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Latinoamérica

14 de junio del 2002
Hugo Chávez salvado por el pueblo

Maurice Lemoine
Le Monde Diplomatique
Traducción para Rebelión: Beatriz Morales Bastos

¿Basta con que una minoría se rebautice "sociedad civil" para que pueda pretender derrocar a un presidente elegido democráticamente? Eso es lo que creyeron en Venezuela la patronal, un sindicato corrupto, la Iglesia, las clases medias y los media, los cuales, ayudados por generales felones, perpetraron el 11 de abril un golpe de Estado contra Hugo Chávez. La administración Bush, cuyos altos funcionarios habían recibido en Washington a delegaciones de los futuros golpistas militares y civiles, aplaudió inmediatamente lo que creía ser la puesta fuera de juego de un dirigente cuya independencia le indignaba. El primer gesto del gobierno español, que preside la Unión Europea, no fue el de condenar estos actos, sino publicar desde Washington el 12 de abril una declaración común con el gobierno norteamericano apelando a los golpistas a crear "un marco democrático estable". No contaban con la corriente de la marea popular que restableció la legalidad en Caracas apoyada por militares leales.
Centrados en el presentador, los cámaras de TV enfocan al mismo tiempo Caracas, que se extiende al pie de El Ávila, una montaña en cuya semipendiente se ha instalado un estudio improvisado. El animador del programa acaba de hacer que la audiencia se parta de risa recordando como ha logrado hacer cantar -"¡mentira, canta muy mal!"- a Fidel Castro en uno de sus programas anteriores. Poético, evoca Guatemala, después al libertador Simón Bolívar, canturrea, pregunta a sus invitados -entre los que se encuentra un ramillete de ministros- dialoga con una modesta telespectadora de la que se despide después de un tierno "hola, mi vida, te mando un beso"... Su soltura haría palidecer de envidia a cualquier vedette de la pequeña pantalla. Sin embargo, en absoluto es un profesional. Se llama Hugo Chávez, presidente de la República bolivariana de Venezuela.
Este 17 de marzo, para su centenar de emisiones dominicales de "¡Aló, Presidente!", se supera a sí mismo: comunicaciones vía satélite con los presidentes guatemalteco, dominicano y cubano -"¡Bueno, Fidel, nos llamamos si no nos vemos estos días…¡Hasta la victoria, siempre!"-, da un varapalo a la prensa antes de terminar con una amenaza: "Y a los que quieren desestabilizarme les doy un consejo: sé cuántos son y cuánto pesan después de comer". Una ovación se alza desde las filas de una audiencia totalmente entregada: "¡No vendrán!¡Viva nuestro comandante!" El comandante ha sido sin duda excesivo: seis horas y treinta cinco minutos ininterrumpidas en antena. Pero lo considera necesario para mantener un contacto directo con los excluidos, los pobres y las fuerzas izquierdistas que constituyen su mayoría.
Los escuálidos (1) de La Castellana, Altamira, Palos Grandes, Las Mercedes -barrios elegantes de Caracas- rabian: "Este tipo es un demagogo, un populista, un loco".
En el mejor de los casos admiten que, es verdad, sus predecesores no eran mejores. "Pero está llevando al país a la ruina". Antes de ejecutarlo sumariamente: "De todos modos, su sitio no está en la presidencia. Un militar sólo sabe hacer dos cosas: obedecer o mandar". Se odia a este intruso en el seno de la casta constituida por la oligarquía, las finanzas y las clases medias. Con su piel oscura y su guasa parece un taxista, un portero de hotel, un desheredado de los ranchos, un buhonero. Sólo que, ocupa Miraflores (el palacio presidencial) precisamente porque se parece al pueblo más auténtico.
Por medio de un golpe de Estado en febrero de 1992 este teniente coronel de paracaidistas trató de terminar con treinta años de hegemonía de los partidos Acción Democrática (AD, social-democracia) y Copei (democracia-cristiana). En ese país productor de petróleo, estos partidos habían llevado al 80% de los venezolanos por debajo del umbral de pobreza. Encarcelado y después liberado, el rebelde accedió democráticamente al poder en diciembre de 1998. Una profunda reforma de la constitución, aprobada por referéndum en diciembre de 1999, precedió a su reelección el 30 de julio de 2000 (2). En resumen, Chávez triunfó y Venezuela cambió pacíficamente de manos.
