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Latinoamérica

Después de los saqueos ¿Pueden los excluidos ser sujetos?

Raúl Zibechi / ALAI

La pregunta remite a un debate tan urgente como ausente en un país donde tres de cada diez personas están excluidas de alguno de sus derechos básicos y la mitad de los niños nace en hogares pobres. Un país que se ufanaba de sus elevados niveles de integración social y que aún no asimiló los mensajes de los saqueos del pasado invierno...

"Desciudadanización estructural" ..

ES el término empleado por algunos analistas para describir el proceso reciente, y creciente, de exclusión de una parte de la población de sus antiguos derechos sociales. Pérdida de empleo y escasa o nula expectativa de llegar a obtener un trabajo estable con cobertura social, pérdida de la vivienda, dificultades para el acceso a la salud y deterioro de la calidad de la enseñanza; pobreza extrema que afecta sobre todo a los niños y sus madres, una parte de los cuales ingresaron ya, en este país exportador de carne y otros alimentos, en la categoría de subalimentados..
Habitualmente, los excluidos son visualizados como víctimas. Están allí, en los márgenes del sistema, como si una mano invisible los hubiera llevado al estado de exclusión contra su propia voluntad. Seres pasivos, que se los lleva y se los trae, que así como hace cierto tiempo fueron sometidos a un proceso de exclusión, pueden ahora ser reintegrados a la sociedad, otorgándoles un ingreso mínimo, condiciones de vida dignas y modelando sus comportamientos hasta convertirlos nuevamente en ciudadanos. En segundo lugar, los excluidos son definidos por lo que no tienen, por la "carencia", una forma sutil y aséptica de estigmatizar la diferencia sociocultural que anida en los sectores populares. ..
Ciudadanía, debate pendiente..
En su último libro, el sociólogo Immanuel Wallerstein dedica un capítulo al espinoso asunto de la ciudadanía.* En su mirada de larga duración, sostiene que el concepto de ciudadano está ligado a la estructura de la economía-mundo capitalista, y por lo tanto a la construcción de los estados nacionales. Al jugar un papel unificador en cada sociedad, dice, la política de ciudadanía ha tenido un papel estabilizador, reduciendo el desorden dentro de los estados al difuminar o hacer menos estridentes los conflictos de clase, étnicos o religiosos. El sufragio, el Estado del bienestar (o sea, cierta redistribución de la renta) y la escuela y el servicio militar (en la mayoría de los países) contribuyeron al apego de los ciudadanos al Estado. Sin embargo, "el concepto de ciudadano no tiene sentido a menos que algunos estén excluidos de él", afirma Wallerstein. Incluso en un país tan "integrado" como Uruguay, y a todo lo largo del siglo XX, hubo amplios sectores que no gozaban de facto de los beneficios de la ciudadanía, aunque en los papeles no tuvieran limitaciones. Recordemos: entre el 10 y el 15 por ciento de la población vivía, hacia la década de 1950, en los llamados "pueblos de ratas", caseríos rurales en los que el Estado era el comisario y el hacendado la ley; las mujeres en general, y las de los sectores populares en particular, tenían derechos apenas formales, extremo que afectaba de forma particular a las que estaban en los escalones más bajos de la consideración social: prostitutas, empleadas domésticas, trabajadoras rurales. A esa lista de derechos apenas formales debería sumarse a los negros, los homosexuales y las lesbianas, los habitantes de los cantegriles y la mayor parte de la población rural. Y, por supuesto, los enfermos psiquiátricos..
Todos ellos eran ciudadanos de segunda, aun en la Suiza de América de mediados de siglo. Los funcionarios públicos ejercieron plenamente sus derechos sindicales recién en los años cincuenta, pese a la utilización por el Estado de las medidas de seguridad contra la más larga huelga general de la historia del país, en 1952, y nunca de manera completa. Cuando los trabajadores de la caña de azúcar decidieron poner en pie un sindicato, le mostraron al país, en los dorados sesenta, la verdadera cara y el color de la exclusión. Para los uruguayos, mirarse en aquel espejo fue un golpe mortal. De ahí en adelante, nada volvió a ser igual...
Cuatro décadas de crisis..
