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Internacional

La guerra titánica de Bush se hundirá


Robert Fisk

Primero era una cruzada. Después se convirtió en una "guerra por la civilización". Luego fue la "guerra sin fin". Después se habló de la "guerra contra el terror". Ahora, créanlo o no, el presidente Bush nos está prometiendo una "guerra titánica contra el terror". Esto se pone cada día más extraño. ¿Qué puede venir después? Después de las más recientes proyecciones de Bush, dadas a conocer la semana pasada ("sabemos que miles de asesinos entrenados planean atacarnos") es de esperar que el presidente traiga guardado en la manga un cliché aún más gigantesco.
Bueno, Bush tiene que haber sabido lo del aspirante a bombardero "sucio" de Chicago, otro secretito que se guardó durante un mes hasta que decidió que le servía de algo compartirlo con el pueblo estadunidense. Debemos saber más de este extraño episodio, y me atrevo a adivinar que los hechos se irán modificando en los próximos días o semanas.
Pero, ¿qué puede ser más titánico que el nuevo y ominosamente llamado "Departamento de Seguridad Interna", con sus futuros 170 mil empleados y su presupuesto de más de 37 mil millones de dólares? Este organismo, nótese, no incorporará a las rivales dependencias de la Agencia Central de Inteligencia (CIA) ni a la Oficina Federal de Investigaciones (FBI), las que se están lanzando a sus mutuas yugulares ante el fracaso en prevenir los crímenes contra la humanidad del pasado 11 de septiembre. El nuevo departamento garantizará que la batalla de inteligencia será triangular entre la CIA, la FBI y los muchachos de "Seguridad Doméstica". Esta será, sospecho, la verdadera "guerra titánica".
Y como los agentes de inteligencia estadunidense no van a vencer así a sus verdaderos enemigos, la suya es una misión imposible pues no se les permitirá hacer lo que cualquier organización de combate al crimen haría para garantizar su éxito: buscar el móvil del crimen. No se les permitirá preguntar "por qué"; sólo "quién" y "cómo".
Y debido a que se trata de una guerra contra el mal, contra "gente que detesta la democracia", entonces todo intento por descubrir las razones reales de este odio hacia Estados Unidos -las muertes de decenas de miles de niños en Irak, tal vez, o el baño de sangre israelí-palestino, o la presencia de tropas estadunidenses en Arabia Saudita- heriría demasiado susceptibilidades en la política exterior estadunidense, en las relaciones que unen a Estados Unidos con el primer ministro israelí, Ariel Sharon, y ofendería también a un montón de dictadores árabes.
He aquí sólo un ejemplo de lo que quiero decir. Las nuevas reglas estadunidenses de "seguridad" obligarán a cientos de miles de árabes y musulmanes de ciertos países a someterse a la toma de sus huellas digitales, a que se les fotografíe e interrogue en el momento de ingresar a Estados Unidos. Estas normas se aplicarán, según el procurador general John Ashcroft, a prácticamente todos los visitantes de Irán, Irak, Siria y Sudán, países cuyos habitantes, en su mayoría, ya no podrán obtener visas estadunidenses.
La lista de naciones no sorprende. Irán e Irak son parte del infantil "eje del mal" de Bush. Siria está en la lista presumiblemente porque apoya la guerra del movimiento integrista Hamas contra Israel.
Se trata de una lista construida en torno a la política de Bush del bien contra el mal. Pero ni un sólo ciudadano de Irán, Irak, Siria o Sudán ha sido acusado de planear las atrocidades del 11 de septiembre. Los aeropiratas suicidas provenían en su mayoría de Arabia Saudita; otro de ellos venía de Egipto y un tercero de Líbano. Todos los hombres que han sido arrestados en Marruecos -todos ellos ligados a la red Al Qaeda- son saudiárabes.
Pese a esto los saudiárabes, que formaban la amplia mayoría de los asesinos de septiembre no tendrán problema alguno para ingresar a Estados Unidos bajo las nuevas normas de seguridad. En otras palabras, hombres y mujeres del único país de cuyos ciudadanos Estados Unidos tiene motivos de temer, estarán exentos de las huellas digitales, la fotografía y el interrogatorio cuando lleguen al aeropuerto John F. Kennedy de Nueva York.
Esto se debe, desde luego, a que Arabia Saudita es de los buenos, un "amigo de Estados Unidos", la tierra con las más grandes reservas de petróleo del mundo. Egipto también quedará exento de las medidas de seguridad debido a que su presidente, Hosni Mubarak, apoya el "proceso de paz".
