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Latinoamérica

10 de junio del 2002

La cara oculta de la censura

César Samudio
www.panactual.com

HA SIDO demostrada una y otra vez la efectividad de la táctica del cleptómano que en medio de la confusión, apuntando su dedo en cualquier dirección, comienza a gritar 'ladrón, ladrón, ladrón' para escaparse con toda tranquilidad de la escena del crimen. Esta táctica también la han usado y la siguen usando los comunicadores sociales y los dueños de medios para encubrir la censura que ellos también ejercen sobre todas aquellas personas que en algún momento buscan divulgar informaciones o ideas que no encajan dentro de la línea comercial, política o ideológica de los distintos medios que se escudan tras el manto de una mítica libertad de expresión para censurar, sin ambages, cualquier manifestación de disidencia al "pensamiento oficial".

En Panamá, el tema de la censura, de las leyes mordazas, de la persecución, de la despenalización de los delitos contra el honor, nunca ha pasado de moda. Pero nadie habla de los excesos tendenciosos de los medios ni mucho menos de las víctimas anónimas de estos mismos medios donde la libertad de expresión se exige, pero no se práctica. ¿Quién censura a quién? ¿Quiénes son las víctimas y quiénes los victimarios de este show perpetuo que se realiza al amparo de una inexistente o discutible libertad de expresión? Sonará ilógico, pero lo cierto es que son los mismos que reclaman libertad de expresión —dueños de medios, profesores, estudiantes y comunicadores sociales en general— los auténticos verdugos de la libertad de expresión y los responsables de esta mediocridad e inmoralidad que prevalece en todo el quehacer comunicativo nacional e internacional donde, mutatis mutandis, sólo la basura y el servilismo (papagayismo) tienen derecho a existir como una manifestación pura de la libertad de expresión.

En los medios tradicionales, citemos el caso de los periódicos y la TV, sólo hay cabida para el morbo, el chantaje, la frivolidad, el sensacionalismo y el servilismo. No digamos que nunca se publica nada bueno, porque eso sería injusto. Pero lo bueno está condicionado a que no sea contencioso o contestatario en dirección contraria a los intereses de esos emporios, mal llamados informativos, que están conectados a las grandes cadenas del poder mediático que generan un pensamiento o una visión global de las cosas —casi siempre falsa o interesada— que sin empacho reproducen estos medios locales, que en plano internacional nunca hablan o exigen libertad de expresión para oponerse a la criminalización de la información por parte de este poder mediático.

En mi opinión, de soñador, sólo las personas de demostrada capacidad e imparcialidad deberían ocupar espacios permanentes (columnistas) en los periódicos y otros medios de información (incluyéndose aquí la enseñanza en las escuelas y facultades de comunicación social). Deberían existir espacios para los colaboradores y para todos aquellos que se están ejercitando en este oficio de informar o de comunicar al resto de la sociedad alguna reflexión valiosa. Eso sería lo ideal, pero lo ideal —como sabemos— no se puede contabilizar ni depositar en un plazo fijo porque en nuestro medio la calidad parece no importar: sólo importan los resultados materiales de este sainete de informar sólo frivolidades o contenidos criminalizados que fortalecen en los hombres los más bajos e irracionales instintos.

Por eso vemos cómo deliberadamente estos espacios se ocupan en cosas intrascendentes o para premiar a los periodistas o no periodistas por razones políticas, familiares o netamente empresariales, como lo es la práctica de ejercer vindicta selectiva en detrimento de adversarios políticos o competidores de mercado. Vemos cómo los periodistas cambian de opinión o cómo sus ataques aparecen o desaparecen de acuerdo con las directrices de los dueños de los medios que circunstancialmente ponen dichos medios al servicio de un partido político o de los intereses internos y externos de un clan familiar o empresarial.

Se deja entrever que mientras estos medios puedan repetir las informaciones (mentiras y manipulaciones) generadas en las grandes cadenas informativas (como CNN) hay libertad de expresión. Que hay libertad de expresión cuando los medios gozan de libertinaje para propalar el morbo (como los desnudos en las portadas y contraportadas), la distracción ciudadana (como el show de Afú), el vicio disfrazado de deporte (diez páginas de deporte versus una de cultura), la frivolidad, la crónica roja donde se festina el dolor de los humildes y, especialmente, la suprema libertad de chantajear a las personas o empresas para que utilicen los servicios —aunque no los necesiten— de estas empresas informativas.

Pero nada se dice del derecho que tenemos los ciudadanos comunes a contradecir estas iniquidades y mentiras o a divulgar un pensamiento racionalista que tenga como epicentro la dignidad humana y la esperanza de un mañana de redención. Nada se dice del hecho de que en este país lo anormal resultaría que alguien no fuera o no quisiera ser corrupto. Nada se dice de las colaboraciones que jamás pasan la censura que puntualmente ejercen nuestros mismos colegas por razones religiosas, políticas, ideológicas, de incuria cultural o por mero temor de irritar a sus jefes y a los jefes de sus jefes (los jerarcas extranjeros del poder corporativo).

