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Internacional

5 de marzo del 2002

El movimiento global de ciudadanos

Susan George
ATTAC Sevilla

SESGO Y TÉRMINOS DE REFERENCIA

L
os editores pidieron que mi contribución a este importante número de Foreign Affairs en Español tratara de "temas fundamentales relacionados con la gobernabilidad global y reflejara los debates y los acontecimientos posteriores a Seattle". Para empezar, debo advertir que este trabajo presentará un sesgo, pues está escrito por alguien que no se limita a mirar desde el margen, sino que es una activa participante de los movimientos ciudadanos. Este movimiento es cada vez más internacional, pero en su seno hay muchas diferencias inevitables en cuanto a cultura política, y la mía es en sentido amplio la de una europea occidental. No puedo simular que no tengo un punto de vista político propio (en especial como vicepresidenta de ATTAC-Francia), como tampoco puede hacerlo quien se dedique a comentar la globalización. Cualquier científico social que pretenda ser neutral en este tema se engaña o miente, o ambas cosas.
Permítaseme poner en claro los términos de referencia. Por razones que he de explicar, soy cautelosa con la palabra "gobernabilidad", y los "debates posteriores a Seattle", en rigor, me afectan tanto como los anteriores, con la diferencia de que ahora incluyen a muchas más personas. Este trabajo se concentrará en ellas, porque se han aglutinado en torno a un movimiento internacional genuino con identidad, valores y agenda propios.
Primero hablemos del punto "antes y después de Seattle". Hoy es común que los medios hagan estas distinciones, que antes se reservaban a personajes de gran estatura religiosa. Los términos "antes de Cristo" y "después de Cristo" resultan básicos para todos aunque reflejen la hegemonía cristiana y occidental. El calendario musulmán y el judío empiezan, respectivamente, con la Hégira y la alianza entre Yahvé y Abraham. En el siglo XX, las expresiones "preguerra" y "posguerra", como las más recientes "anterior" y "posterior al Muro de Berlín", evocan acontecimientos trascendentales. Pero ahora vemos aparecer por todas partes la línea divisoria entre el "antes" y el "después de Seattle" (o de Génova u otros sitios de protesta). Sin duda se trata de un reconocimiento al movimiento de los ciudadanos. Pero ¿qué significa exactamente?
Desde mi punto de vista, significa que antes de Seattle los medios prácticamente no daban importancia al intenso trabajo y organización que durante años se realizaban en torno a los mismos temas. Si la memoria no me falla, la primera acción contra la cumbre del Grupo de los Siete (G-7) se realizó en Londres en 1985. Mucho antes de Seattle, miles de personas del Norte y del Sur habían contribuido con innumerables estudios, libros, películas, simposios, conferencias y manifestaciones públicas a denunciar las desigualdades Norte-Sur y el desarrollo deficiente, el ajuste estructural y la esclavitud de la deuda; los "disturbios del FMI" (Fondo Monetario Internacional) -como los llama la gente que está en el tema- ya habían ocurrido en docenas de países del hemisferio austral, produciendo considerables pérdidas de vidas. Los agricultores de India se habían manifestado contra los grandes diques y habían quemado cultivos modificados genéticamente; los Sim Terra brasileños habían ocupado terrenos agrícolas; los sindicatos coreanos habían emprendido huelgas prolongadas y peligrosas, y así podríamos seguir indefinidamente.
En los ochenta y primeros años de los noventa aparecieron varias redes internacionales importantes como World Food Assembly, Debt Crisis Network o la campaña 50 Years is Enough, que aspiraban a reformar al Banco Mundial y al FMI, o protestas contra las patentes de formas de vida y la agenda de "todo incluido" de la Organización Mundial del Comercio (OMC), por no mencionar las incontables batallas ambientalistas y anticorporativas. Entre 1997 y 1998, una nueva coalición francesa apoyada por asociaciones similares de todos los países de la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (OCDE) presionó con éxito al gobierno francés para que se retirara del Acuerdo Multilateral de Inversión (MAI, por sus siglas en inglés), lo que provocó su derrumbe y consecuente defunción. Con las "Marchas de los Desempleados" se protestó en Europa por el impacto de los mercados financieros y las corporaciones transnacionales en el empleo.
En 1998, la campaña Jubilee 2000 reunió en Birmingham a 70000 personas (mucho más que las presentes después en Seattle) en una manifestación contra el Grupo de los Ocho (G-8), y un número semejante en Colonia el año siguiente. Mucha de esa gente no había participado nunca en ningún acto político público, pero los males de la deuda del Tercer Mundo le daban el motivo suficiente para sumarse a la causa, portar un cartel y formar una cadena humana contra las "cadenas de la deuda". Los medios reaccionaron, y luego bostezaron. En cuanto al G-8, hizo las promesas habituales que, como es común, no se cumplieron.
Ahora Seattle se considera una línea divisoria, en primer lugar, debido a que por fin los medios aceptaron que había otra voz además de la de los gobiernos y los negocios. Los ciudadanos pueden tener realmente algo importante que decir y lo dicen con energía.
Sin embargo, en segundo lugar, y desafortunadamente, muchos estadounidenses y canadienses en particular están convencidos de que los medios más importantes hicieron caso de Seattle sólo porque cientos de policías antimotines autómatas y mal capacitados enfrentaron a varios miles de manifestantes bien entrenados, creativos y no violentos, así como a unas cuantas docenas de violentos extremadamente marginales (algunos de ellos policías, como hoy se sabe). También fue la primera ocasión en que un grupo determinado de gente tuvo las agallas no sólo para protestar en una ciudad donde se celebraba una reunión internacional de alto nivel, sino para detenerla por completo. Tomaron totalmente por sorpresa a los poderes establecidos.
Esos poderes ahora, aunque es claro que no aprendieron nada más, han aprendido que sólo pueden reunirse en fortalezas bien cerradas (Praga, Quebec, Génova), desiertos (Qatar) o en guaridas montañosas (la próxima reunión del G-8 se realizará en las Rocallosas canadienses). Su única respuesta adicional ha sido repetir las mismas fórmulas trilladas y aburridas e insistir en que son los dueños de la Verdad. Al negarse a escuchar lo que el movimiento está diciendo, eligieron el aislamiento. Esto fue captado con exactitud en un lugar sorprendente, The Financial Times: "En gran medida, la reacción a las protestas ha sido una llamarada de indignación. En vez de escuchar, y hasta de aprender, los políticos se limitaron a pronunciar discursos".
