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Internacional

30 de junio del 2002

¿Dónde quedaron esos escépticos? (Carta abierta a Helen Thomas)

George Lewandowski
Yellow Times
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

(redacción de YellowTimes.org) – Helen Thomas es una columnista distribuida en el ámbito nacional en EE.UU. por la cadena de periódicos Hearst. Ha trabajado 59 años como reportera de UPI y como corresponsal en la Casa Blanca. Recientemente publicó una columna en la que aludió al escándalo de Watergate de 1972 que derribó al Presidente Nixon y afirmó, entre otras cosas, que "Hay mucho más escepticismo en la actualidad, no sólo por parte de los periodistas, sino también del pueblo estadounidense, que trata desesperadamente de creer en sus dirigentes. Es el triste legado del escándalo de Watergate." (http://www.thebostonchannel.com/helenthomas/1518553/detail.html)
Estimada señora Thomas:
Usted escribió recientemente una columna ("Un escándalo de hace 30 años nos sigue afectando") en el que usted hace la enigmática afirmación de que la caída en desgracia de Nixon "fue "un despertar para los periodistas. Nunca más aceptarían la palabra de un presidente sin dudar de ella."
No divulgo la edad de una dama, Sra. Thomas, pero cualquier periodista que ha asistido a las conferencias de prensa de ocho presidentes distintos, tiene edad suficiente como para saberlo mejor. Si existiera hoy en día una prensa acreditada escéptica, indagadora, desconfiada, sería un cambio saludable, no un "triste legado".
Perdóneme por hablar francamente, pero yo estaba perfectamente vivo, devorando periódicos como el Wall Street Journal y el New York Times, durante los días antes y después de Watergate. Recuerdo los días en que se informó sobre el incidente del Golfo de Tonkín, el que, por supuesto, sabemos ahora que fue inventado, como si fuera un hecho, indudable, por una prensa acreditada extremadamente ingenua y cooperativa.
¡También recuerdo cuando nuestro presidente, transpirando bajo los reflectores de las cámaras de televisión, podía ver la "luz al final del túnel" en Vietnam, y ningún reportero puso en duda su visión o le pidió que definiera lo que era la "luz"!
Recuerdo cuando cada aldeano vietnamita, instantáneamente convertido en una antorcha humana que corría y gritaba por el napalm de EE.UU., era identificado más tarde como un "comunista muerto". La prensa adoptó ese sistema simplista de etiquetaje, como si hubieran entrevistado a cada uno de los vietnamitas muertos sobre su idea de la filosofía marxista-leninista. Tales entrevistas hubieran sido muy difíciles ya que muchos de los cuerpos incinerados pertenecían a niños demasiado jóvenes para hablar algún idioma.
Por algún motivo, los cuerpos de 50.000 soldados estadounidenses fueron identificados, no por su presunta ideología (capitalistas), sino por su nacionalidad –estadounidense. Tal vez les era emocionalmente difícil a los reporteros de UPI entrevistar a soldados estadounidenses fatalmente heridos sobre su adhesión personal a diversas teorías presentadas en la "Riqueza de las Naciones" de Adam Smith. En todo caso, los años Nixon no fueron una filigrana destacada en los estándares periodistas de EE.UU. Fueron días de insidiosos dobles rastreros, empleados por escritores serviles para crear una propaganda entumecedora.
La fiel prensa acreditada de Nixon nunca mostró algún escepticismo sobre la cordura de enviar un ejército de soldados uniformados, armados con balas pero no con un conjunto consecuente de principios, para matar una ideología. En retrospectiva, la "guerra contra el comunismo" parece tremendamente cerebral comparada con nuestra actual "Guerra contra el terror". A fines de los años 60 había por lo menos en realidad algunos demonios extranjeros que se identificaban como "comunistas". ¿Quién, en nuestra lista en rápida expansión de los actuales malvados, se identifica como "terrorista"? El arbitrario etiquetaje se los dejamos a nuestra autoridad suprema, y la prensa jamás pide una definición efectiva.
Por favor explíqueme lo que ha cambiado desde Watergate. ¿Qué ha cambiado desde aquellos días en los que el Cuarto Poder demostró repetidamente una cobarde falta de integridad para mostrarse dócil y patriótico?
