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Internacional

23 de febrero del 2002
¿Por qué no en los EEUU?

Kim Moody El Grano de Arena

Grandes huelgas de oposición a la mundialización tienen lugar en el mundo entero. ¿Porqué no ocurre lo mismo en los EEUU?
Las organizaciones de asalariados de todo el mundo, se vienen movilizando estos últimos años, frente a la movilización y a los impactos derivados mediante acciones políticas generales o de gran amplitud. En Argentina, India, España, Corea del Sur, Bolivia y Francia, las federaciones de asalariados han convocado a sus miembros y a menudo al conjunto de los trabajadores a ir a la huelga para protestar contra la austeridad, las privatizaciones, las reducciones de personal y otros síntomas del creciente poder de las empresas.
No hace mucho tiempo el sindicato canadiense Ontario Federation of Labour organizó en aquella provincia huelgas generales, que denominaron Jornadas de acción. de todo un día. En 1998 el movimiento de trabajadores de Puerto Rico, que reúne a la mayor parte de los sindicatos AFL- CIO (American Federation of Labor and Congress of Industrial Organizations) decretó una huelga contra la venta de la compañía pública de teléfonos.
¿Porqué no organizar una huelga general en todo el hemisferio, incluyendo los EEUU, como reacción contra el rápido desarrollo del ALCA (Area de Libre Comercio de las Américas)?
Se trata de una idea innovadora para un movimiento salarial, que especialmente en los años 40, centro su accionar en las luchas industria por industria o empresa por empresa. Ya que esta estrategia ya no funciona en la época de la mundialización, resulta necesario actualizarla y realizar algunas modificaciones.

El sistema estadounidense

Es público y notorio que las huelgas generales en los EEUU son tan raras como encontrar a un empleador generoso. Una de las razones es que los sindicalistas que encabezan la mayoría de nuestras organizaciones no están de acuerdo. A mediados de los años 70; George Meany, en ese momento presidente de la AFL-CIO declaraba: "Nosotros creemos en el sistema americano, nosotros no salimos a las calles, no llamamos a huelgas generales ni tampoco organizamos huelgas políticas."
En cierto sentido Meany se equivocaba. Nosotros salimos a las calles y no solo en los años 30 o 60. ¿Se acuerdan ustedes de las calles que rodeaban las minas de carbón de Pittston en el oeste de Virginia en 1989 o de las rutas bloqueadas por los "roads warriors" (guerreros de las rutas) de Hormel a mediados de los 80 o de Staley en los 90? ¿y de los "Latino drywallers" de Los Angeles de hace diez años?. Sin olvidar las miles de personas que ocuparon en junio último las calles de Columbia para apoyar al grupo Charleston, aquellos miembros del ILA amenazados por una demanda judicial por haber intentado detener a rompehuelgas. Y Seattle ¿nada les recuerda?
Meany se equivocaba. Los trabajadores estadounidenses salen regularmente a la calle , de golpe y juntos cuando se trata de un objetivo común. Existe sin embargo una débil conciencia de clase entre los trabajadores estadounidenses, causa y consecuencia del sindicalismo profesional. Al correr de los años esta situación se ha visto acentuado por un período de prosperidad, por las divisiones raciales y por una aproximación a los sindicatos de los EEUU de programas políticos y sociales específicos.
Las principales razones del enraizamiento sindical profesional después de la Segunda Guerra Mundial se encuentran especialmente en la omnipresencia de cláusulas que prohíben las huelgas en los contratos sindicalizados, la purga de personajes de izquierda en la CIO, la creciente dependencia del partido demócrata, la creciente burocracia del maccartismo y también, evidentemente la Taft-Harley Act. Son todos elementos que han jugado su papel en el triunfo de la ideología y de las prácticas mezquinas del sindicalismo profesional. Pero es importante comprender cual es el papel que ha cumplido ese movimiento y que es lo que le ha faltado.
Tanto los acontecimientos como las tendencias han debilitado de importante manera las organizaciones salariales. Han saboteado los planes tendientes a desarrollar las organizaciones del Sur convirtiendo hasta ahora a esta región en un puerto apto para los talleres clandestinos. Las negociaciones en el plano de la industria eléctrica fueron fragmentadas y seriamente minimizadas por los ataques llevadas a cabo contra el sindicato United Electrical Workers una vez que fue forzado a abandonar la CIO.
Sin embargo la mayoría de los sindicatos habían ganado a fines de los 40, nuevos asociados y eran institucionalmente fuertes. Muchos de ellos continuaron creciendo entre los años 50 y 70 aunque el sindicalismo del sector privado haya sufrido desaceleraciones. Hubo más huelgas en la década del 50 que durante la del 30 y muchos éxitos en el terreno de las negociaciones colectivas vieron la luz en ese decenio. Los salarios reales, ajustados antes de la inflación, aumentaron un 250% entre 1945 y 1975. En muchos aspectos los sindicatos de los 50 eran mucho más poderosos que nunca.