Nada se dice tampoco en relación con el hecho de que nuestras escuelas y facultades de comunicación social son auténticos anacronismos o cofradías herméticas divorciadas de la realidad donde no hay cabida para el pensamiento disidente ni para la discusión de los problemas nacionales o internacionales. Que son instituciones desfasadas donde no se utiliza la tecnología y donde todavía se habla de la información tradicional (en vez de contra información) sin la conciencia de que ahora la lucha de clases se ha trasladado al ciberespacio y que es aquí donde por primera vez en la historia de la humanidad las inteligencias se baten casi parejo (los cibernautas estamos librando guerras en el cielo, como las que describe la Biblia, contra los demonios de la globalización; por eso son frecuentes los atentados terroristas de los aparatos de inteligencia del poder mediático en contra de nuestras redes de contrainformación).

Que son instituciones indiferentes a los debates, conferencias, a la lectura, a la conciencia ambiental y a los intereses nacionales. Que allí enseñan personas que nunca han estado en los medios, que educan con verbo muerto o que nunca han tenido las agallas de dudar ni de denunciar las hipocresías o las mentiras de nuestra cultura de mercado. Que nunca han practicado la solidaridad con aquellos colegas que alrededor del mundo han sido y siguen siendo humillados, encarcelados o asesinados por defender causas auténticamente nobles o por intentar oponerse a la criminalización de la información por parte del poder mediático. ¿Qué papel pueden jugar estas instituciones educativas que son totalmente inmunes o indiferentes a lo que ocurre en el mundo exterior donde la verdad y la justicia son los grandes proscritos de estos avatares mal llamados informativos? ¿Para qué, preguntémonos, quieren los periodistas panameños libertad de expresión si ellos mismos —por acción u omisión— la violan cotidianamente? ¿Para qué quieren libertad de expresión si cuando la tienen sólo hacen payasadas o si no se educan lo suficiente para saber que ninguna libertad es absoluta? ¿Para qué quieren libertad si cuando están en los medios son los primeros en privarnos a nosotros, los contestatarios, de ese derecho? ¿Para qué quieren libertad si, por ejemplo, todos andan detrás de funcionarios corruptos y se olvidan que el ambiente y la pobreza requieren una defensa inmediata e irredenta? En todas los países hay basura en los medios o medios basura, pero por lo menos hay alternativas para la gente que no quiere desarrollar una cultura de pepenador. Pero en este pobre país nuestro no hay alternativas. Este país está lleno de presos de conciencia que el sistema oculta o que simplemente ignora porque aquí la libertad de expresión que tanto se implora es sólo para seguir embruteciendo a las masas o para legitimar las políticas amorales que impulsa la globalización y que han convertido a los seres humanos en lisiados mentales de las guerras prohijadas por las grandes corporaciones petroleras y no petroleras de los países desarrollados.

Hay muchos ejemplos para ilustrar esta aserción. Pero citemos el caso de los atentados del 11 de septiembre. A mí me pusieron de patitas en la calle porque como radio comentarista expresé mis dudas sobre el carácter inesperado e injustificado de estos ataques. ¡Y el tiempo me dio la razón! ¿Pero qué han hecho los periodistas y los medios que ingenuamente se rasgaron las ropas en solidaridad con este auto atentado que fue hábilmente utilizado por la administración Bush para desatar una guerra petrolera de carácter planetario donde sólo mueren, de bando y bando, personas inocentes a estas diabólicas maquinaciones imperiales? ¿Qué dicen o que han dicho los medios sobre, por ejemplo, la gran marcha contra la guerra que el pasado abril congregó a más de 200.000 personas en Washington? ¿O sobre las grandes manifestaciones en Israel a favor de la paz y la reconciliación entre árabes y judíos? ¿O en relación con el discurso del judío norteamericano Paul Wolfowitz, el número dos en el Departamento de Defensa, un halcón de extrema derecha, que después de haber celebrado todo lo actuado por Israel, sorpresivamente, de pasada, se refirió, a los sufrimientos de los palestinos y casi lo lincha la turba de extremistas que lo escuchaba? Por eso termino preguntando que cuando hablamos de cesura, ¿de qué hablamos? ¿De la censura que le aplican al libertinaje de nuestros censores o de la que éstos ocultamente nos aplican nosotros para que no pongamos en entredicho el indigno papel que desde hace mucho tiempo vienen realizando dentro de estos medios entregados en cuerpo y alma a este poder mediático que arrasa toda forma de disidencia, toda forma de dignidad, sobre la tierra? ¡He aquí la cara oculta de la censura de la que no nos hablan todos aquellos que se rasgan las ropas hablando de censura, libertad de expresión, leyes mordazas y otras confituras que en nada se relacionan con un auténtico estado de libertad de las ideas y de la justicia, sin exclusiones, para todos los habitamos este planeta flagelado por las guerras y las hipocresías de todo género!


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Autor: César Samudio. Profesor Regular Titular de la Universidad Autonóma de Chiriquí (Panamá), escritor, periodista, radio comentarista y estudiante pregraduando de la Facultad de Derecho y Ciencias Políticas de la UNACHI.