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Latinoamérica

19 de octubre del 2002

Revolución y contrarevolución en Venezuela

Walden Bello
ZNet. Traducido por Manuel Talens y revisado por Germán Leyens

La realidad política de Venezuela me golpea al llegar como una bocanada de caliente aire caribeño. Una pregunta amigable desencadena en el joven profesional que me conduce desde el aeropuerto un torrente de denuncias contra Chávez, que sólo cesan cuando me deja en el Hilton. "Éramos un país tolerante", afirma. "Ahora, Chávez ha enfrentado a la clase baja contra la clase media, a los negros contra los blancos. Es verdad que algunos ricos abusan, pero él no se limita a atacarlos a ellos, sino que también arremete contra gente como yo, es decir, la clase media que posee un apartamento, dos automóviles y, quizá, disfruta de unas vacaciones por año fuera del país." Al partir, me advierte: "No se deje embaucar. Mañana por la noche, cuando lo vea, verá que Chávez puede ser muy seductor."

¿UN SEGUNDO BOLIVAR?

Sí, es seductor. En un banquete organizado en honor de los participantes de una conferencia internacional que tendrá lugar la noche siguiente, Hugo Chávez, presidente de la República Bolivariana de Venezuela, derrocha sus mejores dotes de animador social. Cuando me lo presentan, me toma de la mano como si fuese mi pareja y estuviéramos a punto de bailar la danza filipina tinikling que, según dice, aprendió durante una visita de estado a Filipinas durante la presidencia de Estrada. Habla sin cesar de muchas cosas, que van desde su vuelta al poder en Miraflores -el palacio presidencial- con la ayuda de los pobres durante el fallido golpe de estado de los días 11-13 de abril, a su sueño de integrar las industrias del petróleo de Venezuela, Brasil y otros países productores de petróleo de América Latina. La efusividad de Chávez es increíble, teniendo en cuenta que Venezuela está al borde de la guerra civil. En esto, se parece a su héroe Simón Bolívar, el venezolano inmortal que lideró la independencia de la América española a principios del siglo XIX, quien, según parece, adoptaba siempre una actitud entusiasta, incluso durante los momentos más difíciles de crisis políticas y personales. Se dice que se está cociendo un segundo golpe de estado entre los "antichavistas", es decir, la elite y la clase media, la jerarquía de la Iglesia Católica y partes del ejército. Caracas hierve con rumores y se citan con frecuencia dos fechas posibles para el nuevo golpe, el 5 y el 11 de julio. Gilberto Jiménez, un joven partidario de Chávez, rechaza los rumores por considerarlos un producto del miedo con que la clase media gusta de asustarse a sí misma. "Es igual que el bulo de que los círculos bolivarianos se están armando", señala, haciendo referencia a las instituciones de base que la gente de Chávez ha creado en los barrios o en los distritos populares. "No es verdad, pero se lo dicen unos a otros por correo electrónico y, dentro de poco, serán ellos [la clase media] los que hablarán de armarse".

GOLPE FALLIDO

Las divisiones de clase en este país se mostraron ante el mundo como una herida incurable durante los acontecimientos de los días 11-13 de abril. Durante un enfrentamiento entre la oposición y los manifestantes del gobierno el 11 de abril, pistoleros todavía no identificados dispararon contra la multitud y mataron a 18 personas, la mayor parte de ellas gente de Chávez. Unas horas después de que el general Efraín Vásquez exigiera la dimisión de Chávez, los oficiales rebeldes y los soldados detuvieron a éste en Miraflores y se lo llevaron, primero al cuartel general del ejército venezolano en Fort Tiuna y, después, a una isla alejada de la costa. Una junta dirigida por Pedro Carmona Estanga, presidente de la Cámara Venezolana de Comercio, y apoyada por los generales y almirantes implicados, se instaló en el poder y disolvió de manera unilateral la Asamblea Nacional, la Corte Suprema, el Consejo Electoral Nacional y todos los gobiernos estatales y municipales. Asimismo, anuló un conjunto de 48 leyes aprobadas por la Asamblea Nacional, que la derecha consideraba como una amenaza al imperante sistema de propiedad privada. Fue un clásico ejemplo de cómo ir más allá de las propias posibilidades. Muchas unidades militares, enfurecidas por actos tan descarados, se negaron a creer que Chávez hubiese "dimitido" y se pusieron de su parte, mientras cientos de miles de pobres bajaban hacia el centro de Caracas desde los ranchitos, formando una masa imparable que dispersó a las fuerzas favorables al golpe. Recordando los acontecimientos, Chávez nos dijo durante la cena: "El gobierno era débil, éramos débiles, pero cuando más lo necesitábamos, el pueblo salió a la calle y nos salvo". Lo que ocurrió, dice el sociólogo peruano Aníbal Quijano, trasciende las fronteras de Venezuela, ya que se trata de "la primera victoria de las masas en América y en el mundo desde hace mucho, mucho tiempo". En 48 horas, Chávez volvió al poder. Entre tanto, unas cuantas instituciones hicieron el ridículo. The New York Times, por ejemplo, escribió un editorial a favor del golpe el sábado 13 de abril y se retractó el martes 16. Al igual que dicho periódico, la administración Bush acusó a Chávez de haber provocado el golpe y luego empezó a eludir la cuestión al ver que estaba de nuevo en el poder. Pero el daño estaba hecho. Muchos gobiernos europeos y latinoamericanos critican a Estados Unidos por haber tolerado el derrocamiento de un gobierno democráticamente elegido. Más aún, mucha gente, en Venezuela y en el extranjero, sospecha que Estados Unidos tuvo algo que ver en el golpe, y alegan que dos oficiales de la marina estadounidense fueron vistos en Fort Tiuna junto a los líderes golpistas las noches el 11 y del 12 de abril. La cuestión es importante, pero con independencia de que Estados Unidos tuviera o no que ver en los acontecimientos, el enfrentamiento social era inevitable.