El gobierno llevó a cabo después una revolución atípica: "No es socialista ni comunista porque está en el marco del capitalismo, sino radical e implica cambios profundos de la estructura económica", explica el ministro de la presidencia, Rafael Vargas. Provocando sarpullidos de fiebre a Washington, Caracas también pretende promover una política petrolífera que permita mantener los precios del bruto por debajo de los 22 dólares el barril a través de la revitalización de la OPEP. Y multiplica sus declaraciones contra la globalización neoliberal y a favor de un mundo multipolar, opuesto a la pretensión hegemónica de EEUU.
Una carrera de obstáculos
En todo caso, una cosa es anunciar el nacimiento de un nuevo país y otra, proceder a los cambios. "No hay trabajo, ni progreso", se queja en Valencia un marginado al ver que el paro no ha disminuido. En un suburbio llamado Marisabel de Chávez (nombre de la mujer del presidente), un hombretón suspira: "Lo único que sé hacer es sisar. Pero aquí no sé muy bien qué podría robar..." Barrio Alicia Pietri de Caldera (¡nombre de la mujer del presidente anterior!): los privilegiados ganan 84.000 bolívares a la quincena (84 euros) como guardias de seguridad privados, única actividad económica en expansión. Como en el resto de los sitios, el salario mínimo se ha estancado en unos 158 euros, cuando se necesitan 240 para alimentar a una familia de cinco personas (3)… Hasta las iniciativas más generosas del gobierno parecen patinar. "La escuela bolivariana funciona, atestigua una madre, incluso, tal y como estaba previsto, hay una cantina gratuita para las tres comidas de los niños. Pero la acaban de cerrar porque ya no tienen dinero para pagar a los proveedores".
El rey Chávez a menudo está desnudo. Su Movimiento para la V República (MVR), forjado con urgencia para ganar las elecciones, no dispone de estructuras fuertes. Con la perspectiva de la victoria, se han aglutinado en él "chavistas" convencidos, revolucionarios, pero también, y con la esperanza de prebendas y beneficios, miembros de anteriores formaciones políticas, oportunistas de toda calaña. Lo mismo ocurre en los partidos aliados -Movimiento al Socialismo (MAS), Causa R., Movimiento 1° de Mayo, los maoístas de Bandera Roja o el dirigente de la Patria Para Todos (PPT), Pablo Medina (4). De un día para otro, acuden a pasar factura al presidente en pago de su colaboración y de ahí surgen múltiples virajes, rupturas, dimisiones, destituciones... seguidos de cambios al enemigo que dan la impresión de un poder que funciona en una permanente improvisación.
La carrera de obstáculos en el aparato de Estado y la administración, gangrenados por cuarenta años de clientelismo es similar. En el seno de sus instituciones, los ministros o los cuarenta gobernadores "chavistas" sólo cuentan con algunos funcionarios de alto rango para llevar a cabo sus reformas. "No hemos practicado la caza de brujas, se asegura el cambio con las personas del pasado, en su mayoría militantes de AD o de Copei". Este ejército de cuadros intermedios y de empleados frena los programas, sabotea los proyectos, paraliza las transferencias de recursos en los municipios. "Modificar semejantes estructuras es lento; no se puede echar a todo el mundo", dice en medio del calor tórrido de Puerto Ayacucho (Amazonas) Diógenes Palau, secretario general del gobierno local, confrontado a las mismas dificultades. "Esto sólo se puede hacer paso a paso".
Así pues, Chávez se tiene que apoyar sobre dos pilares para salvar las estructuras que le siguen siendo hostiles: el ejército, del que ha salido, columna vertebral del Estado, y la población no organizada que le ha llevado al poder. En abril de 2001, cuando pide que se formen "un millón de Círculos bolivarianos" para apoyarle, decenas de miles de venezolanos, cada uno en su calle, en su barrio, en su barriada, responden con entusiasmo. En grupos de siete a quince personas discuten acerca del futuro, de sus vidas, de las necesidades más esenciales, que repercuten inmediatamente en las autoridades concernidas. "Es el medio de conseguir que los recursos lleguen al sector, se explica a la coordinación de los Círculos bolivarianos del municipio de Sucre, al este de Caracas, mientras que antes una minoría de políticos dirigía a su manera los destinos de la comunidad".
