VOLVER A LA PAGINA  PRINCIPAL
Internacional

14 de septiembre del 2002

Talibán y Talibush

Leonardo Boff
Servicio Informativo "alai-amlatina"

Si hiciéramos un balance sumario a un año del triste miércoles 11 de septiembre de 2001, debemos concluir: ellos vencieron. Si, los Talibanes vencieron, porque ocuparon las mentes de los Estados Unidos, con el miedo generalizado, rozando la paranoia colectiva de nuevos atentados. Más que derrumbar las Torres Gemelas, símbolo del poderío económico globalizado, derrumbaron otras dos torres, símbolo de la utopía estadounidense: la democracia y la legalidad.
Con la caída de las torres, los terroristas humillaron materialmente a los EUA en su invulnerabilidad. Con el derrumbe de las otras dos torres, humillaron moralmente la cultura política estadounidense, frente a sí misma y a todos los que nos obstinamos en creer en la democracia y los derechos humanos. Se demostró que es frágil la tan mencionada democracia y legalidad estadounidense. Resisten mal a las crisis. Y fue en razón de "una moralidad más alta" y en nombre de las libertades y de los derechos humanos, contra la "barbarie" de los terroristas, que se generó una guerra tecnológica desproporcionada contra un pueblo ya arruinado por años ininterrumpidos de conflictos.
Debido a la censura de las informaciones, poco sabemos hasta hoy sobre esa guerra. Aún así, vio la luz lo que el Prof. Marc Harold de la Universidad de New Hamshire denunció: hasta el día 10 de diciembre del 2001, a un mes apenas del inicio de la guerra, ya habían sido asesinados en Afganistán 3.667 civiles, una cantidad mayor a aquella de los desaparecidos en las dos torres. No se lloran las muertes de esos inocentes, como si no fuesen de la misma familia humana, cuyas vidas no tuviesen igual valor sagrado.
Lo más grave, no obstante, fue que en nombre del combate a los terroristas, se sacrificaron los principios del estado de derecho y de la democracia, fundamento del legítimo orgullo estadounidense. Fue lo que denunció, hace días, Jimmy Carter. Lo que era evidente ya no lo es más. Un sospechoso puede ser apresado por tiempo indeterminado sin que nadie sea notificado, lo que equivale a un secuestro. Un terrorista puede ser juzgado secretamente, por tribunales militares, en cualquier parte del mundo, en una caverna de Afganistán o sobre una nave en el Pacífico, sin que tenga derecho a un abogado. Puede ser condenado a muerte si dos o tres oficiales-jueces lo encuentran culpable, sin ninguna apelación. No sirve el principio de igualdad ante la ley ni de la duda a favor del reo. El Presidente Bush que aprobó todo esto se convirtió en un Talibush, mientras el ministro de Justicia, el reaccionario John Aschcroft, introdujo una variante de la Scharia musulmana, transformándose en un Mullah.
Con las pocas nociones que tiene, Bush impuso la geopolítica de venganza implacable, legitimando el ataque preventivo y la admisión del uso de "todas las armas". Aquí se innova. Hasta ahora, la restricción obligaba a decir que todas las armas, biológicas, químicas y nucleares eran solo de disuasión. Ahora son de agresión. No sabemos quien es mas demente: si aquellos que chocaron aviones contra las torres o aquellos que proponen usar "todas las armas". Tal acto implicaría un genocidio monstruoso de civiles, un terrorismo peor que aquel de los terroristas, además de contradecir los valores en nombre de los que promueven la guerra al terrorismo. Ni los Talibanes ni los Talibush han de determinar los destinos de la humanidad. Si nos faltaran otros medios, siempre nos quedan los de Gandhi, inspirados en el predicador ambulante Jesús de Nazareth: la oración, el ayuno y la penitencia.
* Leonardo Boff, Teólogo.