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Latinoamérica

(Tomado de www.contracorriente.cubaweb.cu)

Percy Alvarado Godoy: Cuba me dio
la posibilidad de ser internacionalista

Entrevista realizada en La Habana, enero de 2001

Percy Alvarado Godoy (Guatemala, 1950) fue mi maestro de literatura en el grado once de la enseñanza preuniversitaria. En sus clases estimulaba la imaginación de los alumnos y defendía las nobles herejías de los adolescentes. Sabíamos que era guatemalteco pero, como suele pasar en Cuba, lo olvidábamos: Percy era cubano, sencillamente porque vivía en Cuba y nos hacía soñar con Helena de Troya y compartía nuestras horas de ocio. Al año siguiente, dejó la escuela. Pero no dejó de llamar o de visitar a mis padres. Hasta que desapareció y la vida me llevó también por otros caminos. Muchos años después lo descubrí ante las cámaras de televisión: entonces ya era el héroe, el agente de la Seguridad cubana que se "infiltró" en la llamada Fundación Nacional Cubano Americana y conoció su oculta cara terrorista. De vuelta en Cuba, su patria de residencia, ha escrito un libro de memorias.

Percy, en la Escuela sabíamos que eras guatemalteco, pero no a qué edad habías llegado a Cuba y cómo y quiénes eran tus padres. ¿Puedes hablarme un poco de ellos y del azar que te trajo a esta isla?

La historia de mis padres se inicia con la Revolución guatemalteca. Mi padre no tuvo en ella una participación descollante. Fue un simple policía que se comprometió con el proceso revolucionario del 44 y que ante la derrota inflingida a la fuerzas progresistas y el consiguiente derrocamiento del gobierno de Arbenz, tuvo que salir en l954 al exilio. Yo nací el l8 de julio de l950. Mi familia sale al exilio en l954 rumbo a Argentina con una gran cantidad de compañeros de distintas procedencias, dirigentes sindicales, dirigentes del Partido, gente progresista. Pero mi padre, como te decía, era simplemente un policía que participó en el proceso, todavía en él no se había desarrollado una conciencia revolucionaria. El punto de inicio de su transformación como hombre, de su vinculación a las ideas revolucionarias fue aquel mismo proceso que lo arrastró por la inercia de los acontecimientos. Pero fue la vida en el exilio la que verdaderamente conformó su espíritu revolucionario.

El exilio argentino fue para todos los guatemaltecos, tras el derrocamiento de Arbenz, una etapa dolorosa pero a la vez muy fértil para el desarrollo de una conciencia política. En el exilio mis padres conocieron realmente la penuria. Allí mi padre se incorporó al movimiento obrero, en específico a los obreros del calzado y poco a poco fue desarrollándose en él la semilla o el germen del espíritu revolucionario. Llegamos en la época de Perón. Vivíamos en galpones. Un galpón era una especie de casa de madera con techo de zinc. Los inviernos eran sumamente crudos, aquellas habitaciones no tenían puertas ni ventanas. En cada uno de aquellos galpones vivían varias familias separadas sólo por sábanas y los mayores, por ejemplo nuestros padres, dormían de pie para protegernos del frío. Tengo grabada esa imagen, mi padre y los padres de otros muchachos durmiendo parados, recostados a una lámina de zinc que servía de puerta, para que no entrara el viento frío.

Un día un muchacho quiso arrastrar un calentador de kerosene que había allí, para acercarlo porque tenía frío. Se le viró y su cuerpecito quedó abrasado por las llamas y corriendo por la estancia, obviamente incendió todas las sábanas. Murieron, si mal no recuerdo, cuatro niños carbonizados, niños de entre dos y cinco años. Nunca olvidaré que mi mamá llevaba una niñita en brazos, creo que no tenía ni dos años, carbonizada, quemada. Y la vieja iba llorando hacia el hospital, con la niña carbonizada en los brazos. Eso fue una cosa impactante. A veces no había trabajo. Y todos los exiliados iban a recoger las sobras de la sémola de maíz, es decir, de la harina de maíz, que barrían en la fábrica y de eso se alimentaban muchas veces. Mi padre se tenía que levantar a las cuatro de la mañana para cumplir con dos trabajos y muchas veces no regresaba hasta las diez de la noche. Un día se fracturó creo que un brazo, una clavícula, no sé, y ahí estuvo sin trabajo, sin poder trabajar, buscando el alimento para los niños.

