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Latinoamérica

29 de mayo del 2002

La crisis argentina, un gran negocio de la banca "offshore"

Víctor Ego Ducrot
La Otra Aldea

• Escenarios como el argentino son alentados y usados por los paraísos fiscales • Los bancos saquearon 110.000 millones de dólares en 14 meses • Estados Unidos se benefició con una gigantesca operación de lavado • Después del 11-9-01, Washington necesitó 500.000 millones • Las corporaciones comprarán lo que queda de Argentina a precio de remate • Finalmente se quedarán con su territorio • Es parte de la estrategia del Imperio Global Privatizado

El saqueo sufrido por la Argentina sólo fue posible porque existió una estrategia deliberada en ese sentido. Una estrategia apoyada sobre el sistema "offshore" de la banca mundial, y diseñada y ejecutada por las corporaciones financieras de las principales facciones del Imperio Global Privatizado (IPG). Para ello, los saqueadores contaron con la complicidad activa del establishment político y económico vernáculo.
En su libro "El color del dinero" (Grupo Editorial Norma, Buenos Aires, 1999), el autor de esta nota reveló los mecanismos que el corporativismo financiero globalizado estaba poniendo en funcionamiento para convertir a la Argentina en un paraíso para la especulación y la fuga de capitales, mecanismos que vienen aplicándose, a veces con características e intensidad distintas, a lo largo y a lo ancho de todo el mundo "en desarrollo" o dependiente.
Ese libro fue publicado mucho antes que el tema "lavado de dinero" estallará sobre el tablero político local. Cuando ello sucedió -el año pasado-, una comisión investigadora del Parlamento concluyó con un informe que, en términos generales, confundía lavado con ennegrecimiento de fondos, sosteniendo entonces que en Argentina se "blanquearon" enormes fortunas cuando los hechos ocurrieron exactamente al revés: el país fue víctima de un incesante drenaje de capitales.
Esta confusión no es un dato menor. En primer lugar, impide entender los hechos mismos y la estrategia aplicada por el IPG. Pero además, de ella se concluye que Argentina forma parte del mercado receptor de capitales netos, cuando, como la mayoría de los países en desarrollo, sólo recibe inversiones nominales -ej. la compra de activos públicos mediante títulos de deuda y líneas de créditos externas, obtenidas por los compradores de esos activos- o especulativas, con fondos volátiles.
Esos errores conceptuales conducen a creer que sólo es necesario emprolijar y transparentar el modelo vigente, cuando lo que Argentina y el mundo "en desarrollo" necesitan -y los hechos locales así lo demuestran- es revertir ese modelo, romper con la lógica del poder e impedir que el Imperio Global Privatizado siga adelante con su estrategia.
En su primer capítulo, "El color del dinero" anticipó los mecanismos básicos y el modus operandi utilizados por los principales bancos del sistema para fugar sus capitales de la Argentina. También dejó asentado que muchos de esos mecanismos funcionaban a la luz del día, a la vista de quien quisiera verlos.
Recordemos entonces un extracto de ese texto:
Las once y media de la mañana es una buena hora para quien quiera sacar del país sus ahorros o fortunas sin salir del centro de Buenos Aires, y por supuesto, sin tener que recurrir a esos cinematográficos pero engorrosos y onerosos periplos que suelen verse en las pantallas de televisión (...). Que el interesado camine por la peatonal calle Florida hasta el número 183. Cuando llegue vera que se encuentra justo a la puerta del Citibank de Buenos Aires.
Una vez allí debe subir hasta el segundo piso y preguntar por algún oficial de cuenta de la gerencia comercial de Priority Banking. El conserje, un hombre atildado y de muy refinadas maneras, le indicará entonces que suba un piso más, que allí lo atenderán. La tercera planta de la casa central del Citibank de Buenos Aires está instalada con esa combinación de confort y mal gusto que sólo los norteamericanos son capaces de sintetizar. (...) Al rato aparece nuestra oficial de cuentas.
-Encantada. Pase por aquí.
-Ducrot, mayor gusto. Soy uno de los gerentes socios de Compacta SRL -está claro que se trata del nombre ficticio de una empresa inexistente-, una consultora especializada en el sector de química industrial (...) Como hemos abierto una importante línea de negocios con el exterior queremos saber si el banco puede asesorarnos en dos tópicos.