Así, las nuevas normas de seguridad estadunidenses se están cimentando más en torno a las fantasías políticas de Bush que en la realidad del crimen internacional. Si ésta es una guerra entre "los inocentes y los culpables" -según otra agudeza más de Bush de la semana pasada-, entonces la tierra de la que provienen los culpables no tendrá problema alguno con los muchachos del Departamento de Seguridad Interna o el Departamento de Inmigración.
Pero en todo caso ¿por qué habrían los árabes de tomar en serio a Bush en estos momentos? El hombre que juró pelear una "guerra sin fin" contra el "terror" le pidió a Israel, en abril pasado, detener sus operaciones en Cisjordania, y después se sentó a esperar mientras Sharon proseguía esas operaciones durante un mes más. El 4 de abril Bush exigió a Sharon tomar "acción inmediata" para flexibilizar el sitio israelí sobre las ciudades palestinas, pero dos meses después, el Sr. Sharon -un "hombre de paz, según Bush- seguía reforzando dichos cercos.
Si el señor Sharon no teme al señor Bush, ¿porqué debía Osama Bin Laden estar preocupado? La respuesta al llamado hecho la semana pasada por el presidente Mubarak para que se proponga una agenda para la creación del Estado palestino es de una ilógica extraordinaria, aun dentro de los absurdos estándares de Bush. Teniendo en cuenta, sin duda, que dos días después se reuniría con el señor Sharon, Bush respondió: "No estamos listos para presentar un calendario específico, salvo por el hecho de que debemos comenzar pronto, con celeridad, para aprovechar el momento".
Las palabras de Bush se pueden interpretar de la siguiente forma: este asunto es tan importante que debemos actuar de manera urgente y a toda prisa, pero tampoco es tan importante como para molestarnos en de-cir cuándo tenemos que actuar. El señor Sharon, desde luego, no quiere que se haga tal "calendario". El señor Sharon no quiere un Estado palestino. En un momento en que el señor Bush debió mostrar decisión tanto a sus amigos como a sus enemigos, volvió a reprobar el examen.
Después de que Sharon apareció en la Casa Blanca, Bush ridiculizó al presidente palestino, Yasser Arafat, y siguió la co-rriente a la negativa de Sharon de hablar con él, con lo que además, virtualmente, desestimó la cumbre para Medio Oriente que los palestinos y el mundo quieren celebrar este verano y con la que el señor Sharon, por supuesto, no está de acuerdo.
Mientras tanto, al igual que el señor Sharon, todos los hombres que proclaman estar combatiendo el terror están usando esta lunática "guerra" para sus propios intereses Los egipcios, quienes supuestamente advirtieron a la CIA sobre un ataque antiestadunidense antes del 11 de septiembre, han estado muy ocupados aprobando una nueva ley que restringirá el trabajo de organizaciones no gubernamentales, lo que volverá casi imposible que grupos en favor de los derechos humanos funcionen en Egipto. No habrá en este país, por lo tanto, más denuncias sobre la práctica de la tortura por parte de la policía.
A su vez, el ejército de Argelia, que se cree jugó un papel fundamental en los asesinatos masivos que forman parte de una guerra sucia que se ha perpetrado en los últimos 10 años, ha estado llevado a cabo ejercicios con barcos de la OTAN estacionados en el Mediterráneo. Veremos más de esto en el futuro.
Era casi inevitable, por supuesto, que un día encontráramos en Estados Unidos a alguien que pudiera explicar la diferencia entre los "buenos terroristas" -aquellos que no debemos bombardear, como son el ERI, ETA y el viejo Congreso Nacional Africano- y los que debemos bombardear. Así fue como Michael Elliott apareció en la revista Time de la semana pasada para decirnos que "no todos los terroristas son iguales". Existen, según él, "terroristas políticos" que tienen un "objetivo identificable", y los "terroristas milenarios", quienes carecen de todo objetivo político y "deben su lealtad a una autoridad superior en el paraíso".
Así que ahí lo tenemos. Si los terroristas hablan con los estadunidenses, entonces no hay problema con ellos. Pero si no lo hacen, entonces lo que sigue es la guerra eterna. En vista de esta retorcida moralidad, ¿quién puede creer realmente que "Seguridad Interna" va a atrapar a los villanos antes de que ataquen nuevamente?. Mi pronóstico es que esta "guerra titánica contra el terror" tendrá el mismo destino que aquél barco del mismo nombre que decían que era imposible hundir. Y ya todos sabemos lo que pasó con él.
©The Independent
Traducción: Gabriela Fonseca