Después el Partido Comunista argentino, con el que él ya comenzó a establecer vínculos, nos dio una casa. En ella se reunían muchos exiliados, no sólo guatemaltecos. Los domingos la gente llevaba un poco de verdura, un pedazo de carne y se hacía un sopón grande, un puchero argentino y de esa sopa comía un montón de exiliados. Dicen que entre ellos estaban Luis de la Fuente Uceda, que fue mártir del movimiento guerrillero peruano. Ese contacto con revolucionarios latinoamericanos, la vida misma del exilio y su vinculación a los obreros argentinos, contribuyeron a conformar en mi padre un espíritu más clasista, más revolucionario.

¿Por qué tus padres toman la decisión de exiliarse?


Mi padre sale de Guatemala porque estaba en peligro su vida. Mucha gente traicionó a Arbenz ante el arrollo de las fuerzas contrarrevolucionarias de Castillo de Armas. No se le dieron armas al pueblo. Y quizás uno de los pocos oficiales de la policía que trató de defender la revolución fue mi padre. El tuvo un comprometimiento directo en la defensa de la revolución. Sus jefes y algunos oficiales al mando traicionaron y después pasaron a ocupar cargos dentro de las fuerzas armadas de Guatemala.

Él se asiló en la Embajada Argentina y allí conoció al Che. Después, al cabo de los años, esa relación los vinculó, cuando mi padre llegó a Cuba. Mi papá en aquel momento era un policía sin conciencia revolucionaria, con una conciencia muy incipiente. Me han contado que él jugaba a las cartas y que el Che le llamaba el Capitán Naipe y que el dinero que le ganaba a los diplomáticos argentinos lo repartía a los familiares de los exiliados.

¿Cuándo y por qué viajaron a Cuba?


Ocurrió un hecho que sacudió la conciencia de todos los latinoamericanos: el triunfo de la Revolución cubana. Y mis padres, que vivían en Argentina, tomaron la decisión de venir a Cuba e integrarse al proceso. Así llegamos en 1959. Mi padre se quedó aquí y nosotros con mi madre seguimos a Guatemala. Dicen que cuando mi padre encontró al Che, este le dijo: "Capitán Naipe, esta revolución no será igual que la de Guatemala, pero si usted quiere ayudar, puede hacerlo". Y lo mandó para Guanahacabibes a sembrar eucaliptos. Lo tuvo como seis meses allí. Cuando vió que el hombre estaba realmente dispuesto a ayudar a la Revolución, lo mandó a buscar y le dio otras tareas. Estuvo en el Banco Nacional con el Che. Creo que si en l954 mi padre hubiera venido directo de Guatemala a Cuba no hubiera resistido. Tal vez las penurias del exilio, la formación ya de una conciencia revolucionaria, le permitieron incorporarse al proceso cubano hasta el día de su muerte. Esa es la historia. El 9 de abril de l960 nosotros llegamos definitivamente a Cuba y a partir de entonces encontré otra patria.

