuía características esenciales y permanentes a cada una de las dos clases fundamentales). Hay, en cambio, personas, individualidades, unidas laxamente por cambiantes identidades culturales, económicas, sociales, ya que los "ingredientes" de las mismas tienen mayor o menor peso según la influencia de los acontecimientos y aquéllas están en un permanente proceso de deconstrucción y de reconstrucción.
El nacionalismo puede, por ejemplo, llevar a creerse parte de una nación unida, aunque el que eso cree sea un explotado; la influencia cultural conservadora puede llevar al proletario a ser rompehuelgas o guarura, policía o torturador; la religión puede llevarlo a morir por la oligarquía de su país.
No se puede pretender, por otra parte, que los trabajadores manuales sean más homogéneos que las llamadas clases medias. Un obrero especializado o técnico se diferencia menos de éstas que de los peones o jornaleros, cada oficio se diferencia del otro, los desocupados se oponen a los ocupados, los lumpenproletarios son mucho más proletarios (productores exclusivos de prole) que los obreros que, integrados en la producción, son funcionales al sistema y creen en el "ascenso social".
Las "clases medias", además, tienen sectores que, muchas veces, estimulan con sus luchas a los trabajadores (por ejemplo los estudiantes o los trabajadores "de cuello blanco" como los maestros) o les dan las ideas. ¿Acaso los líderes proletarios -Marx, Engels, Lenin, Trotsky, Rosa Luxemburgo, Gramsci- eran estibadores? ¿Acaso la Revolución cubana nació del proletariado y no de una clase media democrática y liberal de la cual formaban parte Fidel Castro, El Che, incluso los campesinos que se hicieron guerrilleros? ¿ Acaso el Movimiento de los Sin Tierra - que quiere que sus miembros sean propietarios, o sea, "la guita"-, así como los pequeños campesinos indígenas de toda América Latina no son, ellos también, la parte más baja de la clase media? No se puede, por lo tanto, generalizar y decir "la clase media" es conservadora, tal como lo hizo Feinmann en Página 12, sin ser desmentido pocos días después por los acontecimientos (en los que, por supuesto, cada subsector de este sector social tiene visiones del mundo, niveles de politización e intereses diferentes).
Cuando el movimiento obrero y sindical ha sido diezmado por la desocupación y la derrota y la fábrica perdió su papel como organizadora y formadora de los obreros y de la sociedad, los obreros, individualmente, militan en el territorio, junto a la clase media, y la influencian con su visión del mundo, sus métodos de lucha. De ahí las puebladas en todo el país y las asambleas barriales, donde el ex delegado obrero desocupado o el jubilado curtido en las luchas discute en común con el joven, con el abarrotero en crisis, con el ama de casa o el profesionista. Hay vasos comunicantes entre los diversos sectores explotados u oprimidos de la sociedad y, sobre todo, el capital financiero internacional los une en la bronca y en los objetivos inmediatos, aunque no - ¿aún?- programáticamente.
Las "taras" históricas de una parte de la clase media (de otro sector provenimos los que escriben y provenían muchas de las víctimas de la dictadura, que luchaban por un cambio de régimen) y las "taras" históricas de los obreros (su visión sindicalista, su deseo de tener "el tallercito", su necesidad de líderes, su nacionalismo) se borran parcialmente. También desaparecen, con la lucha común, las diferencias históricas entre antiperonistas y peronistas, o el temor al clasismo y el izquierdismo, propio en Argentina tanto de la mayoría de los clasemedieros como de los obreros.
Los jóvenes, que no fueron aplastados por el terror, salen a la calle: son estudiantes o motoqueros, de familia obrera o de clase media. Retoman las ideas de los desaparecidos, pero también las del cordobazo o el rosariazo de 1969 (esa alianza entre clase media pobre, estudiantes y obreros), y en líneas generales, el programa de Huerta Grande y La Falda - democrático, nacional y social-, que no ha desaparecido de la memoria histórica. Porque se ha roto la ilusión de la unidad nacional al mismo tiempo que la división entre las llamadas clases medias y los trabajadores y se empieza a pensar fuera del sistema, en una alternativa al mismo. Los cacerolazos y los piquetes desarrollan un doble poder y las asambleas populares le dan forma organizativa y elaboran cotidiana y trabajosamente su contenido programático. Eso es lo nuevo y lo fundamental.
galmeyra@jornada.com.mx

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