VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Latinoamérica

23 de febrero del 2002
La hora de la izquierda

Raúl Zibechi

Cuando la protesta social argentina comienza a trazar un rumbo, lejos ya de las jornadas turbulentas de diciembre, un sector de la izquierda empieza a ocupar su lugar en el escenario.

Sesenta días después de aquel sacudón social que derribó a Fernando de la Rúa, las aguas comienzan a encontrar un cauce. Aunque la agitación social no ha decaído, ni parece que vaya a hacerlo en lo inmediato, las movilizaciones de la última semana -y aun las respuestas del propio gobierno de Eduardo Duhalde- indican que se camina hacia una relativa estabilidad, aunque la realidad económica y los datos sobre la pobreza siguen resultando dramáticos.
El presidente Duhalde, al frente de un gobierno caracterizado por su debilidad extrema, ha dado pruebas de cierta capacidad de maniobra y, sobre todo, un mínimo tacto a la hora de enfrentar las protestas masivas.
Al secretario de Seguridad, Juan José Álvarez, se le atribuyen en privado declaraciones como ésta: "Prefiero que la cnn muestre a esa mujer protestando y rompiendo un vidrio con el martillo, que a la policía reprimiendo a esa mujer, que igualmente va a romper el vidrio con un martillo". Con ese espíritu enfrentaron los responsables de la policía las manifestaciones del miércoles 20 que, en todo el país, conmemoraban las jornadas de diciembre que se cobraron 30 víctimas.
Para Duhalde y su entorno, lo más importante parece haber sido que la jornada transcurriera sin muertos ni heridos, toda vez que un nuevo desborde policial hubiera colocado a su gobierno al borde del abismo. Y quizá también porque la justicia ya encarceló a ocho altos cargos policiales por la represión del 20 de diciembre en Plaza de Mayo.
Sin embargo, este progresivo encauzamiento de la protesta social no se debe solamente a la prudencia gubernamental. Diversos partidos de izquierda están empezando a tallar fuerte en algunos sectores del movimiento social, en tanto otros, como la Central de Trabajadores Argentinos (cta) y la Corriente Clasista y Combativa (ccc), apuestan a convertirse en interlocutores del movimiento con las instituciones y se empeñan en desarrollar movilizaciones pacíficas.
En particular, durante las últimas semanas enfocaron sus miradas hacia el Poder Legislativo, donde realizaron un "abrazo al Congreso", el día 20, en rechazo al presupuesto de 2002 que consideran recesivo y generador de más pobreza. Aunque este sector sigue manteniendo un elevado poder de convocatoria, sobre todo entre piqueteros y empleados estatales, los grupos de la izquierda crecieron de forma notable en ese mismo sector.
La Asamblea Nacional Piquetera -a la que no acudieron ni la cta ni la ccc- mostró la existencia de un nutrido sector de piqueteros que responden a las orientaciones de comunistas, trotskistas, guevaristas de distintas gamas y otros gupos. Este sector enseña un discurso radical y revolucionario, sigue apostando a la toma del poder estatal como en los sesenta, pero se ha mostrado incapaz de construir organizaciones unitarias. Así, cada sector político tiene "su" grupo de piqueteros y lo hace pesar en la balanza de la negociación con otros grupos similares para conseguir espacios para "su" línea política.
O sea, para sus cuadros dirigentes. Esta lógica, que viene dando buenos dividendos a los grupos -puesto que están captando nuevos adeptos en medio de la marejada-, ya fragmentó al movimiento piquetero y amenaza con fagocitarlo. No es algo novedoso, en Argentina o en cualquier parte. Con el paso de las semanas, va quedando en claro que la inicial preocupación porque el movimiento carecía de dirección era en realidad la excusa para una sorda pelea a codazos para ganar espacios, sin la menor importancia por el futuro de ese movimiento. Para muchos, es la lógica de la política. Para otros, la simple y llana repetición, a escala más pequeña y con actores de menor talla, de lo que sucede en el gran escenario de la política institucional.
Quizá por eso la consigna que recoge más adhesiones siga siendo: "Que se vayan todos, que no quede ni uno solo". Es la que siguen enarbolando las asambleas barriales, donde han aterrizado también los militantes de los aparatos partidarios con el inconfesable fin de cooptarlas.
Sin embargo, en este frente han cosechado éxitos mucho más flacos. El movimiento barrial sigue firme y, esto es quizá lo más significativo, se está extendiendo fuera de los límites de la Capital Federal. En Lanús y Quilmes, en Lomas de Zamora y una decena de barrios del Conurbano, han surgido asambleas que tienen algunos patrones comunes con las de la capital, como los cacerolazos, más otras propias que abrevan en tradiciones de los que fueron barrios obreros. La extensión del movimiento más allá de las zonas de las llamadas clases medias, que siguen confluyendo en algunas grandes marchas con los piqueteros, evidencia que los estrechos criterios "clasistas" no sirven para dar cuenta de una realidad heterogénea e irreductible, como señalaba Pierre Bourdieu, a parámetros económicos.
El movimiento de las asambleas tiene una carga profundamente democratizadora hacia el conjunto de la sociedad, en general, y muy en particular hacia el interior del movimiento social. Quizá por eso los grupos de la izquierda tradicional tengan tantas dificultades en hacerse del control.
Es cierto, como se ha criticado mil veces, que este tipo de movimientos que presentan rasgos caóticos por poco estructurados, tiendan a la dispersión, no tengan objetivos precisos y a menudo se deshilachen sin dejar demasiados rastros.
Pero son, por el contrario, enormemente creativos, difíciles de manejar por los poderes y, como quedó demostrado dos meses atrás, pueden ser también enormemente efectivos hasta para derribar gobiernos.
En suma, ésta es la hora (o el cuarto de hora) de la izquierda revolucionaria. Justo cuando el movimiento empieza a dar síntomas de fragmentación y cierto cansancio. No obstante, la gente de a pie, la que integra las asambleas y los piquetes, demostró el miércoles 20 que sigue queriendo cambios de fondo y que ha incorporado demandas que poco tiempo atrás eran impensables: el no pago de la deuda externa, la estatización de los fondos de pensiones y jubilaciones privados, la reapertura de las fábricas cerradas gestionadas por los trabajadores, la elección de la Corte Suprema, y un largo etcétera.
Además, la capacidad de estar juntos, de construir desde la diversidad y la diferencia, muestra la otra cara del movimiento, la que construye en la cotidianidad un nuevo imaginario social, base de cambios mucho más profundos que los que pueden contener las instituciones. Como señala un analista, "convive la frescura con el olor a cadáver". Otra cosa sería, por el momento, impensable.