Siempre agradeceré a mis padres esa decisión de venir a Cuba. Yo había nacido en Guatemala, salí a los cinco años, ni siquiera tuve tiempo de formarme la idea de lo que es una patria. Esa idea se me formó en la Argentina. Las circunstancias hicieron que conociera primero el himno argentino que el guatemalteco. Y que viviera la amistad, la solidaridad, en las penurias del exilio. Al llegar a Cuba me consideraba argentino, hablaba como un muchachito argentino. De inmediato la Revolución cubana me sacudió. Formé parte de las patrullas juveniles en la Lisa y estando en quinto grado tomé la decisión de ir a alfabetizar. Recuerdo a mi vieja vestida de miliciana en los días previos a la invasión de Girón, durante el ataque a Ciudad Libertad, parada en la calle, tirándole con su revólver a los aviones, mientras gritaba llorando: "¡Yanquis, hijos de puta, aquí no van a hacer lo mismo que hicieron en Guatemala!". En ese gesto se expresaba la posición de una mujer que había llegado, sin tener mucha preparación, sin ser una persona culta, a la convicción de que su destino revolucionario estaba en poder darle una continuidad a aquel proceso que se frustró en Guatemala. Era la forma de prolongar los deseos de nuestro país, la frustración del pueblo guatemalteco, la posibilidad de llegar a esos sueños aunque fuera en otro país, esos sueños de libertad plena y de verdadera justicia. Y ese afán que vi en ella de defender a Cuba en esos momentos, con su pequeño revólver, hizo que yo decidiera irme a alfabetizar estando en quinto grado. Estuve alfabetizando en Playa Girón, llegué unos días después de haber sido derrotada la invasión, cuando todavía se encontraban fusiles abandonados en la Ciénaga y no se habían ido los milicianos que allí combatieron, y aun eran visibles los destrozos causados por la invasión. Eso contribuyó notablemente a mi formación. La alfabetización significó para mí la oportunidad de hacer algo concreto y de probarme a mí mismo. No hace mucho me invitaron al Museo de la Alfabetización y vi las fotos. Cuando me vi..., yo no parecía tener once años sino ocho, porque siempre fui bajito.

Cuando alguien menciona la palabra Cuba, la primera idea que te viene a la cabeza es solidaridad. Cuba se ha ganado el derecho a que su nombre se asocie de inmediato al concepto de solidaridad. Pero también es importante decir que nuestros pueblos, tal vez de una forma más modesta, no han dejado nunca de brindarle solidaridad a Cuba. Alguna vez estando frente al Mausoleo del Che en Santa Clara me decía: el Che simboliza la solidaridad de los cubanos con los pueblos del mundo, ¿pero acaso también no simboliza la solidaridad de los revolucionarios del mundo hacia Cuba? Es la misma cosa. Y llegas a la conclusión de que no hay fronteras para el hombre.

¿Cómo transcurrió tu vida en Cuba?


Realmente no fui muy buen estudiante en mis años de enseñanza media. Mi padre no vivía con nosotros, nos habían dicho que estaba en la Unión Soviética. Ahora sé que estaba ayudando a nuestros pueblos de América como revolucionario cubano. Y que no dejó de poner su granito de arena, muy sencillo, muy modesto, en casi todos los procesos revolucionarios que tuvieron lugar en América Latina. Y bueno, mi mamá tuvo que fajarse sola con los muchachos. Yo participé como los demás jóvenes en la recogida de café, tuve mis momentos de confusión como cualquier joven, en que no hallaba el camino, en que mis compañeros y mi madre tuvieron que llamarme y darme un halón de oreja. Fui, por supuesto, un devoto de los Beatles, tuve el pelo largo. Abel Prieto era compañero mío de aula. Si mal no recuerdo era el que me atendía por la Juventud. Pero a pesar de que teníamos el pelo largo, que usábamos pantalones tubito, íbamos a las escuelas al campo y nunca dejamos de cumplir ninguna tarea. Era una etapa en que tal vez estábamos tratando de definirnos como individuos.

