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Latinoamérica

11 de julio del 2002

Colombia: Así nos forzaron a importar trigo

Hernán Pérez Zapata
MOIR
Es mejor el barbecho propio que el mejor trigo extranjero.
Proverbio árabe
El Ingeniero Agrónomo, M.Sc., Ph.D. Mario Zapata Belalcázar, originario de San Jerónimo, Antioquia, el más destacado fitomejorador del trigo en la historia nacional, estuvo en su Facultad de Agronomía de la Universidad Nacional en Medellín, conferenciando con estudiantes, profesores y miembros de la Asociación por la Salvación Agropecuaria, sobre la historia negativa del cultivo del trigo en el país.
Con mas de cincuenta años de esfuerzos como investigador y Director Nacional del Programa de Investigación del Trigo desde el Centro de Investigaciones Agropecuarias Tibaitatá, en Mosquera, Cundinamarca, con un destacado grupo de profesionales y estudiantes, Mario Zapata Belalcázar coordinó las mas importantes experimentaciones genéticas realizadas en el país, cuando el ICA, era modelo en América Latina, en la coordinación de la investigación, la enseñanza y la extensión.
Se crearon y experimentaron centenares de variedades de trigo para las zonas frías del país. Se experimentó en los cultivos del cereal en clima cálido como se desarrolla en muchas zonas cálidas del mundo. Se llegaron a obtener producciones experimentales inimaginables hasta de diez toneladas por hectárea en zonas frías y de tres toneladas en clima cálido del Valle del Cauca en comparación con producciones promedio de 1,3 toneladas en Colombia. Esos esfuerzos no continuaron por parte del Estado, ni fueron difundidos a los productores porque no estaba en el interés de la política triguera, el desarrollo del cultivo.
Cuando se realizó en 1966 el Primer Congreso Nacional Triguero en Bogotá, con más de seiscientos participantes, se entregaron a los cultivadores seis variedades mejoradas. Fernando Peñaranda Canal, en ese entonces Gerente General del ICA, sustentó la tesis de que con la tecnología desarrollada se podía producir todo el trigo que necesitaba Colombia. En ese año se producían 160.000 toneladas y se importaban 120.000 toneladas del cereal.
El Gobierno colombiano, a través de convenio impuesto por los Estados Unidos, aceleró las importaciones. Se congelaron los precios de sustentación del IDEMA a los productores durante diez años. Los costos de producción se incrementaron. El trigo importado era fiado, para ser pagado a largo plazo y con una tasa de interés del 2% anual. El efecto fue la desaparición de la gran mayoría de los productores. Solo quedaron pequeños sectores en Boyacá, Cundinamarca y Nariño. Cuando el Presidente Alfonso López Michelsen liberó en 1976 los precios del grano, ya no había productores que adelantaran la recuperación del cultivo para abastecernos suficientemente.
Con la aceleración de la apertura económica desde 1990, hemos llegado a importar 1.100.000 toneladas anuales de trigo. Igualmente importamos toda clase de pastos y derivados del trigo. La producción nacional ha disminuido a niveles ínfimos que no superan las 20.000 toneladas en Nariño. Se acabaron los precios de sustentación del Idema. Se eliminaron los créditos a la gran mayoría de cultivadores. La comercialización, la investigación, la extensión y el fomento del cultivo se redujeron a su mínima expresión.
Esta historia se repitió con el maíz. En 1990 importábamos 20.000 toneladas. Actualmente importamos 1.800.000 toneladas. El maíz es originario de Centro América y el Norte de Colombia y Venezuela. Se cultiva desde hace siglos como producto básico de los pobladores del país y Latinoamérica. Tambien se observa el mismo fenómeno de las importaciones con el resto de la producción agropecuaria. Hemos pasado de importar 700.000 toneladas en 1990 a más de seis millones de toneladas en 2001 que le cuestan al país más US$2.000 millones anuales.
Con el Area de Libre Comercio de las Américas, ALCA, un programa impuesto por Estados Unidos y sus transnacionales, se pretende bajar a 0% el arancel y que no se tengan en cuenta los subsidios que por US$190.000 millones anuales acaba de aprobar la Ley de Protección a la Agricultura de Estados Unidos, frente a la total desprotección a los productores colombianos.
Si en la primera fase de la apertura se acabó con más de la mitad de la producción agropecuaria en Colombia, con el ALCA, la segunda fase de la apertura económica, vamos a sufrir las peores consecuencias de éstas políticas que minan nuestra producción, trabajo y sobre todo nuestra soberanía nacional.
La conspiración del trigo en Colombia debe servir de ejemplo para evitar unidos que se repita esa misma historia con lecheros, paperos, arroceros, paneleros, avicultores, azucareros, cafeteros y lo que queda de la producción rural. Solo la resistencia civil y democrática de productores, trabajadores y el resto del pueblo colombiano podrá salvarnos de mayores catástrofes de conspiraciones como la del trigo, la del maíz, la del algodón y la que se viene con el ALCA.