Del lado de los manifestantes, por oposición al de los medios, puede considerarse retrospectivamente que Seattle constituyó un punto de cambio. En una palabra, ya no estamos a la defensiva. Así como esta movilización no empezó en Seattle, tampoco terminará en otro hecho singular como los disturbios policiales de Génova. Adoptará diferentes formas en distintos lugares, pero es cada vez más un fenómeno internacional, que ha cobrado vida propia y es hoy una presencia orgánica y permanente en la escena mundial. Aunque todavía es muy joven, el movimiento está en proceso de maduración, y la seguridad y conocimientos de sus integrantes aumentan cada día.
Lo que aquí se analiza, y es el tema de mi contribución, es la naturaleza de este movimiento, su historia y su programa.
¿QUIÉNES SON ESTAS PERSONAS?
Algo que irrita cada vez más a quienes participan en este movimiento es que los medios se refieran a ellos, colectivamente, como ONG o, peor aún, como la "antiglobalización". Algunos participantes, pero de ningún modo todos, sí pertenecen a ONG concentradas en un solo tema, como Greenpeace, Amnesty, Jubilee, Vía Campesina, etc. Pero el movimiento apunta a muchas problemáticas y de manera muy amplia. Afecta al mundo: la omnipresencia del imperio corporativo, la volatilidad de los mercados financieros, la destrucción ecológica, la mala distribución de la riqueza y el poder, las instituciones internacionales que exceden sus potestades y la falta de democracia internacional. La etiqueta de "antiglobalización" es, en el mejor de los casos, una contradicción, y en el peor, una calumnia.
Como ya se mencionó, estas fuerzas se autodenominan el "movimiento social" o "de los ciudadanos". Se oponen a la globalización corporativa controlada por el mercado, pero no son, de por sí, "antiglobalización", lo que no tendría sentido (obviamente la tecnología y los viajes nos están acercando, y eso no puede más que ser bueno). Más bien están en contra de la desigualdad, la pobreza, la injusticia, y a favor de la solidaridad, del medio ambiente y la democracia.
Las líneas de combate están más claramente definidas que nunca en los últimos cien años, y ello en el plano internacional. Los participantes del movimiento entienden con mayor o menor profundidad que sólo un proyecto político puede salvar la ecología planetaria y permitir la inclusión de todos en la economía global en términos de decencia y dignidad.
Ésta es la razón por la que, sobre todo en los últimos seis años, personas que nunca habían trabajado juntas están dando forma a un proyecto común. Algunos remiten el origen de la nueva conciencia no a Seattle sino al surgimiento del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), el primer día de enero de 1994 en el estado mexicano de Chiapas, que coincidió con el nacimiento del Tratado de Libre Comercio de América del Norte (TLCAN). Otros dan especial importancia a las huelgas de los empleados públicos de Francia en el invierno de 1995. Pero todos, sin excepción, reconocen la lucha contra el MAI, anterior a Seattle, como una victoria inesperada aunque de alcance parcial.
¿Por qué fue importante la derrota del MAI? Este tratado, negociado en las sombras a principios de los noventa, habría dado carta blanca a las corporaciones transnacionales y a los inversionistas de cartera, incluyendo el derecho a demandar a países por la pérdida de utilidades presentes o futuras. Los estados tenían todas las obligaciones, las corporaciones todos los derechos. Grupos con intereses completamente distintos adoptaron la "estrategia de Drácula": exponerlo a la luz hasta que se marchitara y muriera. Tuvo efecto. Los medios reconocieron al fin que el MAI no era "demasiado técnico ni demasiado complicado" como para que sus lectores o su audiencia lo entendieran, como dijeron en un principio, y de hecho la gente no podía creer lo que oía y se enfureció al enterarse de su verdadero contenido.
La coalición francesa tuvo una responsabilidad especial ya que París es la sede de la OCDE, donde se realizaron las negociaciones. Entre los activistas que se unieron había trabajadores de la industria cultural y cineastas, "verdes", organizaciones feministas, grupos de derechos de los inmigrantes, investigadores y académicos, sindicatos, la organización de pequeños agricultores, activistas del desarrollo Norte-Sur, algunos partidos políticos de izquierda y muchos más. Coaliciones similares surgieron en otros países de la OCDE, y pronto se establecieron lazos entre ellas. En este sentido, The Financial Times estuvo en lo correcto al llamar a la coalición "guerrilla en red". Las ideas y la información viajan más rápido en la red electrónica, y nunca habríamos contado con los fondos para llevar a cabo la campaña por teléfono, fax o correo común.
La lucha contra el MAI fue una especie de curso introductorio a la verdadera naturaleza de la globalización y un ensayo de lo que habría de seguir. La gente que aprendió a conocerse y a confiar en sus pares permaneció en muchas estructuras informales y pertenece a los mismos grupos de discusión, que se ocupan de una amplia variedad de temas: la Tasa Tobin, Instituciones Financieras Internacionales, Deuda y Ajuste Estructural, OMC, etc. Así como los poderes políticos que están detrás de la expansión de la globalización corporativa siguen reuniéndose después de Seattle (en Washington, Praga, Davos, Niza, Barcelona, Gotemburgo, etc.), las coaliciones nacionales de cada país han sido "anfitriones" de foros y protestas internacionales. La coalición sueca que se prepara para Gotemburgo juntó a más de 300 organizaciones; el Foro Social de Génova a unas 750, y así por el estilo.
Mientras se escribe esto, falta poco para que sea el turno de los belgas. El movimiento ATTAC (cuyas siglas significan Action pour une Taxe Tobin d'Aide aux Citoyens [Asociación por un impuesto a las transacciones especulativas para asistencia a los ciudadanos]) ocupa un lugar especial en este desarrollo histórico. ATTAC empezó en Francia a partir de un editorial aparecido en Le Monde Diplomatique en diciembre de 1997, donde se solicitaba que, en función de la crisis financiera asiática, se aplicara la "Tasa Tobin" a las transacciones monetarias. El editorial hizo que llegaran cientos de cartas de lectores que querían participar activamente, y la idea de crear una organización que tomara a su cargo el asunto se consolidó en la ATTAC, fundada en junio de 1998. ATTAC-Francia tiene hoy más de 30000 miembros y unos 220 comités locales.