-Usted dirá.
-En primer lugar necesitamos abrir una cuenta en el exterior para hacer operaciones sobre la cuales no queremos dejar ningún rastro, ¿me entiende?
-Sí, creo que sí.
-En pocas palabras, no queremos que la Dirección General Impositiva conozca la existencia de esos fondos. Y la segunda cuestión consiste en saber si ustedes pueden ayudarnos a crear una empresa "offshore", fuera de la Argentina; es que pretendemos facturar desde allí muchos de nuestros negocios en el exterior. ¿Me explico?
-Bien, son asuntos diferentes. Primero veamos lo de la cuenta corriente. Nosotros, en principio, sólo operamos con cuentas personales. Si lo que quieren ustedes es abrir una cuenta a nombre de la empresa, entonces deberé hacer algunas consultas en una de nuestras oficinas. Yo puedo asesorarlos respecto de la primera opción, es decir una cuenta personal, que puede tener uno o más titulares.
-Bueno, ése podría ser un camino, porque nosotros somos cuatro socios.
-Perfecto. Es muy sencillo. Podemos abrirles una cuenta corriente en el Citibank de Nueva York o en el Citibank de Miami, que ustedes operarían desde aquí como cualquier otra cuenta corriente. En principio se necesita un depósito inicial de 100.000 dólares (...). Ustedes nos indican día, lugar y hora y uno de nuestros operadores los visita, es todo. Quiero aclararles que estas cuentas se manejan como cualquier otra cuenta, aunque tienen una ventaja adicional, su costo es cero. Además, el banco les extiende la correspondiente Citicard, la que puede ser usada desde cualquiera de nuestras terminales en red.
Había llegado el momento de formular dos preguntas muy concretas: ¿es cierto que las operaciones hechas a través de este tipo de cuentas no dejan rastros locales? ¿debemos acaso explicar, justificar o documentar el origen de nuestros depósitos?
Las respuestas fueron tan claras como escuetas, y sonaron contundentes: es absolutamente cierto, las operaciones se realizarán en el exterior, y el origen del dinero es una cuestión que compete al cliente (...).
El otro día llegó y la "broker" del Citibank volvió a recibirnos sentada a su escritorio semicircular. "Estuve conversando con la gerencia del sector y me dijeron que sí, que podemos ayudarlos a constituir la sociedad que necesitan, pero tiene que ser una entidad con un piso de facturación inicial no menor a los tres millones de dólares. Si están de acuerdo deberíamos organizar una reunión con sus abogados y contadores, en la que se tratarán todos los detalles sobre costos, requisitos legales, lugares y operatorias", fue la respuesta de la ejecutiva del Citibank.
Así quedó Argentina
El país está roto. Oficialmente se reconoce que el 50 por ciento de la población vive en la pobreza y encuestas privadas no desmentidas indican que el 57 por ciento de los casi 7 millones de menores de 14 años se reparte entre la miseria y la indigencia. El sistema productivo está paralizado. Con más de un 100 por ciento promedio de aumento en los precios, la hiperinflación se encuentra a un paso.
El aparato productivo se encuentra paralizado y el sistema bancario y financiero estalló por los aires. El gobierno de facto del peronista Eduardo Duhalde (de facto porque nació como provisional y se autoconstituyó como ordinario, sin mandato alguno del electorado) es repudiado por el 80 por ciento de la población. Los legisladores (representantes del pueblo) no pueden aparecer en público porque el mismo pueblo los abuchea, golpea y escupe. Los miembros de la Corte Suprema y la mayoría de los jueces son acusados de corruptos y sufren idénticas formas de rechazo popular. En medio del desastre, el stablishment (los partidos peronista y radical, sus circunstanciales aliados de derecha o "progresistas", las grandes corporaciones empresarias y financieras, sus portavoces -economistas y medios de comunicación) apuestan todo a un acuerdo con el FMI para perpetuar el modelo que tantos éxitos le deparó. Los sectores populares, sobre todo las fuerzas de izquierda, no logran articular ni un método ni un discurso que pueda aglutinar y encauzar la creciente protesta social inorgánica. En ese marco, el Imperio Global Privatizado avanza hacia su objetivo de máxima: depreciar tanto a la Argentina y licuar su sistema político de forma tal que se creen las condiciones para tomar por asalto no sólo lo queda de su aparato productivo (empresario) sino su territorio, su subsuelo y sus recursos naturales.
