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Latinoamérica

16 de julio del 2002

Los socialistas chilenos usan un modelo "ultra ligero"

Saul Landau
ZNet en español

Salí de Chile a finales de noviembre, justo cuando los partidos políticos se preparaban para las elecciones al Congreso que tendrían lugar en diciembre. Los afiches electorales colgaban de los cables eléctricos, llenaban las paredes y resplandecían en los parachoques de los vehículos. Pero la emoción estaba ausente.
En marzo del 2000, asistí a la toma de posesión de Ricardo Lagos, el primer presidente socialista elegido desde Salvador Allende, quien fuera derrocado en 1973 por un sangriento golpe militar. A partir de ese momento el general Pinochet gobernaría con mano de hierro por los siguientes 17 años.
En 1990, después de que Pinochet, ante la presión de los EEUU y Europa para que relajara su control autoritario, les permitió votar a los chilenos en elecciones libres, aceptó el mandato popular y dejó el gobierno. Bueno, solamente pasó a ser comandante en jefe de las fuerzas armadas y senador vitalicio. A partir de 1990, una coalición de demócrata cristianos y socialistas gobernó durante una década con la presidencia en poder de los primeros.
Habían hecho un trato con Pinochet y los militares que iba mas allá de la amnistía por los crímenes masivos cometidos bajo la dictadura. Basicamente, los civiles se comprometieron a hacerse los ciegos con respecto al pasado, a seguir hacia adelante, por decirlo de alguna manera.
Aquellos que habían sufrido, bueno, no podían hacer nada y aceptarían con el tiempo que lo que fue, fue. El pasado era el pasado después de todo. Los socialistas del futuro, como Tony Blair en Inglaterra, ya no hablaban de nacionalización sino que defendían la privatización.
Muchos de los antiguos radicales izquierdistas ahora fruncen el ceño con desprecio a la sola mención de las palabras Fidel Castro. Han reemergido en el 2000 como los más acérrimos defensores del libre mercado, o en sus propias palabras, como "realistas".
Pero los socialistas chilenos sabían en el fondo de sus corazones que regresarían cuando hubieran ganado unas elecciones en las cuales los votos vinieran de la clase trabajadora. En el 2000, los socialistas llevaron a su candidato a la presidencia una vez más. Miles de jovenes saltaban en grupos cerca del lugar en el que el presidente Lagos hablaría.
"Pinochet a juicio", cantaban, mientras un gran número de ellos fumaba marihuana y algunos incluso arrojaban el humo hacia los "pacos" uniformados o policias, quienes habían hecho cumplir severamente la leyes antidrogas hasta ese momento.
Los chilenos esperaban que Lagos trajera un nuevo orden, comenzando con el enjuiciamiento del criminal en jefe del viejo orden. Pinochet, el arquitecto del antiguo régimen, había regresado recientemente tras 15 meses de arresto domiciliario en Inglaterra y el juez chileno Juan Guzmán, envalentonado por las decisiones judiciales foráneas, lo había despojado de su inmunidad parlamentaria.
Guzmán abrió el caso contra Pinochet por su papel en la "desaparición" de cientos de personas. Muchos de los que habían sufrido tortura o perdido seres queridos durante el largo reinado de terror del dictador se sintieron optimistas. Con Lagos, creyeron, el gobierno tendría la energía y voluntad para llevar al torturador y asesino en masa a juicio.
¿No fueron un tanto inocentes, considerando que oficiales del nuevo gobierno habían ayudado a alcanzar un acuerdo con los oficiales británicos para liberar a Pinochet del arresto, de forma de que no tuviera que enfrentarse a un juicio... en ninguna parte?
En los meses posteriores a las elecciones el desencanto de los chilenos creció. El nuevo gobierno obstaculizó la vía en lugar de ayudar al enjuiciamiento de Pinochet. Los parientes de los 3190 muertos y desaparecidos se preguntaron: ¿Qué ayuda hemos recibido de un presidente socialista?
Visité a Hortensia Bussi de Allende, la viuda de 86 años de Salvador Allende, y a su hija Isabel quien ahora es candidata a reelección como diputada socialista. Ambas mujeres se aferran a los viejos principios Allendistas, aunque pertenecen ahora a una minoría.
Los oficiales socialistas modernos, como sus colegas en Europa occidental, se orientan hacia el libre comercio y la entrada de Chile en el TLCAN, el tratado de libre comercio para América del Norte. Poco han hecho para mejorar las condiciones de vida del chileno pobre.
Ellos también presionaron en Washington para asegurar la compra de aviones F-16 del Pentágono y Lockheed para no ofender a los irritables oficiales de la fuerza aerea chilena. A pesar de las valientes declaraciones de Lagos al principio de su mandato, el gobierno socialista no ha tratado de enfrentarse a la casa militar para establecer clara y definitivamente que un gobierno civil significa que el 100% de las decisiones están en manos de los civiles.
"¿Por qué"- preguntó la señora Allende- "nadie ha investigado el origen de la fortuna de la familia de Pinochet?" pasando luego a enumerar varias casas y terrenos pertenecientes al antiguo dictador. ¿Insinuaba con ello que el gobierno teme atacar cualquier tópico que pueda generar conflicto con los militares? Los militares tienen la libertad de exigir sus aviones y el gobierno arma escándalo acerca de cómo los mismos son necesarios para proteger la patria.
A mediados de noviembre, después de que Lagos jurara eterna lealtad a la campaña antiterrorista de Bush, oficiales estadounidenses aceptaron enviar los aviones a Chile, pero sin incluir los misiles. El presidente Lagos se quejó de que esa falta de confianza era un insulto para la soberanía chilena.
¡Imagínense, el gobierno de EEUU temía enviarle sus misiles a los generales chilenos, algunos de los cuales están acusados de torturar a sus compatriotas durante los años de Pinochet! El Pentágono, por supuesto, temía que enviar misiles a torturadores podría darles ventaja a los liberales en el Congreso.
En la inminente elección parlamentaria, las encuestas indican que la derecha chilena tendrá ganancias significativas en su lucha por posiciones legislativas. Mientras que los derechistas hicieron una fuerte campaña centrada en consignas populistas y orientada hacia las barriadas pobres, los socialistas se ufanaron del desempeño de Chile en el mercado de valores.
Cierto, Chile ha escapado al horrible destino de Argentina, cuya deuda externa amenaza con ahogar su economía. Pero, afuera del museo precolombino de Santiago, pasé delate de varios mendigos precolombinos. Un indio mapuche dormía en la entrada, borracho, deprimido o ambos. En las congestionadas calles del centro de Santiago, personas con los telefonos celulares pegados a las orejas hacen negocios, o pretenden hacerlos. El consumismo en Chile, al igual que en EEUU, tiende a enmascarar los deprimentes símbolos y señales de la pobreza.
"Es importante tener la memoria histórica intacta" me dijo la señora Allende, "para recordar el noble experimento democrático que habíamos iniciado". Algún día podría intentarse otra vez, creo yo, adaptado al curso de los tiempos modernos.
Título original: Chilean Socialists Use Ultra Lite Model
Origen: ZNet Commentaries, 29 diciembre 2001
Traducido por Pedro Borges y revisado por Eneko Sanz