DOS NACIONES, UN PAÍS

Venezuela es uno de los países de América Latina con mayor división de clases. En torno al 80% de la población vive en la pobreza y el Banco Mundial calcula que el 20% más desfavorecido de la población sólo disfruta del 3,7% del producto nacional bruto, mientras que el 10% de los ciudadanos más ricos acapara el 37%. Las enormes diferencias en la riqueza se vieron mitigadas hasta cierto punto durante los días felices de la OPEP, a principios de los años ochenta, cuando una parte del dinero del petróleo se filtró desde las capas sociales más altas a las más bajas en un país que entonces era conocido como "la Arabia Saudita de América Latina". Pero con el colapso de los precios del petróleo y el inicio de un rígido programa de ajustes estructurales, Venezuela entró a partir de mediados de los ochenta en una crisis económica permanente. "Fue algo espectacular", dice Neils Liberani, un hombre de negocios. "La renta per cápita cayó desde cerca de 2000 dólares durante los ochenta a 110 hoy". Se dice que el "caracazo" de 1989, cuando la gente descendió de los barrios y se amotinó en el centro y en los suburbios ricos de Caracas como protesta contra el aumento de los precios de la gasolina exigidos por el Fondo Monetario Internacional, fue un acontecimiento determinante en la evolución política de Chávez. Tres años después, en febrero de 1992, el joven e idealista coronel dirigió un golpe fallido en nombre de las masas pobres, denominado "insurgencia militar bolivariana". El golpe fracasó, pero catapultó a Chávez hacia el centro de la política venezolana y, cuando en 1998 se presentó a las elecciones presidenciales con un programa para acabar con la corrupción y la subordinación a los poderes extranjeros, así como para iniciar una revolución social, ganó sin problema alguno con el 56% de los votos, apoyado incluso por los sectores de la clase media que ahora se le oponen amargamente. Los tres últimos años, en efecto, han sido revolucionarios. Chávez proclamó una nueva constitución, que fue aprobada en referéndum popular, formó una coalición política que obtuvo el control de la Asamblea Nacional. La asamblea sacó adelante el famoso conjunto de 49 leyes que incluían una reforma agraria, una ley para proteger a los pequeños pescadores y la ley que limitaba la influencia del sector privado en la explotación de las enormes reservas de petróleo de Venezuela. "Al principio, mucha gente de los medios lo criticaron por ser demasiado retórico en sus promesas. Pero cuando empezó a poner en práctica las medidas revolucionarias, esa misma gente empezó a oponerse", dice Jiménez. En política exterior, las maniobras de Chávez fueron igual de audaces. Fue efusivo en su admiración por Fidel Castro. Rompió el embargo contra visitas a Sadam Hussein y jugó un papel crucial en la unificación de la OPEP para controlar la producción de petróleo, con vistas a estabilizar su precio. Estas maniobras no lo hicieron muy popular ante el gobierno de Estados Unidos. Más aún, la política exterior de Chávez es eminentemente bolivariana. No solamente sueña con una industria petrolífera regionalmente integrada, sino que también habla de una Organización del Tratado del Atlántico Sur (OTAS), que incluiría únicamente miembros de América Latina y África y que se ocuparía de preservar la seguridad común de los países del sur del planeta. No oculta su escepticismo ante las proposiciones de la administración Bush sobre el Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), y sus colaboradores dicen que éstas no saldrán aprobadas en un referéndum en Venezuela. Pero Chávez también tiene sus críticos a la izquierda. Algunos dicen que su estilo personal es demasiado agresivo y que acusa a quienes lo critican de "enemigos del pueblo". Otros dicen que depende demasiado del apoyo de los grupos leales dentro del ejército, apoyo que le será difícil mantener, dado que la mayor parte de los oficiales proceden de la clase media. "Esa gente tiene que vivir a diario entre la clase media, que odia a Chávez", dice un partidario que no quiso identificarse. Otros, por fin, dicen que Chávez no pasa de practicar un populismo carismático, carente de un programa bien articulado para el cambio. Tal como señala Aníbal Quijano, el "chavismo" necesita convertirse rápidamente en un genuino proceso democrático, liberado de la relación mística existente entre las masas dispersas y desorganizadas y un caudillo del peculiar estilo de Chávez. Otros dicen que incluso si Chávez y sus aliados han empezado a despersonalizar e institucionalizar la revolución al instituir los círculos bolivarianos, ya es demasiado tarde.