Una visión mezquina

Sin embargo el formidable éxito del camino escogido en los años 40 limitó la noción de movimiento de trabajadores a una representación clasista y restringir la visión de la mayoría de los sindicatos.
Frustrados a fines de los 40 por un Congreso republicano y un partido demócrata deslizándose hacia la derecha, los dirigentes de los sindicatos individuales adhirieron a una tendencia iniciada por los mineros en 1946, cuando John L. Lewis negoció un fondo social financiado por los empleadores "Si no podemos proporcionar a nuestros miembros esta protección por vía legislativa debemos exigir que forme parte de nuestros contratos" declaró el presidente del sindicato de obreros textiles William Pollock.
Este enfoque tendiente a obtener ventajas sociales sindicato por sindicato en lugar de a través de negociaciones que abarcaran la totalidad del sector, se benefició con la Taft-Hartley Act que tratando de controlar los planes de los sindicatos, por el contrario, los alentó.
Esto significó que programas tales como el mejoramiento de las jubilaciones y los seguros de salud, que millones de personas consideraban que debían beneficiar al conjunto de la clase social y a otros individuos, se limitaban ahora a los sindicalistas lo suficientemente fuertes como para obligar a reticentes empleadores.
Mientras que en 1946 los principales sindicatos industriales habían iniciado negociaciones simultáneas y sobre las mismas reivindicaciones por las que muchos habían luchado juntos, siguieron luego caminos independientes y solo lucharon por el bienestar de sus propios miembros.
Ya sea como administradores de planes dirigidos por sindicatos que cubrían toda una rama de la industria, como los Mine Workers o los Teamsters o a planes de jubilación y de protección social aplicables a una sola empresa como los negociados con la industria del automóvil, la siderurgia o la generación eléctrica, los grandes líderes sindicales se encontraban a la cabeza de un "Estado Providencial privado" muy complejo que alentaba una gran burocracia y la limitación de relacionarse con el bienestar de una empresa específica. Al fin de cuentas, eran las empresas y no el gobierno o el sector público en su conjunto que parecían "pagar la factura" del seguro social y de las jubilaciones.
De modo que la preocupación de los dirigentes y de los cuadros por preservar los ya presentes beneficios sociales se fortaleció y se acentuó. Por esta razón las organizaciones y la fuerza sindical cedían regularmente frente a los dirigentes, aferrándose a beneficios supuestamente logrados por la productividad de los asalariados. Esto derivó en el abandono de los programas inter-industriales de negociación, luego aquellos restringidos a una sola industria, debido a que los jefes sindicales centraban sus esfuerzos en la "salud" de las grandes empresas que financiaban sus beneficios sociales.
Pero sobretodo esto generó un acrecentamiento de la identificación con la empresa, no solo entre los líderes sindicales sino también en las filas de los asalariados. No significaba en consecuencia que los trabajadores sintieran odio por los directivos ni ningún resentimiento frente a la indignidad y a la presión física ejercida en demanda de mayor producción; pero saber que su jubilación y sus prestaciones sociales dependían de la empresa aunque esto hubiera sido un logro de los sindicatos, no dejaba de afectar sus perspectivas.

Una resistencia fragmentada

La agresiva tendencia a la aceleración de los ritmos de trabajo y al aumento de la productividad de los años 50 y de la década siguiente provocaron el renacimiento de la militancia de base, traducida a huelgas salvajes y a la formación o a la refundación del movimiento entre los mineros del carbón, los mecánicos aeronáuticos, del automóvil y de la siderurgia, los empleados del correo, del sector público y del transporte automotor. Sin embargo los nuevos movimientos y organizaciones no se reagruparon ni mantienen contactos entre sí. La audacia y la militancia de los movimientos populares de trabajadores de los años 60 y 70 reflejaban la fragmentación derivada del "Estado- Providencial privado" que proporcionaba una dosis de prosperidad a muchos y carencias infernales a millones agravó por el esfuerzo empresario de reducir los costos, Los salarios y las prestaciones sociales concedidos por los empleadores fueron puestos, así como las condiciones laborales, en tela de juicio. El espacio de los compromisos se fue reduciendo año a año.
Para la mayor parte de los líderes sindicales, está situación se tradujo en una mayor preocupación por la salud de las empresas. La cogestión de la mano de obra, la cooperación y la asociación se transformaron en la presunta tabla de salud de las empresas y los sindicatos. Algunos empleos podían ser suprimidos mediante golpes de reducción de personal, pero era necesario salvar a la gallina de los huevos de oro, aún cuando lo que les llegaba a los asalariados era cada vez menos.
Esta, digamos "estrategia" fracasó sin embargo. No detuvo la erosión de las prestaciones sociales ni salvado los empleos. La vía de la conciliación y del aislamiento no puede funcionar para los asalariados en el mundo de las multinacionales.
Puede parece irónico que en la oleada post 11 de setiembre , la tendencia de las empresas a explotar la situación bélica y los "regalos" del gobierno, haya convertido a la lucha de clases en una situación bien realista para millones de asalariados que debieron sacrificar sus empleos frente a la guerra y a la recesión.
En este contexto, la lucha contra el Area de Libre Comercio de las Américas ofrece la oportunidad de nuclear a los movimientos asalariados y a sus aliados. Pareciera una oportunidad para reciclar nuestro movimiento sobre la base de que un injusticia ejercida sobre alguien es una injusticia ejercida sobre todos.
¿Una huelga política de masas en los EEUU? ¡Piénsenlo!