¿Qué "palabra presidencial" no sigue siendo "aceptada como válida" como afirma en su columna? Por cierto no es la palabra "terrorista". Ni la palabra "extremista," ni "radical," ni "fundamentalista," ni "culto religioso," ni "alerta de seguridad," ni "autodefensa," ni "gobierno más pequeño," ni "sanciones inteligentes," ni "patriotismo," ni "libertad y democracia," ni "armas de destrucción masiva," ni "pacífico," ni "derecho a la vida," ni "empresa privada," ni ninguna de los miles de palabras que hacen trabajo forzado en la fábrica orwelliana de propaganda de Bush.
Todas esas palabras están siendo torturadas hasta la muerte por políticos y periodistas que pretenden ignorar sus significados históricos y literales.
Bush utiliza cada día las palabras de nuevas y extrañas maneras, pero los periodistas de la Casa Blanca, con sus húmedos ojos, jamás se vuelven suficientemente inquisitivos como para preguntarle, "¿qué quiere decir cuando utiliza esa palabra de esa manera?"
Nunca preguntan, "¿Qué quiere decir, por ejemplo, cuando llama a Ariel Sharon un hombre de paz? ¿Cuál es el significado de la palabra 'paz' cuando es utilizada para describir a un hombre que apunta sus rifles y dispara contra periodistas de la BBC que se atrevieron a fotografiar y a informar sobre algunos detalles de sus asaltos blindados contra poblaciones civiles?
A propósito, ¿por qué no se permite ya que la prensa califique un sangriento ataque contra civiles desarmados, una "masacre"? En lugar de hacerlo, todos los reporteros han aceptado referirse a semejantes homicidios mecanizados como "incursiones" u "operaciones de limpieza." Esta última frase probablemente fue desarrollada en el Sur del Pacífico, cuando el enemigo estaba realmente armado y estaba en condiciones de defenderse. Esa expresión proveniente de alguna publicidad para Tidy Bowl está siendo forzada a servir para permitirle al equipo de propaganda que cubra de una fresca y limpia fragancia los montones de cadáveres en putrefacción en Yenín.
Las palabras importan, Helen, y un verdadero periodista debería pedir significados exactos. Las palabras describen nuestras intenciones y nos permiten evaluar nuestros resultados.
El actual señor del "mundo libre" (cualquiera que sea el significado de la frase) ha utilizado volúmenes de "palabras presidenciales" indiscutidas, para declarar su guerra contra una especie de vaga noción del "mal" sin ofrecer definición alguna o explicar algunos principios que nos permitan, a nosotros los adultos, a medir la consecuencia de sus políticas o la moralidad de sus acciones.
No tenemos ni tan solo la posibilidad de criticar sus resultados, porque describe sus objetivos en términos tan infantiles y simplistas que toda acción, incluso la obliteración de una aldea campesina, puede ser interpretada como pertinente al objetivo de la "destrucción del mal". Toda aldea así reducida a escombros podría fácilmente haber contenido un ente perverso o a alguien que pudiera ser calificado convenientemente de "malo," si la prensa jamás necesitara una excusa para la matanza de civiles.
Desde luego, la Ciudad de Nueva York es también una aldea de la que se sabe que ha habido gente mala que la han escogido de vez en cuando como su residencia. Algunos de los señores de la droga y los gángsteres organizados de Nueva York, podrían incluso ser calificados de "malos" por la buena sociedad. ¿Corresponde por lo tanto la Ciudad de Nueva York a la nueva definición presidencial de la "infraestructura terrorista" y del "mal"?
Había un nivel muy bajo de escepticismo en 1972, pero ese nivel ha caído aún más bajo en la actualidad. Si Nixon siguiera en vida y llamara a una guerra sin fin contra una "ideología mala" no identificada, ubicada en algún "sitio malo" no identificado," ¡los reporteros actuales llegarían a renunciar cortésmente a preguntar el nombre del país del que se está hablando! Richard debe estarse dando vueltas en su tumba, celoso de la laxitud que la prensa le otorga a su sucesor en lo que tiene que ver con el crimen.