Días atrás, en un evento promovido por el Partido Socialista, el sociólogo Fernando Filgueira propuso que para bajar los elevados índices de abandono escolar se aplique un sistema de promoción automática en las escuelas de las zonas pobres. La propuesta no es novedosa, ya que las autoridades educativas tienden a impulsar a los docentes para que bajen los niveles de repetición. No obstante, revela el grado de deterioro de la enseñanza pública y la escasa o nula capacidad para producir entre los pobres algo que se parezca al ejercicio de la ciudadanía. Y eso que la escuela pública es lo mejor que queda del viejo Uruguay. Todas las demás instituciones del Estado del bienestar sufren niveles de deterioro mucho más agudos..
Pero el deterioro del Estado social no se debe sólo ni principalmente a la crisis económica. Como señala Filgueira, los actuales niveles de exclusión se instalaron durante los relativamente prósperos años noventa. Fue el tipo de crecimiento el que motivó la exclusión. En paralelo, lo que hoy consideramos exclusión aparece potenciado, es más visible, como consecuencia de la democratización de nuestras sociedades, que ahora no parecen dispuestas a tolerar en silencio formas de marginación que décadas atrás parecían "normales". En palabras de Wallerstein, hacia los sesenta "'los pueblos olvidados' empezaron a organizarse como movimientos sociales y también como movimientos intelectuales, y expusieron sus demandas no sólo contra los estratos dominantes sino contra el concepto de ciudadano". Estos movimientos "descubrieron" que el racismo y el sexismo, dos ejemplos universales, no eran sólo una cuestión de prejuicios y discriminación individuales sino que adoptaban también formas "institucionales". En suma, no apuntaban a los derechos consagrados en las leyes sino al resultado de décadas de democracia, que se resumen en marginación institucional. Contra eso se levantan las personas, día a día con más y mejores argumentos...
Derrota, sí pero... ..
Si para que el concepto de ciudadano funcione deben existir quienes estén excluidos de él, ¿cómo se define a los candidatos a la exclusión? Según el propio Wallerstein, siempre se trata de "un grupo arbitrariamente seleccionado". Remite a una elección no racional y que ni siquiera pretende ese estatuto. Así fue con los judíos, los gitanos, los extranjeros... y los comunistas. De ahí que no parezca tan importante, como se hace habitualmente, la realización de estudios, encuestas y censos para clasificar y cuantificar a los excluidos, propuestas para "regularizar" su situación, porque el aspecto irregular o ilegal en que viven es el más importante en la lógica estatista. Por el contrario, parece más útil preguntarse cómo fue el proceso por el que los ahora excluidos llegaron a esta situación. ¿Cómo vivían sus padres, sus abuelos? ¿Qué hicieron, qué camino transitaron? ¿Cómo los siente el resto de la población? Casi siempre se los visualiza como un peligro latente o real. Sobre los excluidos recae la imagen de que son o pueden ser violentos, de que roban, matan y maltratan a sus familias y vecinos. Son carne de las crónicas amarillas de los medios. Se teme que un día irrumpan en los barrios ricos o en los centros de las ciudades para apoderarse de lo que "carecen" o, simplemente, para destruirlas. Un imaginario que ha ganado puntos desde los saqueos de fines de julio y comienzos de agosto y que conecta con temores ancestrales, a la vez que sirve para instalar el peligro fuera de la ciudad amurallada, lejos del "nosotros"..
Una doble mirada desde la larga duración y desde el movimiento social permite observar que el grueso de las clases peligrosas, las clases obreras, viven en el mundo una situación de exclusión social. Y que esta exclusión es la consecuencia de su resistencia de décadas, que hacia los sesenta terminó por desbordar a los estados sociales y nacionales. En efecto, los actuales excluidos eran los antiguos obreros, los trabajadores rurales, las amas de casa y los jóvenes de los sectores populares. Buena parte de los que hoy viven en asentamientos son ex obreros calificados de fábrica, (¿casualmente?) el sector social que más luchó por ensanchar el Estado benefactor durante tres décadas, desde los cuarenta hasta el golpe de Estado de 1973. O sea, el sector social de quienes pelearon por ser incluidos como ciudadanos y, efectivamente, ejercieron de facto sus derechos..
