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Latinoamérica

1 de diciembre del 2002

Ecuador: a defender la esperanza

Miguel Ángel Ferrari
Hipótesis

Un movimiento sísmico de carácter social, étnico, religioso, de género, ambientalista, cultural, está recorriendo América. Es tal su intensidad que ha empezado a cambiar la orografía política de una parte del continente. Los iniciales sacudones—el primer día de 1994— tuvieron como epicentro la selva Lacandona, en el mexicano estado de Chiapas. Cuando todavía los "exitosos" gobernantes neoliberales hegemonizaban el continente, un desconocido Ejército Zapatista de Liberación Nacional ocupó tres poblados de esa región, donde los habitantes nativos fueron secularmente castigados por los conquistadores primero y por los supuestamente legítimos dueños de las tierras después.
Este singular ejército popular, tiempo después, proclamó —para sorpresa y desconcierto de muchos— que no se proponía tomar el poder. Más allá de las polémicas que estas formulaciones puedan suscitar, un hecho significativo marcó una nueva etapa en Latinoamérica: se rompieron ciertos moldes clásicos de las luchas de los pueblos de esta parte del mundo. Los objetivos sociales y políticos estaban en estrecha correspondencia con las reivindicaciones étnicas y culturales en el sentido más amplio de la palabra. La ancestralidad se relacionaba dialécticamente con la modernidad, al punto que internet se constituyó en uno de los vehículos más importantes para la difusión de este nuevo pensamiento.
Hace nueve años que el zapatismo está asentado oficialmente en el sureste de México, llevando a cabo una lucha de carácter reivinidicativo, con fuerte acento en el desarrollo de la subjetividad de su pueblo e incidiendo con sus ideas mucho más allá de la selva.
Luego sobrevinieron movilizaciones y procesos inesperados para los globocolonizadores, al decir de Frei Betto. En Venezuela surge una corriente cívico-militar enrolada en la tradición bolivariana, que llega al gobierno liderada por el coronel Hugo Chávez y produce cambios políticos e institucionales que amplían la participación popular.
Más tarde, la resistencia a las políticas fundamentalistas de mercado, exceden el marco de América latina, dando lugar a la multitudinaria movilización contra la Organización Mundial del Comercio realizada a fines de 1999 en Seattle, Estados Unidos. A esta demostración de fuerza, le sucedieron decenas de otras manifestaciones en diversos lugares del planeta, cuya característica más saliente está dada por la unidad en la diversidad. Unidad contra la globalización neoliberal y diversidad de intereses y objetivos sectoriales.
Entre tanto, la mayoría de los gobernantes que fueron fieles a los postulados del Consenso de Washington, comenzaron a mostrar sus miserias morales: corrupción, represión, contrabando, lavado de dinero, narcotráfico. Los mejores alumnos resultaron ser los más cuestionados. El venezolano Carlos Andrés Pérez, el mexicano Carlos Salinas de Gortari, el peruano Alberto Fujimori, el argentino Carlos Saúl Menem, se retiran de la escena pública bajo la condena ciudadana. Con el correr del tiempo, queda claro que la corrupción —además de ser una cualidad de estos dirigentes— es un elemento necesario y absolutamente funcional al modelo neoliberal de saqueo de las mayorías.
Distintas experiencias de lucha se extienden por el continente. En Cochabamba, Bolivia, el pueblo salió a enfrentar la irregular privatización del agua. En Arequipa, Perú, sus habitantes impidieron la privatización de la empresa de energía eléctrica. En Paraguay campesinos, trabajadores urbanos y estudiantes salieron a las calles y a las rutas para expresar su rechazo a la política de privatizaciones, el gobierno debió dar marcha atrás. En Ecuador el pueblo produjo varios levantamientos contra las políticas de ajuste. En Brasil, el Movimiento de los Sin Tierra realizó numerosas marchas nacionales por la reforma agraria y ocupó tierras improductivas; también en este país se realizó una gran campaña contra el Area de Libre Comercio de las Américas (A.L.C.A.). En la Argentina, la política económica neoliberal que hundió al país en la miseria, desató un huracán político que dio por tierra con el gobierno de Fernando de la Rúa. En medio de estas luchas se realizaron dos ediciones del Foro Social Mundial en Porto Alegre... ¡y podríamos seguir hasta el infinito!
El año 2002, desde el punto de vista electoral, se abre con el triunfo del derechista Álvaro Uribe en Colombia. Allí, en el marco de una fuerte abstención, quienes concurrieron a las urnas creyeron votar por la paz. Luego, la primera sorpresa. Evo Morales, dirigente indígena campesino cocalero del Chapare, llega a la segunda vuelta (que en Bolivia es parlamentaria), a contramano de todos los pronósticos preelectorales. La embajada norteamericana en su burda intervención contra Morales, contribuye al ascenso de su Movimiento al Socialismo.