En la actualidad existen organizaciones ATTAC grandes y pequeñas en unos 30 países, algunas en América Latina (incluido el Subcomandante Marcos de México) y África. Pueden ser perseguidas por el gobierno, como en Túnez. Por razones que no podemos explicar del todo, ATTAC no se ha extendido al mundo "anglosajón", aunque hay muchas organizaciones y relaciones de trabajo homólogas en Gran Bretaña, Estados Unidos, Australia, etc. Las organizaciones ATTAC de Suecia, Bélgica y Suiza, si las consideramos en función de la población total, son mayores que ATTAC-Francia. Aunque no existe una ATTAC-Internacional, muchos miembros de distintos países se encuentran con regularidad y comparten los mismos objetivos.
La Tasa Tobin sigue siendo central en la agenda, que ahora, sin embargo, apunta de manera más específica a la globalización dirigida por las corporaciones y va tras la pista de las instituciones financieras internacionales y la OMC, los mercados financieros y los fondos de pensiones, los paraísos fiscales, la deuda del Tercer Mundo y el ajuste estructural, los cultivos manipulados genéticamente, los despidos masivos de las transnacionales para aumentar el valor de sus acciones, la negativa a dar medicamentos vitales a los pacientes de sida, y otros más.
Es posible que estas coaliciones amplias no coincidan en cada detalle de cada problemática, pero sí en los aspectos básicos. Rechazan la visión del "Consenso de Washington" sobre cómo debe funcionar el mundo. Injustamente acusadas de "no tener nada que proponer", están, por el contrario, refinando constantemente sus argumentos y contrapropuestas. Un momento excepcional de estos trabajos fue el Foro Social Mundial de Porto Alegre, Brasil, que se realizó al mismo tiempo que el Foro Económico Mundial de Davos. En Porto Alegre II, que tendrá lugar entre el 31 de enero y el 5 de febrero de 2002, los organizadores esperan convocar a unas 100000 personas, en comparación con las 10000 del primer año.
En Porto Alegre, pero también en otros casos, el interés no se limita a impedir que el adversario siga cometiendo horrores tremendos, por muy necesario que sea, sino también a lograr un consenso en torno a un programa más enérgico de propuestas, soluciones y estrategias para hacerlas realidad. Aunque a menudo han sido eclipsadas por la violencia, en las "contracumbres" siempre se llevan a cabo asambleas informativas que atraen a miles de personas, con reconocidos expertos del movimiento que imparten seminarios y dirigen debates. En Gotemburgo llegó a darse un encuentro, a través de video y en pantalla gigante, entre ocho expertos y Romano Prodi, Joschka Fischer, Javier Solana y dos primeros ministros.
En estos debates también deben tratarse las reacciones, cada vez más llenas de pánico, irresponsabilidad y violencia, provenientes del Estado y las élites corporativas, así como la violencia de elementos (muchas veces infiltrados de la policía) que pretenden estar del lado de los manifestantes. La cuestión de las tácticas es uno de los temas de debate más candentes del movimiento hoy en día, y las respuestas no son simples. Pero, para los participantes, el problema no parece ser insuperable, y el sentimiento general es de gran esperanza y optimismo.
ARGUMENTOS Y CONTRAARGUMENTOS
Se nos ha sometido a una continua propaganda sobre los supuestos beneficios de la "globalización". Una herramienta común de los voceros neoliberales es la repetición constante de información errónea para tratar de convencer a la gente de que la "globalización es buena para todos". Por eso fueron alentadores los resultados de una encuesta de opinión encargada por Le Monde poco antes de la cumbre del G-8 en Génova, que mostró que al menos los franceses no se tragan esa información. A la pregunta de "¿quiénes se benefician más de la globalización?", 55% respondió: "Las corporaciones transnacionales"; 47%: "Los mercados financieros"; 32%: "Estados Unidos"; 11%: "Europa"; 7%: "Los consumidores", y sólo 1%: "Todos".
Otro argumento muy socorrido es que en los últimos 20 años más gente, tanto en términos absolutos como proporcionales, ha entrado supuestamente a las filas de los materialmente beneficiados. Esto también se desarma ante la realidad. Entrar a este mundo tiene un precio que hay que pagar, así de simple. Por eso es ingenuo y peligroso aceptar la palabra "globalización" con su valor superficial, y suponer que se trata de un proceso que beneficiará a todos los habitantes de la Tierra, aunque deban esperar mucho, mucho tiempo. A pesar de ser un disparate, es la dogmática perspectiva de sus defensores (entre los más recientes, el presidente Bush), que nunca se cansan de repetir que "los enemigos de la globalización son los enemigos de los pobres".
No me propongo demostrar la validez de mis afirmaciones porque ya se ha hecho una y otra vez. Hay estudios realizados por institutos de investigación de Washington (como el Center for Economic Policy Research, el Institute for Policy Studies o el Economic Policy Institute) y por especialistas de la United Nations University que muestran que la desigualdad es peor hoy, que el crecimiento se ha desacelerado y que las utilidades para el capital rebasan por lejos la ganancia de la fuerza de trabajo. Por citar sólo unos ejemplos, en Estados Unidos el salario medio real es casi igual al de hace 28 años, mientras que en los 27 años anteriores había aumentado 80% en términos reales. La globalización no favoreció el crecimiento, sino todo lo contrario. Entre 1960 y 1980 el crecimiento en todo el mundo estuvo muchos puntos porcentuales por encima del correspondiente al periodo 1980-2000, en especial en América Latina y África.
Durante los últimos 20 años, las desigualdades se han incrementado drásticamente tanto en el interior de los países como entre éstos. La asimétrica distribución de la riqueza ha sido más que confirmada por los hallazgos de varios informes de desarrollo humano del Programa de Desarrollo de las Naciones Unidas o de los informes de comercio y desarrollo de la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Comercio y Desarrollo (UNCTAD, por sus siglas en inglés): el 20% más alto de la población mundial tiene más de 80% de la riqueza, y el 20% más bajo tiene apenas un poco más de uno por ciento.