Cuadro histórico de luchas

Aunque raras, las huelgas políticas masivas no se hallan totalmente ausentes en la historia de los asalariados americanos. En el transcurso de la guerra de la Independencia, cuando el ejército de la Confederación se batía en retirada o se desintegraba en los Estados del Sur, centenares de iles de esclavos marcharon sobre las plantaciones en lo que W.E.B. DuBois llamó la "huelga general" que paralizó la economía del Sur. No existían los sindicatos ni ninguna coordinación central pero sí un objetivo común: la emancipación.
El 1º de mayo de 1886, una huelga general por la jornada laboral de ocho horas paralizó una buena parte de la industria y del comercio en muchas ciudades. Había sido convocada no por lo visionarios Knights of Labor sino por sus predecesores de la AFL. Algunos de los fundadores del sindicalismo profesional habían invitado a los asalariados de los EEUU a salir a las calles para defender un objetivo común.
En 119 Seattle fue sacudida por una huelga general. Los sindicatos AFL y IWW tomaron las riendas de la economía durante un cierto lapso. Hubo huelgas generales en San Francisco y en Tierra Alta, en Indiana en 1934. ese mismo año la amenaza de huelgas generales favoreció ciertas victorias sindicales en Minneapolis, Toledo, Milwaukee y Pekín en Illinois.
A fines de la Segunda Guerra Mundial, los empleadores quisieron comprobar cual era el nuevo equilibrio de fuerzas, lo que provocó la mayor ola de huelgas que golpeó a la industria en 1945 y 1946 y otras huelgas generales locales en 1946. Paros de trabajo absolutos hubo en Oackland, en California, Stamford, en Connecticut, Lancaster y Pittsburg, en Pennsylvania, Rochester, Nueva York y Houston en Texas. Debutaron en paarte como huelgas de apoyo a un grupo de asalariados pero se transformaron en confrontaciones políticas de lucha de clases.
A fines de los 40 las huelgas generales no eran más que sueños en el espíritu de los militantes sindicales. La dirección de la CIO rechazó las propuestas de huelga general en oposición a la ley Taft-Hartley de 1947, aunque medio millón de miembros de la UAW habían interrumpido el trabajo durante cinco horas. Esta ley convertía en ilegales las huelgas de apoyo en que se originaban las huelgas generales locales en 1946. La idea de la huelga general fue una de las víctimas de la consolidación del sindicalismo profesional a fines de los 40.

El fracaso de la dependencia del Partido Demócrata

La dependencia de la masa salarial estadounidense en relación al partido demócrata ha bloqueado el desarrollo de partidos de trabajadores, característicos de la mayor parte de las naciones industriales de la época. Y aunque la preferencia de loss sindicatos pos los demócratas viene de lejos, su dependencia se vió reforzada en 1943 con la formación del Comité de Acción Política del CIO y el rechazo explícito del accionar político independiente. Esto significaba que el ambicioso programa del CIO, incluidos el seguro de salud, el pleno empleo, la vivienda para todos, los derechos civiles, etc pasó a ser dependiente de la buena voluntad de los demócratas. Lo que se reveló inmediatamente como una mala elección.
La estrategia política del CIO fue un completo fracaso. El voto uniforme de los asalariados se desmoronó entre 1948, en que el 81% de los sindicalistas votaron por Truman y 1952 en que solo un 57% votó por los demócratas. Desde entonces ese porcentaje solo alcanzó esa cifra en 1964, cuando la primera campaña republicana verdaderamente de derecha de Barry Goldwater.
Su dependencia del partido demócrata ha privado a los sindicatos de los medios que le hubieran permitido continuar de manera independiente su programa político.
(*) De "Le Grain de Sable" nº 305. Previamente publicado en Labor Notes de Detroit, http://www.labornotes.org/