REVOLUCIÓN Y CONTRARREVOLUCIÓN

Sea tarde o no, el gobierno está organizando el poder popular. Los círculos bolivarianos son instituciones de autogobierno, con capacidades excepcionales para determinar proyectos y prioridades. "La gente tiene que dejar de esperar que el gobierno haga las cosas. Tiene que empezar a hacerlas, con el apoyo del gobierno local", dice Freddie Bernal, el alcalde del gran distrito de clase baja Libertador y uno de los colaboradores en quien Chávez más confía. La revolución es real, pero también lo es la contrarrevolución. El ambiente de alta tensión en Caracas me recuerda el de Santiago de Chile en 1973, cuando la elite y la clase media se concentraban en las calles exigiendo el golpe al gobierno "dictatorial" de Salvador Allende, que supuestamente había introducido la "política del odio" en un país hasta entonces pacífico. La retórica democrática es la misma, pero tanto entonces como ahora, en el Chile de 1973 y en la Venezuela de 2002, el problema que se le plantea a la derecha es que el líder revolucionario ha sido elegido por el pueblo. Más aún, la constitución revolucionaria fue aprobada de forma democrática y un parlamento también democrático aprobó las leyes que se ocupan de las desigualdades sociales. Entonces, y también ahora, la derecha contraatacó con la huelga económica, reteniendo cientos de millones de dólares en inversiones o sacándolos fuera del país, lo cual ha empeorado la crisis económica que Chávez heredó de administraciones anteriores. "Se trata de una profecía que ellos se encargan de cumplir", dice un partidario de Chávez que no quiere identificarse. "Se niegan a invertir y, cuando la crisis empeora, le echan la culpa a Chávez, lo cual no quiere decir que éste no haya cometido equivocaciones. Algunas de sus medidas parecen pensadas por el FMI". ¿Habrá un nuevo golpe de estado? Martín López, un hombre de negocios contrario a Chávez, dice que la tendencia dominante en ambos lados consiste en alejarse de la violencia y concentrarse en la negociación. Tiene la esperanza de que una futura misión para promover el diálogo, dirigida por Jimmy Carter -el otrora presidente de Estados Unidos- tendrá éxito. Otros muchos son menos optimistas y señalan que la principal condición de la oposición para iniciar el diálogo -la salida de Chávez- no es un buen punto de partida. ¿Qué pasaría si hay otro intento de la oposición para tomar el poder con violencia? Planteo la pregunta a algunas personas de la comunidad de clase baja de Nazareno, en lo alto de una de las laderas de la montaña que se alzan con una torre sobre el centro de Caracas. Rosa Quintero, una mujer de unos 40 años, me responde: "Mire, nosotros bajamos el 12 de abril no porque quisiéramos comida o dinero", y con ello se refería a las movilizaciones de la clase baja que reinstalaron a Chávez en el poder. "Bajamos porque estábamos luchando por nuestro futuro. Y estamos preparados para hacerlo de nuevo"' El dilema que se le presenta a la derecha es que para volver a controlar Venezuela deberá hacerlo sobre los cadáveres de miles de personas, incluido el de Quintero. Y también el de Chávez, que al igual que su modelo, está actuando no sólo para el presente, sino para la historia. "La equivocación que cometieron el 11 de abril", dicen que ha dicho, "es que no me mataron. No la volverán a cometer. Y estoy preparado a morir antes que traicionar nuestros principios bolivarianos." ¿Y los Estados Unidos? El dilema de los unilateralistas que gobiernan en Washington es que, por un lado, no existe manera "limpia" de derrocar a un gobierno elegido democráticamente y, por el otro, tampoco pueden permitir un segundo Fidel Castro en la región, en especial un Fidel que reina en el segundo país proveedor de petróleo más importante de Estados Unidos.

(*) Walden Bello es director ejecutivo de "Focus on the Global South", un programa del Instituto de Investigación Social de la Universidad Chulalongkorn, en Bangkok (Tailandia) y profesor de sociología y administración pública de la Universidad de Filipinas.