Alguien o algo debe ser responsable de una evolución tan marcada, que ya no puede negarse. El movimiento de los ciudadanos cree que ese "algo" es la globalización. A fin de hacer evidente que las corporaciones transnacionales, los mercados financieros y los capitalistas son los principales beneficiarios, las personas del movimiento suelen añadir al término globalización un complemento, como "dirigida" o "impulsada por las corporaciones". La oposición está convencida de que para la mitad del mundo que tiene la mala fortuna de vivir con menos de dos dólares al día, "globalización" significa mayor concentración de la riqueza y del poder en la parte más alta de la escala social y su confinamiento a la pobreza y la marginación.
Al contrario de lo que aseguran los neoliberales, los participantes de este movimiento tampoco creen que los beneficios económicos de la globalización puedan alcanzar a todos, aunque dichos beneficios hayan sido indudablemente reales para entre 10 y 20% de una población dada. El mercado, librado a su suerte y sin un sistema tributario progresivo y de redistribución, seguirá, como lo vio Vilfredo Pareto hace un siglo, un patrón de distribución de "20/80", donde 20% de la población controla 80% de los activos.
Los integrantes del movimiento afirman además que este sistema económico no incluye absolutamente ningún plan para los miles de millones que queden afuera, sin importar cuántos años se dejen pasar; que el mercado global basado en la competencia de todos contra todos es un motor para la exclusión y tenderá a "congelar" pueblos, naciones y regiones enteras, con pocas excepciones, en el nivel en que se encuentran actualmente. Además, como afirmó antes que nadie el gran especialista en antropología económica Karl Polanyi, el mercado, librado a sus fuerzas, destruirá tanto la sociedad como la naturaleza.
LA PERDURABLE CONTRIBUCIÓN DE POLANYI
La perdurable contribución de Polanyi es una refutación de la globalización avant la lettre. Polanyi demostró que no es el mercado el que tiene la primacía, sino la sociedad, y que las relaciones sociales son la condición necesaria para el adecuado funcionamiento del mercado. La trágica equivocación -pero, ¿es sólo una equivocación?- del "Consenso de Washington" ha sido actuar como si uno simplemente pudiera introducir las relaciones mercantiles y la sociedad se cuidara sola. Hemos presenciado los resultados más drásticos, anunciados claramente por Polanyi, en la antigua Unión Soviética.
El profético libro de Polanyi, The Great Transformation, tiró por tierra el argumento neoliberal de que el mercado puede ser sustituto de un proyecto político genuino, según el cual la economía de mercado debería imponer sus reglas a la sociedad y no al contrario. Estas creencias no sólo resultan caprichosas, irracionales y de corte casi religioso, también son letales. Permitir que el mecanismo del mercado sea el único rector del destino de los seres humanos y su entorno natural [...] produciría la demolición de la sociedad.
Polanyi explica que, como el "trabajo" es otro nombre de la actividad humana, la "tierra" otro nombre de la naturaleza y el "dinero" nace por el mecanismo de la banca o las finanzas estatales, "ninguno de ellos se produce para su venta. La descripción del trabajo, la tierra y el dinero como bienes mercantiles es completamente ficticia". Pero es una ficción cómoda para quienes no quieren que nada se interponga en el camino del mecanismo del mercado.
Polanyi, que escribió en 1944, creía que los fundamentalistas del mercado nunca volverían a tener el control. Hoy sabemos que su optimismo no tenía bases sólidas. Sin embargo, las personas que en número creciente se unen al movimiento de ciudadanos son "polanyianos", aunque no lo sepan. Rechazan el dominio del mercado sobre "el destino de los seres humanos y su entorno natural"; es decir, rechazan la globalización neoliberal existente en nuestros días.
TEMAS ESPECÍFICOS DE LA AGENDA A FAVOR DE LA DEMOCRACIA
Cuando se escucha la palabra "gobernabilidad" en boca de esta dirigencia recelosa pueden abrigarse reparos justificados. A sus integrantes les gustaría que el concepto de gobernabilidad se aplicara a quienes lo usan con tanta desenvoltura para otros. Cuando el Banco Mundial y el FMI hablan de gobernabilidad, por ejemplo, en realidad están hablando de otro conjunto de condiciones que hay que añadir a la larga lista de condiciones ya estipuladas en los programas de ajuste estructural.
¿Dónde está la "gobernabilidad" cuando la globalización neoliberal no sólo excluye grandes franjas de la humanidad e intencionadamente debilita al Estado, sino que también hunde países como los otrora "tigres" asiáticos (Corea, Tailandia o Indonesia) en el caos financiero y el desempleo masivo? ¿Dónde está la gobernabilidad cuando el Fondo deliberadamente simula no ver el saqueo de 1000 millones de dólares en Rusia a sus propios préstamos de moneda fuerte? Durante la década de 1990, sujeta a las directrices del FMI y el Banco Mundial, la economía rusa se contrajo más de la mitad. El número de pobres se disparó de alrededor de dos millones a 60 millones. Desastres como los que han ocurrido en Asia, América Latina y los llamados "países en transición" muestran que, contrariamente al mito neoliberal, la libre circulación de los flujos de capital, los préstamos sumamente elevados y la inversión desenfrenada en acciones de cartera no son el camino de la prosperidad, sino de la ruina.
A pesar de todo lo dicho hace dos o tres años acerca de la "nueva arquitectura financiera", no se ha instaurado ninguna salvaguarda, y en el momento en que se escribe esto, contenemos la respiración por Argentina y por los impensables desastres humanos que puedan ocurrir. En vez de poner un alto a su política de salvaguardar a toda costa los activos del acreedor, el FMI estableció un nuevo fondo de rescate por 90000 millones de dólares. No respeta el principio legal de la "deuda odiosa" y obliga a los deudores a cumplir con las deudas contraídas incluso por anteriores regímenes corruptos, hayan sido totalitarios, militares o de apartheid.