Esa estrategia se orienta hacia una reformulación del sistema político y administrativo, con mayores autonomías provinciales, nuevas regionalizaciones asociadas directamente a las corporaciones financieras globalizadas y la dolarización efectiva -no ya de hecho- de todo el sistema económico. Esos planes del IPG fueron expuestos públicamente por economistas del MIT y son alentados en el país por "consultores" como Henry Kissinger, contratados por el gobierno de facto de Eduardo Duhalde. Los "técnicos" del proyecto ya realizaron en la Patagonia un encuesta tendiente a determinar cual es nivel de aceptación popular de una iniciativa de regionalización.
Mientras tanto, casi nadie atina a desenredar la verdadera madeja tejida por el Imperio Global Privatizado (IPG) para hacer de la Argentina lo que actualmente es. El stablishment sabe lo que sucedió -porque a su cargo estuvo la realización interesada del desaguisado- y trata de ocultar la verdadera naturaleza de los hechos. Por su parte las fuerzas del cambio se pierden en un mar de confusiones porque no se animan a romper con el discurso ni con la lógica del poder: aceptan sus categorías visibles y desconocen las subterráneas, las de la metapolítica y la metaeconomía de fondo, las que verdaderamente vienen movilizando al capitalismo desde los tiempos de su primera acumulación y las que han hecho posible este nuevo estadio que denominamos Imperio Global Privatizado.
El botín argentino se convirtió en "offshore"
Ante la evidencia del desastre, desde distintas usinas informativas están quemándose las neuronas para calcular la situación en cifras comprensibles y entender los mecanismos del saqueo. En un artículo anterior de "La Otra Aldea" demostramos que la banca extranjera acreedora -muy especialmente la norteamericana, perteneciente a la facción dominante del IPG- se está quedando con todo lo que -una vez más- pasamos a detallar:
Con los casi 47.000 millones de dólares en billetes que el sistema bancario confiscó a los ahorristas -físicos e institucionales- que quedaron atrapados en el "corralito". Luego, y con el aval del gobierno que dispuso la llamada "pesificación", comenzaron a "devolver" esos ahorros, por goteo claro, pero en pesos que ya fueron devaluados en más de un 300 por ciento.
Debido a la iliquidez total que se produjo en el mercado, acentuada por la constante alza de precios desde que se salió del régimen de "convertibilidad" los ahorristas de la clase media para arriba están siendo obligados a deshacerse de los dólares que tiene fuera del sistema bancario (bajo el colchón), operaciones éstas que pueden llegar a representar un total de 16.000 millones de dólares.
Debido a las presiones de Estados Unidos y del FMI el gobierno se vió obligado a liberar el mercado de cambios antes de lo previsto y a proteger a los bancos, decidiendo que sean sólo las casas de cambio las habilitadas para vender y comprar divisas. Pero se trata de un mecanismo aparente. Son los bancos los que proveen de dólares a las casas de cambio, para oxigenar así de pesos a las grandes empresas deudoras que ahora pagaran sus cuentas en signo nacional, después de haberlas licuado a través de la "pesificación" uno a uno. Entonces, ¿en esa licuación, pierden los bancos? No, de ninguna manera. Si bien originalmente "pesificaron" sus créditos a un peso por un dólar y sus deudas a 1,40 pesos por dólar, el Estado emite títulos de su deuda a favor de la bancos para compensar esa supuesta pérdidas, pero son bonos canjeables por dólares billete.
Esta complicada operación representaría un valor total de 11.000 millones de dólares de beneficio para la banca, casi la misma cifra que, en cumplimiento del régimen bancario anterior, tiene depositados en el Banco Central.
Ya llevamos contabilizados a favor de los bancos una incautación de 74.000 millones de dólares en un plazo no superior a los 90 días. Aunque Argentina nunca hubiese entrado en "default" y se caracterizase por poseer una economía en crecimiento y ser una impecable pagadora de sus deudas, nunca, jamás, la banca acreedora hubiese podido soñar con recibir, en tan poco tiempo, el pago de casi la mitad de todos sus créditos a este país. Y con un agravante, pese a haberse quedado con 74.000 millones dólares, la banca acreedora -reiteramos que muy especialmente la norteamericana- sigue siendo acreedora de la deuda externa argentina formal.