Con la presentación de proyectos y a través de las organizaciones adecuadas -Banco del pueblo, Banco de las mujeres, Fondos de desarrollo de la microempresa, Fondos intergubernamental para la descentralización (Fides), etc- el Estado empezó a dotar a estas estructuras de fondos nada despreciables. Se desencadenó la oposición, acusándoles de ser una "fuerza de choque" al servicio de un proyecto totalitario, de nidos de "talibanes" que incesantes bolas (rumores) pretenden armados hasta los dientes por el gobierno. Los interesados se alzan de hombros: "Mire, aquí no hay más que personas pacíficas que trabajan al servicio de la comunidad". Está claro que algunos militantes radicales se muestran menos acomodaticios: "Vamos a ser claros. Los hombres y mujeres de estos procesos están decididos a defenderlos. Pacíficamente. Pero, si hace falta, también con otros medios".
Desestabilización económica
Concentrados en sus cálculos e intereses mezquinos, los escuálidos se atragantaron cuando el 13 de noviembre de 2001 Chávez, radicalizando la revolución, firmó la ley de tierras, la ley de pesca y la ley sobre los hidrocarburos. El 10 de diciembre, en protesta contra estos "atentados al libre mercado", la organización patronal Fedecámaras dirigida por Pedro Carmona lanza una huelga general apoyada por... los media y la Confederación de Trabajadores de Venezuela (CTV). Organización corrupta, correa de transmisión de Acción Democrática, la CTV estuvo negociando durante años los contratos colectivos con los patronos vendiendo su alma y la de sus afiliados a cambio de sustanciales propinas para sus dirigentes. El gobierno niega toda representatividad a su secretario general, el social-demócrata Carlos Ortega que el 25 de octubre pasado se proclamó vencedor de las elecciones destinadas a renovar la dirección sindical, tras un escrutinio marcado por la violencia y las irregularidades.
El 5 de marzo de 2002 este "dirigente obrero" estrecha la mano de Carmona y con la Iglesia como testigo firma con él un Pacto nacional de gobernabilidad cuyo objetivo es "la salida democrática y constitucional" del presidente.
Sin programa, sin proyecto, autoproclamados "sociedad civil" borrando cínicamente a la mayoría que sigue apoyando al jefe de Estado, los cuatro protagonistas -Fedecámaras, CTV, Iglesia y clases medias-, a los que se unen los media reconvertidos en partido político, tratan de crear artificialmente una situación de ingobernabilidad. Esta intolerancia totalitaria hace estallar de rabia a toda una población reagrupada en torno a "su" revolución: "Nos excluyen y pretenden que sólo ellos representan a la sociedad civil. Muy bien... ¡Pero nosotros somos el pueblo!¡Y si por una u otra razón la legalidad constitucional es cuestionada por la campaña de desestabilización, nosotros la defenderemos con nuestra vida, con nuestra sangre!" El goteo de declaraciones incendiarias y de marchas de protesta (seguidas de contramarchas aún más masivas de defensores del gobierno), la aparición de cuatro militares disidentes que rechazan públicamente al jefe de Estado (5), apenas hacen tambalear al poder.
Pero cuando se desmorona la carta de la desestabilización económica, la tensión sube un grado. El petróleo representa el 70% de las exportaciones y el 50% de los ingresos del Estado. Tras la caída de su precio debido a los atentados del 11 de septiembre de 2001, tanto los viajes de Chávez a Europa, Argelia, Libia, Arabia Saudí, Irán, Rusia, e incluso Iraq, como la acción de Alí Rodríguez, secretario general venezolano de la OPEP, permitieron estabilizar los precios por medio de una baja concertada de la producción (6).