Aunque a últimas fechas el FMI ha cambiado esta actitud, hasta la crisis financiera de 1997-1998 su única contribución a la "gobernabilidad" había sido el intento de cambiar sus Artículos de Acuerdo por primera vez desde su adopción en 1944. El Fondo quería suprimir el Artículo VI, 3, donde se deja en claro que "los miembros pueden ejercer los controles que sean necesarios para regular los movimientos internacionales de capital"; de ese modo se buscaba que la libertad total de la circulación de capitales fuera una condición para obtener la categoría de miembro. También desdeñó su propio Artículo VI, 1, según el cual "un miembro no puede hacer uso neto de los recursos del Fondo para sumarse a una fuga de capitales grande o sostenida", y alentó a muchos países miembro a hacer exactamente lo contrario. De ese modo protegió los activos de los acreedores occidentales a pesar de todo lo precipitados y codiciosos que éstos puedan haber sido. La libre circulación de capitales y la fluctuación de las distintas monedas, independientemente de las circunstancias políticas y económicas, tal vez sean el paraíso del especulador, pero invariablemente perjudican a la gente común.
Por su parte, el movimiento reclama una arquitectura financiera auténticamente nueva. Los prestamistas inconscientes y los inversionistas imprudentes deberían estar obligados a aceptar la responsabilidad de sus actos (¿no son justamente riesgo y responsabilidad dos aspectos definitorios del capitalismo?). El Fondo debería volver a ser lo que Keynes quiso que fuera: un mecanismo para ayudar a países que tuvieran problemas temporales en su balanza de pagos. Debería aconsejarles cómo evitar las deudas futuras en moneda firme y supervisar cómo resolver el problema de las deudas vencidas hace mucho: cancelación completa para los más pobres (y para todos los que tienen deudas odiosas), procedimientos ordenados de bancarrota y reducciones de monto para muchos otros. Si no puede ser reformado, el FMI debería desaparecer y crearse en su lugar una institución internacional de préstamos completamente nueva.
También podría ser necesario que se crearan varios fondos, de carácter más local, como propuso Japón para el caso de Asia durante la crisis financiera que sufrió la región. De inmediato, Estados Unidos mostró su oposición al proyecto, y el Fondo escucha con atención al Tesoro estadounidense. Las campañas de los ciudadanos sobre el tema de la deuda han sido más prolongadas que las referidas a cualquier otro problema global. El G-7 ya reconoció a este movimiento, y no puede decir que no se le hayan señalado los problemas. Y ¿cuál ha sido su respuesta efectiva al problema de la deuda del Tercer Mundo? A pesar del esfuerzo de cientos de miles de personas y el acopio de literalmente decenas de millones de firmas, el alivio significativo de la deuda para los más pobres (y más aún para quienes están apenas mejor) sigue siendo una débil esperanza en un horizonte cada vez más lejano. En una conferencia sobre estrategias de deuda celebrada en Lima en 1988, el famoso economista peruano Javier Iguiniz dijo algo que pareció una ocurrencia ingeniosa, pero que era en realidad una observación seria: "No cancelen lo que no estamos pagando". "Cancelar lo que no estamos pagando" es a lo máximo que ha llegado el "alivio de la deuda" tan proclamado por el G-7.
Puesto que, a pesar de los enormes sacrificios de sus pueblos, la mayoría de los países pobres es aún incapaz de pagar el monto total del servicio de deuda que teóricamente debe, la parte no pagada se suma al principal. Cancelar esa parte puede significar que la deuda crezca más lentamente, pero no que la carga real haya disminuido de un año al otro. Y mientras tanto, según el Banco Mundial y el FMI, sólo cinco países han sido considerados merecedores de un alivio de la deuda mediante los rígidos términos de HIPC (siglas en inglés de Países Pobres Altamente Endeudados). En general, se ha cancelado menos de 5% de los montos de deuda total.
Gente que ha trabajado en estos temas durante años ha llegado a la conclusión de que la deuda no es un problema financiero o económico en absoluto, sino un problema decididamente político. Es el mejor instrumento de poder y control jamás inventado por el Norte respecto del Sur (y ahora del Este); muy superior al colonialismo, que requiere ejércitos, administración pública y no cuenta con los favores de la prensa. El control que se ejerce mediante la deuda no sólo no requiere infraestructura alguna, sino que incluso hace que la gente pague por su propia opresión.
Los programas de ajuste estructural suelen beneficiar a las élites locales al concederles ventajas como bajísimos niveles de salarios y oportunidades para comprar las compañías privatizadas a excelentes precios; están felices por cooperar. La deuda ha ahondado la atomización política de los países deudores, y los ha hecho menos amenazadores para los intereses creados del Norte. Las organizaciones que alguna vez fueron importantes, como el G-77, o las iniciativas dirigidas por el Tercer Mundo en las Naciones Unidas, como el Nuevo Orden Económico Internacional, están muertas o inermes.
El movimiento de los ciudadanos considera el alivio de la deuda una condición esencial para unas relaciones más equitativas entre el Norte y el Sur, y mucha gente subraya que debería acompañárselo de una restitución de las riquezas expoliadas al Sur durante décadas o siglos. Debería obligarse a participar a los bancos privados, así como a los acreedores públicos (multilaterales y bilaterales): ya se les ha pagado lo debido muchas veces.
En el frente del comercio internacional, el movimiento se ha propuesto transformar la OMC. Contrariamente a lo que a menudo se da por entendido, sus integrantes consideran que el sistema del comercio mundial necesita reglas. El problema radica en quiénes las hacen y para beneficio de quién. Es sumamente fácil demostrar que los negocios transnacionales son los beneficiarios, en detrimento de todos los demás sectores de la sociedad. Especialmente peligroso es el Acuerdo General sobre Comercio de Servicios (GATS, por sus siglas en inglés), pues abre ampliamente el campo para que los intereses corporativos invadan la esfera cívica. Las corporaciones dedicadas a los sectores de servicios no consideran la educación pública, la atención de la salud, el transporte y los servicios ambientales como derechos y bienes públicos, sino como gigantescos mercados. Ahora que más y más ciudadanos entienden qué es lo que está en juego, la OMC está preocupada y acusa a sus críticos "hostiles y mal informados" de "desparramar leyendas negras" con malas intenciones.
