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Latinoamérica

23 de noviembre del 2002

Uruguay: La corrupción y su contexto

Historias demasiado cercanas
Samuel Blixen
Brecha

Como un rompecabezas que abarca todo el líving del hogar charrúa, pero formado por piezas lo suficientemente pequeñas como para entender sólo una parte del diseño mientras el conjunto sigue siendo un misterio, así se despliega el drama del vaciamiento del país que se aceleró con la crisis bancaria. Cada trozo de la historia que se conoce por cuentagotas va alimentando la sospecha de que más que ineficiencia hubo intención; que la impericia fue premeditada, que los controles fueron desmontados y los desaciertos fueron planificados. En los balances parciales de las pérdidas de las reservas, de las lesiones a la soberanía, del endeudamiento sin fin, todavía es difícil establecer el lugar que corresponde a cada uno de los términos de la ecuación: el desastre de una política antinacional, ¿multiplica la corrupción? ¿O es la corrupción que impone las políticas de succión del patrimonio, de generalización del desaliento, de demolición de la dignidad?
"El sistema financiero reventó por muchas circunstancias, entre otros motivos, por la corrupción. Es claro que la corrupción, los delitos que se dieron en la banca privada en este período, afectaron y mucho. La estafa de los Rohm afectó, como afectó después lo del Banco de Galicia. Y ahí volvemos a pedir: 'Por favor, analicemos por qué se dio el permiso al Banco de Galicia para funcionar como banco si en definitiva no era un banco común'."
El angustiado reclamo de Eduardo Fernández, presidente de la Asociación de Empleados Bancarios del Uruguay (aebu), no tiene respuesta. El sistema político está abocado a desentrañar los más mínimos detalles de cada caso, de cada episodio que, unido al otro, llevó a un sobreendeudamiento de 4 mil millones de dólares, a un deterioro social por el cual somos este año un 20 por ciento más pobres que el año pasado, a una posición tan débil como para que los organismos internacionales concreten fácilmente las privatizaciones y a que, finalmente, amoldemos nuestro desalentador existir a una devaluación del 70 por ciento y a una inflación del 30 por ciento, mientras sube la carne y el aceite, pero, eso sí, pagamos el litio al módico precio del calcio.
Habrá sectores políticos que intentarán suavizar las líneas más oscuras del dibujo, y otros que subrayarán con marcadores gruesos; pero no aparece la voluntad política, ni aquí ni allá, de impulsar una cirugía que corte el cáncer.
Habrá distintas propuestas para resolver la situación de los bancos suspendidos (habrá que ver quién paga las carteras incobrables), habrá fórmulas para que ciertos sectores contribuyan a financiar el sacrificio (por ejemplo, mediante seguros de depósitos), habrá incluso una tardía democratización de la participación de los órganos estatales de control y hasta una predisposición gubernamental a escuchar a la oposición. Pero la máquina infernal que reproduce la injusticia, la entrega y la corrupción se mantiene intocada, lista para reiterar el vaciamiento no bien se acallen las últimas protestas.
Mientras se diluyen las responsabilidades políticas, nos queda el consuelo de divulgar algunas radiografías de la metástasis.