Pero hay más. El Banco Central, que ve reducir sus reservas reales a pasos acelerados porque lanza dólares al mercado para tratar sin éxito de controlar la cotización de la divisa, en algo más de cuatro meses lleva prestados a los bancos unos 16.000 millones de dólares, préstamos que no han sido ni serán devueltos porque los bancos dicen que están en quiebra. Esos 90.000 millones de dólares fueron sacados del país por lo bancos que actualmente le dicen a sus clientes que no tienen efectivo para hacerle frente a las cuentas a la vista ni para reembolsar los depósitos a plazo. Entre marzo y noviembre del año pasado, esos mismos bancos, con los norteamericanos a la cabeza -aunque los europeos como el BBV, Santader y Credit Agricole recurrieron al mismo mecanismo- ya habían fugado del país unos 20.000 millones de dólares.
En resumen. En casi catorce meses, el sistema bancario que opera en Argentina succionó hacia el exterior unos 110.000 millones de dólares, aunque como ya lo señalamos todavía tiene en su poder los títulos para demandar el cobro de la deuda externa, cobro cuya efectividad está a cargo de la oficina de relaciones políticas del IPG, más conocida como Fondo Monetario Internacional (FMI).
En tanto dentro de la plaza monetaria local quedaron sólo 50.000 millones de pesos devaluados frente al dólar en más de un 300 por ciento y expresados en ese signo y en cuasi monedas provinciales y federales. Los tenedores de esas masas monetarias solamente tienen dos objetivos: no ser capturados por los bancos y concurrir al mercado cambiario en pos de dólares.
Aquellos 110.000 millones de dólares incautados por los bancos fueron a parar al circuito "offshore" del mismo sistema bancario, en el cual se cobran tasas de interés a veces más altas que la ordinarias, a la vez que se recibe protección y resguardo frente a los regímenes fiscales e impositivos. Todos tienen el derecho de preguntarse adónde fue a parar ese dinero, pero no hay que pensar en la existencia de túneles secretos ni de senderos tortuosos. Es muy probable que esos dineros hayan sido cobrados a través de cuentas bancarias abiertas fuera de la Argentina, sobre todo en plazas "offshore" como Islas Caimán y Antigua, pero también en Canadá y en la isla de Mann, en Gran Bretaña.
Generalmente, esas masas dinerarias regresan al circuito legal a través de algunos de los tantos fondos de inversión más fuertes del planeta. Además, buena parte del dinero succionado a la Argentina vía fuga de capitales sirvió para engrosar las masas líquidas y exentas de todo impuesto acumuladas en la banca "offshore" y que la economía de Estados Unidos (cabeza política y militar del Imperio Global Privatizado) necesitó para ejecutar la operación de lavado de dinero más importante de las últimas décadas: usando la excusa de los atentados del 11 de septiembre del 2001, el corporativismo empresario y financiero norteamericano recibió una inyección de más de 500.000 mil millones de dólares, bocanada de aire financiero vital para proseguir su campaña en pos del hegemonismo dentro del IPG, frente a los intereses de la Unión Europea (UE) y de la nueva emergencia del Sudeste asiático, esta vez de la mano de China (país reconocido por el FMI como próxima cuenca de poder económico).
Otra parte significativa del botín sustraído de la Argentina será utilizado por el mismo sistema bancario -a través de financiaciones directas y de sus fondos de inversión- para adquirir una significativa parte de la empresas privadas locales que se encuentran en "default", que acumulado llega a los 5.000 millones de dólares.
Es por eso que el FMI presiona para que el gobierno argentino ponga en vigencia una norma que el IPG considera imprescindibles -una nueva ley de quiebras- y para que derogue otra que considera inaceptable, la llamada ley de subversión económica.
Si se sanciona un nuevo régimen de quiebras a gusto del FMI, ninguno de los grupos locales que se encuentran en estado de precariedad financiera podrá soportar las presiones de su acreedores, en su mayoría bancos del sistema que provocó, con la complicidad de la corporación política nativa, la destrucción de la economía local.