Pero el hecho es que los servicios esenciales, por los que generaciones anteriores lucharon y no pocas veces murieron, son vulnerables y, en las circunstancias actuales, no pueden protegerse de modo permanente. El reglamento del GATS excluye los servicios públicos "que no se ofrecen en forma comercial ni en competencia con uno o más proveedores", y el Consejo de Servicios estableció que este Artículo (I, 3, c) "debe interpretarse al pie de la letra".
A esto se suman las prescripciones contra los subsidios, el hecho de que las reglamentaciones gubernamentales en muchísimas áreas serán puestas en tela de juicio por considerarse "barreras innecesarias para el comercio", el rechazo a considerar el "principio precautorio", el deterioro de la salud pública y los estándares de alimentación saludable, el patentamiento de la biodiversidad y la defensa de las patentes universales de medicamentos y otros bienes vitales por 20 años, los peligros de la irreversibilidad, y muchas otras cuestiones que han hecho que los ciudadanos sean muy cautelosos no sólo respecto del GATS, sino de la OMC en general. Su Cuerpo de Resolución de Controversias, que sesiona en secreto, no tiene obligación de colocar por encima de las reglas de la propia OMC ninguna ley internacional: ni la Declaración Universal de los Derechos Humanos, ni los Acuerdos Ambientales Multilaterales, ni las convenciones laborales de la Organización Internacional del Trabajo (OIT). La OMC es totalmente independiente de las Naciones Unidas y, por lo tanto, de su legislación internacional.
¿QUÉ HACER Y CÓMO HACERLO?
Resulta curioso que, conforme el mundo se hunde en la recesión, los líderes consolidados parecen no tener la más mínima idea de cómo salir de ella. La solución al problema tiene más de 50 años. La inventó Keynes para el marco nacional y se usó con gran utilidad en la esfera internacional después de la Segunda Guerra Mundial. Entonces se llamó Plan Marshall, y puso a Europa nuevamente de pie, al restablecer su condición de socio comercial viable de Estados Unidos.
Hoy existen dos mecanismos keynesianos para reactivar la economía mundial. Uno es el gasto internacional masivo en preservación y reparación del medio ambiente. El otro es empezar a incluir en la economía mundial a los miles de millones de personas que la globalización dirigida por las corporaciones ha dejado fuera. El Programa de Desarrollo de la ONU sostiene que aproximadamente 90000 millones de dólares al año permitirían cubrir un nivel de vida básico -alimento suficiente, agua potable, vivienda, atención básica de la salud y educación- para todos los habitantes del planeta. Digamos, generosamente, que el programa "básico", más la limpieza y preservación ambiental, tendría un costo de 200000 millones de dólares anuales durante 10 años. En el mundo actual, esta suma resulta irrisoria.
Es vano esperar que la Asistencia Oficial para el Desarrollo (ODA, por sus siglas en inglés) vaya a hacer algún día esta labor. La ODA provista por los países de la OCDE está cayendo precipitadamente a una tasa de alrededor de 5% al año, lo que prueba que la preocupación del Norte por el Sur fue en gran medida un fenómeno de la Guerra Fría, y que el interés estratégico que alguna vez pudieron haber tenido muchos países simplemente ya no existe. La meta de 0.7% prevista por la ONU es una ficción hipócrita: la ODA representa hoy un escaso 0.22% del PIB de los países miembro, según el Comité de Asistencia para el Desarrollo de la OCDE. La ayuda total de los países del G-7 cayó, una vez más, 5% en el año 2000.
Deberíamos dejar de simular que el cambio real provendrá de las contribuciones presupuestarias nacionales, e ir adonde en realidad está el dinero: mercados financieros internacionales, paraísos fiscales y arcas de las corporaciones transnacionales.
Hace cien años, las desigualdades en los países que ahora son ricos fueron expuestas a la luz pública por unos cuantos cruzados, como es el caso de Jacob A. Riis, quien documentó la pobreza de Nueva York en su libro How the Other Half Lives. Los niveles de salud y educación, el analfabetismo, la vivienda, la delincuencia, las tasas de mortalidad de neonatos y niños en los barrios pobres de Londres y Nueva York eran, en todos sentidos, comparables a los que encontramos hoy en muchos países del Tercer Mundo. Con el tiempo, se reconoció que estas graves desigualdades no sólo eran escandalosas, sino peligrosas para la sociedad en su conjunto, incluyendo a sus miembros privilegiados. Y aunque muchos de ellos despotricaron y se enfurecieron y anunciaban que había llegado el fin del mundo, finalmente se introdujeron impuestos graduados sobre la renta para dar curso a la redistribución y a la inclusión social.
Hoy estamos en una encrucijada semejante en relación con las desigualdades entre el Norte y el Sur. El dinero para resolverla está al alcance de la mano, pero tendrá que provenir de impuestos internacionales. Esta reparación y esta renovación son convenientes para todos. Quienes hoy detentan extraordinarias riquezas, como el Nueva York opulento de hace un siglo, se opondrán, como es natural. Pero ello no es una razón para reducir la presión, sino muy al contrario.
¿Y EL FUTURO?
El movimiento de los ciudadanos quiere seguir siendo exactamente lo que es: un movimiento. Hasta ahora, no ha tenido la tentación de transformarse en un partido político, mucho menos un partido "revolucionario", y sus integrantes tienen antecedentes políticos partidistas muy diversos, o muchas veces ninguno. La apuesta tácita es que todavía es posible trabajar a través de las estructuras políticas existentes. Por cuánto tiempo continuará esta convicción es algo que nadie puede conjeturar.
Resulta extremadamente preocupante que la confianza en la política convencional se esté desgastando con tanta rapidez. Por eso espero haber conseguido transmitir al menos una parte de la urgencia de tratar los problemas que el movimiento de los ciudadanos ha presentado: si no se resuelven, y pronto, seremos testigos de una división social aún más pronunciada, de una mayor aversión a las instituciones nominalmente democráticas, de un endurecimiento de las posiciones, de la confrontación y de una escalada de violencia, sobre todo estatal. Y entonces se demostrará que quienes sostienen que el actual sistema mundial es incapaz de autorregularse y reformarse están en lo correcto.