Petróleos de Venezuela SA (PDVSA), una compañía anónima cuyo único accionista es el Estado, se encuentra bajo la autoridad de cuarenta ejecutivos. Estos "generales del petróleo" imponen la ley, aplican "su" política, privilegian los intereses extranjeros, violan las normas dela OPEP aumentando la producción, venden a la baja, debilitan a la empresa y preparan activamente su privatización. Preocupado por devolver PDVSA al servicio del proyecto colectivo, el ejecutivo quiere recuperar el control de este sector estratégico cuyo régimen fiscal marca el rumbo: del 75% del total de beneficios transferidos al Estado hace veinte años (el 25% restante permanece en la empresa), se ha pasado a un 70% para la empresa y un 30% para el Estado. El jefe del Estado nombró un nuevo presidente, Gastón Parra, y un equipo de dirección. En nombre de la promesa de hacer carrera para los mejores, de la eficacia de la gestión, de la productividad y de la rentabilidad, de la independencia frente a la "politización" impuesta por el gobierno, los tecnócratas alegan una "meritocracia" que se acaban de inventar para rechazar esas denominaciones y llamar a la rebelión.
En cualquier país del mundo, el Estado accionista nombra a los directivos de las empresas nacionales y les comunica sus orientaciones -algo que además todos los gobiernos venezolanos precedentes han hecho. Por otro lado, los contestatarios, ejecutivos que ocupan puestos de confianza no pueden, debido a la naturaleza de sus funciones, llamar a la huelga. La "sociedad civil" se declara a favor de ellos. Puesta al rojo vivo por los media escritos, radiofónicos y televisados, la "sociedad civil" empuja a la parálisis del corazón económico del país. Éste interviene efectiva, aunque parcialmente (una parte importante de los obreros se niega a parar).
Y todo ello sobre el fondo de un ir y venir entre Caracas y Washington, donde la administración Bush multiplica las pullas verbales contra el presidente "bolivariano". Su escasa solicitud a la hora de unirse la "lucha antiterrorista", particularmente contra las guerrillas colombianas, sus acuerdos militares con China y Rusia, sus discursos en contra de la globalización y su revolución cada día les hacen chirriar un poco más los dientes. El 6 de febrero de 2002 el secretario de estado norteamericano, Collin Powell, ponen en duda ante el senado "que Chávez crea realmente en la democracia" y critica sus visitas a "gobernantes hostiles a EEUU y sospechosos de apoyar al terrorismo, como Saddam Hussein o Gadafi" (7).
Preocupado por los problemas que agitan a su tercer suministrador de petróleo, EEUU teme sin embargo una suspensión de sus exportaciones si éste se vuelve ingobernable. No tratan, pues, de echar más leña al fuego. Pero solapadamente, el 25 de marzo Alfredo Peña, alcalde de Caracas y enconado oponente, se entrevista con las autoridades norteamericanas y con el muy contestado Otto Reich, sub-secretario de Estado para asuntos interamericanos (8).
Por esos días se pudo haber cruzado en el despacho de este último con Pedro Carmona, presidente de Fedecámaras, o con Manuel Cova, secretario general adjunto de la CTV, que también visita a representantes del Instituto Republicano Internacional, todos ellos interlocutores particularmente conocidos por su defensa de los intereses de los trabajadores.
"¡Es una conspiración!"
La sombra de Chile planearía sobre Venezuela si no hubiera un factor principal que los diferenciara: el ejército, al que el presidente Chávez pretende conocer como a la palma de su mano y controlar a través de sus camaradas de la promoción Simón Bolívar (1975). Sin embargo, los rumores y las turbulencias a veces hacen dudar. El general en jefe del mando sur del ejército de EEUU (el Southcom) acaba de declarar: "Venezuela es el país que tiene más oficiales estudiando en nuestras academias del norte y por esa razón estamos seguros de ese país". Cuando mencionamos ante Francisco Ameliach, presidente de la comisión de defensa del Parlamento, a los cuatro oficiales que unos días antes se habían alzado contra el presidente, todavía responde el 14 de marzo: "Que un oficial se pronuncie públicamente significa que no tiene el apoyo del ejército. Nosotros hemos conspirado [Ameliach participó en el golpe del teniente-coronel Chávez] , y sabemos que un coronel comprometido en semejante operación no va a ir pregonándolo por las plazas".
