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Latinoamérica

4 de octubre del 2002

La perspectiva Lula

Octavio Rodríguez Araujo
La Jornada
¿Qué significaría el triunfo de Luiz Inacio Lula da Silva en Brasil? En primer lugar, una derrota más de la tendencia hacia la derecha en las recientes elecciones de varios países latinoamericanos y europeos. En segundo término, el triunfo de Lula sería más significativo que el de Schroeder en Alemania porque Brasil está ubicado en la zona de mayor influencia directa de Estados Unidos y, aunque no sea una potencia mundial, sí es un país que puede servir de ejemplo a los pueblos de América Latina en el sentido de que las políticas neoliberales sí pueden ser derrotadas o, por lo menos, desviadas de su curso.
Se critica a Lula que su discurso se ha desdibujado por comparación con sus anteriores candidaturas a la presidencia de su país (ésta es la cuarta). Algo así como lo que ocurrió con Mitterrand de las elecciones de 1981 a las de 1988 en Francia. Pero parece olvidarse que los partidos políticos, para triunfar en elecciones, tienen que ganar los votos del mayor número posible de ciudadanos y, en este caso --en el del Partido de los Trabajadores-- no sólo los sufragios del proletariado. Debemos aprender a distinguir el papel de un partido electoral con posibilidades de triunfo, del que juegan los partidos no electorales o las organizaciones que tienen una lógica distinta como es el caso, también en Brasil, del Movimiento de los Sin Tierra.
Quizá ya sea tiempo de que abandonemos las viejas formas de pensar que exigían a los partidos electorales lo mismo que a los movimientos sociales. Sus posibilidades, perspectivas y objetivos son distintos. Los partidos están hechos para aspirar al poder, por la vía que sea, y los movimientos sociales, en cuanto tales, para lograr metas específicas independientemente de quiénes tengan el poder. Como diferenciara hace muchos años Jean Meynaud, unos son partidos y otros son grupos de presión. No les pidamos lo mismo.
Se dirá, asimismo, que con el triunfo de Lula no cambiarán sustancialmente las cosas porque, así como están y con las alianzas del PT, sus políticas de gobierno tendrán que ser por fuerza reformistas, del tipo de las políticas de los partidos socialdemócratas que han tenido el poder. Puede ser. Pero se pasaría por alto que la burguesía, como en cualquier otro país, no está unida y que los sectores tradicionales, los más conservadores y los más pronorteamericanos serían derrotados. El dato no es secundario, en México ya sabemos lo que significa un gobierno atento y sumiso a los deseos de Washington y no a los del pueblo y los intereses nacionales. Esta es la diferencia, o por lo menos una de las diferencias importantes en la actual coyuntura mundial que, nos guste o no, incluye al inquilino de la Casa Blanca y su cruzada por el dominio del planeta y por la creación del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA) que, por cierto, Lula no apoya. No se puede decir, tampoco, que para las masas populares sean iguales los otros candidatos que Lula: José Serra y Ciro Gomes representan la continuidad de los ocho años de Fernando Henrique Cardoso (especialmente el primero), y esta continuidad la rechazan las principales fuerzas sociales y no pocos empresarios que han sido perjudicados también por las políticas del actual presidente --que no son otras que las del Fondo Monetario Internacional y las del gobierno de Estados Unidos.
El pueblo brasileño sabe de diferencias. En los cinco estados en que gobierna el Partido de los Trabajadores, además de varias capitales y de muchas otras ciudades de nivel intermedio, los niveles de vida de la población han mejorado gracias a las políticas petistas en materia de vivienda, educación, salud, seguridad y participación del pueblo. No es el socialismo, cierto, pero sí hay un propósito de nuevas políticas. Lula lo dijo en su "Carta al Pueblo Brasileño" de hace unos meses. En ella afirmó que "será necesaria una lúcida y sensata transición entre lo que tenemos actualmente y lo que reivindica la sociedad. Lo que se destruyó o se dejó de hacer en ocho años no podrá ser compensado en ocho días". Y añadió que el nuevo modelo que postula no podrá ser impuesto por decisiones unilaterales del gobierno, como sucede hoy en día. Será el fruto de una amplia negociación a escala nacional que debe conducir a una auténtica alianza para el país, a un nuevo contrato social, que asegurará una etapa de crecimiento con estabilidad. Esto y no más, por ahora, es lo que espera el pueblo brasileño y, según yo, también es lo que querría el pueblo mexicano y los demás de América Latina. Habrá que ver, pues no es lo mismo ofrecer en campaña que gobernar.