Las lecciones de Génova no se perderán en la experiencia de los activistas. Ya hemos atestiguado cómo se pisotean los derechos democráticos de los ciudadanos y cómo se negó la libertad de expresión con una brutalidad sin precedentes. Los gobiernos europeos que protestaron justamente por la elección de Jörg Haider en Austria y que por un tiempo boicotearon el país entero no dijeron ni una palabra sobre la conducta fascista de la policía, en Génova, bajo las órdenes de un gobierno del G-7.
Las consecuencias de que prolifere la desconfianza en la política convencional y en los gobiernos son impredecibles. La gente que, como yo, está luchando por evitar el camino de la represión, la revuelta, la violencia y el caos y está proponiendo soluciones prácticas, la gente que espera no una forma indefinible de "revolución" mundial, sino una especie de Estado Benefactor Universal -una meta perfectamente viable en términos materiales-, quedará marginada o se radicalizará.
No hay manera de decirlo amablemente: los participantes del movimiento, en especial los jóvenes, están furiosos. Por ninguna parte, en los esquemas de poder existentes, pueden encontrar el menor signo de reconocimiento serio o conducta responsable respecto de los problemas de vida o muerte que enfrentan los seres humanos y la Tierra; tampoco en gobiernos del G-8 o de la Comisión Europea, ni en instituciones multilaterales como el Banco Mundial, el FMI o la OMC; y sobre todo, jamás en las corporaciones transnacionales, los mercados financieros y sus numerosos grupos de presión que han adquirido una influencia tan inusitada en los asuntos humanos.
Lo que este movimiento observa es una ambición desenfrenada, el imperio absoluto del capital sobre el trabajo y de los ricos sobre los pobres, las reglas que garantizan el libre comercio de todos los bienes y servicios a expensas de cualquier valor humano, la privatización feroz, el desmantelamiento de los servicios públicos y de los estados benefactores donde los hay y políticas para hacer imposible su existencia donde no los hay, la destrucción generalizada y acelerada del planeta, sus climas y sus criaturas: todo ello en el nombre de una "eficiencia" fraudulenta, de ganancias mayores y del llamado "valor de los accionistas".
Quienes participan en el movimiento observan también que los gobernantes, una vez elegidos, son ciegos y sordos a las necesidades de los ciudadanos comunes, pero están muy atentos a las de las corporaciones; observan en todo el mundo a una clase política cada vez más desprestigiada y, con ello, el desprestigio de la mismísima noción de política. Observan que el Estado está preparado para utilizar no sólo enormes fuerzas represivas tipo "robocop", caballos, perros y gases lacrimógenos, sino también municiones cargadas. Observan todo esto, están enfurecidos y están dispuestos a pelear.
Estoy intentado explicar a la gente de buena voluntad por qué este movimiento no va a desaparecer, por qué el poder corporativo-estatal se está endureciendo y por qué puede esperarse que continúe reprimiendo, difamando y haciendo delincuentes de los ciudadanos que ejercen sus derechos democráticos. La noción de "diálogo" con un adversario así se vuelve cada día más problemática. Hasta ahora, lo que hemos presenciado es un "diálogo" que se prolongará mientras los que están en el poder puedan seguir imponiendo sus condiciones, designar a los participantes, decidir qué temas se ponen sobre la mesa y cuáles están prohibidos y, en general, impedir cualquier cambio auténtico.
La cristalización del enojo y la desconfianza es la raíz del fenómeno "después de Seattle", así como la nueva confianza del movimiento. El enojo es legítimo cuando, en una época de riqueza y opulencia, la vida sigue siendo detestable, bestial y breve para miles de millones; por eso la desconfianza en un liderazgo que es, en el mejor de los casos, timorato, y en el peor frívolo, pretencioso y malintencionado. Las repetidas declaraciones de su voluntad de "ayudar a los pobres" suenan cada vez más vacías. La propuesta hecha por el G-8 en Génova de destinar unos míseros 1500 millones de dólares a la lucha contra el sida, el paludismo y la tuberculosis resultó particularmente desafortunada teniendo en cuenta que Kofi Annan, unas pocas semanas antes, había solicitado a la "comunidad internacional" entre 7000 y 10000 millones de dólares para tratar únicamente el sida. Esta "comunidad internacional", dirigida por el G-7, ha rechazado hasta ahora todas las oportunidades de encontrar remedios para las distintas áreas problemáticas, y sólo ha prestado atención a una minoría. Por eso está surgiendo, en el plano internacional, una nueva generación de oposición, no compuesta exclusivamente por jóvenes, una especie de "generación que no conoce diferencias de generación, de clase, de género ni de nacionalidad". Gente con conocimientos, confianza, números concretos y organización puede destruir lo que algunos han construido, deshacer lo que algunos han hecho. Este movimiento ha realizado un descubrimiento trascendental y dado a conocer una peligrosa verdad: el coup d'état corporativo, el triunfo del rico sobre el pobre, del mercado sobre la sociedad, de la rapacidad sobre la naturaleza, no son inevitables. Y seremos escuchados, sobre todo ahora, después del 11 de septiembre.
El 11 de septiembre anunció una época de inseguridad radical y conflicto post-Estado. Ahora nos enfrentamos a un enemigo intangible, no declarado y no territorial que no lucha por objetivos tradicionales, no respeta ninguna de las "reglas de combate" que predominaron en los siglos pasados y lleva el horror completo de lo impredecible a los hogares y sitios de trabajo de los opulentos, los demócratas y los respetuosos de la ley.
Pero debemos evitar a toda costa el "choque de civilizaciones" al que se refirió Samuel Huntington. Tal sería justamente el panorama que Bin Laden y sus fascistas secuaces fundamentalistas desean con mayor devoción, en la creencia de que las indiscriminadas acciones estadounidenses contra civiles árabes radicalizarán a millones de musulmanes y conducirán a una guerra santa total contra el detestado Occidente. El presidente egipcio Hosni Mubarak describió a Bin Laden como "un megalómano que quiere apoderarse del mundo". No debemos darle ninguna oportunidad.
Tenemos más bien una buena oportunidad para recordar el consejo del gran general chino Sun-Tzu (ca. 500 a.C.): "No hagas lo que más te gustaría hacer. Haz lo que menos gustaría a tu adversario que hicieras".
