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Latinoamérica

¿El fin de cuál historia?


Joaquín Rivery Tur

Hace un mes, el economista mexicano Alfredo Jalife decía que la guerra contra Iraq era "un cheque del choque", en referencia al "choque de civilizaciones" de las concepciones racistas apostadas en guardia permanente en el equipo actual al mando de la Casa Blanca y su vinculación directa con la profunda crisis económica de todo el sistema capitalista.

Todas las informaciones apuntan en el mismo sentido: la economía norteamericana y la mundial, como un reflejo de la primera, están en penurias y los síntomas son muchos.

El retiro del mercado norteamericano de inversionistas extranjeros que no confían en el comportamiento de muchos índices estadounidenses (se llevaron 47 000 millones de dólares en un mes, según Financial Times); el mantenimiento de un alto nivel de desempleo (más del 5,5%); el crecimiento de la pobreza; el fraude contable institucionalizado por las grandes empresas; la poca credibilidad de las autoridades económicas; el debilitamiento del dólar; las políticas proteccionistas incrementadas; el déficit fiscal hacia arriba y, como un colofón de los estremecimientos, el anuncio de una guerra que nadie quiere y cuyas consecuencias sobre la economía son imponderables, constituyen como una cascada de malas noticias que Bush y sus ministros tratan de ocultar, a veces mintiendo abiertamente, con lo que la desconfianza y las dudas crecen más.

Las acumulaciones son demasiadas para ignorarlas. Parece confirmarse el pronóstico del economista Stephen Roach, analista del consorcio financiero Morgan Stanley, de que el curso de la economía de Estados Unidos era el de una recesión de doble hundimiento, es decir, recesión, leve recuperación y recesión otra vez.

Realmente, después de la crisis del año pasado, que el gobierno de Bush intentó ocultar y se valió de los atentados terroristas de septiembre para tratar de dejar en segundo plano, no hubo ningún indicio de un restablecimiento vigoroso de la economía y las fuentes de la catástrofe continuaban presentes.

Por supuesto, si se tratara de Argentina, Perú o Haití, el Fondo Monetario Internacional (FMI) presionaría a Washington para que redujera los gastos del Estado (se acaba de aprobar un aumento de recursos al Pentágono por 34 400 millones de dólares) y aumentara las recaudaciones (Bush prefiere reducir impuestos a las transnacionales), pero es precisamente la Casa Blanca la que orienta lo que hace el FMI.

No es fácil enderezar la economía cuando las empresas están endeudadas por una suma igual al Producto Interno Bruto (PIB) del país (10 billones de dólares) por una conducta irresponsable de los bancos, que otorgaron créditos con la simple garantía de títulos bursátiles en su momento sobrevalorados. Los altos intereses que se pagaban hace unos poquitos años movieron a esas locuras, y de 27 000 millones de dólares de préstamos a inicios de la década de los 90 se pasó a los 430 000 actuales. ¿Cómo cobrarlos?

¿Qué pasó con la nueva economía, basada en el desarrollo artificial y engañoso de los valores en la bolsa del sector de computación, Internet y telecomunicaciones? Se elevó hasta el infinito como parte de la burbuja financiera y estalló en mil pedazos.

Bush y sus secretarios del Tesoro (Finanzas, Paul ONeill) y de la Reserva Federal (Banco Central, Allan Greenspan) han escondido la realidad todo lo que han podido. Incluso se ha empleado con repetición la táctica de dar un índice trimestral y, al cabo del tiempo, declarar una revisión "a la baja", hasta que en el segundo trimestre del año, la "equivocación" fue de
900 000 millones de dólares.

Bueno, también "se equivocaron" Enron, WorldCom, AOL, Global Crossing y todas las demás, pero de forma que ningún ejecutivo salió perjudicado, sino los accionistas simples, los más modestos.

En una etapa cuando las finanzas se han desprendido de la economía real y formado una burbuja en la que corren sumas varias veces por encima de lo que se produce en bienes y servicios, los bancos tienen un papel central, y el Citigroup y el JP Morgan Chase marchan al frente del pelotón hasta en las trampas contables de los fraudulentos. Hasta el momento han sabido transferir sus riesgos fuera de sus balances, pero están caminando por el filo del abismo y su protección contra la insolvencia está en las grandes instituciones que manejan la economía del sistema, como el Tesoro y la Reserva Federal, que son como guardianes del sistema. Pero... ¿cuánto tiempo más?

En esta situación, el gobierno norteamericano se lanza al anuncio de la guerra contra Iraq, y si se produce, luego será contra algún otro blanco para intentar mantener a flote un sistema que ya revela demasiadas grietas. El empleo de métodos fascistas en política exterior y el tronar de las bombas pretenden acallar las fallas de la economía. El ruso Anatoli Maximov decía en Izvestia que "la quiebra de WorldCom y la amenaza del colapso del mercado bursátil hacen que la operación militar en Iraq sea inevitable".

En otra arista, el diario alemán Handelsblatt se mostraba temeroso de que la guerra golpeara a la economía global, "que puede ser afectada por las turbulencias en el precio del petróleo y la hiperinflación subsiguiente".

Todas las señales parecen reírse de las aseveraciones de Francis Fukuyama respecto a que el derrumbe de la URSS y del campo socialista eran el fin de la historia de cambios de unos regímenes sociales por otros para dejar establecido por siempre al sistema capitalista.

Los aspectos que acabamos de ver muestran que el barco hace agua por muchos huecos en su casco y yo me pregunto cuánto demorará en irse a pique y el fin de cuál historia se avecina en realidad. ¿Del capitalismo salvaje neoliberal?