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Internacional

5 de diciembre del 2002

Viene la mole en descomposición de Henry Kissinger arrastrándose hacia Washington
La noche de los muertos vivientes

John Chuckman
YellowTimes
Traducido para Rebelión por Germán Leyens

Uno por uno, a altas horas de la noche, sacan espantosos, pútridos, dedos a través de la tierra fría y húmeda tratando de agarrar algo sólido y así arrancarse de sus tumbas musgosas; figuras de carne muerta hace tiempo, ojos vidriosos, incapaces de sentir otra cosa que un hambre antinatural que los anima y los impulsa, tambaleantes, hacia delante. Son los restos aterradores de un tiempo pasado, devueltos misteriosamente a la vida, para ejercer una vez más su malevolente influencia sobre el planeta. Son los nombramientos de Bush – Cheney, Rumsfeld, Reich, and Poindexter.
Y ahora viene la mole en descomposición de Henry Kissinger arrastrándose hacia Washington. Kissinger ha sido reanimado y destinado a estudiar las causas de lo que el mismo ayudó a crear, el terrorismo.
Bueno, se podría decir, que si la policía puede utilizar a un hábil criminal de toda la vida para comprender un crimen, como lo hacen a menudo, ¿por qué no utilizar a un grotesco monstruo para comprender eventos monstruosos?
Kissinger evitará cuidadosamente el examen de las genuinas causas del terror. Son cosas que Estados Unidos no quiere escuchar, es el tipo de cosas en cuyo encubrimiento tiene una prolongada experiencia. La clave de la actual tarea de Mr. Kissinger está contenida en las palabras de la desalmada caparazón que habita la Casa Blanca cuando señaló que él y el criminal de guerra y mentiroso enfermizo de setenta y nueve años, "comparten los mismos compromisos."
Todo el que haya estudiado la carrera de Kissinger comprenderá que su compromiso total ha sido hacia su progreso personal, siempre y en todo sitio, a costa de otros, y el camino de su progreso ha seguido la sed insaciable del establishment estadounidense por controlar su ambiente externo, desbaratando al hacerlo las incómodas necesidades y deseos de miles de millones de seres humanos.
Ha llevado frecuentemente a EE.UU. por el camino del fracaso y de la desgracia –el mayor ejemplo es el vergonzoso holocausto en Vietnam— precisamente, porque los objetivos de la gente a la que sirve, están encostrados con ignorancia y arrogancia respecto al resto del mundo. Pero si se sirve la causa del imperio de EE.UU. con un celo adecuado, se obtiene una tolerancia considerable del fracaso y, generalmente, se recibe una recompensa, a pesar de todo.
Lo recompensan, porque el establishment no quiere examinar sus motivos, sus suposiciones, o su ignorancia, después de los fracasos. Sólo se preocupa de que se actúe de inmediato siguiendo sus impulsos en cuanto los expresa, y con toda la fuerza que se pueda reunir. Además, la mayor parte de los fracasos no importan, ya que involucran sobre todo los cuerpos destrozados de otros –vietnamitas, cubanos, chilenos, kurdos, iraquíes, iranios, palestinos, centroamericanos, y, desde luego, la masa de estadounidenses comunes que no cuentan – así que, ¿a quién le importa?
La tarea vitalicia de Kissinger ha sido extraer los líquidos, incluyendo volúmenes inmensos de sangre, de la basura imperial de EE.UU. y convencer al mundo en un tono barítono, grave, circunspecto, con una mirada seria por sobre sus gafas, de que ha destilado un maravilloso elixir en beneficio de la humanidad.
Y ha tenido un éxito notable, tal vez la personalidad más enérgica y amoral desde Talleyrand, el extremadamente corrupto obispo católico que sirvió a todo gobierno en Francia del revolucionario al imperial, a la monarquía reinstalada, como estadista, con la misma indiferencia hacia los principios y la misma capacidad para los trucos torcidos y el auto-engrandecimiento. Talleyrand murió, como era de esperar, fabulosamente rico y con numerosas condecoraciones.
Como habrán notado los lectores, me encanta burlarme de las calidades más ineptas de Mr. Bush, en la atormentada esperanza de que Mark Twain haya tenido razón al escribir que nada resiste al asalto de la risa. Pero la verdad es que, en esos sombríos momentos a solas, me inclino a estar de acuerdo con Mark Miller cuando señaló que el discurso y los gestos de Bush se explican mejor por un trastorno de su personalidad que por una falta de inteligencia. El trastorno sugerido por su estudio es un grado de sociopatia. ¿De qué otra manera se pueden explicar los compromisos compartidos con un monstruo?
[John Chuckman es ex economista jefe de una gran compañía petrolera canadiense. Tiene muchos intereses y es un estudiante de historia de toda la vida. Escribe con un deseo apasionado de honradez, del dominio de la razón, y de la preocupación por la decencia humana. No es miembro de algún partido político y rechaza lo que ha sido llamado la "cultura de la queja" de EE.UU. con su costumbre de reducir todo tema importante a una discusión improductiva entre dos grupos simplistamente definidos. John considera que lo honra el haber abandonado Estados Unidos como un joven pobre del lado Sur de Chicago, cuando el país se lanzó en el asesinato sin sentido de unos tres millones de vietnamitas en su propio país, porque sucedía que optaron por posiciones económicas equivocadas. Vive en Canadá, país al que gusta de calificar de "reino amante de la paz".]
2 de diciembre de 2002
El correo de John Chuckman es: jchuckman@YellowTimes.org