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Internacional

26 de septiembre del 2002

Diario Estadounidense
Los perros de la guerra, los osos de Wall Street

Alexander Cockburn
Counterpunch
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Mientras más trata Bush de ganar impulso con su palabrería bélica, más se oscurecen las sombrías reacciones de la economía.
El martes los índices industriales del Dow Jones cayeron casi 190 puntos hasta llegar a su nivel más bajo en cuatro años. El mercado ampliado también terminó abajo. El índice compuesto Nasdaq, puerto de matrícula de la Nueva Economía, llegó a su nivel más bajo en seis años. El índice 500 de Standard & Poor bajó 14,45 puntos, o sea un 1,7 por ciento, a 819,25.
El Comité del Mercado Abierto de la Reserva Federal prefirió dejar los intereses a su nivel más bajo en 40 años en su reunión del martes, diciendo valerosamente que la demanda de los consumidores y de las empresas está "creciendo a un ritmo moderado." Pero también señaló que sigue habiendo una considerable inseguridad sobre la oportunidad y la fuerza de una recuperación económica.
Mientras tanto, importantes indicadores económicos y de la vivienda han caído tres meses seguidos. Los precios del petróleo han aumentado un 40 por ciento desde principios de año.
La semana pasada escribimos que ahora hemos presenciado siete trimestres seguidos de declinación de las inversiones en maquinaria e inversiones y una aguda baja del crecimiento de los gastos de los consumidores durante los últimos cuatro o cinco meses. Supongamos, preguntamos, que haya otra baja de los precios de las acciones, como reflejo de la creciente conciencia de que el rendimiento de gran parte de las más poderosas corporaciones de EE.UU. se ha basado enteramente en cifras fraudulentas.
Y ahora los precios de las acciones han vuelto a bajar y los fiscales federales anuncian que inician una investigación criminal de las prácticas contables de Xerox. Las acciones de Xerox cayeron rápidamente 71 centavos a 5,96 dólares después que la compañía informó que los fiscales federales lanzaban una investigación de las prácticas contables de la compañía. WorldCom reveló que probablemente había informado mal sobre 9.000 millones de dólares, no 7.000 millones.
La tasa oficial de beneficios del capital social en el sector corporativo no-financiera en su conjunto está actualmente a su nivel más bajo del período de la posguerra (exceptuando 1980 y 1982).
Si se tratara de Bill Clinton, los comentaristas estarían desollándolo vivo por sus intentos, como en Wag-the-Dog, de utilizar el discurso bélico para tratar de distraer la atención de las malas noticias económicas. Hasta ahora Bush ha flotado sobre su alfombra mágica, pero está perdiendo continuamente altura mientras Wall Street se calla la boca, las denuncias extranjeras se acumulan, y los socialdemócratas y los verdes alemanes se regocijan porque Bush les regaló una victoria totalmente inesperada el fin de semana pasado.
EE.UU. ya no tiene representantes sénior de la Clase Gobernante como John McCoy o "ancianos sabios" como el infinitamente pegajoso Clark Clifford. En momentos como éste, tales representantes sénior saldrían a presentar serenas advertencias a Bush sobre su insensato camino. Esos días se acabaron con Henry Kissinger.
Es probable que lo más próximo a un estadista sénior que tengamos sea ese brillante político demócrata, el senador Bobby Byrd, cuyos monumentos están esparcidos por West Virginia.
El único oponente que el senador Bobby Byrd tiene que temer es la muerte, así que en el Congreso habla con una franqueza que sólo es equiparada por la del libertario texano, el representante Ron Paul. En la semana pasada Byrd se lució en discurso en el hemiciclo del senado.
Byrd denunció la propuesta de Bush para la Agencia de Seguridad Interior como una ofensa destartalada, apresuradamente concebida, a las protecciones constitucionales; una forma de debilitar los derechos establecidos de los trabajadores federales, todo para una misión que hasta ahora está totalmente indefinida. Byrd se refirió particularmente a la desdeñosa desestimación como liliputiense de la crítica de la agencia en cuestión por parte de Bush. El venerable, pero travieso senador respondió ridiculizando a Bush como un Gulliver cesarista impaciente ante las limitaciones del gobierno democrático constitucional.
En otro discurso Byrd asestó a Bush algunos burlones porrazos sobre el tema de su belicismo contra Irak: "El presidente iba bajando en las encuestas y la situación interior hacía que la administración se viera muy parecida al emperador sin ropa." Byrd describió la aparición "del fervor bélico, de los tambores de guerra, las trompetas de guerra, las nubes de la guerra."
"Estuve presente en algunas de las informaciones secretas," dijo Byrd, "y nadie de la administración pudo responder la pregunta: ¿Por qué ahora?"
Unos pocos días más tarde en San Francisco, otro prominente demócrata, Al Gore, no mostró la chispa de Byrd pero lanzó un signo admonitorio a Bush. El discurso del fin de semana de Gore ante el Commonwealth Club fue generalmente presentado como contrario a la guerra. Gore utilizó un lenguaje fuerte para denunciar el asalto de Bush contra las libertades garantizadas por la Constitución. Fuera de eso, el discurso fue en realidad un consejo comedido, bastante bien escrito, sobre las pretensiones y posturas apropiadas para el principal poder imperial del mundo.
Gore hizo eco a Henry Kissinger al decir que un ataque contra Irak tenía que ser adecuadamente justificado, no con bravatas sobre un "cambio de régimen", y con bravuconerías sobre el derecho de EE.UU. de librar una "guerra preventiva", sino por una escalada retórica tradicional dentro de la gran tradición de justificaciones semejantes, provenientes de los albores de la Guerra Fría.
Probablemente no ha habido un presidente desde la Segunda Guerra Mundial que haya sido tenido en tan baja estima internacional como Bush. Nótese que Gore consideró que no había problemas con presentar este tema en su discurso de San Francisco. Hace seis, o incluso tres meses, Gore jamás hubiera corrido el riesgo: "En sólo un año," dijo, "el Presidente se las ha arreglado para dilapidar el torrente de simpatía, buena voluntad y solidaridad que resultó de los ataques del 11 de septiembre y lo convirtió en enojo y aprensión que se concentra más en Estados Unidos que en la red terrorista."
Si la economía continúa cayendo, Bush y su círculo enfrentarán un juego verdaderamente desesperado, tratando de descubrir si una guerra de 200.000 millones de dólares contra Irak los salvará, o si sólo los hundirá en la madre de todos los líos.
25 de septiembre de 2002