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Internacional

La gira de Bush por Centroamérica
Con maletín de mano... y vacío

ORLANDO ORAMAS LEÓN

Lo que en buen cubano llamaríamos "un viaje de vira y bota", la proclamada gira del presidente norteamericano George W. Bush fue apenas un rápido tour marcado por las protestas populares y fotos protocolares que no pueden esconder la poca sustancia resultante.

Bush se mantuvo bien lejos de las protestas populares en El Salvador.


Le habría bastado al mandatario estadounidense un maletín de mano, si no fuera por la fanfarria que su movilización provocó en Perú y El Salvador, tierras de Nuestra América que apenas vislumbró, y adonde fue a repetir la política imperial de "o conmigo o contra mí", que el propio Bush ha acuñado como sello de la unipolaridad e intolerancia.
A México había llegado para reafirmar la tacañería de la mayor potencia del Norte, y prometer ante la Conferencia de la ONU sobre Financiación al Desarrollo migajas condicionadas a los subdesarrollados, obligados a un consenso impuesto que les reafirma en su condición de parias.
En tierra azteca había reafirmado su altanería al imponer al país anfitrión la incómoda y criticada misión de coartar el derecho de un país miembro de la ONU, la pequeña Cuba, gigante en el gesto de salir por la puerta ancha, con la denuncia en ristre y en traje de combate.
Y como para recordarle que el terrorismo no se gana con guerras injustas ni intentando dominar al mundo, en Lima le esperarían las secuelas de un bombazo que demuestra que el flagelo del terror solo se gana con la cooperación internacional, sin exclusiones ni imposiciones.
Una parte del tiempo que Bush dedicó al presidente peruano, Alejandro Toledo, lo empleó para hablar de Cuba. Así lo reconoció el embajador norteamericano, John Hamilton, corroborando una información del diario The Washington Post respecto a que la Casa Blanca había urgido a Lima a votar contra la mayor de las Antillas en la Comisión de Derechos Humanos de la ONU.
Perú, que en años anteriores se ha abstenido de involucrarse en los proyectos anticubanos de la Casa Blanca en Ginebra, aparece ahora como uno de los blancos predilectos de presión de la administración Bush, a la búsqueda desesperada de socios en tan sucia componenda.
No por gusto numerosos y variados sectores de esa nación andina, políticos, legislativos, sindicales, gremiales, intelectuales y artísticos, entre otros, han inundado el Palacio de Gobierno con cartas y llamados al mandatario instándolo a mantener una postura digna frente a las imposiciones del Norte.
Y aunque en Lima también vio las caras del presidente colombiano, Andrés Pastrana, y del boliviano, Jorge Quiroga, la llamada cita con los mandatarios andinos estuvo incompleta por la exclusión de Venezuela, marginada del encuentro por decisión de Washington, y la ausencia del jefe de Estado ecuatoriano, Gustavo Noboa, quien consideró más fructífero mantener una gira por naciones asiáticas que hacer el bulto junto a Bush.
Los presentes debieron contentarse con las promesas de una prórroga temporal a la ley de preferencias comerciales andinas (ATPA), legislación cuyo mandato ya expiró y que requiere del visto bueno del Senado, remiso a otorgarle a la actual administración cheques en blanco en materia de negociación comercial.
La ATPA fue promulgada por el gobierno de Bush padre por 10 años, que ya se cumplieron. Está destinada a otorgar facilidades a las naciones andinas bajo certificación de combatir al narcotráfico. Pero como ahora las cosas han cambiado, la prórroga temporal no incluye a la Venezuela del proceso bolivariano.

ALMUERZO EN EL SALVADOR

A El Salvador llegó W. Bush el propio día que marcaba un aniversario del asesinato de monseñor Oscar Arnulfo Romero, ocurrido en plena época de guerra sucia financiada por la administración Reagan en Centroamérica, de la cual el primero de los Bush fungía como vicepresidente.
Mientras en San Salvador miles de personas protestaban por la visita y recordaban el papel de Estados Unidos en la sangrienta guerra que dejó miles de víctimas, Bush se encontraba en privado con el presidente Francisco Flores, niño mimado de Washington en la región, y quien siempre tiene a flor de labios un Yes, Sir, a cualquier requerimiento de la política norteamericana.
A la espera quedaba el resto de los mandatarios del área, que luego almorzaron con el ilustre huésped y el anfitrión, pero la sobremesa no arrojó nada práctico salvo la promesa monarcal de, algún día, rubricar un acuerdo de libre comercio con Centroamérica. Pero ello no dependerá solo del jefe de la Casa Blanca, a quien el Congreso le negó, antes de viajar, la patente del Fast Track para emprender negociaciones en materia de comercio.
No se comprometió Bush con América Central en el delicado asunto de los miles de inmigrantes de la región, en su mayoría indocumentados, sobre los cuales pende el peligro de deportación por parte de las autoridades estadounidenses. Le tocó al presidente hondureño, Ricardo Maduro, recordarle que el área recibe unos 3 000 millones de dólares en remesas enviadas desde Estados Unidos, que en el caso hondureño constituye el 10% del Producto Interno Bruto, cifra mucho más elevada para El Salvador. Honduras no está en capacidad de recibir a miles de nacionales en caso de ser repatriados, alertó Maduro.
En próximos meses expira el Estatus de Protección Temporal (TPS), otorgado a Honduras, Nicaragua y El Salvador, mecanismo que desde 1999 permite trabajar a miles de inmigrantes de esas naciones en territorio norteamericano. Los gobernantes de esos tres países pidieron la prórroga del TPS, pero el propio Maduro dijo entender que Bush "no puede prometer algo que no está seguro de cumplir".
Apenas cinco horas estuvo el Presidente de Estados Unidos en El Salvador y su partida alivió el imponente dispositivo de seguridad, pero dejó tras de sí la crítica de sectores populares, políticos e incluso empresariales de la región que, desde diversos ángulos, lo vieron por televisión irse sin resultados.
George W. Bush ya se ufana de haber visitado a Latinoamérica, pero entre aterrizajes y despegues, recibimientos y despedidas, almuerzos y cenas, el jefe de la Casa Blanca se mantuvo a prudente distancia de los pueblos y de sus problemas. A fin de cuentas, al César lo que es del César, y al traspatio...