Si el FMI logra finalmente la derogación de la ley de subversión económica, todos los banqueros que por presión popular se están viendo sometidos a la justicia -acusados de maniobras fraudulentas- deberían quedar fuera del alcance de los tribunales, gozando de total impunidad.
Sin esas operaciones no existiría el capitalismo
En el ya citado libro "El color del dinero", el autor de este artículo señala que las autoridades fiscales y de contralor policial de los países desarrollados -con Estados Unidos en primer lugar- gastan millones de dólares por año para imponer y supuestamente hacer observar estrictas legislaciones contra la economía negra, la evasión fiscal y el lavado de dinero. Sin embargo, esa actividad estatal esconde un doble discurso, porque el modelo económico global del tercer milenio necesita del dinero negro o asistemático, como lo denominan los técnicos, de la misma forma que depende del dinero blanco, legal o sistemático.
Los capitales pasan de la ilegalidad a la legalidad con total facilidad, y es lícito sospechar que sucede así porque así lo permiten las reglas de juego, las que por lo tanto no están tan comprometidas como parece en la lucha contra el dinero sucio. "¿Alguien revisa el origen de los capitales de los inversores extranjeros?", preguntó el fiscal norteamericano John Moscow durante un ciclo de jornadas sobre prevención del fraude y la corrupción, realizado en Buenos Aires en abril de 1998. "El poder se desplazó de los gobiernos a las empresas", sentenció en aquella oportunidad el fiscal neoyorquino, frase que de alguna forma -inclusive involuntaria- remite a la categoría de análisis que venimos desarrollando en esta serie de artículos distribuidos por "La Otra Aldea": la del Imperio Global Privatizado.
Los servicios de inteligencia del Tesoro norteamericano nos dan una versión más descarnada. Reconocen que el sistema no quiere -ni le conviene- acabar con la economía negra. Simplemente hay que regularla, para que no se rompan las cotas de un equilibrio emprendedor; es decir, para que los montos asistemáticos que circulan en el mundo no provoquen una reducción drástica de las masas monetarias sistemáticas que se necesitan para mantener las bases imponibles de los Estados, y por consiguiente la sobrevivencia de sus respectivas burocracias. Claro que ese punto de equilibrio comenzó a desplazarse unos cuantos grados a favor del dinero negro en la medida que los Estados de la modernidad pasan a ser paulatinamente reemplazados en sus funciones por las corporaciones privadas multinacionales, fenómeno éste que su ubica en el centro de nuestra concepción acerca del Imperio Global Privatizado.
En ocasión de nuestra investigación que culminó en el libro "El color del dinero" fuentes del propio gobierno norteamericano admitían lo siguiente: la secretaría del Tesoro y todas las agencias gubernamentales de Washington están comprometidas sólo con la salud del dólar y con la seguridad nacional de los Estados Unidos, con el cumplimiento de sus leyes impositivas y con el crecimiento y la estabilidad de su economía; todo el resto es un juego de dialéctica política.
Aduciendo que al luchar contra el lavado de dinero los bancos sufren graves cargas administrativas, el gobierno de los Estados Unidos flexibilizó el sistema de normas que exige a aquellos declarar las transacciones en efectivo realizadas por su clientes. Según disposiciones establecidas por el FINCEN -oficina antilavado de la secretaría del Tesoro- desde setiembre de 1998, los bancos pueden efectuar operaciones en efectivo con la mayoría de los clientes comerciales sin tener que cumplir con las comprobaciones sobre el origen de fondos que se exigían para todos los depósitos superiores a los 10.000 dólares, comprobaciones que quedaron vigentes sólo para clientes personales y para un pequeño grupo de empresas excluidas de ese privilegio. "Estoy muy satisfecho con el resultado de las nuevas medidas", dijo feliz de la vida John Byrne, uno de los principales asesores jurídicos de la Asociación de Banqueros de los Estados Unidos.
Planteado el problema en estos términos, las grandes corporaciones financieras tienen en claro que su propios intereses dependen del flujo de capitales de que dispongan los principales centros de riesgo financiero del planeta -los llamados mercados emergentes- y no les importa el color ni la legalidad de esos flujos.