Así que, estimada Helen, Gran Señora de la prensa acreditada de la Casa Blanca, veterana de tantas audiencias presidenciales, ¿dónde está la "prensa escéptica" que usted nos dice es nuestro legado de Watergate? ¿Están escondidos esos reporteros maravillosamente escépticos en las profundidades de la Montaña del Misterio juntos con el "Gobierno Fantasma," analizando sus libretas a la busca de evidencia de palabras adulteradas por el presidente? Los refunfuños privados que ocurren entre reporteros y columnistas, en sus abrevaderos preferidos, difícilmente valen como escepticismo profesional.
Cuando contemplo la actual cosecha de periodistas, veo una manada aduladora de taquígrafos patrióticos pero estúpidos, que decoran la prosa fantástica del Secretario de Prensa de la Casa Blanca, Ari Fleischer, con banderitas rojas, blancas y azules. Los agita-banderas de la sala de prensa informan como se debe sobre la "gran victoria sobre el mal" del Generalísimo en Afganistán, como si de verdad se hubiera logrado algo, algo fuera de reemplazar a una pandilla de señores de la guerra por un equipo de tiranos más favorables a un oleoducto.
La prensa se refiere de pasada a esta "victoria en Afganistán" como si ese nuevo oleoducto hubiera sido desde siempre la justificación públicamente declarada de la guerra de Bush, y por ello es la única medida adecuada de su éxito.
El 15 de junio, el New York Times publicó el siguiente informe: "Investigaciones confidenciales de la amenaza de al-Qaeda que están siendo realizadas actualmente por el FBI y la CIA han concluido que la guerra en Afganistán no logró disminuir la amenaza contra Estados Unidos, dijeron los funcionarios. En cambio, la guerra puede haber complicado los esfuerzos del contraterrorismo al dispersar a los potenciales atacantes en un área geográfica más amplia."
Sin embargo, ningún periódico importante, ni siquiera el New York Times, que publicó esta sincera confesión, está cerca de cesar y desistir de hacer repetidas referencias a la "victoria en Afganistán," como si fuera una realidad que ha sido observada, medida, y verificada por reporteros objetivos. La gran mentira se repite interminablemente en las primeras planas mientras la verdad es sólo una ocasional nota al pie en la página diez.
Por favor, Helen, ¿por qué no pone en duda alguno de sus escépticos compañeros alguna parte de lo que Norman Solomon llama las "suposiciones subyacentes" del pábulo que los taquígrafos adormecidos reciben cada mañana en la guardería de Ari? "¡Toma éste, es tremendo!" Y ahora los "ataques preventivos," y las "opciones de primer ataque nuclear," y los "combatientes ilegales".
Si Watergate causó un abierto escepticismo en la prensa acreditada, como usted dice, ¿por qué no vuelan al extranjero como los verdaderos reporteros, como el escritor británico Robert Fisk, por ejemplo, para preguntar a otros qué es lo que ven cuando miran hacia Occidente? ¿Ven las víctimas extranjeras de la opresión y del hambre a un EE.UU. listo para orientar al mundo para que salga de las tinieblas actuales, o ven a un inmenso bravucón, cegado por una furia irracional, que agita los brazos como aspas de molino contra los ruidos nocturnos con su espada con puntas nucleares?
¿Por qué no le piden sus escépticos colegas a su Comandante en Jefe que revele sus normas universales para la medida de la conducta humana? ¿Cuál es el patrón moral por el que se midió una vez al presidente del Irak y se declaró que era un valioso aliado del "Mundo Libre," mientras estaba matando con gas a los kurdos y asesinando iranios? Más tarde, cuando el mismo cretino asesino se convirtió en un "malhechor que mata a su propio pueblo," ¿fue porque el hombre había cambiado, o porque había cambiado el criterio con el que se le medía?
¿Cuáles son los indefinidos patrones universales por el que se ha de juzgar a todos los hombres, y por el que algunos, como Sadam, son considerados "malos," condenados a morir a manos del poder estadounidense, mientras que otros carniceros, como los de Bogotá, reciben una palmadita presidencial en el hombro y un nuevo embarque de instrumentos de tortura?
