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Latinoamérica

24 de enero del 2002
Las fechas de la rebeldía

Carlos Aznarez
Resumen Latinoamericano


C
uando dentro de muchos años, se escriba la historia de la caída definitiva de las recetas neoliberales astutamente diseñadas por los economistas del Imperio, se contará que durante 48 horas de fines del primer año del nuevo siglo el pueblo argentino se lanzó masivamente a la calle para demostrar su hartazgo frente al fundamentalismo económico capitalista. Se explicará a los que aún no habían nacido para observarlo, que primero salieron los desocupados, esos que venían cortando desde hace años las carreteras con sus barricadas de fuego, esos piketeros de la vida que no dudaron, el primer día del Levantamiento, en cerrar los accesos a la Capital con sus campamentos de dignidad y pobreza mancillada. Luego, como un río desesperado que buscaba su propio mar para descansar, llegaron las primeras expropiaciones –la burguesía y los medios afines, les llaman "saqueos"- y los gritos de entusiasmo del pobrerío por poder arañar algo de lo que habitualmente se les niega y roba desde el poder, donde los auténticos saqueadores amasan fortunas a costa de la miseria general.

Por último, salieron todos y todas. La clase media, cacerola en ristre, puteando a aquellos que en su momento votaron y que hoy –obedeciendo el dictado del FMI- osaban declarar sus ahorros interdictos; marcharon también, los pocos obreros que nos quedan, encolumnándose en cada provincia para reclamar por sus empobrecidos salarios; y los jóvenes, esas decenas de miles de luchadores, militantes empedernidos de tantas batallas callejeras, que junto con nuestras Madres de Plaza de Mayo, valientes y decididas, no aflojaron a la yuta (la policía en jerga porteña), llenaron de humo y fuego la gloriosa Plaza de Mayo, rociaron de gasolina los bancos de los invasores foráneos y sufrieron –muchos de ellos- el ataque discriminado de los escuadrones de la muerte de la Policía Federal, que luego de individualizarles los fusilaron impunemente. Pero a pesar de semejante violencia estatal, no lograron que retrocedieran ni pudieron matar sus sonrisas desafiantes ni los cánticos que describían el sentimiento generalizado: "Oh, oh, que se vayan todos (los políticos y represores) a la puta que los parió".
De esta multitud maravillosa y decidida es este Argentinazo que terminó derrumbando al gobierno indigno de Fernando de la Rúa y Domingo Cavallo –el intento socialdemócrata "a la argentina"- que fue títere privilegiado de los yanquis y felpudo indecente de todas sus exigencias. "Inimputables" como los calificara magistralmente Fidel Castro.
Las fechas siguen siendo símbolos de momentos claves de la historia de los pueblos. Así como el 11 de septiembre se recordará siempre –en el mundo de los oprimidos- como el día en que el Imperialismo yanqui dejó de ser invencible, el 19 y 20 de diciembre, la pequeña historia latinoamericana hablará de una gesta protagonizada por los humillados por el capitalismo que supieron tener vergüenza y dignidad a la hora de reclamar por sus derechos y exigir el no pago de una deuda externa jamás contraída. Es un punto de inflexión que costó sangre y dolor popular y que ahora no puede ser traicionado nuevamente por los politiqueros corruptos. De allí, la necesidad de la extrema vigilancia de lo que va a venir.
Por último, muy cerca de allí, en Venezuela, el 10 de diciembre, se recordará como la fecha en que la conspiración oligárquica quiso convertir al país en el Chile de Allende, pero el pueblo, que sabe muy bien lo que se está jugando, salió masivamente a la calle para defender al gobierno de Hugo Chávez, que acaba de imponer contra viento y marea una Ley de Tierras, pensando en el campesinado pobre y no en los terratenientes latifundistas, y otra de Hidrocarburos, que construye un muro contra la posibilidad de saqueo por parte de las multinacionales petroleras.
Lo de Argentina y lo de Venezuela son señales claras de este nuevo tiempo insurreccional latinoamericano que hoy despunta y amenaza con amargarle los festejos a los señores de la guerra occidental siempre dispuestos a sumar estrellas a su nefasta bandera de barras.

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