Después dejé la escuela, quise trabajar. Empecé como profesor de química y me fue muy mal. Eso fue en 1969 en una escuela de la Víbora. Imagínate que yo tenía casi la misma edad que los muchachos. Iba a cumplir 19 años. De ahí pasé a trabajar en la Vocacional de Fontanar como ayudante de laboratorio. Y allí surgieron mis inquietudes literarias. Yo aprovechaba que vivía muy lejos de la casa y me quedaba en el laboratorio a estudiar, a leer libros de poesía. Allí conocí a Huidobro, a Gelman, a Neruda. Y empezamos a editar un boletín que titulamos La Rueda Dentada, formamos un círculo literario. Mi camino fue desde entonces el de las letras. Paralelamente, me dieron la oportunidad de estudiar Ciencias Políticas. Es más, me pusieron la "pistola" para que estudiara. Una de las cosas significativas que tuvo la Revolución es que estudiar siempre fue una condición para ser reconocido cumplidor en la emulación. Qué maravillosa es una sociedad que prácticamente te pone la "pistola" en la cabeza para que estudies. En Cuba a nadie le han puesto una pistola para amenazarlo, o para que deje de estudiar, de superarse, a nadie lo han arrancado de las aulas, al contrario, los compañeros de trabajo presionan para que te superes, para que te hagas un hombre culto. Y bueno, estudié Ciencias Políticas, y fui profesor de literatura en la Vocacional Lenin, una experiencia muy bonita. Si acaso no pude dedicarme entonces a la literatura, al menos traté de ser creativo. Fue la época en que escenificamos con los muchachos obras de la literatura universal ¿te acuerdas?. ¿Te acuerdas de la escenificación que ustedes prepararon del Infierno de Dante Alighieri?.

Después trabajé en la Escuela de Capacitación de la Industria Azucarera. Era un revolucionario normal, como cualquiera, anónimo, ya había logrado la meta de mis padres: ser graduado universitario. Realmente no sé si lo hubiera podido lograr en Argentina o en Guatemala. Era presidente de mi CDR. En el Instituto Azucarero era Secretario General del Sindicato. Hablo de los años 1976-77. Y es justo en esa etapa cuando la Revolución me pide pasar a ser agente de nuestros órganos de la Seguridad del Estado. Esto implicaba obviamente cambiar toda mi vida de forma diametral. ¿Cómo olvidar aquella tarde en un pequeño apartamento, cuando frente a dos compañeros, ante la bandera cubana, y después de escuchar el himno nacional, firmé el juramento? De eso hace, te voy a decir, 24 años. Pero el juramento no hablaba de "servir a Cuba", decía "me comprometo y juro servir a la Revolución latinoamericana". ¿Cómo no serle fiel a semejante juramento? A partir de entonces tuve que cambiar mi forma de vida. Fue para mí una etapa complicada, difícil, aunque el proceso fue lento, no fue el cambio de un día. Poco a poco tuve que ir aparentando dejar atrás las principales motivaciones de mi vida, mostrarme como un oportunista a quien deslumbraba el consumismo, capaz de corromperse y de traicionar su vida, a su padre y a la Revolución. Yo tenía hijos, ellos nunca supieron nada.

¿Alguna vez en tu vida sentiste algún conflicto por ser guatemalteco, argentino y cubano a la vez?