¿Qué pasó con el ex malo Nelson Mandela? ¿Cómo se redefinió, después de años de condena oficial como "terrorista," "extremista," y "radical" para convertirse en un héroe nacional? Fue condenado, por un aliado estadounidense del apartheid, por sabotaje y conspiración para derrocar al gobierno por la fuerza. Ahora es un "combatiente por la libertad". ¿Qué diccionario definitivo utiliza la prensa acreditada como referencia, cuando distribuye tales etiquetas?
Larry Birns, jefe del gabinete estratégico Consejo de Asuntos Hemisféricos en Washington dice, "Lo que es peligroso ahora es que la guerra antiterrorista no tiene estándares ni criterios. Es lo que sea que la administración Bush dice que es en un momento dado." (The Guardian, 7 de mayo de 2002). ¿Por qué no formulan preguntas nuestros propios reporteros sobre esos criterios, Helen?
¿Cómo podemos posiblemente ir a la guerra contra el "mal" sin siquiera intentar de fijar los estándares en constante cambio de la moralidad oficial? Sólo una prensa acreditada escéptica puede formular tales preguntas a nuestro Comandante. Jamás oigo que lo hagan.
¿Por qué se etiqueta a las bombas nucleares como "armas de destrucción masiva" sólo mientras están decoradas con las barras y las estrellas, o con la Estrella de David en un azul fulgurante? ¿Por qué el ántrax es un "arma defensiva" cuando las esporas son cultivadas en un laboratorio en Fort Detrick, Maryland, pero las mismas esporas se convierten en "armas de destrucción masiva" si aparecen en Cuba o en Irak?
Son ésas las preguntas que deberían ser formuladas por una prensa acreditada con la experiencia de Watergate. Nunca oigo que las formule nuestra prensa "escéptica".
En septiembre de 1939, Adolf Hitler utilizó la radio para declarar el "derecho a defenderse" de Alemania, y luego envió a la Luftwaffe a "devolver el golpe" contra mis antepasados polacos que seguían montados a caballo. Con tanques y aviones, atacó "preventivamente" a la caballería polaca. Ahora tenemos a un presidente que habla de guerras y de encarcelamientos "preventivos". ¿No pueden realmente, usted y sus colegas, pensar en preguntas escépticas que hacerle a nuestro presidente sobre esta vaga noción de "prevención"?
Como Bush, Hitler también gozaba de la agradable compañía de una prensa acreditada alemana que lo adoraba, que nunca puso en duda palabras como "devolver golpes" o "terrorista". Por su parte, Adolf, que, a propósito, también adoraba a su obediente perro, siempre suministró a sus patrióticos periodistas un buen efecto de teatro, con "buenos visuales" como diría el Tío Ari.
¿Dónde están esos periódicos post Watergate que se atreven a formular preguntas básicas sobre la moralidad internacional? Todo lo que veo son discusiones superficiales sobre tácticas. Sus colegas adoran realizar discusiones de mesa redonda sobre qué métodos representarían el uso más eficaz del material militar de EE.UU. para reprimir más a los colombianos, y a los palestinos, o para eliminar a los cubanos y a los iraquíes.
Los reporteros piensan que es descortés preguntar a su presidente por qué la nación más poderosa de la tierra necesita financiar la destrucción de gente tan empobrecida y oprimida. Es como los periódicos alemanes discutiendo como mejor aplastar a los polacos. ¿Debiera desperdiciar munición la Luftwaffe en los caballos, o sólo utilizar "proyectiles inteligentes" para decapitar limpiamente a los jinetes?
La suposición incuestionable tras semejantes discusiones estúpidas es que el poder da la razón. Nuestra actual cosecha de aduladores post Watergate adora discutir el "cómo" pero jamás se atreve a preguntar "por qué".
"El triste legado del escándalo de Watergate," como usted lo llama, no es una prensa escéptica, sino una prensa paralizada. Habiendo denunciado accidentalmente a un nimio tirano como el fraude amoral que representaba, en la actualidad la tímida prensa no quiere volver a cometer el mismo error. "Por el bien de la nación" se muerden los labios. Treinta años después de Watergate, EE.UU. necesita desesperadamente una saludable dosis de escepticismo.
Por favor, díganos dónde encontrarla, Helen.
* Director de contenidos de Yellow Times
George Lewandowski agradecería sus comentarios: glewandowski@YellowTimes.org
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