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Latinoamérica

18 de octubre de 2002

Literatura mapuche: Entre lo ancestral y la contingencia

José Osorio
portaldenegocios.cl


NOCHE DE WETRIPANTU

Anochece. Una mano dibuja en los vidrios
el rostro de una helada, cuyo nombre ha olvidado.
Los manzanos sueñan la felicidad
de compartir el mundo con los pájaros.
La Nueva Salida de Sol ilumina
el camino de los perdidos.
El invierno hunde sus pies
dejando una huella sin forma.
La estación de las lluvias es nuestro único consuelo.
Noche de Wetripantu. Un nuevo orden perdura en las cosas.
La memoria recupera el silencio
anterior a la palabra.

(Bernardo Colipán)

Octubre esta asociado de una u otra forma a la invasión que iniciaron los españoles a las tierras por donde se esconde el sol. La historia nos habla de la aniquilación de pueblos enteros, la muerte de culturas con tradiciones y sabiduría. Son millones y millones las palabras escritas que nos han relatado esas historias, esas luchas y sufrimientos. Palabras, eso sí, que fueron escritas en su mayoría por los que ganaron, los vencedores.

En esas historias, uno de los pueblos que está presente es el mapuche. Pueblo del que muy poco sabemos y al cual muchas veces hemos estigmatizado por una u otra causa.

Esa visión chilena ha chocado muy fuertemente con la lucha social y política del pueblo mapuche, que en los últimos años levanta la bandera por su reconocimiento, territorio y autonomía. No sólo han sido las imágenes de la televisión, sino que también el componente de desarrollo de su propuesta cultural, que se expresa en varias formas, siendo una de ellas la creación literaria.

De esta manera, no es casual que los poetas mapuches empiecen a ser visibles para los chilenos. Nombres como los de Lorenzo Aillapán, Elicura Chihuailaf, Leonel Lienlaf, Pedro Aguilera Milla, Jaime Luis Huenún, José Ancán, Victorio Pronao, Graciela Huinao, Sebastián Queupul, Bernardo Colipán, Jacquelin Caniguán, Adriana Paredes Pinda, Maribel Mora Curriao, Rosendo Huisca, Febe Manquepillán, Paulo Huirimilla, David Aniñir, Rayén Kuyén, entre otros y otras, son cada día más conocidos y reconocidos.

EL NAVEGANTE DE LA CASCADA CELESTE


Suele extender la plata del árbol
Que la luna trae en forma de mujer.
Un día conoce una isla en que los peces
Se orillan en los esteros
Por la luz de una luminaria.
Ha soñado que navega en una cascada celeste
En silencio
El navegante atraca en un puerto seco
Donde las naves son de quillas planas
Y el viento es como un pájaro con máscara.
Wenteyao ya vuelan los cóndores de oros
Desde el oriente con su transparencia.
(Paulo Huirimilla)

En ese reconocimiento, la palabra de los escritores mapuches sueña y recrea su propio mundo. Su memoria y sus recuerdos nos llegan desde el lugar de las vivencias cotidianas, sea éste el campo, la montaña o una población de la ciudad. Es así como se da la realidad de aquellos que viven en su comunidad de origen y practican habitualmente el poema cantado, y los que escriben conscientemente literatura, llevando en sus hombros una tarea un tanto olvidada para una sociedad que vive pendiente del consumo y la inmediatez, donde esta labor ancestral no tiene espacio ni lugar.

De alguna manera, con el paso de los años, o nos enseñaron o hemos aprendido que la memoria como construcción social asume la condición de "representación" que reactualiza una construcción de los hombres. Que se presenta como una búsqueda de los caminos de la memoria ancestral. En la literatura mapuche esta idea se expresa precisamente como un esfuerzo por apropiarse poéticamente de un pasado, asumir el don de la palabra, y con ello agregar una nueva dimensión mítico-poética donde ya no es la memoria tutelar sino la elaboración discursiva y poética que pretende recuperarla.

Paso a paso y con sus propias armas la poesía mapuche ha logrado ya un lugar importante en el concierto de nuestras letras -las chilenas y las mapuches- e incluso algunos de sus principales cultores han obtenido importantes premios, como Leonel Lienlaf, Premio Municipal de Poesía en 1990; Lorenzo Aillapán, Premio Casa de las Américas en 1994, y Elicura Chihuailaf, Premios Municipal de Literatura de Santiago y Consejo Nacional del Libro y la Lectura en 1995. Esto, por nombrar algunos de los que nos entregan la palabra desde la vivencia mapuche.

ENVIO A ANAHI

Era madrugada y yo
cortaba flores para tí en mis libros de poesía.
Llovió largo sobre el mundo y en mi sueño
se abrieron los primeros rojos brotes de poroto.
Hacia el bosque volaron los güairaos,
y el tue-tue cantó tres veces
sólo para confundirme.
Amanecí después: mariposa era el cielo,
liebre era la tierra corriendo tras el sol.
Te vi luego zumbando en las celdillas de la miel,
haciendo olas en la blanca
placenta de tu madre.
La muerte es lo que escribe
el agua sobre el agua, me dije contemplando
el rocío de las hojas.
Lloré, entonces lloré,
sólo por el delirio de respirar tu aire.
(De "Ceremonias", Jaime Huenún)

Chile fue durante un extenso período sólo una lejana colonia española, y muchos de los escritores de aquel tiempo fueran españoles que llegaron a estas tierras. Antes de esta irrupción existían varios pueblos que a pesar de la diversidad tienen muchas características comunes: la condición oral de sus creaciones, el deseo de transmitir a las generaciones posteriores la explicación de ciertos fenómenos naturales y algunos acontecimientos relevantes que marcaron su historia colectiva e individual y la coincidencia del punto de vista interpretativo.

En esta poesía y escritura, la de los actuales poetas mapuches, ellos constituyen una o varias voces donde el poder de la palabra no sólo denuncia sino también sueña e imagina que es posible recuperar lo perdido. La idea es vencer al gran enemigo del hombre, el olvido. En ellos se mezcla lo ancestral y la contingencia de la globalidad, sus voces y sus textos son un puente por el cual transitan las antiguas voces que, al ser recuperadas, pueden devolverles al territorio real, al cual sus sujetos poéticos anhelan pertenecer.

Madre, sobre tu rostro, con un
traje desconocido
apareció el murmullo del agua.
Todos los recuerdos presentes
envolvían ese sonido
y algo me miró.
Yo era un tronco formado
por miles de caras
que salían de tu rostro.
Por el tronco caminé a través
de cientos de generaciones
sufriendo, riendo,
y ví una cruz que me cortaba la
cabeza
y ví una espada que me bendecía
antes de mi muerte.
Soy el tronco, madre
el que arde
en el fuego de nuestra ruka.
(De "Se ha despertado el ave de mi corazón", Leonel Lienlaf)

De esta manera, cuando en octubre reaparece esta historia y la poesía sigue su curso, que tiene que ver con nuestro pasado común y con las letras mapuches, es sorprendente que gracias a otra construcción humana -llamada Internet- podamos acceder a la obra de alguno de nuestros hermanos con sólo digitar su nombre en algún buscador. En un mundo de globalidad del mercado es imprescindible la globalidad de la expresión cultural mapuche en todas sus dimensiones. En octubre el turno es para las letras mapuches.