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Internacional

12 de septiembre del 2002

11-S, un año después: La recompensa fue Asia central
¿Una oportunidad de oro para la hegemonía de EE.UU?

Rafael Poch
La Vanguardia

Asia central ha sido el indiscutible gran desenlace del 11-S. Aprovechando los atentados atribuidos a su antiguo protegido, Bin Laden, Estados Unidos ha tomado en el 2002 posiciones en la zona que sus estrategas definían, desde mediados de los años noventa, como la gran "recompensa" geopolítica por su victoria en la guerra fría.
La presencia militar norteamericana en Afganistán y Asia central no es un asunto militar y no tiene nada que ver con la "lucha contra el terrorismo", ese cajón de sastre en el que cabe la conducta exterior de tantos estados, y, desde luego, la de Estados Unidos también. Es un asunto de recursos y política; pura geopolítica. Si Bin Laden y el 11-S no existieran, habría que haberlos inventado, como en la película "Cortina de humo".
El 11-S ha permitido realizar toda la "estrategia para Eurasia" contenida en la obra de Zbgniew Brzezinski, el retrógrado ex consejero de Seguridad Nacional del ex presidente Carter, un polaco patológicamente antirruso, para quien el "estado social" europeo es un estúpido "hedonismo social".
El futuro de la hegemonía norteamericana depende del control de Asia central y del Cáucaso, esos "Balcanes de Eurasia" que comunican los recursos de los dos grandes competidores económicos de Estados Unidos en el siglo XXI: Asia-Pacífico, con la gran China en primer lugar, y la Unión Europea. El 11-S ha realizado ese control, siguiendo el guión de Brzezinski.
Ese autor recomendaba un "condominio" con Rusia para ejercer el control de esos tubos y oleoductos de los que depende la economía de China y de la Unión Europea. Estados Unidos ya controla el golfo Pérsico, no tanto por necesitar el petróleo, sino porque el control de las necesidades de los demás significa poder. Desde que la URSS no existe y el territorio antes virgen de la cuenca del Caspio se ha abierto a la explotación internacional, esa zona se integra en la misma ecuación geopolítica: controlar para dominar a quienes dependen de ella.
Sin que pueda interpretarse como plena conformidad, la actitud rusa ha asentido a la idea de un condominio con los norteamericanos en Asia central. La declaración conjunta firmada en Moscú el pasado mes de mayo reconocía explícitamente ese condominio geopolítico al afirmar que "nuestros dos países rechazan una inconsistente relación de competencia en Asia central y el Cáucaso Sur".
En cualquier caso, esta declaración y la presencia militar norteamericana en Afganistán, Uzbekistán, Tayikistán, Kirguizstán, Kazajstán y Georgia significa el tercer retroceso geopolítico de Rusia en su gran transición. El primero se había producido en la época de Mijail Gorbachev con Europa del Este. El segundo, en la época de Boris Eltsin con el abandono definitivo del Báltico y la expansión de la OTAN hacia el Este. El tercero, con la presencia militar norteamericana en Asia central y Georgia, ha sido obra de Vladimir Putin.
Este nuevo avance está cargado de implicaciones. Una de sus principales preguntas es la de cómo afectará a las relaciones ruso-chinas. En Moscú hay un sector de opinión, claramente visible en el Ejército, la inteligencia militar (GRU) y en el Ministerio de Asuntos Exteriores, para el que China es el "principal peligro". Si Putin no consigue detener la "bananización" de Rusia, la hipótesis de que el país se convierta en el "mamporrero de Estados Unidos en Asia central" no es despreciable. Y ese guión sólo tiene un papel para Rusia y su deseo de "implicarse" con Occidente: el de adversario de China.
Todo esto ha sido perfectamente entendido en Pekín, donde, incluso en la prensa oficial editada en inglés, se constata la tesis de que el 11-S ha sido el pretexto para colarse en el estratégico "patio trasero" de China, del que ésta espera recibir gran parte del gas y del petróleo que su dinámica modernización precisa.
Está claro que, "una vez introducidas, las tropas norteamericanas no se van a ir de Asia central", señala Ge Ruiming, investigador del Centro para el Estudio de la Paz y el Desarrollo de Pekín. En el futuro, Washington controlará las repúblicas de Asia central a través de la "ayuda", y si las cosas se torcieran "siempre podrá presionarlas con el pretexto de los 'derechos humanos' o de la 'apertura política', dos recursos profusamente utilizados contra la propia China", explica el investigador.
Pero, ¿qué pasará con las relaciones ruso-chinas? En gran parte son "resultado de una actitud similar de Estados Unidos en la posguerra fría", explica Pang Zhongying, investigador de la Universidad Tsinghua. Ahora esa actitud podría cambiar. "El cambio de relaciones entre Estados Unidos y Rusia no puede no afectar a las relaciones ruso-chinas", observa. "La situación aún no está clara", concluye, y zanja el asunto con una pregunta: "¿Cambiará por completo la actitud de Estados Unidos hacia Rusia considerándola una enemiga del pasado, mientras considera a China como su rival estratégico actual y su futuro enemigo potencial?".