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Internacional

23 de mayo del 2002

Estado de derecho vs estado autoritario

Susana López
En una entrevista publicada por El Pais el domingo 12 de Mayo (pág. 24), el Ministro del Interior, Mariano Rajoy, definía así a los partidos "de extrema derecha" que aumentan su influencia en Europa: "El discurso que utilizan estas fuerzas políticas, para tener apoyo, es siempre el mismo, el de la inmigración y el de la delincuencia, y la unión de ambos elementos." Es decir, la relación directa entre Inmigración e inseguridad ciudadana. Parecería, por lo tanto, que estaba definiendo a su propio partido. Y añadía: "Es un discurso, en mi opinión, absolutamente demagógico..." Pero, al recordarle el periodista que, precisamente a él, se le reprocha que transmita ese mensaje, responde algo verdaderamente bilioso: "No creo que haya habido grandes reproches hacia mi discurso. Esta semana he tenido que responder a una pregunta de la oposición en el Congreso y yo creo que hay bastantes más niveles de coincidencia que de discrepancia, en relación con este tema." En El País del domingo siguiente, 19 de Mayo, la entrevista, en las mismas páginas, corresponde al Sr. Rodríguez Zapatero, que anuncia un programa del PSOE basado en la seguridad (situada, tal cual, en primer plano), la familia y la reducción de impuestos y dice, en relación con la política de inmigración necesaria, que ésta "debe basarse en tres aspectos: control de fronteras, devolución de quienes entran en España ilegalmente e integración de los inmigrantes." (es habitual, en este tipo de declaraciones litúrgicas, que lo de la integración aparezca siempre en último lugar, como coletilla indispensable). Viene a coincidir, en efecto, con el tratamiento básicamente policial y represivo del "fenómeno" de la inmigración, que sustenta el PP.
En el mismo diario, Joaquín Arango y Manuel Pimentel se pronuncian al respecto en sendos artículos sobre "La Seguridad y la Inmigración". Destaco, de ambos, dos cuestiones elementales, que, sin embargo, no aparecen en el discurso del partido gobernante ni en el de la leal oposición.
Del primero, la confusión –para mi absolutamente interesada- entre inmigrantes ("figura social que no corresponde a todos los extranjeros", sino solo a aquellos que vienen a trabajar y que proceden de países no comunitarios –los comunitarios no son ya inmigrantes, son ciudadanos de la UE-) y extranjeros "que buscan en países distintos del suyo mejores oportunidades para delinquir", sea en una banda organizada o por su cuenta, y que pueden ser, a su vez, comunitarios o no comunitarios (hay ejemplos sin fin de apacibles ciudadanos alemanes, franceses o ingleses que resultan ser delincuentes notables; como de árabes o iberoamericanos de alto rango que se dedican al blanqueo de dinero, a la droga o al tráfico de armas).
Del segundo, algo que abunda en lo anterior: "...existen mafias de delincuencia (...) que no son de trabajadores sino de organizaciones poderosas como las de la Costa del Sol o de Madrid", y una apostilla tremenda: "Nos dicen que los inmigrantes ilegales son delincuentes", pero "Es prácticamente imposible entrar legalmente en nuestro país. Casi el 90% de los inmigrantes regularizados en España entraron por vías no legales." Y algo debe saber de eso quien fue Ministro de Trabajo de Aznar hasta la imposición de "su" Ley de Extranjería.
Quiere decir, por una parte, que la "globalización" del capital no solo está provocando horrores y penalidades en los países "pobres" (algunos nadarían en la abundancia si el FMI y sus gobernantes corruptos lo permitieran), que producen un dislocamiento incontrolable de los movimientos migratorios, sino que también "globaliza" la delincuencia organizada, permitiendo su fácil expansión hacia los países "ricos", cuyas poblaciones pagan igualmente su tributo.
Son, en este caso, los sectores pobres de las sociedades ricas –los que sienten en sus propias carnes la mordedura de la exclusión y de la carencia de lo básico para vivir con dignidad en una sociedad económicamente desarrollada- los más proclives a interiorizar el mensaje de la inseguridad y los más vulnerables ante el discurso xenófobo. A ellos se suman ahora las clases medias, que han logrado un cierto nivel de bienestar, pero, a diferencia de los más pudientes, no pueden costearse la seguridad privada para defenderlo y demandan más seguridad "en la calle, en sus viviendas, en sus coches...", como testifica complaciente Rodríguez Zapatero. Les pasa, quizá, desapercibido, que las carencias de los desposeídos y el temor a perder algo de quienes algo poseen, no tienen que ver con la inmigración sino con las políticas de los gobiernos propios. Antes que los inmigrantes, existían ya en nuestro país el paro (en tasas más altas que las actuales), la pobreza, el chabolismo... y la inseguridad ciudadana que esto conlleva. Nos faltaba, solamente, el "chivo expiatorio", más necesario ahora que nunca, para explicar cómo puede perpetuarse esta situación cuando la riqueza se ha duplicado.
Por otra parte, hay que hacer una última precisión (se han hecho ya bastantes) sobre la "realidad incontrovertible" de las estadísticas sobre delincuencia e inmigración, tan aireadas por el Gobierno.
No solo se confunde interesadamente en ellas inmigrante (trabajador o trabajadora de un país no comunitario) con extranjero que comete delitos, sino que oculta lo que podríamos llamar la "focalización" de la acción policial. Si ésta se enfoca, prioritariamente, a combatir la "inmigración ilegal" (¿es también inocente la identificación de ese término con mafias y traficantes de seres humanos?) y a ello se añade la "visibilidad" del presunto delincuente (ser árabe, sudamericano o negro, a condición de que, al menos en apariencia, sea pobre), seguiremos teniendo espectaculares aumentos de la población reclusa "inmigrante" y una buena tapadera, eficiente pero execrable y enormemente peligrosa, para encubrir los redivivos fantasmas racistas y xenófobos de un Gobierno que no sabe cómo desenvolverse cuando los vientos de la inflación y la pérdida de empleos le vienen de cara.
Mal haría, por último, la leal oposición, en agitar, como un trofeo conquistado al adversario, la bandera de la seguridad, poniéndola como garante de las libertades. La inseguridad es el fruto más genuino de la desigualdad y la injusticia llevadas a un determinado límite. Y mientras ambas persistan, solo podrá garantizarse la seguridad con más represión y más cárceles, a costa de cesiones en el terreno de las libertades. No hagamos, desde la izquierda, experimentos tan peligrosos, porque, al final, la mejor respuesta, si no se cuestionan las raíces, la dará siempre la derecha, cuando no Le Pen. Eso es lo que ocurre cuando los perfiles que delimitan las diferencias básicas entre izquierda y derecha se difuminan. Eso es lo que está pasando en Europa.



Susana López es Responsable de Migraciones de IU