Nunca. Guatemala ha vivido en mí desde que nací y no de forma abstracta. Guatemala estaba presente en la comida que nos hacía mi mamá, en la herencia cultural que nos fue transmitiendo. Siempre que puedo me preparo unas tortillas, unos buenos tamales. Guatemala no ha muerto en mí y eso se lo debo a mis padres. En mi libro narro cómo me sentí al llegar a Guatemala en 1994. Fue un reencuentro difícil por las circunstancias de mi viaje. Pero me siento tan guatemalteco como cualquiera que viva en Guatemala actualmente. Amo a mi patria y nunca la he traicionado. Tengo la convicción de que todo lo que he hecho, lo he hecho también por mi patria, por el pueblo de Guatemala, por los hombres humildes de mi país. Cuando me enfrentaba a los enemigos de la Revolución cubana, los veía también como enemigos de la Revolución latinoamericana. Si perdemos a Cuba, perdemos la esperanza en América Latina. En resumen, si me preguntas de dónde soy, te diría que soy guatemalteco, pero soy también argentino. Nunca me olvidaré de Argentina y ojalá que la vida me permita volver alguna vez. En Argentina viví momentos muy dolorosos, pero bellos. Allí tuve amigos, allí hice mis primeras travesuras. Argentina se me clavó en el alma y me enseñó una palabra de la que nunca podré separarme: nostalgia. Argentina me clavó la nostalgia en el alma. Es decir, que soy guatemalteco y soy argentino, pero soy también cubano. Aquí he vivido toda mi vida. He estado lejos de Cuba, en circunstancias muy difíciles, y con la gente que ha querido meterle un puñal en el corazón, con la gente de la Fundación Cubano Americana, planeando atentados contra Cuba, organizando acciones terroristas, escuchándoles su obsesiva idea de matar a Fidel, de destruir la obra de la Revolución, he tenido que aparecer ante ellos como mercenario, he tenido que escuchar sus proposiciones y aceptarlas, cuando amo a Cuba y a su Revolución. Creo que en el corazón de un hombre caben muchas cosas y le cabe Cuba entera y le cabe América y le cabe el mundo. Es decir, que afectivamente nunca he sentido ese conflicto. Si Guatemala vive en mí como la patria lejana, añorada, si Argentina vive en mí como la nostalgia, Cuba vive como la posibilidad de ser internacionalista. No sabes qué orgulloso me siento de pertenecer a ese destacamento que siempre capitaneará el Che, al destacamento de los internacionalistas.

¿Cómo valoras la llegada masiva de médicos cubanos a Guatemala, de ese pequeño ejército de internacionalistas sin armas que arribó después del Mitch a tu patria de origen?


Yo participé como testigo en el juicio que se le realizó en Cuba a los terroristas centroamericanos que realizaron sabotajes en hoteles y centros turísticos del país. Como centroamericano que también soy, entiendo muy bien las causas por las que estas personas se involucraron en esos acontecimientos. En mi libro expongo mi juicio sobre las razones que llevaron a la Fundación y a Posada Carriles a utilizar centroamericanos en sus planes terroristas. Pero los centroamericanos no escupimos jamás la mano amiga que nos ayuda. Ese es el sentir que tú pudiste percibir en tu recorrido por Centroamérica. Mi lucha no era contra Cruz León, ni contra Otto Rodríguez Llerena, ni contra María Elena González. Mi lucha fue contra la Fundación Nacional Cubano Americana, contra Posada Carriles, contra la complicidad del Gobierno norteamericano, que permitió y permite que se gesten esos planes terroristas y contra la complicidad de los gobiernos centroamericanos. Nunca contra el pueblo centroamericano, que es mi pueblo. Y ese pueblo siempre le agradecerá a Cuba su gesto solidario. Es una época en la que el imperialismo campea impunemente por el mundo como no lo había hecho antes. El hecho de que Cuba envíe sus médicos a Guatemala y a otros lugares del mundo, revalida y contrapone a esa desfachatez y a esa impunidad de la violencia el papel de la solidaridad. El hecho de que aparezcan allí esos soldados sui generis dispuestos a curar a las personas humildes, sin recursos, a mejorar sus condiciones de salud, es un gesto que difícilmente se pueda olvidar.

La prensa guatemalteca trata de culpar a Cuba por su larga guerra civil...