Pero no fue aquélla, la de los sesenta y setenta, una lucha sólo salarial, económica y por la inclusión en la "ciudadanía". En paralelo, entremezclada, despuntó la resistencia al patriarcado (encabezada por las mujeres y los jóvenes) y a todas las instituciones disciplinarias, difusa e implícita a veces, frontal y explícita otras. Esas rebeldías fueron derrotadas por el golpe de Estado del 73, pero obtuvieron importantes triunfos, por contradictorio que parezca. La derrota y el triunfo nunca son absolutos y, en todo caso, son construcciones ideológicas. Gracias a esas actitudes de rebeldía se instaló entre nosotros la libertad sexual, mientras el dominio de los varones, dentro y fuera del hogar, se debilitó de forma ininterrumpida y las instituciones de disciplinamiento (escuela, hospital, cárcel, fábrica, familia) fueron desbordadas hasta ser neutralizadas. La decadencia del patriarcado, la crisis de las instituciones disciplinarias y del Estado benefactor son los triunfos más importantes de la fracasada revuelta de los sesenta..
En síntesis, las bases materiales del Estado benefactor, sus condiciones de producción y reproducción, fueron minadas por este amplio movimiento, al amenazar la forma como se realizaba la acumulación de capital. La crisis de ese Estado está en la base de la actual exclusión social. A partir de ahí las cosas cambiaron radicalmente: los más pobres de ayer llegaban del campo para construirse un futuro mejor, cosa que conseguían en la mayor parte de los casos, no sin duros esfuerzos. A partir de los ochenta, los nuevos pobres se reclutan entre los ex obreros; no llegan del campo sino que son expulsados de los viejos barrios obreros hacia la periferia. ..
Biopoder y racismo..
Al sostener que la elección del grupo al que se le negarán los derechos es arbitraria, Wallerstein señala que se trata de una construcción política, como lo fueron los judíos durante el régimen nazi o los campesinos ricos y luego los disidentes bajo el estalinismo. Michel Foucault da un paso más. En el ya célebre curso de 1976 en el Collège de France, Foucault analizó los cambios en las formas de dominación. El poder tradicional, en la figura del soberano, tenía derecho a la vida de los súbditos: "hacer morir y dejar vivir". Con el nacimiento de las técnicas y ciencias para el disciplinamiento de las poblaciones, surge un poder que se dirige primero al hombre-cuerpo pero más tarde termina ejerciendo su poder sobre el hombre-especie. A ese poder el francés le llama biopoder, que consiste no en actuar sobre individuos sino "mediante mecanismos globales, de tal manera que se obtengan estados globales de equilibrio y regularidad, de tomar en cuenta la vida, los procesos biológicos del hombre/especie y asegurar en ellos no una disciplina sino una regularización". Esto cambia la premisa del soberano, consistente en hacer morir, y acuña una nueva lógica: "hacer vivir y dejar morir". Aparecen así las técnicas sobre el cómo de la vida: natalidad, mortalidad y longevidad en un principio, para arribar con el tiempo a todas aquellas disciplinas que afectan a la población. Puede preguntarse qué objetivos persigue este viraje. Foucault lo dice directamente, en su clase del 17 de marzo de 1976, cuando compara las dos tecnologías, la disciplinaria que controla al individuo/cuerpo y la que apunta a la vida/especie: "Es una tecnología, en consecuencia, que aspira, no por medio del adiestramiento individual sino del equilibrio global, a algo así como una homeostasis: la seguridad del conjunto respecto de sus peligros internos".** "Peligros internos" remite al judío, al gitano y al comuniusta de la Alemania nazi, al disidente de la Unión Soviética y al excluido de cualquier parte. Para elegir a quién o quiénes "dejar morir" hace falta introducir un corte social. Eso es el racismo: "El medio de introducir por fin un corte en el ámbito de la vida que el poder tomó a su cargo: el corte entre lo que debe vivir y lo que debe morir", dice Foucault. Algo que se consigue sólo fragmentando el campo biológico, jerarquizando las personas, calificando a unas de buenas y a otras como malas mediante "una manera de desfasar, dentro de la población, a unos grupos con respecto de otros". Por muerte Foucault entiende no solamente el asesinato, "sino también todo lo que puede ser asesinato indirecto: el hecho de exponer a la muerte"..
¿Qué han sido los ajustes estructurales en América Latina si no una forma de "exponer a la muerte" a un sector de la sociedad, aquel que fue elegido para permitir que otros vivan? ¿Qué es el cierre de una decena de fábricas en un barrio obrero sino "exponer a la muerte", fragmentar a un sector social al que se juzga-elige como peligroso? ..