La huelga general de los días 9 y 10 de abril convocada por la CTV y Fedecámaras para "defender" PDVSA, siete de cuyos directivos fueron despedidos y otros doce jubilados, tiene sólo un éxito relativo a escala nacional. La oposición, lanzada a una loca huida hacia delante (o a un plan premeditado que es impensable detener) dobla la apuesta y bajo el pretexto de que el gobierno podría decretar el estado de excepción (algo que en absoluto tiene intención de hacer), llama a partir del 11 de abril a una huelga general ilimitada. Signo inquietante, los militares disidentes reaparecen a través del general Néstor González (destituido en diciembre de 2001) que, a través de la televisión, acusa a Chávez de traición y solicita la actuación del alto mando.
El 11 de abril amanece con más de 300.000 opositores marchando pacíficamente hacia la sede de PDVSA-Chuao, situada al este de la capital. Ahí es donde se va a urdir el crimen, en medio de una creciente efervescencia que lo favorece. Nada como los "mártires" para acreditar la idea de una "sociedad civil" que afronta una dictadura... A las 13 horas, en el palacio presidencial al oeste de la ciudad, el ministro de la presidencia, Rafael Vargas, irrumpe con el semblante pálido en el despacho de sus colaboradores: "El resto del país está en calma, pero Carlos Ortega, a través de la televisión, acaba de hacer un llamamiento a marchar sobre Mirafores. Es una conspiración". A las 13 h 40 funcionarios de segunda categoría anticipan, sin saberlo todavía, lo que va a suceder: "Avanzan por la autopista. Hay que dejar que se manifiesten pero hay que pararlos antes de que lleguen aquí, si no, los Círculos bolivarianos se van a movilizar y esto va a terminar en catástrofe".
Los hombres uniformados saben ser maquiavélicos. El alto mando de la Guardia nacional no manda ninguna operación de envergadura para prevenir lo inevitable. La oposición llega a menos de 100 metros de Miraflores y de decenas de miles de "chavistas", algunos armados con palos y piedras, y bajados [de los cerros] a toda velocidad para proteger con sus cuerpos al presidente. Quince guardias nacionales, ni uno más, se interponen para evitar el choque. Escena surrealista, uno de ellos, el de mayor graduación, se vuelve a los fotógrafos y pide angustiado: "¿Me puede prestar alguien un móvil para pedir refuerzos?". Sus hombres logran estabilizar la situación usando gases lacrimógenos.
Los 15 muertos y 350 heridos (157 de ellos por arma de fuego) de esta trágica jornada serán atribuidos a los Círculos bolivarianos, cuyos miembros habrían disparado fríamente sobre manifestantes pacíficos. Es falso. Misteriosos francotiradores situados en los techos de edificios de una decena de pisos hacen las cuatro primeras víctimas entre las filas chavistas. A continuación, tras lograr que la temperatura suba a cien grados, con una precisión mortal se ensañan con la oposición. Hay una total confusión y la pelea se generaliza. Cerca de la estación de metro El Silencio una escuadrilla de Guardia nacional responde con gases lacrimógenos al lanzamiento de piedras de la "sociedad civil", e igualmente a las armas de guerra, que disparan a tiro limpio. Grupos pequeños de la policía metropolitana del alcalde de la oposición, Alfredo Peña, disparan prácticamente a todo lo que se mueve, sin hacer distinciones (aunque algunos de sus colegas se comportan decentemente).
La Guardia de honor del presidente "arrestó a tres francotiradores, dos de ellos agentes de la policía de Chacao [barrio del este de la capital] y uno de la policía metropolitana" (9). En el calor de los acontecimientos un joven, alelado, testifica:
"Hemos visto a dos, iban de uniforme". A la mañana siguiente el vicealmirante sedicioso Vicente Ramírez Pérez declara en las pantallas de Venevisión: "Se controlaban todas las llamadas telefónicas del presidente a los comandantes de unidad.
Nos reunimos a las diez de la mañana para planificar la operación". ¿Qué operación? Oficialmente, a esa hora la multitud de la oposición aún no había sido desviada hacia Miraflores.