¿Qué es lo último que un enemigo fanático de la era post-Estado quiere que hagamos? ¿Qué caminos podríamos escoger para impedir sus propósitos al mismo tiempo que tratamos de remediar varios conjuntos críticos como la destrucción ambiental, la pobreza y la desigualdad, la crisis de la democracia y la delegación de autoridad, y la crisis económica de recesión-depresión? Estos caminos existen, pero hasta ahora nuestros líderes políticos parecen desconcertados y no demuestran ninguna capacidad de visión. Una vez más toca a los ciudadanos convencerlos de que deben actuar con audacia. El terrorismo ha producido un momento similar -aunque con menos esperanzas- al de los años cuarenta, cuando se concibieron las instituciones de Bretton Woods y el Plan Marshall.
Lo que hace falta es una estrategia keynesiana, actualizada y globalizada, no sólo en Estados Unidos o Europa, sino en todo el mundo. Necesitamos que importantes inyecciones de recursos se concentren en las crisis de la economía global. Y esto debe ir de la mano de la renovación ambiental, la erradicación de la pobreza y el régimen democrático de gobierno. Lo que se propone es un "Pacto Planetario" que contemplaría los siguientes elementos: - Renovación y reparación del medio ambiente. Occidente debe superar su dependencia miope de los combustibles fósiles, sobre todo cuando se producen principalmente en países que, a pesar de todas las precauciones, podrían caer en el fundamentalismo, cuya primera acción sería sembrar el caos en las economías occidentales. Necesitamos un programa que ponga en marcha, mediante subsidios y créditos para la exportación si es necesario, la producción en masa de energía solar y otras energías renovables, además de tecnologías limpias y operaciones de limpieza en el Norte, de reforestación en el Sur y medidas de conservación en todas partes.
- Medidas contra la pobreza para asegurar una vida digna para todos.
Diversos organismos de la ONU han afirmado que podría abastecerse de agua potable, alimentos adecuados, vivienda básica, atención a la salud y educación a todos en el planeta por menos de 100000 millones de dólares anuales durante 10 años.
- Condicionalidad democrática. Nadie quiere que la historia de las últimas décadas se repita, cuando las élites de los países periféricos se apoderaron en los hechos de todos los beneficios del comercio y la asistencia. Los ciudadanos occidentales están a favor de ayudar a los países pobres, pero sólo si tienen las garantías de que los recursos llegarán a quienes los necesitan.
Por lo tanto, para recibir los beneficios del Pacto Planetario, a los gobiernos del Sur se les pediría que incluyan a los representantes de sus propias sociedades civiles en la administración y distribución de los recursos. Todas las sociedades, sin importar cuán pobres sean, tienen organizaciones que representan a los agricultores, los trabajadores, las mujeres, la comunidad de los negocios, etc., a quienes se les permite funcionar con más o menos libertad, dependiendo del gobierno. Los países árabes y/o musulmanes que quisieran sumarse al Pacto Planetario tendrían que mostrar su buena fe y erradicar a sus propios y peligrosos elementos fundamentalistas.
Sería útil incluir representantes de ONG del Norte y de la sociedad civil que ya hayan trabajado con los grupos más independientes del Sur, a fin de asegurar que el gobierno y la élite no estén simplemente manipulando o sustituyendo a la "sociedad civil". No se obligaría a ningún gobierno a suscribir el Pacto Planetario, pero, una vez hecho eso, también habría de aceptar la condicionalidad democrática (y contraria a fundamentalismos de cualquier índole), sin recriminaciones gubernamentales de "interferencia" o "neocolonialismo".
El modelo del proceso de elaboración presupuestaria municipal de Porto Alegre, Brasil, debería ser fuente de inspiración para la redistribución de los recursos. En esa ciudad de 1.3 millones de habitantes, hay asociaciones de vecinos elegidas por sufragio que reciben asignaciones presupuestarias destinadas a sus prioridades establecidas democráticamente. El desperdicio y la corrupción prácticamente han desaparecido. El Pacto Planetario debería contar además con un grupo de auditores profesionales e independientes con capacidad de recomendar el fin instantáneo del desembolso en casos de corrupción probada y apropiación por parte del gobierno o los grupos de la élite.
CONCLUSIÓN
Un Pacto Planetario no sería la panacea para la maldad humana, el fanatismo fundamentalista o el fascismo, como no lo sería ninguna otra cosa. Sabemos que a los patrocinadores de los terroristas no les interesan los pobres ni la justicia. Pero es un hecho que se alimentan en la pobreza y la injusticia, que abonan el suelo para el odio. Estados Unidos tiene un récord que dista mucho de ser perfecto, y ha embargado, bombardeado, lastimado y liquidado innumerables vidas civiles. Los "Miserables del Planeta" saben esto, saben que sus vidas no son valoradas como las de los occidentales y también saben exactamente qué es lo que se les niega, porque la globalización también significa difusión inmediata y extendida de la información y las imágenes.
Tenemos la responsabilidad de oponer un pacto de esperanza y renovación a la desesperanza que engendra el odio y el terrorismo. Hacerlo es posible y necesario. Los ciudadanos estarán vigilando. Es posible otro mundo.
De Foreign Affairs En Español, Primavera 2002



Susan George, estadounidense naturalizada francesa en 1994, es directora asociada del Transnational Institute de Amsterdam y vicepresidenta de ATTAC-Francia. Tiene grados académicos en teoría del gobierno francés (Smith College), filosofía (Sorbona) y ciencia política (Universidad de París). De 1990 a 1995 participó en el consejo de Greenpeace Internacional y en Greenpeace Francia; es miembro del Grupo de Lisboa, colabora con Jubilee 2000 y es asesora de varias entidades de las Naciones Unidas (OMS, UNESCO, UNICEF, etc.). Actualmente trabaja en temas de globalización, instituciones financieras internacionales y relaciones Norte-Sur, y es conferencista para organizaciones no gubernamentales, ambientalistas y sindicales. Autora de 10 libros, el más reciente de ellos es The Lugano Report: On Preserving Capitalism in the 21st Century (Pluto Press, 1999).