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Internacional

8 de mayo del 2002

Restos del antiguo régimen: el tribunal y la milicia

Higinio Polo

El general Alfonso Pardo de Santayana, ciudadano español que tiene como empleo la jefatura del Estado Mayor del Ejército de Tierra nos brindó hace unos días unas declaraciones, muy seguro de su papel, afirmando que es "imprescindible" que un país como España tenga una defensa antimisiles, teniendo en cuenta, añadía el espadón, que esa iniciativa es obligada para "cubrir la necesidad que la sociedad demanda". El hombre, que debe guardar galones y condecoraciones en los armarios que la patria le ha proporcionado, no se ha dignado citar sus fuentes, ni referirse a los estudios que demuestran la inquietud de los compradores en los mercados, de los metalúrgicos en las fábricas y de los estudiantes en las universidades, pensando todo el día en la defensa antimisiles española. Al parecer, nuestro general no alberga dudas de que la sociedad española pide a gritos una defensa antimisiles y no unos mejores hospitales, una enseñanza de mayor calidad o unas pensiones más dignas para los jubilados.
Como muestra de que en España se conservan numerosos rescoldos del antiguo régimen franquista, a la voz de mando del granadero se ha unido en los papeles el grotesco esperpento del fiscal jefe de Castilla y León, José Luis García Ancos, que tuvo la indignidad de someter a un interrogatorio miserable a una joven que había denunciado ante los tribunales, por acoso sexual, al nada recomendable alcalde de Ponferrada. El fiscal jefe, que supo tratar con suma delicadeza al sospechoso alcalde, intentó humillar a la joven utilizando un lenguaje soez y franquista que parecía ya olvidado. En la peor tradición del fascismo español supo, aplicadamente, alzar la voz contra la víctima y ser delicado y amable con el poder.
Por suerte, representantes de asociaciones judiciales ya han exigido que la Fiscalía General del Estado tome medidas contra el fiscal García Ancos, avergonzados de que un miembro de la judicatura llegue a extremos tan zafios y tan indignos.
Sin embargo, ningún militar ha salido al paso de la ocurrencia del general Pardo de Santayana. Si ya es de risa que los militares españoles piensen que la gloria y el progreso del país necesitan misiles (¿por qué estos hombres no reclamarán nunca otras cosas?) y no más instrucción pública y honradez en la administración y en las empresas, es para echarse a llorar que de nuevo presionen al poder civil con sus exigencias. Todos los que venimos de la tradición que desconfía profundamente de los militares -por mucho que ahora nos enseñen misiones humanitarias y camionetas con esparadrapos y antibióticos- preferiríamos un ejército lo más reducido posible, aún a riesgo de que nos acusen de nuevo de rojos apátridas.
Estos militares, de los que tan orgulloso se muestra el ministro Trillo, ocupan su tiempo en reuniones de la OTAN, en seminarios -como el organizado por el Círculo de Tecnologías para la Defensa y la Seguridad para preparar a la sociedad civil en la compra de nuevo armamento- y en calentar las sillas de los despachos y las barras de bar de los cuarteles. No deja de ser conmovedor ver a estos patriotas, que se comportan como obsequiosos empleados de los Estados Unidos, que suspiran por asistir a cursos y seminarios en el corazón del imperio americano, y que acarician que el Pentágono ceda una parte del material militar que considera obsoleto, sacar pecho ante el país con sus constantes exigencias sin que ninguno de sus compañeros de armas diga una palabra sobre el flagrante incumplimiento de las condiciones de la entrada de España en la OTAN. Por lo visto, en la milicia, nadie se pregunta por la circunstancia de que si fueran verdaderos patriotas propondrían al país una severa reducción de las fuerzas militares y del gasto en armamento y, al mismo tiempo, se estrujarían el magín en hacer propuestas viables para que a Europa y al mundo le llegasen voces sensatas denunciando la absurda espiral del gasto armamentista. Pero es difícil que al general jefe del Estado Mayor del Ejército de Tierra se le ocurran esas cosas. Claro que hay muchos que cuando piensan en las necesarias compras de armamento ven ya los viajes con gastos pagados, las atenciones, los cursos de reciclaje, las suculentas comisiones.
Como tampoco ha reflexionado el general Pardo sobre la conveniencia o no de seguir manteniendo las hipotecas franquistas sobre España, como puede constatarse en las bases militares -de utilización conjunta, dicen, son unos humoristas- en Morón de la Frontera y en Rota, abiertas por el servil dictador para congraciarse con Washington, ni sobre la peligrosa función de España como plataforma de agresión contra otros países, como ya ha sucedido con Irak, Yugoslavia o Afganistán. Ni se le ha ocurrido pensar al general, aunque comprendamos que no es esa su función, que no sólo la defensa antimisiles sea prescindible, sino incluso su propio empleo, a tenor de perlas como las que nos ha dedicado cómo si fuéramos súbditos lerdos y no ciudadanos libres. Aunque no debe descartarse la posibilidad de que el general Pardo se haya visto forzado a hacer esas absurdas declaraciones, sabiendo como sabe que una defensa antimisiles sobrepasa con creces la totalidad del presupuesto de todo el Ministerio de Defensa, y se vea obligado a ocultar sus verdaderas opiniones, y hasta esconda un alma democrática, que gime ante el servilismo del gobierno con Washington, ni debe descartarse que -incluso- fuera en el pasado un destacado antifranquista, forzado siempre a la discreción.
Si no fuera así, a sus órdenes, mi general, aunque tenga usted la voz un tanto oscura. Después de todo ya sabe la milicia que los ciudadanos estamos siempre dispuestos a aguantar la pollada que lanza el mortero. Al fin y al cabo los paisanos estamos para obedecer, y los ciudadanos ariscos que impugnan desfiles patrióticos, bases militares norteamericanas, bombardas o misiles, nunca han sido del gusto del ejército español. En fin. Aunque mucho me temo que el pardo general nos toma por pardillos. Debe ser cosa de la costumbre de vivir holgadamente del presupuesto nacional.