Se ha logrado el objetivo. A las 18h, "conmocionado por el número de víctimas", el general Efraín Vasquez Velasco anuncia que el ejército ya no obedecerá al presidente Chávez. Unas horas antes, prácticamente la totalidad de mando de la Guardia nacional ha hecho lo mismo. A las 3h 15 de la mañana el general Lucas Rincón lee un último comunicado: "Ante semejantes hechos, se ha solicitado la dimisión del presidente de la República. Ha aceptado". Este mensaje pasará por la televisión cada veinte minutos durante las treinta y seis horas siguientes.
Nombrado el 12 de abril en la presidencia, el patrón de patrones, Carmona, disuelve la Asamblea Nacional, todos lo cuerpos constituidos, destituye a los gobernadores y alcaldes salidos de las urnas. Dotado con todos los poderes, puede oír como el portavoz de la Casa Blanca, Ari Fleisher, felicita al ejército y a la policía venezolanos "por haberse negado a disparar contra manifestantes pacíficos" y concluye, sin prueba alguna:
"Simpatizantes de Chávez dispararon contra estas personas y esto ha llevado rápidamente a una situación que le ha obligado a dimitir". Mientras la Organización de Estados Americanos se dispone a condenar el golpe de Estado, los embajadores de EEUU y de España en Caracas se precipitan a saludar al presidente de facto.
Mientras tanto, en ese país que desde hace tres años no ha deplorado un asesinato, una desaparición o un encarcelamiento políticos, la represión se abate sobre ministros, diputados, militantes; decenas de locales y casa son requisados, ciento veinte "chavistas" conocen las angustias de la cárcel. En las ondas de Venevisión, donde es entrevistado por la periodista Ibeyssa Pachecho, el coronel Julio Rodríguez Salas concluye su intervención con una gran sonrisa: "Se ha dispuesto de un gran arma... ¡los media! Y como se me presenta la ocasión, me gustaría felicitarles". En nombre de la democracia, la "sociedad civil" acaba de instaurar una dictadura. Al pueblo le corresponderá restaurar la democracia.
Lo que vino después es conocido. Al entregarse sin resistencia para evitar un baño de sangre, Chávez no había dimitido. El 13 de abril cientos de miles de partidarios suyos ocupan las calles y plazas de todo el país. Esa tarde la Guardia de honor vuelve a sitiar Miraflores y ayuda a algunos ministros a reocupar el despacho presidencial. Siguiendo el ejemplo del general Raúl Baduel, jefe de la 42 brigada de paracaidistas de Maracay, comandantes fieles a la Constitución recuperan el control de todas las guarniciones. Dividido, sin una perspectiva clara y temiendo una reacción incontrolada de la población y enfrentamientos entre los militares, el alto mando pierde pie. Por la noche el presidente legítimo de la república bolivariana de Venezuela es devuelto a su pueblo.
Unos días más tarde, sin haber aprendido aparentemente lección alguna de los acontecimientos trágicos, la oposición ya hace subir la presión. Sin embargo, un militar advierte evocando el mar de fondo que desde hace tres años conmociona al país: "Que no se hagan ninguna ilusión: con o sin Chávez, Venezuela nunca será como antes".

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Notas:
(1) Nombre peyorativo dado por el presidente a sus opositores (y del que se han apropiado y convertido en un honor).
(2) Véase Ignacio Ramonet, "Chávez", y Pablo Aiquel, "Un président "bolivarien" pour le Venezuela", Le monde diplomatique, octubre de 1999 y noviembre de 2000, respectivamente.
(3) Datanalisis, en El Universal, Caracas, 14 de marzo de 2002.
(4) Tras romper los vínculos pero sin pasar de la alianza con la oposición, el PPT se ha unido a Chávez. También parte del MAS ha permanecido fiel.
(5) El coronel Pedro Soto, el contra-almirante Carlos Molina, el capitán Pedro Flores y el comandante Hugo Sánchez.
(6) La crisis de Oriente Medio también ha desempeñado un papel en esta estabilización.
(7) Miami Herald, 7 de febrero 2002.
(8) Implicado en el Irán-contragate de los años ochenta, estrechamente ligado al lobby cubano-americano y cuya nominación durante mucho tiempo ha sido bloqueado por el Congreso.
(9) El Nacional, Caracas, 13 de abril.