En Brasil, más de dos décadas de trabajo sostenido por parte de diversas organizaciones sociales, religiosas, culturales, de derechos humanos, campesinas, sumadas al rol dirigente del Partido de los Trabajadores, permitieron finalmente llevar a Luiz Inacio "Lula" Da Silva a la presidencia, abriendo una enorme perspectiva en medio de tanta miseria y atraso continental.
Finalmente, Ecuador —el más pequeño de los países andinos— acaba de sumar a este movimiento telúrico el último remezón: el triunfo del coronel (r) Lucio Gutiérrez, en alianza con el movimiento indígena y los partidos de izquierda.
Este proceso, como todos los procesos políticos y sociales, ha recorrido un largo camino. No exageraríamos si dijéramos que se remonta varios siglos por detrás de la llegada de los conquistadores españoles. Pero, si nos limitamos al pasado más reciente, debemos admitir que el levantamiento indígena de 1990, que conmocionó al país, fue un momento decisivo de condensación de dos procesos: el renacimiento cultural de los pueblos aborígenes y la revitalización de la lucha por la tierra.
En 1997 una inmensa movilización popular logró desalojar del poder a Abdalá Bucaram. El paquete económico, verdaderamente confiscatorio de los sectores populares, con el que se propuso paliar la crisis de su país, terminó por acarrearle su destitución.
El 21 de enero de 2000, luego de implementar todas las medidas de ajuste indicadas por el Fondo Monetario Internacional, el presidente Jamil Mahuad atrajo sobre sí la repulsa de la mayoría de la población ecuatoriana que, liderada por la Confederación de Entidades Indígenas de Ecuador, terminó por expulsarlo del poder. Ese día el pueblo tomó el Congreso Nacional, entre los ocupantes se hallaba el actual presidente electo. Finalmente los altos mandos de las Fuerzas Armadas desalojan el Parlamento y asume el vicepresidente Gustavo Noboa.
Estos trascendentales acontecimientos de 1997 y 2000, contienen dos elementos fundamentales. El primero, la presencia dominante (aunque no excluyente) del campesinado indígena. El segundo, un importantísimo sustrato de participación popular organizada, a diferencia del alto grado de espontaneísmo que caracterizó —por ejemplo— a la pueblada argentina que derrumbó a De la Rúa.
Estos levantamientos suponen una ratificación de los indígenas ecuatorianos, como sujeto social con un proyecto propio, que cuestiona en profundidad la hegemonía de las clases dominantes locales y el rol de los Estados Unidos en Ecuador. Los indígenas, que constituyen la columna vertebral de estas luchas, tienen una clara y sostenida convicción acerca de la necesidad de la participación directa.
Se trata de un proceso de elevación de la conciencia paulatino y permanente, de carácter masivo. Se cuentan por millares los indígenas y campesinos que —desde 1990— vienen movilizándose, con propuestas cada vez más cuestionadoras y audaces. Este es un proceso mediante el cual el movimiento indígena se afirma en sus reclamos y reivindicaciones étnicas, y —simultáneamente— asume una actitud de disputa del poder, representando al conjunto de los explotados, oprimidos y excluidos.
En este marco se conforma la alianza que llegó al gobierno. Este agrupamiento de fuerzas está integrado por el Partido Sociedad Patriótica "21 de Enero", la organización cívico-militar liderada por el coronel Gutiérrez; el Movimiento de Unidad Plurinacional Pachakutik - Nuevo País, el brazo político la CONAIE; y el Movimiento Popular Democrático, la fuerza de izquierda más representativa, aunque no la única.
La llegada al gobierno —en un país agudamente condicionado por una abultada deuda externa— no augura, automáticamente, un cambio de rumbo en las políticas. El coronel Gutiérrez siempre ha actuado con honestidad, pero las presiones de los tradicionales factores de poder serán muy intensas. No obstante, debemos recordar que las estructuras más sólidas que lo respaldan son el partido Pachakutik y la Confederación de Nacionalidades Indígenas. A propósito de ello, el presidente de la CONAIE, Leónidas Iza, declaró a La Vanguardia de Barcelona que "Lucio debe entender que si no atiende los reclamos de los indígenas, no podrá gobernar. Los indígenas tenemos deberes y obligaciones, pero también derechos que reclamamos. Y un gobierno que no lo quiera entender tendrá que irse a la calle".
Uno de los pilares que sustentan a todos estos movimientos latinoamericanos, junto a las luchas por las reivindicaciones materiales, es la creciente atención que le brindan a todo lo que tiene que ver con la esfera de la subjetividad, por el valor indiscutible que posee como herramienta para el conocimiento de la realidad y guía para la acción. Cuando la subjetividad social está impregnada por la ideología de las clases dominantes, como ocurre habitualmente, la emancipación de los oprimidos se torna lejana. O, más bien, improbable.
"Las ideas son cárceles de larga duración" decía el historiador francés Ferdinand Braudel.
Nota emitida en el programa radial "Hipótesis", de LT8 Radio Rosario, República Argentina, el sábado 30/11/02.
Publicada en el sitio: www.hipotesisrosario.com.ar