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Latinoamérica

18 de noviembre del 2002

Chile: Los devotos del Fondo

Paul Walder
PrimeraLínea

La decisión del Banco Central de Chile, de entregarle al FMI US$ 450 millones es una clara señal de aprobación hacia todas las recomendaciones que el Fondo ha hecho sobre las políticas gubernamentales y monetarias. Pero el instituto emisor lanza otra señal con efectos regionales al respaldar las condiciones que el organismo les impone a nuestros atribulados vecinos. Nada de esto puede atribuirse a una operación técnica.
Los organismos internacionales, aquellos que han alcanzado la condición de un todopoderoso Big Brother -no sólo en el verbo, también en la acción- han vuelto a ungir a la economía chilena para beneplácito de nuestras autoridades y el sector privado. El omnipotente -pero no inefable- Fondo Monetario Internacional (FMI) inscribió a nuestro Banco Central como nueva fuente de recursos para sus arcas, a las que nuestra autoridad monetaria les abrirá en los próximos cinco años una línea de crédito por US$ 450 millones. El envite, demás está decirlo, fue aceptado con orgullo por las autoridades nacionales, quienes destacaron en una poco afortunada comparación ser el único país latinoamericano en este club.
La carta del FMI no pareciera ser una invitación digna de celebrarse. Sí para algunos técnicos del Banco Central y funcionarios encandilados por la globalización financiera. Lo cierto es que el ingreso en tan exclusivo club encierra al menos un punto bastante discutible, que no es, ciertamente, el monto de los recursos. El Banco Central chileno tiene reservas internacionales por unos US$ 14 mil millones, por lo que los 450 millones no pondrán en riesgo sus provisiones. Además, se los otorga al FMI, institución que cobra intereses por sus créditos y ostenta muy buenos mecanismos de cobranza. Tampoco puede ser fruto de una discusión argumentar que estos fondos se deriven hacia comedores infantiles o la construcción de viviendas básicas. Una demanda de esta naturaleza podría recaer en Hacienda, empero las reservas del instituto juegan un papel fundamental en su política monetaria. La discusión no va, en ningún caso, por estos lados.
Sí es legítimo preguntarse por qué o para qué el Banco Central chileno hace estos aportes al FMI. ¿Tienen alguna incidencia en la viabilidad del Fondo US$ 450 millones más o menos, si sus recursos totales ascienden a unos US$ 290 mil millones? La respuesta es negativa al considerar los aspectos técnicos a los que tanta fe dan los economistas, por lo cual el consentimiento a tal invitación habría que hallarlo en un área bastante más opaca, la que el instituto emisor ha preservado con aún más oscuridad. Aceptó la invitación, sin embargo no hubo explicación.
Lo que hay en esta zona opaca es la anuencia con la que nuestras autoridades acatan las sugerencias del FMI, como si éstas fueran la palabra divina. Es probable que entre los círculos de algunos economistas y funcionarios la voz del Fondo sea la ley, que sus caricias sean una fuente de orgullo y la invitación los ponga en la categoría de los elegidos. Todo esto podría llegar a entenderse si el FMI fuera la institución creada en 1944 en Bretton Woods para prevenir desastres económicos a escala mundial.
Empero, desde entonces, sus funciones han trascendido lo financiero y han entrado de lleno en el terreno político. El FMI es una institución ideologizada como las que más.
Joseph Stiglitz ha escrito un libro -El malestar en la globalización- donde nos relata con prolijo detalle el actuar del FMI. El Nobel de Economía 2001 nos narra que se trata de una institución activamente ideológica, que ha pretendido imponer un modelo -el neoliberal- entre todos sus socios y, de forma escabrosa, entre aquellos deudores que han tenido la mala suerte de caer en mora, como es el caso de nuestros vecinos argentinos. Que el FMI interfiere en las políticas nacionales, que impulsa las privatizaciones, la desregulación en todos los ámbitos de la economía, el control estricto de las herramientas monetarias y fiscales no es nada nuevo.
Tanto que la última de las recomendaciones para la economía chilena ha sido la flexibilización laboral.
La decisión del Banco Central chileno de entregarle a esta institución US$ 450 millones demuestra una fe a toda prueba de nuestras autoridades monetarias en las políticas del FMI, en cómo gestionará sus recursos y en las condiciones que les impondrá a las naciones sobre las que recaerán tales préstamos. Por tanto, la reciente acción del instituto emisor chileno no es una operación técnica: es una clara señal de sumisión a todas las recomendaciones que el Fondo ha hecho sobre las políticas gubernamentales y monetarias. Pero hay además otra lectura. El Banco Central lanza la señal con efectos regionales al respaldar -nada más evidente que confiarle sus recursos- las condiciones que el organismo financiero les impone a nuestros atribulados vecinos. Nada de esto puede atribuirse a una operación técnica.