La ecuación es muy simple: para que la rueda dineraria del mundo globalizado siga funcionando, el sistema necesita de dos masas monetarias (la sistemática y la asistemática) que no se desequilibren y se compensen en forma recíproca. Ya vimos que, por ahora, el mundo globalizado necesita del dinero sistemático porque sin él es imposible pensar en bases imponibles, pero también necesita de la segunda, para lavarlo oportunamente porque el dinero sistemático no alcanza para financiar el engranaje planetario, y sobre todo porque se trata de una masa monetaria que se exime de los costos impositivos originales, lo que equivale a decir que constituye lo que se llama capital neto.
Esa ecuación debe mantenerse en equilibro. Si la masa de dinero legal aumenta demasiado en desmedro de la masa de origen negro, disminuye el capital neto, se achica la capacidad de pago de los deudores, decrece la inversión y aumenta el desempleo. Si, al revés, la que se sale de cauce es la masa en negro, entonces se achican las bases imponibles y corre peligro la existencia burocrática de la maquinaria estatal que todavía necesita el Imperio Global Privatizado. Las instituciones de contralor y policía creadas y mantenidas por los Estados centrales tienen por fin controlar el equilibrio de esa ecuación y bregar para que la mayor parte posible de capitales negros se laven en sus respectivas bancas de bandera.
A Estados Unidos, por ejemplo, no le interesa si las grandes corporaciones que tienen sede principal en su territorio evaden impuestos en otros países; es más, le conviene que así sea, porque se trata de sumas de dinero a lavar a través de la propia banca norteamericana.
Pero no debemos equivocarnos. Estos mecanismos del capitalismo, amparados en el doble discurso, en el velo de los políticamente correcto, no nacieron con el Imperio Global Privatizado. Surgieron con los orígenes mismos del capitalismo y se consolidaron durante el período preimperialista. Buena parte de la acumulación financiera de Gran Bretaña durante los siglos XVIII y XIX fue posible gracias a los fondos clandestinos que generaba el tráfico de opio en China y en todo el Lejano Oriente. Para administrar esos fondos, la Compañía de las Indias Orientales, la corporación privada a través de la cual la Corona ejercía su potestad en aquellas colonias, fundó el Hong Kong and Shangai Bank. En ese banco se formaron personajes como Cecil Rhodes, uno de los pioneros en los negocios de Wall Sreet.
En 1776, un empleado de la Compañía de las Indias Orientales escribió: "Los servidores de la compañía han intentado en varias ocasiones establecer en provecho propio el monopolio de algunas de las más importantes ramas no sólo del comercio exterior, sino del comercio interno del país (...). En el transcurso de uno o dos siglos, la política de la compañía inglesa habrá resultado tan destructiva como la de la holandesa (...). No obstante, nada puede ser más directamente contrario al interés real de las compañías en tanto soberanas de los países que han conquistado (...). Está en su interés- del soberano- por consiguiente, aumentar en lo posible ese producto -el opio- anual. Pero si bien esto corresponde al interés de todos los soberanos, lo es peculiarmente de aquellos cuyas rentas, como las del soberano de Bengala, surgen principalmente de la renta del suelo. Esa renta debe guardar proporción, necesariamente, con la cantidad y calidad del producto, y tanto la una como la otra deben depender de la extensión del mercado". Ese empleado de la Compañía se llamaba Adam Smith -padre de la economía política del capitalismo moderno- y el texto pertenece a su obra capital, "La riqueza de las naciones".
Y para finalizar, valga el siguiente recordatorio: el Hong Kong Shangai Bank fundado para hacer circular los tesoros del opio en aquella lejana China es el mismo Hong Kong Shangai Bank (HSBC) que participó, junto a otras varias corporaciones financieras, en el saqueo que está sufriendo la Argentina.
El autor de esa nota es periodista y escritor argentino. Es autor de varios libros, entre ellos "El color del dinero" (1999) y "Bush & ben Laden S.A" (2001). Durante casi tres décadas ejerció el periodismo en distintas agencias internacionales de noticias y en periódicos y revistas de América Latina y Europa. Actualmente vive en Buenos Aires y ejerce el periodismo independiente. Es columnista de "El Corresponsal de Medio Oriente y Africa"(www.elcorresponsal.com). A fines del año pasado lanzó el proyecto de La Otra Aldea, como espacio de debate y reflexión sobre el Imperio Global Privatizado.
laotraaldea@hotmail.com