Esa prensa, por su esencia clasista, es incapaz de explicar las verdaderas causas de la guerra. La guerra en Guatemala se dio porque hubo un proceso revolucionario democrático que frustró la intervención extranjera. Las tímidas reformas que hizo el Gobierno de Arbenz constituyeron en su época un reto al sistema de dominio norteamericano en América Latina. La frustración que dejó la intervención de los Estados Unidos en Guatemala, la incapacidad que mostraron los partidos burgueses de dar una respuesta positiva a las demandas de justicia del pueblo, fueron las verdaderas causas de esa guerra. No hubo un espacio político que permitiera que la lucha política, que la vía pacífica, pudiera canalizar las inquietudes populares. No hubo otro camino que responder con violencia a la violencia contrarrevolucionaria, a los asesinatos cotidianos. Murieron decenas de miles de los mejores guatemaltecos, fueron masacradas aldeas completas. Tal vez la única culpa que tuvo Cuba fue la de su ejemplo. El hecho de que en Cuba se desarrollaba un proceso que verdaderamente defendía los intereses de los desposeídos, que les daba por primera vez la posibilidad de ser individuos con futuro, atraía todas las miradas y hacía renacer la esperanza.

Algunos han pretendido igualar a militares y guerrilleros, como si se tratase de una guerra convencional...


Mira, desde un punto de vista esencialmente humano, matar es malo. Pero durante siglos los poderosos se han olvidado de su esencia humana y ante cualquier reclamo de justicia han reprimido y han asesinado a los demandantes. Les han cerrado los caminos al pueblo. Sería maravilloso que un día existiera una sociedad en la que la justicia no tenga que conquistarse con las armas, que los hombres se entiendan, conversen, se persuadan unos a otros con la palabra. Dolorosamente, eso todavía es un bello sueño. Tú has visto cómo hace poco en Quebec han reprimido a los manifestantes. Yo no soy partidario de la violencia por la violencia, pero creo que muchas veces a nuestros pueblos no les ha quedado otra opción que la violencia para defenderse de la violencia institucionalizada por los explotadores.

En Guatemala murieron muchas personas de ambos lados y es doloroso, porque desgraciadamente el rico y el poderoso no mueren en esa lucha. Ellos utilizan a la propia gente del pueblo. En Guatemala se dio la peculiaridad de que dentro de las Fuerzas Armadas surgieron elementos preclaros, honestos, que tomaron conciencia de que su lugar estaba al lado del pueblo: Luis Trejo, Turcios Lima, John Sosa, el mismo Arbenz, decenas de revolucionarios surgieron de las Fuerzas Armadas. Y en esta guerra ha muerto gente humilde de ambos lados. Llegará el día en que esos pobres que sirven con las armas a los explotadores tomarán conciencia de que pertenecen al pueblo. Es doloroso que hayan muerto guerrilleros, combatientes, estudiantes, trabajadores, obreros humildes, campesinos humildes, y es doloroso que hayan muerto soldados de extracción humilde, que van muchas veces engañados, presionados, al campo de batalla. Rara vez un rico muere en esas batallas. Ellos permanecen en sus chalets, en sus lujos. Ahora, hay una diferencia que distingue a los revolucionarios: los revolucionarios luchan por convicciones, los mercenarios luchan por dinero. Y esa diferencia a la larga es la que nos da la victoria.

Hemos empezado un siglo de forma complicada, en un mundo cada vez más unipolar, con un imperialismo más agresivo, que desafía al mundo con prepotencia. Ni en época de Hitler, cuando Alemania invadía con impunidad otros países de Europa existió una situación tal en la que un Gobierno pudiera desafiar al mundo y manejar a decenas y decenas de países como marionetas. Vivimos un momento en que la contrarrevolución parece fortalecida, en que los peligros de guerra son mayores, en que la polarización de la riqueza y la pobreza se ha hecho mas marcada. El mundo se muere de enfermedades curables. Mientras los Estados Unidos son incapaces de dar dinero para mejorar la salud de los millones de africanos que mueren de SIDA y de tantas otras enfermedades, Cuba con sus modestos recursos lleva médicos por el mundo, lleva profesores y entrenadores deportivos por el mundo. Pero no sólo lleva a sus especialistas, trae también gente humilde y las prepara como profesionales al servicio de sus pueblos. Han transcurrido cuarenta años y Cuba no ha dejado de ser ese faro de esperanza para nuestros pueblos.

(Esta entrevista forma parte del libro Historias verídicas de una isla desconocida en proceso de edición)