No sólo excluidos..
Sin embargo, visualizar la exclusión sólo como algo negativo y pasivo es funcional al sistema. Se la podría también ver como el espacio donde no llega el Estado (salvo a través de la Policía), donde no hay patrones, donde el patriarcado está muy debilitado, y donde la posibilidad de integrar y domesticar a las clases peligrosas ya no es posible. O como una posibilidad, como el lugar de donde puede surgir un mundo nuevo, que de hecho está surgiendo en base a las experiencias de supervivencia de los excluidos. ¿Podemos imaginar a los excluidos como sujetos, como personas que han luchado, a lo largo de generaciones, contra la opresión? ¿Podemos aceptar que los excluidos son sujetos? Algo más de un tercio de los uruguayos no se benefician de las ventajas de la dependencia (de un salario, por ejemplo) y han debido ponerse a resolver las urgencias de la supervivencia. Esta mirada es posible sólo si se descorre el velo de los prejuicios. No son sólo excluidos, son personas que han creado nuevas formas de supervivencia y que se relacionan con la sociedad desde otro lugar. De hecho, son el único sector social que ha sido capaz de crear "algo nuevo", de forma autónoma, que son sus estrategias para sobrevivir. Comparados con los trabajadores asalariados, se han mostrado mucho más creativos, inventando nuevos oficios en los márgenes de la sociedad. En algunos casos han conseguido organizarse de forma más o menos estable, generando asociaciones de cuidacoches, de clasificadores, de prostitutas, de periferiantes, de asentados... Con ellas enfrentaron la primera fase de la retirada del Estado, la que se registró entre fines de los ochenta y comienzos de los noventa, al avanzar la ola neoliberal..
Un aspecto crucial de las respuestas de los excluidos fue la creación de nuevos barrios, los "asentamientos". Esta forma de ocupación y apropiación material y simbólica del espacio urbano fue la respuesta a la marginalización de largo aliento que promovió el Estado. Los asentamientos están allí, llevan ya casi veinte años y en ellos aparecieron nuevas formas de sociabilidad y de organización, diferentes tanto del tradicional barrio obrero como del cantegril. No llegó a cuajar un verdadero movimiento de los excluidos, aunque sí aparecieron unas cuantas organizaciones sociales y culturales. A lo largo de este 2002 se multiplicaron las experiencias de supervivencia y todo indica que lo seguirán haciendo en el futuro inmediato. Es imposible cuantificarlas, pero deben ser varios cientos, quizá miles. Hay huertas familiares, comunitarias, escolares, de organizaciones vecinales, que se instalan en los más variados espacios. Aparecen también panaderías y otras iniciativas vinculadas a la producción, no sólo de alimentos, e infinidad de ollas y merenderos autogestionados. El hundimiento de amplios sectores de las capas medias hace que entre los pobres reaparezcan saberes inexistentes tiempo atrás, ya que no pocos han terminado estudios secundarios y algunos han pasado por la Universidad. Esas "mezclas" socioculturales están cambiándole el rostro a la pobreza tradicional, en un punto esencial, ligado a la cultura: en los asentamientos y barrios más pobres surge una nueva capacidad organizativa, niveles de autonomía donde hasta hace poco predominaba el esperarlo todo del Estado, los caudillos y las ONG y, lo más importante –porque revela un viraje de largo aliento–: la vountad de empezar a producir lo necesario para la subsistencia. Ingresamos en la tercera década de la nueva exclusión. Comparada con la de los ochenta, la actual conlleva cambios culturales de enorme trascendencia..
Afortunadamente, el Estado está en retirada. Es la bolilla que faltaba para que el movimiento social uruguayo, que siempre fue audaz y creativo, hasta que allá por los cuarenta del siglo XX se subordinó a la lógica estatista, recupere sus mejores tradiciones de autonomía del Estado y de los partidos, para crear un mundo. Sin jacobinismo, sin buscar asaltar el Estado, ni por las armas ni por las urnas. ..
* Wallerstein, Immanuel, "¿Integración a qué? ¿Marginación de qué?", en Conocer el mundo, saber el mundo: el fin de la aprendido, México, Siglo XXI, 2001..
** Michel Foucault, Defender la sociedad, Buenos Aires, FCE, 2000, págs 217 a 237.